Juegos olímpicos
La cara B de una fiesta olímpica “inclusiva” y “popular”

Más allá de una ceremonia inaugural con valores multiculturales y del fervor deportivo, los Juegos de París han comportado una “limpieza social” de las calles de la capital y una criminalización de los militantes ecologistas.
El reverso de la medalla protesta Juegos Olímpicos Paris
Protesta en París por el desplazamiento obligado de sectores de la población marginalizados. Foto: @reversmedaille

Los Juegos Olímpicos de París arrancaron con una ceremonia inaugural que reflejó los puntos positivos y los contradictorios de los llamados valores progresistas. La cantante franco-maliense Aya Nakamura saliendo de la Academia Francesa, la épica Marsellesa cantada por la guadalupeña Axelle Saint Cirel, la canción “Desnudo” de Philippe Katerine acompañado por drag queens… Fue un acto moderno, irónico y que quiso transmitir “un mensaje de amor y de inclusión”, dijo su director Thomas Jolly. De hecho, incorporó una representación de diversidades raciales y sexuales, que gustó a dirigentes y simpatizantes de la izquierda francesa e irritó a la ultraderecha.

Desde ese 26 de julio por la noche, la fiesta olímpica impera en los recintos de las competiciones y las zonas donde se concentran los fans del deporte en la capital francesa. La presencia de música discotequera, juegos de luces y animadores para entretener al público han contribuido al buen aspecto de las gradas. París 2024 quiere mostrarse como una “fiesta popular”. La lluvia de medallas a favor de Francia —el país anfitrión ya ha batido su propio récord con 15 oros y al menos 60 metales— han contribuido a un consenso veraniego en que criticar los Juegos parece ahora mismo casi un sacrilegio en el país vecino.

“No son los Juegos de la inclusión, sino de la exclusión”, denuncia Paul Aluzy, portavoz del Revés de la medalla, agrupación de más de 75 asociaciones y colectivos humanitarios

Esta realidad-espectáculo coexiste, sin embargo, con otra de más compleja. La fiesta olímpica tiene su cara B. No solo se restringió la circulación en una amplia zona durante más de una semana de cara a la ceremonia inaugural, sino que París se encuentra desde principios de julio bajo un dispositivo excepcional de las fuerzas de seguridad, con unos 35.000 policías y 18.000 militares patrullando por las calles de la capital. El éxodo veraniego de muchos parisinos, sumado a un número de visitantes parecido —o incluso inferior— al de un verano cualquiera, han conllevado que un ambiente tranquilo predomine en la metrópolis parisina, más allá del fervor en los recintos deportivos.

“No son los Juegos de la inclusión, sino de la exclusión”

Hacía tiempo que París no estaba tan limpia, pero esta “limpieza” ha comportado que expulsen del espacio público a aquellas categorías más precarias. Migrantes, refugiados, franceses sin domicilio, trabajadoras sexuales, menores extranjeros no acompañados… Es larga la lista. De hecho, más de 12.500 personas fueron expulsadas de las calles parisinas entre abril de 2023 y mayo de 2024, según un informe publicado en junio por el colectivo el Revés de la medalla. “No son los Juegos de la inclusión, sino de la exclusión”, denuncia Paul Aluzy, portavoz de esta agrupación de más de 75 asociaciones y colectivos humanitarios, como Médecins du Monde, Liga de los Derechos del Hombre o Utopía 56.

Esta “limpieza social”, según Aluzy, experimentó “su fase final” durante los dos últimos meses. “En julio hubo semanas en que cada mañana se producía una evacuación de este tipo”, explica este responsable asociativo. Los habituales campamentos de jóvenes migrantes y refugiados en el norte de la capital o la zona del Sena prácticamente han desaparecido durante estas semanas olímpicas. Las intervenciones de la policía obligándoles a evacuar las zonas donde dormían en tiendas de campaña en parques o debajo de puentes no resultan una novedad, pero sí que aumentaron de manera significativa. Hubo hasta cerca de un 40% más entre la primavera de 2023 y la de 2024 en comparación con el año anterior, según el informe del Revés de la medalla.

“Uno de los legados de los Juegos de París ha sido el desplazamiento obligado de aquellos sectores de la población que están marginalizados”, asegura el politólogo estadounidense Jules Boykoff, un exatleta que lleva décadas observando e investigando la organización y la repercusión de las Olimpiadas, en declaraciones a El Salto. Según el autor del libro What are the olimpics for?, esta voluntad de invisibilizar a los más precarios ya ocurrió en Atlanta (1996), Pekín (2008), Londres (2012), Río de Janeiro (2016) o en Tokio (2021). “Los Juegos son una máquina para acentuar las desigualdades sociales vinculadas a la ciudad. No representan la causa principal de la gentrificación, pero sí que la aceleran”.


