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Conflictos bélicos
Magnicidio preventivo, peligro inminente en Oriente Medio
Donald Trump y Alí Jamenei tienen difícil retroceder ante lo que parece una escalada bélica que sitúa al Medio Oriente al borde una conflagración absoluta.
La persistente agitación del avispero geopolítico del Medio Oriente encuentra en el reciente asesinato del general iraní Gassem Soleimani un pico de intensidad difícilmente superable. El cortejo de cinco vehículos blindados que este 3 de enero escoltaba al general iraní, tras ser detectado por drones, fue atacado con cohetes de la fuerza aérea de Estados Unidos en las inmediaciones del aeropuerto iraquí de Bagdad: quedó completamente devastado y aniquilados todos sus ocupantes. Entre ellos figuraba asimismo el comandante de una de las milicias chiíes iraquíes y proiraníes que operan en Iraq.
Soleimani era considerado como el número 2 del régimen de la República islámica de Irán, futuro delfín político in pectore y mano derecha política y militar del Guía de la Revolución, Alí Jamenei —declarado además por éste como Mártir en vida dadas sus heridas de guerra adquiridas en combate—. Las repercusiones del asesinato cobran tanta gravedad como para violentar no solo el ámbito de la política interior y exterior de Irán y las de los Estados Unidos de América sino que también escalan, en su letal impacto, hasta el viscoso magma de la Geopolítica mundial.
Antes de indagar en los efectos de este magnicidio es preciso acudir a desentrañar sus —aún— confusas causas. Soleimani, como se sabe, regía con mano firme el contingente paramilitar islamista denominado Al Qods (Jerusalén) perteneciente a la Guardia Revolucionaria iraní, Sepah Pasdarán. Con él aseguraba tanto la presencia militar exterior de Irán en su zona de influencia, señaladamente Siria, Líbano y Palestina, como garantizaba el blindaje de la seguridad interior del país islámico mediante ese glacis de protección en el que algunos insertan también Iraq, país “iranizado” por Washinfgton tras acabar con Saddam Hussein, Afganistán y el Golfo Pérsico.
Sobre las aguas del estratégico mar interior, por donde transita una cuarta parte del petróleo que irriga Occidente, el Sepah Pasdaran cuenta con flota, aviación naval, artillería y cohetería propias y abundantes, al igual que en tierra, la Guardia Revolucionaria dispone de carros de combate y aviación específica, independientes de aquellas con las que asimismo cuenta el Ejército regular iraní.
La fuerza paramilitar mixta que regía Soleimani puede abarcar hasta unos 35.000 efectivos, no solo iraníes, sino también árabes según algunas fuentes, potencial que le otorgaba a él y al cuerpo castrense que comandaba una autonomía política evidente en la escena iraní que, con su desaparición, se verá hondamente mermada y, quizá, recobrada por el ejército regular.
El detonante de lo sucedido en las inmediaciones del aeropuerto de Bagdad parece haber sido, según la versión de Washington, la situación creada tras el hostigamiento de una base militar estadounidense en Kirkuk por parte de una milicia chií proiraní de Iraq. En el supuesto acoso, negado rotundamente por los milicianos, habría resultado muerto un contratista norteamericano. La represión de este supuesto ataque, a finales de diciembre, causó víctimas mortales y desembocó en una marcha de indignación que llevó a centenares de milicianos hasta las puertas de la Embajada de Estados Unidos en la capital iraquí, Bagdad, en la que penetraron. No obstante, fueron desalojados de la misión diplomática a base de gases lacrimógenos para mantener luego una sentada frente a la sede anteriormente ocupada.
