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Hemeroteca Diagonal
Julieta Colomer: “Cuando surge el primer escrache en el 97 la retórica del momento era perdón y reconciliación”
En su trabajo como fotógrafa, Julieta Colomer documentó la experiencia de la Mesa de Escraches, una iniciativa de denuncia que comenzó gracias al trabajo de la organización de derechos humanos H.I.J.O.S (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio). Entre 1997 y 2006, la Mesa señaló a algunos de los responsables de las 30.000 desapariciones que tuvieron lugar en Argentina entre 1976 y 1983. Lo novedoso de la Mesa, para Colomer, es que rompió con el reclamo tradicional de derechos humanos: “No se le pedía al gobierno de turno la justicia”, si no que se basaba en la condena social de los exterminadores. Esta fotógrafa, que ha estado en Madrid para visitar la exposición Playgrounds. Reinventar las plazas, en la que participa, defiende que con los escraches y la denuncia en el espacio público se impuso la fiesta, el color, la murga y “la alegría de estar vivos”, como se repitió en esa época.
¿Cómo funcionaba la mesa de escraches?
La Mesa de Escraches fue un espacio que creó la agrupación H.I.J.O.S. Era una espacio heterogéneo, que estaba abierto a distintas personas que quisieran organizar los escraches. Había mucha diversidad, había gente de hijos, grupos de arte callejero, estudiantes de secundaria, sindicatos libertarios de gente joven, vecinos que cuando pasaban los escraches por su barrio se sumaban a otros escraches en otros barrios, etc. Era un espacio muy rico. El modo de funcionar radicaba en que la mesa se instalaba en el barrio donde vivía el genocida al que se iba a escrachar. Al principio, al llegar al barrio, se hacía un mapeo: dónde estaba la plaza del barrio, dónde quedaban las escuelas, dónde se juntaba la asamblea, etc. Tenía el sentido de desplegar un trabajo de comunicación: se iba a las escuelas a dar charlas, se pegatinaban las paredes del barrio, se hacían actividades en las plazas y la mesa se juntaba los lunes en los centros sociales o comunitarios del barrio.
¿Cómo se hacía el trabajo de localización y documentación previa de esos genocidas?
Esa parte era un poco más cerrada porque se manejaban datos que no eran tan accesibles. Primero se hacía una comisión interna en H.I.J.O.S. que empezaba a investigar. A raíz de esa investigación lo que se hacía previamente era sacar una foto y eso demandaba una cooperación más clandestina. Íbamos poco a poco, no se difundía. Teníamos que lograr que el genocida en cuestión saliera de su casa para poder fotografiarlo. Una vez que teníamos los datos y teníamos la foto, entonces la información se abría a todo el grupo y se empezaban a diseñar los volantes, los panfletos, etc. para repartir a los vecinos.
¿Cuántos se hicieron? ¿Cómo reaccionaban los escrachados?
Escraches habremos hecho un poco más de 50. En sí, el trabajo de la mesa duraba dos meses en el barrio. Todos los fines de semana y lunes hacíamos actividades para informar a los vecinos de que dentro de dos meses iba a haber un escrache. De manera que, cuando llegaba el día, toda la gente sabía, incluso el escrachado mismo lo sabía. Sabemos que muchos de ellos no estaban en sus casas. Y después hubo distintas reacciones. Hubo gente que tuvo que mudarse, porque no soportaba la presión del barrio. Hubo genocidas que se suicidaron o se suicidaron sus familiares.
Somos parte de una lucha de otros organismos, de madres, de familiares, de detenidos políticos que vienen luchando hace treinta y pico de años por la memoria, la verdad y la justiciaUno de ellos hizo una guerra. Al llegar al barrio nosotros escribíamos una carta al vecino en la que explicábamos quienes éramos, qué era el escrache, por qué se hacían los escraches. Este vecino también escribió una carta y se produjo una lucha. Uno de ellos, cura, vivía en un barrio que estaba dividido. La mitad de la gente le seguía y la mitad no. Tuvimos problemas porque algunos vecinos nos enfrentaron. Lo poco sabemos de las reacciones de los genocidas es que era una molestia para ellos y no tanto para ellos como para su familia. El hecho de haber quedado marcado y ser repudiado en el barrio no era soportable.
También hubo unos años en que los diarios La Nación y Clarín sacaban sus editoriales hablando de los escraches como una práctica nazi; lo tildaban de la venganza de los hijos resentidos y asemejaban el escrache a la práctica nazi de marchar las casas con sangre. Tuvimos enfrentamientos con la prensa de derechas.
¿Supuso un avance el periodo Kirchner?
