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La escritora Angela Nagle [colaboradora de medios de izquierda como Jacobin o The Baffler] generó polémica recientemente con su artículo “La justificación de izquierda contra las fronteras abiertas”. Nagle argumenta que la tolerancia con la migración es una táctica de derechas para asegurarse mano de obra barata, móvil y desechable, una estratagema de la que dice que la izquierda ha caído víctima. Vemos argumentos similares, más cerca de casa, en comentarios de gente como Paul Mason [periodista británico —como el autor de este texto—, mientras que Nagle es irlandesa], un análisis al que se adhiere una parte significativa de la izquierda organizada, votante del líder laborista Jeremy Corbyn. Nos dicen que tenemos que ponernos serios con la inmigración; después de todo, los inmigrantes socavan los salarios y provocan tensiones culturales. De manera importante, las clases trabajadoras nativas mirarán a la extrema derecha si sus legítimas quejas no son escuchadas.
Para estos izquierdistas, todo el mundo pierde cuando se fomenta la migración —los migrantes hiperexplotados y las clases trabajadoras nativas—, todo el mundo menos la élite. Quizás, entonces, todos ganemos si se refuerzan los controles de inmigración, aunque raramente se explica cómo sucederá esto. Vale la pena insistir en este punto y preguntar qué formas de violencia en la frontera pueden estar justificadas entre estos izquierdistas.
Mientras que otros han criticado el revisionismo histórico de Nagle, su afirmación infundada de que los migrantes reducen los salarios, y su aparición notablemente cordial en Fox News [canal de televisión estadounidense, conocido por su derechismo], yo estoy menos interesado en lo que motiva las pobres y serviles intervenciones públicas de Nagle. En cambio, quiero incidir un poco más en una pregunta amplia: ¿qué aspecto tendría un régimen de fronteras ‘izquierdista’?
Como si se anticiparan a la acusación de que son nativistas —lo que aparentemente ven como ofensivo, aunque simplemente significa ‘poner a los nativos primero’, lo cual hacen—, los izquierdistas pro-fronteras normalmente explican que los controles de inmigración pueden y deberían proteger a los pobres del mundo. Para salvar a los extranjeros de la explotación, deberíamos apoyar sus luchas en sus países.
La simpatía con los extranjeros, siempre que se queden en su lugar, no es tan distinta del discurso de la ultraderecha. Jean-Marie Le Pen decía: “Amo a los magrebíes, pero su lugar está en el Magreb”
Es evidente que estos son comentarios vacíos, de usar y tirar, vacíos de cualquier significado o compromiso político. Después de todo, ¿están quienes los proponen seriamente preparados para comprometerse con un programa radical de distribución global, una reestructuración que necesariamente daría un importante bocado a la desproporcionada parte de riqueza e ingresos de la que actualmente disfrutan los países occidentales desde los que hablan?
Por supuesto, la simpatía con los extranjeros, siempre que se queden en su lugar, no es tan distinta del discurso de la ultraderecha como las Nagle de este mundo pueden desear creer. Sólo necesitamos recordar la memorable afirmación de Jean-Marie Le Pen: “Amo a los magrebíes, pero su lugar está en el Magreb” y el recordatorio de Stuart Hall de que Enoch Powell [político británico conocido por sus posiciones racistas] “adoraba India… Simplemente pensaba que ningún indio debería estar aquí”.
Pero incluso si tomamos la palabra a Nagle, y asumimos que ella cree realmente que a los pobres del mundo se les apoya mejor animándoles a quedarse ‘en casa’, claramente mientras tanto, a la espera de la paz mundial y la redistribución global, muchos seguirán moviéndose, así que la pregunta permanece: ¿qué deberíamos hacer ‘nosotros’ con ‘ellos’?
Hablando como un izquierdista, ¿qué formas de poder estatal coercitivo pueden justificarse contra estos vagabundos indisciplinados? ¿Cuál debería ser nuestra postura sobre los centros de detención, los vuelos de deportación o los muros?
¿Qué formas de poder estatal coercitivo pueden justificarse contra estos vagabundos indisciplinados, hablando como un izquierdista, por supuesto? ¿Cuál debería ser nuestra postura sobre los centros de detención, los vuelos de deportación y la proliferación global de muros fronterizos?
En un régimen de fronteras izquierdista, ¿quién ofrecería refugio a los millones de personas desplazadas por la guerra? ¿Son justos los campamentos de refugiados del tamaño de grandes ciudades en regiones de gran escasez, en Kenia, Turquía o Jordania? ¿Y por qué se debería esperar que estos países carguen con la continua ‘carga’ mientras nosotros renegamos alegremente de estas tareas en el interés de proteger nuestra propia ‘clase trabajadora indígena’?
En el contexto británico, ¿cuáles son nuestras obligaciones con la gente desplazada por las guerras en Afganistán, Iraq y Libia, en las que hemos jugado un papel crucial? Esto no es sólo respecto a aquellos que piden asilo aquí, sino respecto a nuestras obligaciones de ofrecer tránsito seguro a la gente que no puede escapar.
Frente a la migración desde las antiguas colonias, ¿cómo deberíamos responder cuando nos recuerdan que están aquí porque nosotros estuvimos allí?
¿Y cuál debería ser nuestra postura respecto a aquellos que migran de las antiguas colonias, desde Nigeria, Ghana, Jamaica o Pakistán? ¿Cómo justificamos la exclusión de esos antiguos ‘nativos’, especialmente si reconocemos que la historia del capitalismo global es la historia de su desposesión? ¿Cómo deberíamos responder cuando nos recuerdan que están aquí porque nosotros estuvimos allí?
