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A poco menos de veinte minutos para que empiece el partido entre el Barça y el Olympique de Lyon, un grupo de hombres se afana en dejar todo a punto. Cepillan con un rastrillo los agujeros del césped, recogen los balones del entrenamiento, revisan que la escenografía esté a punto para el acto inaugural y corren de un lado al otro de la banda con petos de asistentes haciendo todo tipo de trabajos invisibles. Ellas, de blaugrana en un lado y de blanco al otro, ocupan el centro del campo de juego. Ensayan jugadas, estiran, esprintan, sus nombres y caras aparecen en las pantallas del estadio de San Mames (Bilbao) y calientan el empeine por si tuviesen que chutar unos penaltis que esperan que no sean necesarios. No lo fueron porque el Barça ganó 2-0 en un estadio abarrotado por 53.479 aficionadas, una cifra que bate el récord de asistentes a una final de la Champions, superando los 50.212 que acudieron a Munich en 2012.
Mientras las suplentes dan los últimos toques al balón, una niña de apenas cinco años advierte a su madre de que “se van las noias [chicas, en castellano] al vestuario”. Su madre le sonríe, pero le corrige: “No digas noias, cariño, son mujeres, son futbolistas”. Ambas están sentadas en el sector 326 de San Mamés, en la fila 16. La niña lleva la camiseta de Aitana Bonmatí y su madre ha pagado quince euros por la entrada de la final, “un precio inimaginable si quienes jugasen fuesen ellos”, asegura la progenitora. Sin embargo, está conforme con el precio pagado porque es “más social y popular y, además, permite un ocio accesible”, pero le chirría “la desigualdad con respecto al masculino”.
Una afición real
En la otra parte del campo, en la grada reservada para la afición del Olympique, Eva Gómez hace la misma reflexión. Está muy emocionada “porque lo de hoy es más que un partido, es la constatación de un cambio de paradigma en el fútbol”. Ella es aficionada del Barça desde pequeña y hoy, “por fin, me siento cómoda”, afirma. No se refiere solo al fútbol, sino a todo lo que le rodea, porque es “un ambiente mucho más sano, donde se ven otro tipo de personas. El sábado en Bilbao hubo muchos niños y niñas, grupos de mujeres, familias enteras, parejas de lesbianas e, incluso, hombres que no hacían demasiado ruido”, describe. “Pudimos verificar que la idea tan extendida de que el fútbol es un deporte que solo gusta a los hombres es una gran mentira”, afirma.
“En la calle olía mucho menos a pis, en las gradas no se escuchaban consignas como maricón o hijo de puta y veías a mujeres besarse con el gol de Aitana Bonmatí y Alexia Putellas”
La activista y periodista Irantzu Varela coincide en el análisis y, sin ser ella muy aficionada al fútbol, el sábado se hizo con una entrada y pasó parte de la jornada en San Mamés, donde asegura que “pasaron cosas que no hubieran pasado en un partido del masculino”, porque “cuando sacas la masculinidad de la ecuación toda mejora”, dice. Varela se refiere a “un ambiente más tranquilo en la grada, a un menor despliegue policial en las calles de Bilbao, a una acción de denuncia por el genocidio contra Palestina o a las constantes conversaciones sobre fútbol que escuchabas a las chavalas más jóvenes”. Gómez completa: “En la calle olía mucho menos a pis, en las gradas no se escuchaban consignas como maricón o hijo de puta y veías a mujeres besarse con el gol de Aitana Bonmatí y Alexia Putellas”.
Un despliegue histórico
La mayoría de quienes ocuparon los asientos de la Catedral llegaron a Bilbao a lo largo del fin de semana. Más de veinte autobuses fletados por el club se agolparon durante todo el día en los alrededores del Euskalduna, a los que hay que sumar la cantidad de aficionadas que llegaron en autocares organizados por peñas o en transporte público. Además, más de un millón de espectadoras de media estuvieron enganchadas a TVE durante el partido. Lejos quedan los 1.200 aficionados que acudieron a la primera final europea que el equipo jugó en Budapest o los documentales que preferían emitir las cadenas de televisión antes que retransmitir un partido del equipo femenino.
Si hubo algo común entre las aficionadas del Barça fue la cantidad ingente de camisetas con el nombre de Aitana, seguidas muy de cerca por las de María León —Mapi— y las de Alexia Putellas. La de Aitana era la que llevaba puesta Olaia, una aficionada de algo más de seis años, que ha viajó a Bilbao desde San Pere de Ribes, el pueblo natal de la artífice del primer gol. A una hora escasa del partido, en la avenida Juan Antonio Zunzenegi, acompañada de varias de sus amigas, enciende extasiada dos bengalas en honor a las blaugranas. Olaia y sus amigas son de las pocas aficionadas que tienen suerte porque varias horas antes “Aitana nos ha llamado para darnos las gracias por venir a animarla”, explica con la inocencia de una niña que está creciendo con referentes en los que mirarse. Su madre cuenta que han viajado cien adultos y “todos vamos con niños y niñas, así que imagínate qué grupo más grande somos”. Tras el partido dormirán en Gasteiz porque todo “está pillado en Bilbao”.
