Humor
Borja Cobeaga: “Aquí se ha hecho mucha autoparodia, que es de las cosas más sanas que hay”

Borja Cobeaga, uno de los creadores del humor vasco contemporáneo, tiene en su haber su participación en Vaya semanita, Fe de etarras u Ocho apellidos vascos, siendo uno de los pioneros, junto a su inseparable Diego San José, en hacer sátiras sobre la violencia.

Humor vasco
29 may 2018 17:49

Borja Cobeaga (Donostia, 1977) es uno de los creadores del humor vasco contemporáneo. Como guionista, ha sido partícipe de la parodia de lo vasco desde el mítico programa de ETB Vaya semanita (12 temporadas, de 2003 a 2016) a la taquillera Ocho apellidos vascos (2014). Como director, se inició con el éxito de Pagafantas (2009), y ha realizado sátiras de la violencia en Fe de etarras (2017) o Negociador (2014). Ahora está preparando la adaptación al cine del cómic Superlópez, que se estrenará en noviembre. Quizá, la gran aportación, de la mano de su inseparable Diego San José —con el que ha compartido la mayoría de los proyectos citados—, haya sido la normalización de una risa inteligente y no sectaria, en un contexto político y social conflictivo.

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El humor vasco se ha convertido en un fenómeno: series, películas, libros, polémicas... que provocan una risa corrosivamente (pre)política que cuestiona el tópico de la identidad, con conocimiento de causa y una pizca de cariño.

¿Existe algo que podamos etiquetar como humor vasco?
Es muy complicado. Mi experiencia, que no se si sé puede generalizar, viene de cuando empezamos con Vaya semanita. ETB pretendía que hiciéramos un programa de humor sobre lo diferentes que somos y sobre cómo nos veían desde fuera, pero nosotros, sobre todo Óscar Terol, Diego San José y yo, pensamos que era mucho mejor la autoparodia. No sé si eso define el humor vasco, porque hay de todo, desde chistes de bilbaínos exagerados hasta sobre lo mucho que comemos, de lo fuertes que somos, o de cualquier otro tópico, pero destacaría que, al contrario que en otros lugares, aquí ese reírnos de nosotros mismos ha tenido mucho peso, y es de las cosas más sanas que hay.

Vaya semanita, Ocho apellidos vascos, ahora la serie Allí abajo, ¿existe una franquicia en torno al humor vasco?
Creo que sí. Como hemos sido un pueblo que ha sufrido muchas tragedias, de ese drama acaba saliendo la comedia, por eso lo vasco puede ser comercial o llamativo. Salvando las distancias, porque la escala no tiene nada que ver, es algo que ha pasado también con el humor judío. Es increíble la cantidad de cómicos judíos que ha habido después de la Segunda Guerra Mundial. Woody Allen, Jerry Lewis o Mel Brooks provenían de una situación aterradora cuya liberación fue el humor.

En los grandes acontecimientos se recurre mucho a la épica, cuando en realidad es todo mucho más cutre

¿Cuál fue la innovación para que se produjera el éxito de Vaya semanita?
Yo creo que poníamos en pantalla los chistes que se hacían en la calle. Había una corriente de hartazgo por la situación tan tensa que vivíamos, porque había una violencia a dos niveles. Estaba la que era más trágica, pero también había otra soterrada en el día a día, en la que todo estaba politizado. Hicimos comedia sobre eso, como se hacía en los grupos de amigos. Yo no creo que hubiéramos existido sin el precedente de Oscar Terol con Los Louviers, que hacían muchos chistes de lo vasco. Lo que pasa es que gente como Diego, yo u otros participantes del programa, le dábamos una perspectiva más moderna o audiovisual.

¿Se podría decir que Vaya semanita fue una de las puntillas de ETA?
Yo no diría tanto. Es verdad que muchas veces se dice eso, pero creo que en realidad fue la muestra de que no se podía continuar así. Se demostró cuando se vio que podíamos hacer chistes sobre eso. Es algo que pasa siempre. La sociedad demuestra estar tres pasos por delante de lo que se ve en la televisión o en las películas. Pasó con Vaya semanita o con Ocho apellidos vascos, que cuando la sacamos mucha gente decía: “¡Van a hacer chistes del nacionalismo y de los vascos!”, pero luego la gente lo abrazó de manera increíble. Creo que hay demasiadas prevenciones, mucho paternalismo por parte de políticos, medios de comunicación, guionistas o productores sobre lo que la gente está dispuesta a admitir.

Mostrar el lado cómico de la violencia como ocurre en Negociador, ¿contribuye a normalizarla o a desmitificarla?
Creo que prima la desmitificación. En todas las películas que van de política, de grandes acontecimientos históricos o de negociaciones, siempre hay mucha épica y solemnidad y, justamente, quería mostrar que lo que ocurrió fue fruto de la casualidad. Y sucedió más o menos así. Ahora mismo pasa también en Catalunya, donde las dos partes están recurriendo mucho a la épica cuando, en realidad, es todo mucho más cutre. Hablan de democracia con letras mayúsculas, pero al final lo que queda es el barco de Piolín.