Fuentes solventes aseguran Soleimani había consensuado tácitamente con representantes de Washington, las condiciones de la liquidación del Daesh en tierras de Siria e Iraq
Es entonces cuando un convoy en el que viajaba Soleimaní y sus adjuntos partía de Teherán, capital del vecino Irán, en dirección a la capital de Iraq. La versión estadounidense da por supuesto y prejuzga el hecho de que Soleimani acudía a Bagdad para protagonizar la revuelta. Pero todo parece indicar que, teniendo Iraq un número elevado —y desconocido— de bases militares norteamericanas, así como una densa red de espionaje y plataformas de observación por doquier, un avezado general como Soleimani, héroe de las guerra irano-iraquí, laureado como hábil táctico y diestro estratego, no se hubiera adentrado en tal territorio si no contara con garantías seguras de que no va a ser neutralizado.
Garantías como, por ejemplo, la del visto bueno de quienes conocían que se desplazaba allí precisamente para sofocar un levantamiento de fuerzas chiíes iraquíes teóricamente afectas a Irán pero cuya actitud, abiertamente hostil hacia Estados Unidos, comprometía los intereses estratégicos iraníes en el país cercano.
Este es el principal nudo interpretativo a despejar. Fuentes solventes aseguran que meses atrás, Soleimani había consensuado tácitamente con representantes de Washington, las condiciones de la liquidación del Daesh, el Estado Islámico, en tierras de Siria e Iraq. Ello le convertía en un interlocutor privilegiado, condición ésta que pudo llevarle a confiar en que podría moverse libremente por el vecino Iraq para, según su propósito, abortar un alzamiento de milicias supuestamente afectas a Irán.
La acción de estas milicias, al capturar la Embajada estadounidense, podría ser interpretada por Washington como un siniestro ritornello de lo sucedido en Teherán en 1979, con 53 rehenes norteamericanos secuestrados en la sede de la misión diplomática de Estados Unidos durante 444 onerosos días. El interés de Soleimani por sofocar la revuelta, cargada de potenciales represalias políticas y militares sobre un Irán hoy cercado ya comercialmente por un letal boicoteo internacional capitaneado por Washington —con sangrientas revueltas internas iraníes contra la precariedad— muy presumiblemente hacía concebir al general persa el peligro que el descontrol de la milicia iraquí supuestamente pro-iraní implicaba.
Entonces, ¿qué sucedió en realidad y por qué, para qué y para quién fueron los beneficios de un “magnicidio preventivo” que sitúa al Medio Oriente, en su conjunto, al borde de una conflagración generalizada que, tras poder implicar a Irán, Iraq, Siria, Turquía, Arabia Saudí, los Emiratos, más Rusia y China desde una segunda fila, podría escalar hasta un ámbito mundial, con armas nucleares de por medio?
El asesinato del laureado y carismático general iraní puede haberse tratado de una acción militar aislada de unos artilleros que, tras ser alertados por drones que no distinguen quién se mueve, ven desplazarse un importante convoy militar iraní por suelo de Iraq sin saber quién viaja dentro. Hicieron fuego y asunto listo. Construir a posteriori un relato vertebrado para camuflar un episodio fortuito con una acción bien pensada parece ser una de las argucias más singulares de la Casa Blanca y de otros centros de poder habituados a la difusión de bulos.
Puede, no obstante, tratarse un verdadero puenteo desde el complejo militar-industrial estadounidense contra las instrucciones concretas de un presidente como Donald Trump quien pese a verter profusas amenazas, no desencadena, hasta el momento, guerra bélica alguna, ya que parece preferir los acosos comerciales, económicos y financieros.
Una vez disperso el fantasma del Estado Islámico, ese complejo militar-industrial, verdadero poder fáctico estadounidense, necesita mantener vivo el foco bélico en torno a un adversario, real o ficticio, dotado de entidad suficiente como para asustar y justificar la carrera de la venta y del uso de de costosas armas.
Donald Trump se encuentra ahora muy tocado por la impugnación de su mandato presidencial y en vísperas de reelección, mandato sazonado por órdenes y contraórdenes suyas, nombramientos y destituciones que generan un desorden incesante en todo lo que concierne a la gestión política —y militar— desde la Casa Blanca.
