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Hemeroteca Diagonal
Beatriz Preciado: “La pornografía es una noción política”
En su último libro, Testo yonqui (Espasa Calpe, 2008), describe un nuevo capitalismo farmacopornográfico, a la vez que relata su experimentación con la testosterona. Su próximo trabajo será una relectura filosófica de la historia de la pornografía, “un prisma extraordinario para entender la construcción del cuerpo, del placer y de la identidad sexual”.
¿Qué querías abordar con el cocktail de conceptos Feminismopornopunk?
Me interesaba hacer resonar el punk y el porno contra la noción de feminismo, que por una mezcla de desinformación y garrulismo machista, se piensa a menudo como una teoría política antipornográfica, asexual y gazmoña. El feminismo postporno y el movimiento punk comparten un cierto gusto por el feísmo, una estética barata y anticonsumista, y la conciencia de que buena parte de la batalla política se libra en el cuerpo. Son dos de los movimientos más radicales y lúcidos de la segunda mitad del siglo XX. Quería generar redes de intercambio entre las nuevas generaciones y los activistas internacionales creadores del movimiento. El reto era abrir un diálogo desde la pluralidad, la contaminación entre gays, lesbianas y trans; drag kings y superféminas; lo global y lo local...
¿Qué ha aportado al movimiento este seminario?
Estamos asistiendo al comienzo de una microrrevolución en la representación de las sexualidades minoritarias y en la producción de pornografías subalternas. Se está creando una masa crítica porno: la conciencia de que construimos algo colectivamente. Para mí el elemento más transgresor ha sido la alquimia entre discurso crítico y prácticas de producción de placer, la transversalidad de prácticas y de identidades. Los talleres de sexo fueron especialmente creativos, por la implicación colectiva y la puesta en práctica de nuevos modos de habitar el espacio público, de hacer, mirar, gozar.
¿Cómo opera el capitalismo farmacopornográfico?
Es un nuevo régimen de control del cuerpo y de producción de la subjetividad que emerge tras la Segunda Guerra Mundial, con la comercialización de nuevos materiales sintéticos y sustancias como la silicona y la píldora, y la transformación de la pornografía en cultura de masas. Este capitalismo caliente difiere radicalmente del puritano del siglo XIX: saca beneficio de nuestro carácter de politoxicómanos y masturbadores compulsivos. La pornografía se desarrolla desde su nacimiento dedicada únicamente a la producción de placer masculino heterosexual. Ahora el vídeo doméstico y la ciberpornografía producen una nueva revolución político-visual. Las mujeres heterosexuales acceden a la imagen pornográfica como consumidoras.
¿Qué es el postporno?
Es el efecto del devenir sujeto de aquellos cuerpos y subjetividades que hasta ahora sólo habían podido ser objetos abyectos de la representación pornográfica. A finales de los ‘80, en plena crisis del sida, las mujeres y las minorías se reapropian del dispositivo pornográfico y reclaman otras representaciones y otros placeres que cuestionan la mirada del gran eyaculador blanco heterosexual. El movimiento postporno nos enseña que la pornografía es una noción esencialmente política: no existe sin leyes y técnicas que definan los límites de lo públicamente visible, restrinjan su distribución y recepción, y regulen la mirada. Estas leyes y técnicas privilegian el placer masculino heterosexual y normalizan los modos de hacer sexo. El movimiento postporno propone una ampliación de la esfera pública pornográfica que permita miradas críticas y disidentes.
¿Es necesariamente LGTB?
En absoluto. Cuestiona las dicotomías tradicionales, por lo que es crítico también con la representación normativa de las sexualidades lesbianas, gays o trans. Este trabajo crítico es más intenso en el movimiento queer, debido al trabajo asociativo y de lucha política, pero afecta también a la heterosexualidad: no hay más que ver el trabajo de directoras como Erika Lust, Sandra Uve o María Llopis. Shar Rednour o Tristan Taormino enseñan a las mujeres heterosexales en sus películas a penetrar analmente a sus amantes masculinos, rompiendo una de las normas fundacionales de la heterosexualidad: la impenetrabilidad de los hombres.
¿No se queda en la élite o en las minorías?
No es elitista sino fundamente corporal y político. Se trata de un espacio de experimentación y de crítica en el que inventar nuevos imaginarios y crear representaciones que cuestionen el modo habitual de mirar y de sentir. Debemos dejar de considerar al consumidor de pornografía como si fuera un ojo siempre estúpido y acrítico. Ahora existe un masturbador informado que sabe dónde buscar representaciones alternativas a la pornografía tradicional.