Creo que hay demasiadas prevenciones sobre lo que está dispuesta a admitir la sociedad

¿Habría algún tema tabú que no te atreverías a tocar?
No se trata tanto del tema como del enfoque. Algo que siempre he tenido muy claro es que me gusta hablar de lo cotidiano y nunca tengo intención de ser rompedor. Fe de etarras se anunció como una comedia sobre ETA que parecía que rompía muchos tabúes, pero Diego San José y yo siempre tuvimos claro que era una película bastante blanca. Quizá el tema era duro, pero el tratamiento era muy costumbrista. Al final, la película se promocionó de una manera muy agresiva y creo que hubo cierta decepción por parte de algunos espectadores que vieron que no era la macarrada que les habían vendido. Si trato estos temas no es porque quiero ser transgresor, sino porque son los temas que he vivido desde pequeño. Nací en Euskadi a finales de los años 70 y he visto de cerca muchas cosas, más que nada los pequeños detalles cotidianos: el cómo se te calificaba políticamente si comprabas determinado periódico, si ibas a un bar concreto, si decías “kaixo” u “hola”... Como espectador, pienso que pueden tocarse todos los temas, pero en función del enfoque. Quizá sea muy ingenuo, pero tengo en cuenta el sentido común del creador y del espectador.

En esta época de ataques a la libertad de expresión, y teniendo en cuenta lo que os tocó, de pasada, con la investigación de la Fiscalía a cuenta de la promoción de Fe de etarras, ¿qué opinas de la situación actual? ¿Ha de tener fronteras el humor o no?
Yo estoy bastante alucinado. Si me preguntas hace unos años si hay libertad de expresión te habría dicho que se puede hablar de todo. En los últimos tiempos, ya sea por la opinión pública, los jueces o las investigaciones de fiscales, evidentemente no. En cierto modo, creo que no hemos superado el franquismo ni el síndrome de las dos Españas. La percepción de la justicia depende de si un fiscal o un juez es nostálgico del franquismo o no. La libertad de expresión está en un momento particularmente complicado en el que se censuran libros, los raperos van a la cárcel, o un juez puede decidir que has mancillado el honor de alguien. Esto tiene que ver con que estamos en un mundo de la tiranía de los sentimientos. Se habla mucho de los límites del humor y poco de los límites de la ofensa, cuando hay gente que se ofende de manera muy poco razonable. Creo que los sentimientos se han convertido en algo intocable. Pediría un poco de racionalidad porque esto no tiene ningún sentido: supone el retroceso de muchas cosas que creíamos irreversibles.

La percepción de la justicia depende de si un fiscal o un juez es nostálgico del franquismo o no

Hace una semanas un guionista de la serie Allí abajo hizo un chiste sobre los andaluces en su cuenta personal de Twitter y la propia productora —y hasta un compañero guionista— pidieron disculpas en la red social por si había ofendido a alguien...
Ahí se juntan varias cosas. Hay terror al boicot. De repente, se da más valor a un tipo que tiene 12 seguidores en Twitter que a la audiencia, pero luego ese miedo no es real. Le estamos dando demasiada importancia a las redes sociales cuando, en realidad, esas críticas son una burbuja. También pasa mucho con las películas. Hay veces que la gente habla maravillas en las redes sociales y luego no recauda nada, y otras en las que no se dice nada, y luego es la número uno en taquilla. Quienes producen o crean una serie o una película tienen miedo de que todo eso se les ponga en contra, pero para mi es como un espejismo: no hay una polémica o una ofensa generalizada. Cuando salió el cartel de Fe de etarras, todavía no estaba ni tensada la lona y ya había un titular en un periódico que rezaba “polémica por el cartel”, cuando eso era físicamente imposible. El hecho de ser el primero en informar y tener que meter un tuit cada veinte minutos sobre una noticia nueva te hace deformar totalmente la realidad. No tiene nada que ver lo que sale en las redes sociales con lo que uno vive realmente. Todo esto es peligroso.

¿Qué es más clave en una comedia, un buen guión o un equipo de actores en sintonía?
Creo que es una combinación. Cuando uno piensa en comedias divertidísimas como Atrapado en el tiempo o Un pez llamado Wanda, se ve que están equilibradísimas en cuanto a escritura e interpretación. Es rara la película que es fantástica porque el guión es estupendo y los actores no, o viceversa. Pero al final, quien dirige a los actores y narra la historia en imágenes es el director, con lo cual también estamos obviando una parte fundamental.

Se habla mucho de los límites del humor y poco de los límites de la ofensa

¿Qué historia, político o personaje vasco se merecería una sátira sin concesiones?
Uf, pues hay bastantes y de todo tipo. Uno piensa en el exalcalde de Vitoria, Javier Maroto, que ahora está luciéndose como diputado en Madrid, y pienso que sería un personaje para una sátira terriblemente flagrante. En el extremo opuesto, veo una película en la autobiografía de Jon Idígoras, el legendario líder de HB. Recuerdo como narraba su infancia en la que fue novillero y era conocido como “Txikito de Amorebieta”. Ahí ya hay una película. Después también está Arzalluz... de cualquier signo político habría una película estupenda.

¿Cuáles son tus referencias humorísticas?
Los Louviers abrieron una brecha de humor costumbrista enfocada a la modernidad que estaba muy bien y luego, me ha influido mucho el trabajo de mi tío, Juan Carlos Eguillor, que era dibujante y hacía viñetas en El Correo, Egin y un montón de periódicos. Me acuerdo de una tira cómica que hacía de una borroka que quería ponerse guapa y se pintaba los labios, y como tenía los dientes amarillos sus compañeros le montaban el pollo porque al sonreír le salía la bandera de España. Para mí es una inspiración completa para Vaya semanita. Después, uno no puede dejar de pensar en Berlanga y Azcona porque retrataban el costumbrismo de una manera muy seria y divertida. Y, desde luego, mi generación no existiría sin Álex de la Iglesia.

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¿Seguirás revisando desde el humor nuestra historia reciente?
Me gustaría distanciarme un poco, porque ya he hecho muchas cosas sobre ETA, el nacionalismo o la política, pero es verdad que es abrir el periódico y ver que sigue siendo algo muy tentador... así que a lo mejor no puedo hacerlo.

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