La siniestra estela que deja el asesinato del general kermaní puede volverse contra Israel en cualquier momento
Por ello, otra hipótesis consistente para explicar lo ocurrido considera que, al borde de un impeachment, una destitución legal a manos del Congreso —aunque su ratificación por el Senado parece improbable— cabe pensar que Donald Trump pudo percibir que se veía obligado a recibir el apoyo de Israel, tan influyente sobre las élites parlamentarias republicanas y demócratas estadounidenses. Nethanyahu, primer ministro israelí, cuyo mandato también se ve hoy tocado políticamente por presunta corrupción, se veía enormemente interesado en liquidar a Soleimani puesto que el general iraní era el mentor y el vector de apoyo del Hezbollah palestino y de Hamás gazatí. Por ello, es coherente especular fundadamente que Trump pudo plegarse ante la presión de Nethanyahu para que, con su ayuda, pudiera truncar su impeachment a cambio de acceder a eliminar a Soleimani o de mirar para otro lado cuando éste general iraní era abrasado por la cohetería de la USAF.
Es sorprendente escuchar a Donald Trump o a Mike Pompeo desdecirse en un sí a la autoría del magnicidio pero no a sus efectos desestabilizadores de todo el Medio Oriente tras el asesinato ¿selectivo o fortuito? de Soleimani.
No obstante, la siniestra estela que deja el asesinato del general kermaní puede volverse contra Israel en cualquier momento y escalar hasta muy peligrosas situaciones para el Estado judío, recientemente blindado confesionalmente al modo en que, en clave islámica, lo está la República iraní. Intramuros de Irán, el régimen de los ayatollahs, que afronta problemas graves de legitimación por los efectos de la carestía, la precariedad y la percepción popular de la existencia de corrupción, ha hallado, contradictoriamente, un balón de oxígeno político con esta muerte ya que la unanimidad de su rechazo ha hecho cerrar filas a la sociedad iraní en torno al cadáver del “general mártir”. De igual modo, los recientes y extensos procesos huelguísticos registrados en Irán, cuya represión se ha saldado con varios centenares de muertes según denuncia la oposición interna, quedan desdibujados ante la conmoción acaecida.
En la esfera mundial, la Unión Europea, Rusia y China piden contención. Estos dos Estados han realizado en diciembre maniobras militares conjuntas con Irán en el Pérsico, dato de contexto a tener en cuenta. Putin, que apadrina militar y diplomáticamente al régimen de Damasco —más por su propia cultura política de apoyo a los interlocutores estatales que por afecto hacia Al Asad—, se desplazó inesperadamente a la capital siria para mostrar a su presidente que no está solo pese a la pérdida de su poderoso aliado Soleimani. Todos temen que lo sucedido provoque una escalada bélica en la cual ni Donald Trump ni Alí Jamenei pueden retroceder, pese a que a ambos no les conviene avanzar hacia el enfrentamiento directo, lo cual puede llevar a un conflicto por Estados interpuestos.
El beneficio neto inmediato de lo sucedido es, evidentemente, para Israel; pero, en el medio plazo, la confrontación que implica el sacar a Irán de su madriguera y cortar su prolongación militar en la zona perimetral de su seguridad debe llenar de pavor a miles de israelíes.
Ojalá los cohetes que, con certeza, van a surcar los cielos del Medio Oriente, no llevan las ojivas que tanto temen las gentes de bien del sufrido espacio mesoriental, cuyos pueblos afrontan una impuesta reconfiguración de sus fronteras que se propone llevarse por delante Estados como ya lo ha hecho con Libia, Iraq, Líbano, Yemen y casi el de Siria para degradarlos a Estados fallidos. Para el designio imperial ¿ha llegado la hora de desmedular un Estado como el de Irán o se trata tan solo de provocar su desgaste?