Precisamente, a las 11.30h en Gasteiz, Erik Alemain ha cogido el bus. Lleva de camino más de 13 horas, exactamente desde el jueves porque viaja desde Mallorca. No es su primer partido, pero sí su primera final femenina. Ha comprado las entradas en reventa y le han costado cuatro veces más, pero “hay que apoyar a las chicas porque ya es hora y porque son muy buenas”. Unos asientos más adelante se oye el murmullo de un grupo de aficionadas: “Claro, las apoyamos porque son buenas”, dicen con cierto retintín. La activista y escritora Kattalin Miner explica que “a las mujeres se les pide una excelencia que no se les pide a ellos. No importa el nivel que tengan ellos porque siempre llenan los estadios; y eso es parte del machismo que soportan las futbolistas”.
“A las mujeres se les pide una excelencia que no se les pide a ellos. No importa el nivel que tengan ellos porque siempre llenan los estadios; y eso es parte del machismo que soportan las futbolistas”
Más fútbol
En ese mismo autobús también viaja Alicia Elizalde, mediapunta del Altsasu, un equipo navarro al que el domingo le ha tocado jugar contra el Tutera, así que “vemos la final y nos volvemos porque mañana jugamos nosotras”, recuerda. Elizalde, al contrario que la joven Olaia, ha crecido sin referentes y aunque hoy es el día que se conoce el once inicial del Osasuna de memoria, reconoce que hasta hace unos años “ni yo misma sabía quién era Alexia Putellas o Patricia Guijarro”. Por eso, siente este partido como “algo diferente y único” y asegura que las cosas han cambiado los últimos años. “En nuestro club antes siempre se ponía primero el horario de los partidos de los hombres y a nosotras nos tocaban los peores días. Ahora ya no es así”, ejemplifica orgullosa.
Así que Elizalde reivindica más presencia y espacio para el futbol femenino e identifica el mundial como el inicio de todo. Sin embargo, con esto tiene un sabor agridulce porque cree que se habla más de lo que han tenido que luchar las jugadoras que del fútbol que hacen. Para Elizalde el futbol femenino es “más fútbol” porque en el de ellos “hay más espectáculo y prima la fuerza y el contacto directo”, sin embargo, en los equipos femeninos “es más importante lo técnico que lo físico y se puede disfrutar más de la estrategia y la táctica futbolística”, argumenta.
“En nuestro club antes siempre se ponía primero el horario de los partidos de los hombres y a nosotras nos tocaban los peores días. Ahora ya no es así”
Volver a ocupar el espacio público
Es precisamente esa exaltación de lo físico, del espectáculo y de la masculinidad normativa que rodea al fútbol profesional masculino lo que ha mantenido a Eva Gómez y a Kattalin Miner años desconectadas de él. “La hostilidad que le rodea me resulta muy violenta”, explica Gómez y “terminé por dejar de verlo”, añade Miner. Por eso, este partido ha sido tan importante para muchas aficionadas, porque “es volver a ocupar el espacio público, recuperar un ocio que nos habían arrebatado y disfrutar sintiéndonos seguras y siendo visibles”, defiende Gómez.
Mientras ambas activistas intercambian opiniones con un café en una terraza cerca de la fan zone y hablan sobre cómo la lucha feminista ha sido el catalizador y motor de este cambio, en la mesa de al lado piden varios gin-tonic las hermanas De Carreras. Ambas han venido desde Barcelona con sus amigas y se preparan para un partido en el que “va a tocar sufrir”. Están contentas y emocionadas de ver el ambiente que se ha generado y se sienten reparadas. Las dos jugaron de jóvenes en el Barça, entre los años 1985 y 1990, Blanca de delantera e Inés de medio centro. Se ríen al recordar las veces “que nos mandaban a la cocina o nos llamaban polacas de mierda” y se acuerdan de que el autocar para los partidos lo pagaban ellas mismas y de que, a veces, se tenían que duchar sin agua caliente. “Éramos bastante malas”, asegura entre risas Blanca, pero sobre esto Kattalin Miner matiza: “Las mujeres son buenas porque han saltado a los medios y los clubes han tenido que invertir en ellas. Sin recursos y condiciones no se puede exigir el mismo nivel”.
El sábado Bilbao se tiñó de blaugrana en una jornada que fue histórica para el fútbol en general y de conquista para las mujeres, en particular. El color del Barça se instauró en las camisetas de cientos de mujeres, jóvenes y mayores, que caminaban por las calles de la ciudad portando el nombre de sus referentes futbolísticas a la espalda, agarradas de la mano y engalanadas con la bandera LGTBI, sin miedo, con orgullo y con sed de buen fútbol.
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¡Qué bien juegan al fútbol las chicas! Me he reconciliado con el fútbol y solo veo partidos femeninos. Si Aitana Bonmatí fuera hombre sería Messi.