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En mayo de 1985 la Virgen de Guadalupe se le apareció a Juan Carlos Rodríguez Ibarra y le ordenó que instituyera el día de su onomástica mariana, el 8 de Septiembre, como Día de Extremadura. El entonces presidente de la Junta de Extremadura, convencido monaguillo de la Iglesia, ofició con entusiasmo sus labores de acólito y así lo dispuso, desoyendo la voz de su mismo partido y del pueblo extremeño, que abogaba por otras fechas, desprovistas de religiosidad. El señor obispo, agradecido por la cacicada, dio a besar su anillo al beato Juan Carlos.
Desde entonces se venera a la santa patrona de Guadalupe como protectora de los destinos de Extremadura, cuya imagen ilustró los pendones de los sicarios de Dios y del Reino de España en el genocidio y destrucción de Las Indias, donde ladrones, buscavidas y vulgares criminales hicieron su potosí, entre violaciones, asesinatos y saqueos. Hernán Cortés a la cabeza, seguido por Pedro de Valdivia, Francisco de Orellana, los hermanos Pizarro o Alvarado, protagonizaron, junto a una proterva selección de los llamados conquistadores extremeños, uno de los mayores crímenes colectivos de la historia, bajo el signo de Dios y de la Espada Hispana, acompañados por jaurías de perros -alanos y lebreles en su mayoría- que eran lanzados contra los indígenas, para despedazarlos, niños incluidos. Si Dios existiera, no sabría dónde lavar su sucia conciencia.
Desde aquel mayo de 1985, en el que la Virgen iluminó a un meapilas con poder, lo más granado de la élite política, eclesial y empresarial de Extremadura acude a Guadalupe a rendir honores a la Señora del Crimen Organizado. Santurrones y chupacirios desfilan ante su imagen en compañía de políticos y plutócratas consagrados al arte de vivir del cuento y del expolio, mientras un rumor laico recorre la silenciada voz de un pueblo que clama por el 25 de Marzo como Día de Extremadura, fecha en la que, en 1936, miles de yunteros ocuparon, en legítimo derecho, las fincas de los terratenientes. Aquel día, ninguno de ellos fue a misa. Con tanto capillita y clerigalla, no es de extrañar que Extremadura sea, a día de hoy, la comunidad con mayor número de católicos practicantes, a la vez que también es la comunidad con menor índice de lectores. Una cosa va con la otra. Aquí paz, y después gloria.
Amech Zeravla.