El Revés de la medalla ha sido una de las voces más críticas en estos Juegos, en que no ha sobresalido la sociedad civil crítica con el acontecimiento. Ha llevado a cabo acciones imaginativas. La última de ellas tuvo lugar el martes con una ocupación de la Plaza de la Bastilla con tiendas de campaña, antes de que los echara de allí la policía. Sus militantes no solo denuncian la voluntad de invisibilizar a los más precarios, sino que no les ofrezcan alternativas perennes a la calle.

“Tenéis que iros” por los Juegos Olímpicos

“Al principio, los enviaron lejos de París durante un año”, lamenta Aluzy sobre la voluntad de la administración de alejar a ese tipo de personas lejos de París. Por ese motivo, el Gobierno de Emmanuel Macron había creado el pasado verano diez centros en localidades como Lyon, Marsella o Seloncourt. Ante las reticencias de esos jóvenes migrantes, muchos de ellos menores de 18 años, de abandonar la capital donde pidieron el asilo o están examinando su minoría de edad, las autoridades “ofrecieron plazas en la región parisina cuando faltaban pocos días para el inicio de los Juegos, ya que querían limpiar las calles como fuera”, recuerda el portavoz del Revés de la medalla.

La prefectura (equivalente galo de la delegación del Gobierno) considera que estos desalojos forman parte “de un trabajo social de fondo” y que “propone plazas de calidad a las personas que están en la calle”. No obstante, a muchos de ellos apenas les ofrecen un realojo en centros u hoteles de unas pocas semanas. Las asociaciones temen que volverán a la calle cuando concluyan los Juegos Olímpicos o los Paralímpicos, en septiembre. Según Aluzy, “para un momento como el actual podrían haber impulsado un dispositivo de acogida excepcional como hicieron con los refugiados ucranianos, pero no lo hicieron porque no querían crear un precedente”.

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Fouad es un joven migrante que milita en la asociación Les enfants du canal. En una rueda de prensa reciente explicó cómo la policía actúa cuando desaloja los campamentos improvisados. “Nos dijeron: ‘Tenéis que iros. Los Juegos Olímpicos empezarán dentro de dos meses. No hacéis nada aquí”, contó sobre una intervención en los muelles del Sena. “A veces los agentes justificaban su orden mostrando decretos que ya habían caducado y que les permitían intervenir con el argumento del aumento del caudal del río”, criticó.

El 27 de julio, detuvieron de manera preventiva a varias decenas de activistas de Extinction Rebellion antes de que intentaran efectuar una acción en el Puente de las Artes, en el centro de París

Además de insultos, empujones e incluso golpes, las asociaciones denuncian la sensación de “acoso” provocada por las intervenciones recurrentes de las fuerzas de seguridad. Aquellos que duermen en la calle viven ahora mismo con más miedo que en el pasado. Se han visto obligados a esconderse en zonas más alejadas del centro y en grupos más reducidos, lo que aumenta las situaciones de riesgo. “A principios de julio, un grupo de menores que estaba debajo de un puente en Bobigny (periferia norte) fue atacado con barras de hierro por desconocidos”, recuerda Aluzy.

Presión policial sobre las trabajadoras sexuales

Esta “limpieza social” también ha afectado a las trabajadoras sexuales. Desde principios de año, aumentaron los controles policiales en los grandes parques de la capital francesa, como el Bois de Boulogne o el de Vincennes. Las fuerzas de seguridad “no ven a esas mujeres como víctimas de la trata, sino como simples indeseables a las que debe hacer desaparecer del espacio público”, lamenta Elisa Koubi, coordinadora del Strass, un sindicato de trabajadoras sexuales.

Hubo casos recientes de trabajadoras sexuales, según Koubi, que tuvieron que encerrarse en sus camionetas ante la presencia de agentes que las gasearon. Además, esta militante denuncia un incremento de la emisión de órdenes de expulsión del territorio galo, a pesar de que la legislación francesa indica que ese instrumento debe utilizarse contra los proxenetas y tiene que protegerse a las mujeres que ejercen la prostitución.

Otros de los afectados por el excepcional despliegue de la policía han sido los militantes ecologistas. El 27 de julio, detuvieron de manera preventiva a varias decenas de activistas de Extinction Rebellion antes de que intentaran efectuar una acción en el Puente de las Artes, en el centro de París. Unos días antes, ya habían arrestado a ocho miembros del mismo grupo por haber puesto en una estación de metro pegatinas críticas con las Olimpiadas. Y la semana pasada mantuvieron retenidos en comisaría durante diez horas a dos periodistas independientes y un militante del colectivo Saccage Paris (Saqueo de París) por una visita de los lugares impactados por el acontecimiento.

“Un legado evidente de estos Juegos será el dispositivo policial excepcional”, afirma Boykoff. La ley especial que permitió impulsar de manera experimental métodos de vigilancia como las cámaras con algoritmos —Francia ha sido el primer país europeo en utilizarlas— dejará de estar en vigor en marzo del año que viene. “Pero no hace falta mucha imaginación para suponer que las autoridades intentarán prorrogar estos métodos con el objetivo oficial de combatir el terrorismo y proteger a la población”, advierte este observador crítico del olimpismo contemporáneo.

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