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Huelga feminista
Yo paré
No es fácil aceptar que nada de lo que haces es valorado, que tu trabajo no suma en tu currículum, ni en tu prestigio social, ni en tu bolsillo, como sucede con las personas asalariadas.
Cuando he estado en paro y llevaba a la prole al colegio siempre ha habido, incluso mujeres, que me decían: “pero tú no trabajas”. Siempre respondí: “de forma remunerada no, pero trabajo todo el día”.
Cuando te das cuenta de que tu trabajo como “cuidadora del entorno familiar” es de 365 días al año y de 24 horas diarias y, sin embargo, como trabajas “en casa”, te dicen: “pero, tú no trabajas”... no es fácil de asumir. Cuando esto sucede comprendes que los cuidados a los que dedicas tu tiempo son invisibles para la sociedad, no importan. No es fácil aceptar que nada de lo que haces es valorado, que tu trabajo no suma en tu currículum, ni en tu prestigio social, ni en tu bolsillo, como sucede con las personas asalariadas.
Cuando observas que las personas que trabajan de forma remunerada tienen derechos: al descanso, a las vacaciones, a las pensiones, e incluso pueden ampliar su círculo de amistades y quedan para cenas o comidas, para viajes, etc., que pueden estar “de baja” por enfermedad y tú tienes que “tirar” aún estando enferma; cuando pasan los años sientes que las personas a las que has cuidado han crecido en el ámbito personal, social y económico, y tú sigues con el mismo currículum, con las mismas perspectivas de años atrás y sin un “gracias por todo”, sin derechos como las personas trabajadoras con salario; entonces sientes que en algo debes ayudar a cambiar, como otras lo hicieron por ti.
Por desgracia, también conocí a compañeras que tuvieron que dejar de estudiar, a pesar de ser brillantes, porque su familia decidía dar estudios solo al hermano por ser hombre
El primer día que escuché “vosotros y vosotras” sentí que por primera vez se dirigían a mí, que me incluían en su discurso. Comencé a comprender que una red se tejía y yo debía “tejer” en esa red, aunque no sea tan valiente como considero a las que me regalaron los derechos que hoy tengo, pero por las pequeñas-os niñas-os que crecen a mi alrededor, creo que merece la pena “tejer”.
Así, cuando vas siendo consciente de todo esto puedes entristecerte y algunas pueden llegar a deprimirse. Cuando comienzas a darte cuenta de que tú eres un “todoterreno”, que eres muy capaz, aunque nadie, y digo nadie conscientemente, valore lo que has hecho y sigues haciendo, comienzas a cambiar y a cambiar tu entorno, como tantas otras mujeres poco a poco, y no sin sufrimiento, hicieron por los derechos de todas en el pasado. Comienzas a sentirte agradecida al ver qué derechos tienes, porque otras mujeres nos los regalaron, comienzas a agradecer los múltiples cuidados que recibiste de esas mujeres que te rodearon y a pensar en qué quiero cambiar, no sin antes valorar el cambio producido por su trabajo.
Cuando algunas mujeres dicen que no se ha conseguido nada, que estamos peor, pienso que ese “nada” no es cierto. Necesito parar y reconocer cuánto camino se ha andado, para no caer en el desánimo por todo lo que queda por cambiar, para coger aire y seguir.
Sé que mi madre no tenía derecho a escoger su trabajo, ni a abrir un negocio sin el consentimiento de mi padre; a mí no me ha pasado. Cuando era pequeña sé que si quedaba una mujer embarazada sin estar debidamente casada por la iglesia, era rechazada por la sociedad; ya no sucede. Vivir solas era visto como raro y, si pasados los veinticinco años no estabas casada, quedabas “para vestir santos”; ya no es así. Algunas tenían la posibilidad de ir a la universidad, la mayoría para ser fantásticos “floreros” de su amante esposo al que debían recibir bien arregladas y con todo previsto en casa para el “descanso del guerrero” que volvía, cuando y como quería, para recibir sus “cuidados”.
Queda mucho por hacer, sobre todo cuando hemos entendido que, en este planeta, somos muy pocas a las que se nos reconocen algunos derechos
Por desgracia, también conocí a compañeras que tuvieron que dejar de estudiar, a pesar de ser brillantes, porque su familia decidía dar estudios solo al hermano por ser hombre, era el que “llevaría el dinero a casa”, la mujer se casaría y tendría “la vida resuelta”. ¡Qué pensamientos aquellos tan dañinos para nosotras! Los libros estaban, y están, llenos de nombres de hombres, héroes, filósofos, navegantes, matemáticos, guerreros, pintores, arquitectos… Nosotras solo estábamos como santas, vírgenes o prostitutas, salvo raras excepciones; comienza a no ser solo así.
Queda mucho por hacer, sobre todo cuando hemos entendido que, en este planeta, somos muy pocas a las que se nos reconocen algunos derechos. Pero aún por “esta isla de algunos derechos reconocidos” queda otro largo camino.
Debemos romper esos “techos de cristal” que nos impiden acceder a las decisiones que nos incumben. Tenemos que romper las dinámicas por las que accedemos a los trabajos más precarios por hacer frente a “los cuidados” de nuestras familias, con lo que, cuando nos queramos jubilar, tendremos menos derechos en el futuro. Hay que reconocer a las mujeres del ámbito rural su labor “en la sombra”, trabajando doblemente por los cuidados de la sociedad en la que viven, sin reconocimiento, muchas veces sin registro alguno, sin cotizar y/o cobrar de forma oficial por su actividad.
Debemos cambiar las leyes machistas; esas que nos hacen salir, por fin, a las calles a protestar contra la violencia sufrida y las muertes lloradas, por ser leyes injustas e insuficientes. Falta incluir, en los libros, a tantas mujeres sabias y olvidadas; y un lenguaje inclusivo en el que todas las personas se sientan reflejadas.
Tenemos que comprender que el lenguaje hace pensamiento y este se muestra en actitudes y formas de asumir la vida, el lenguaje inclusivo es imprescindible para las personas de ahora y las del futuro. Es fundamental no equivocar quién es el enemigo: no es el hombre, es el machismo, el heteropatriarcado imperante en pensamientos, actos, leyes y formas. La desigualdad estructural es la que debiéramos cambiar, por un mundo más justo e inclusivo.
Por todo esto y muchas más “YO PARÉ” el 8M de 2019, como ya lo hice en ese otro 8M de 2018, en el que todas y todos llenamos las calles haciendo Historia.
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Gracias, Carmen por tu artículo. Lo firmo contigo. Yo también paré.