Entendemos que sí hubo un avance con el gobierno de Kirchner, que fue el que hizo posible la anulación de las leyes de impunidad: [las leyes de] Obediencia Debida y Punto Final. Pero nosotros siempre remarcamos que el que hoy haya juicios en Argentina tiene que ver con la lucha de 30 años de organismos de Derechos Humanos. El escrache fue factor clave, primero porque dio a conocer a estas personas al barrio y además construyó condena social. Cuando surge el primero en el año 97 la retórica del momento era perdón y reconciliación. Ese era el lema del gobierno de [Carlos] Menem. Impunidad. Por eso los hijos salimos a decir no nos reconciliamos, ni olvido ni perdón. El escrache fue clave en esa forma de lucha. Obviamente somos parte de una lucha de otros organismos, de madres, de familiares, de detenidos políticos que vienen luchando hace treinta y pico de años por la memoria, la verdad y la justicia. Que se llegue a esta conclusión, que haya juicios, tiene que ver con esa lucha. El de Kirchner fue el primer gobierno que escuchó esos reclamos históricos.
¿Qué influencia tuvo el movimiento de derechos humanos en la respuesta al corralito?
Para la mesa de escraches fue muy importante ese periodo. La mesa había surgido en el 1998 y el hecho de que post 2001 surgieran las asambleas fue clave porque cambió totalmente la manera de llegar a los barrios. Después del 2001 llegamos a los barrios y ya había asambleas organizadas. Entonces ya era mucho más ameno el laburo [trabajo], por lo menos estábamos entre compañeros. Al mismo tiempo, nosotros mismos participábamos en las asambleas de nuestros barrios. Fue multiplicar la gente. También nos hicimos parte de los reclamos de las distintas asambleas, con reclamos de derechos, obviamente, pero también atendiendo a las necesidades de cada barrio.
¿Se produjo una cooptación del movimiento de derechos humanos por parte de los nuevos dirigentes?
Yo me fui de H.I.J.O.S en esos años. En ese momento se hizo muy oficialista, de hecho muchos compañeros hoy son funcionarios. Tengo mis críticas y me fui por eso de la organización. En el caso de la Mesa, quizá tuvo mucho que ver el momento histórico para que se disolviera. Ya se nos hacía muy difícil seguir investigando a los genocidas. H.I.J.O.S ya se había ido de la mesa de escraches. Dentro de la mesa surgió una discusión sobre lo que entendemos por justicia. Había una diferencia muy tajante, pero sutil, porque las dos versiones podían convivir: la mesa sostenía una posición de que era necesario construir condena social con los vecinos de los barrios. H.I.J.O.S. sostenía un discurso más legalista, con el que entendían que los escraches eran una herramienta para que fueran posibles los juicios, para lograr que se hiciera justicia. Esa discusión, que llevó años terminó con la salida de H.I.J.O.S. de la mesa. No se pudo llegar a un acuerdo.
¿Están siendo juzgados los genocidas que señalasteis en los juicios?
Lentamente se van abriendo todos los procesos. Es complejo porque lleva mucho tiempo. Los propios genocidas y sus abogados permanentemente están imponiendo trabas, y tratando de que se demore más, pero aun así se sigue. Tardan años, pero de todos modos se llega a la condena, que es lo que interesa. Al mismo tiempo, la etapa de los juicios no está buena solo porque se condena, sino porque se están dando a conocer historias y testimonios que son terribles y que no se conocían; que son espeluznantes. Esto abre otra brecha. Es la propia historia lo que está en juego. En definitiva está hablando de cómo queremos vivir en el futuro.
¿Se trataron las violaciones de derechos humanos en democracia?
Es un tema que la mesa siempre trató. Se entendió que el escrache no era solo a los genocidas, sino también a la pata civil, y al mismo tiempo denunciando la continuidad de los procesos. Siempre hablamos de la impunidad del presente, y siempre marcamos la continuidad de la represión policial y de los abusos, el gatillo fácil en las villas [barriadas de chabolas] y los casos de violaciones de derechos y torturas en las comisarías y cárceles. Eso lo acompañamos del discurso de la continuidad tanto económica como represiva. De hecho en los años en que hacíamos escraches había personal de seguridad privada que eran exrepresores, que en ese momento estaban activos. Nosotros abrimos la mirada: hemos hecho escraches a un comisario que fue el que dio la orden para desatar la represión del 20 de diciembre de 2001, que es cuando mueren seis personas en el centro de Buenos Aires. Ese policía en ese momento era subcomisario y Néstor Kirchner lo ascendió a comisario. Cuando nos enteramos de eso le hicimos un escrache en la propia comisaría. Ese fue uno difícil, porque nunca habíamos escrachado a una persona que estuviera en actividad, pero nos permitió hablar de los casos de impunidad en democracia.
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