Incluso si evitamos la cuestión de nuestra responsabilidad histórica en las desigualdades globales coloniales —como sistemáticamente hacen los exponentes del análisis de la izquierda blanca—, ¿qué hay de la dantesca realidad del cambio climático? Como anticapitalistas de izquierda, seguramente reconocemos que las crisis ecológicas no son culpa de los pobres del mundo, y entonces ¿cómo les ayudamos a quedarse en su sitio cuando los mares suban y las tormentas golpeen?
Del mismo modo, como europeos, ¿qué deberíamos hacer con la tumba masiva en la que hemos convertido el Mediterráneo? Si queremos cambiar el cálculo que hace que viajar en una barca abarrotada valga miles de dólares, entonces necesitamos estar dispuestos a aumentar las rutas para el viaje seguro. ¿O deberíamos en cambio doblar nuestros esfuerzos de reforzar las fronteras en el mar?
En Gran Bretaña, seguramente los izquierdistas deberían estar pidiendo el cierre de nuestros centros de detención, donde miles de internos trabajan por sólo una libra por hora. ¿Y entonces qué? ¿Ayudamos a estos extranjeros a regularizarse, de forma que puedan ‘competir’ con los nativos en el mercado laboral en igualdad de condiciones, o deberíamos deportarles en vuelos chárter (después de todo, los vuelos chárter emplean de dos a tres escoltas por ‘deportado’, trabajos británicos para trabajadores británicos)?
Estas preguntas pueden parecer referencias fáciles a diversos actos de violencia fronteriza, pero son preguntas que me gustaría que tuvieran respuesta. ¿Qué piensan los defensores de izquierda de los controles de inmigración sobre los centros de detención, los vuelos de deportación, las políticas restrictivas de asilo, los regímenes de visado clasistas, las restricciones sobre la migración familiar y de matrimonio, y las tecnologías biométricas de vigilancia y documentación?
Por favor decidme cómo tomaría forma vuestro mundo con fronteras, y cómo se unirán los trabajadores rodeados por murallas
Si se acusa a los defensores de la posición contra las fronteras (como yo) de no ser realistas, ciegos ante la perspectiva apocalíptica del movimiento incontrolado, entonces por favor decidme cómo tomaría forma vuestro mundo con fronteras, y cómo se unirán los trabajadores rodeados por murallas.
Nagle y la gente de este tipo respaldan una política radical en la que la lucha por mejores condiciones de trabajo afecta sólo a los nativos. Su ‘izquierdismo’ justifica inmovilizar a la gente a escala global, a pesar de la expansión inevitable de las violentas tecnologías de coerción y vigilancia estatales en las que se basa un programa así.
Nagle defiende que cuando exponemos argumentos a favor de las fronteras abiertas, acabamos haciendo coro con los capitalistas de libre mercado, y mucha de la izquierda organizada parece estar de acuerdo. Pero una política contra las fronteras —no de fronteras abiertas— es precisamente una que rechaza todas las formas de violencia en las fronteras. Este rechazo se basa en el reconocimiento de que no hay manera de restringir la movilidad de las personas en un mundo así de desigual excepto a través de formas extremas de coerción estatal. Esta negativa ofrece el punto de partida para nuestra solidaridad con los migrantes, no porque idealicemos toda forma de migración sino porque aborrecemos toda forma de frontera.
El ‘izquierdismo’ nativista, por otro lado, está tan vacío de imaginación, tan a la deriva de la lucha por la liberación colectiva, y es tan profundamente provinciano (léase racista) en su imaginada base electoral, que no ofrece nada a aquellos preocupados con hacer vivible este mundo tambaleante. Nagle y la gente de este tipo presentan las peores tendencias dentro de la izquierda: un tipo de necropolítica de las fronteras en la que a los pobres globales, a los que se debe más de lo que podemos pagar, se les deja morir en una escala inimaginable, se les dice que se queden donde están, se les hace objeto de los mayores excesos del poder del Estado si se atreven a moverse sin autorización.
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Probemos a prohibir, a las clases medias del mundo, su movilidad (en avión supersónico) hacia cualquier destino turístico donde puedan sentirse los privilegiados del mundo entre la miseria local...
¿Estallaría una revolución por la claustrofobia impuesta?
En el contexto actual suprimir las fronteras sólo beneficiaría al capital internacional y llevaría al desastre a las clases trabajadoras, evidentemente, eso, a los rentistas os da igual
"Y el que no piensa como yo es un rentista". Menudo argumento falaz y miserable, te lo dice un obrero industrial, que sabe que hay muchos factores que están llevando al desastre a las clases trabajadores, entre las cuales no están los trabajadores migrantes, no soy ningún rentista.
A mi lo que me sorprende, y le aseguro que no percibo renta alguna de nadie, es que a la lase trabajadora le preocupe más impedir la mobilidad de la clase trabajadora que el absolutamente liberadísimo flujo de capitales o el más que permitido tráfico de mercancías. Las fronteras para las cosas, divino, para las personas ya no tanto.
Mñé, non sei...Coido que co rearmamento ideolóxico da castilla eterna non estaba de mais marcar diferencia diante da xihad do estado hispánico. Non digo poñer unha alfándega pero si erguer un novo telón de grelos. Non é odio, é supervivencia.
Dices que no hace falta entrar a desmontar los argumentos pro-fronteras de la izquierda. Yo creo que hace más falta que nunca... porque mucha gente los cree honestamente, nadie se los ha desmentido nunca, y sé que no tienen base alguna, por tanto, hay que explicarle a la gente el motivo.