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Franquismo
Un artefacto cultural llamado Franco
Cuarenta y ocho años después de la muerte de Francisco Franco, el archivo de Radio Televisión Española no cuenta con ningún documental canónico sobre la figura del dictador que dirigió el país durante 39 años. La falta ha sido suplida, en gran medida, por las producciones de Dmax, Franco. La vida del Dictador en color, o en La dura verdad sobre la dictadura de Franco, de la televisión pública alemana ZDF, uno de los éxitos boca-oreja de la temporada pasada, compuesta por cinco capítulos de desigual factura y con algunos errores importantes en cuanto a la terminología usada y, subraya Matilde Eiroa, en el aspecto militar.
Profesora de la Universidad Carlos III de Madrid, Eiroa publicó el año pasado Franco, de héroe a figura cómica de la cultura contemporánea (Tirant Humanidades, 2022), un ensayo centrado en la imagen pública del dictador en el que se clasifican al menos tres “francos”: el de la dictadura, el de la transición y el del siglo XXI a través de las representaciones culturales, imágenes y “memes” sobre su figura.
La falta de un trabajo televisivo definitivo, o al menos de aproximaciones rigurosas, es una de las principales carencias que Eiroa ha detectado en su aproximación al tratamiento de esta figura, segura y lamentablemente la que mejor define el siglo XX español. “La televisión ha sido muy apocada —denuncia la profesora Eiroa—, tienen material más que suficiente y el nivel de la investigación hoy es adecuado: no se trata de ser crítico, con que sea simplemente descriptivo ya se puede dar una visión distinta de lo que se nos ha enseñado durante tanto tiempo”.
Pese a los avances en la investigación histórica y a la gran cantidad de material, que en monografías o libros de otra índole han ido completando la visión monocolor que el régimen impuso durante más de cuatro décadas, esta profesora cree que hay una omisión importante que ya no se puede achacar a la dictadura. Es un trabajo que no corresponde solamente a los historiadores, defiende, sino a otros ámbitos de la cultura, como el cine documental, el cine de ficción o la literatura, una disciplina en la que Eiroa ha encontrado cierta dejación de funciones.
Del lado de los autoproclamados vencedores son conocidas las aportaciones de Fernando Vizcaíno Casas. De lado de los vencidos, La Autobiografía del General Franco, de Manuel Vázquez Montalbán (Planeta, 1992), es una de las escasas aportaciones valiosas desde el punto de vista de la narrativa. Montalbán había escrito antes un cuento, “El jefe está que trina”, que imagina las circunstancias de la agonía del dictador en su lecho de muerte, rodeado de un bosque de aparatos y funcionarios asustados, más ante una posible resurrección que frente a la muerte. También Max Aub había aportado un relato, la pequeña venganza de los vencidos, “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco” (1959).
La nostalgia del franquismo se asocia a experiencias estéticas perdidas y deseables, como la mayor simplicidad de la vida moderna o el sabor de los melocotones en verano
Hay poca chicha en la literatura y algo más en el cine, una disciplina que dejó Espérame en el cielo (Antonio Mercero, 1988) y Madregilda (Francisco Regueiro, 1993) como visiones más imaginativas e irreverentes, y Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, 2019) como una propuesta de mirada canónica, pese a ciertos errores o visiones de la historia que Eiroa no comparte, como la que se refiere al carácter dubitativo de Franco en los prolegómenos de la Junta de Burgos en la que obtiene todos los Poderes del Estado de manos de sus compañeros de armas.
Programas de televisión como Polonia, de TV3 o algunas piezas en El Intermedio, de La Sexta, durante la exhumación del cadáver del dictador del antes llamado Valle de los Caídos, en octubre de 2019, y su traslado al cementerio de Mingorrubio, han contribuido de alguna manera a generar otras visiones posibles de Franco. Muchas desde el underground, señala Eiroa. El ejemplo que antes viene a la cabeza es el del escultor Eugenio Merino, el encargado de meter una estatua del dictador en un frigorífico de Coca-Cola.
Memoria histórica
Protesta artística Ensartan la cabeza de Franco en la estatua del Legionario en Madrid para denunciar el colonialismo
Imagen distorsionada
A lo largo del tiempo, la imagen de Franco ha sufrido una serie de mutaciones pero la fundamental se produce con el siglo XXI ya en curso y es el abandono de su figura. La exhumación de su cadáver ha contribuido a hacer desaparecer a Franco de la actualidad, aunque sus principios ideológicos permanezcan, subraya Eiroa. “Hoy día, incluso el partido en mayor medida heredero del franquismo en términos sociológicos como puede ser Vox, evita mencionarla en sus redes sociales”. Esta profesora, que participa también en un capítulo del libro Vox frente a la historia, publicado este año por Akal y editado por Javier Casquete, incide en que el partido de Abascal tiene interiorizado un “discurso de la unidad, la familia, el orden, la patria la bandera, etc. que es similar al del franquismo”, de forma que no es necesario exteriorizar esa herencia. A cambio, reivindican y ensalzan figuras que en el imaginario del propio franquismo fueron positivas, los calificados como “descubridores” y “conquistadores” de América, los reyes católicos, etc. La excepción a esa regla general, señala esta profesora, es el uso de Franco para criticar la obsesión de la izquierda con Franco.
Descartada, o casi, de la pelea política partidista, la imagen de Franco en el siglo XXI aparece en memes y chistes. En varias direcciones pero habitualmente, desde el punto de vista de la derecha, para minusvalorar la democracia y la presunta deriva que ha tomado España —contra el independentismo y la libertad sexual, por ejemplo— y, en el caso de la izquierda, para reflejar la continuidad de ciertos elementos del sistema, especialmente la jefatura del Estado.
Persisten, eso sí, ciertos mitos derivados del principal problema que esta profesora ha detectado: la falta de decisión por parte de los poderes públicos para divulgar y dar a conocer una historia que se salga de los lugares comunes generados por parte del régimen. Son mitos como “que Franco nos libró de la II Guerra Mundial, que inventó la Seguridad Social… Otro muy común es que en tiempos de Franco no había delitos comunes o no había desempleo”. Además del mito fundacional, que funciona para Franco y para justificar la Guerra Civil, que es que “en España se iba a implantar un sistema comunista” durante la II República. Es una tendencia “muy ruidosa”, señala en el libro, que intenta demostrar la superioridad de sus méritos, aprovechando una ola nostálgica a través de una mezcla ahistórica de épocas.
Muchos de estos mitos han partido de las plumas revisionistas, entre las que la más conocida es la del escritor Pío Moa, que, a comienzos de siglo, inició una nueva labor de zapa contra el conocimiento histórico; un nuevo empeño que sucede al de los historiadores franquistas pata negra —tipo Ricardo de la Cierva— y moderniza de alguna manera el repertorio de las manipulaciones históricas.
Eiroa subraya el papel que juegan al buscar una vía “simple”, en el sentido de poco compleja, para presentar la historia, lo que a menudo lleva aparejado un enorme éxito editorial. “Esta corriente —escribe— niega u omite los crímenes del franquismo (...) la voluntad expresa del uso de la violencia para sembrar el terror y limpiar la sociedad de gente de izquierdas, la naturaleza totalitaria del régimen, su alianza con la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, sus vínculos con el holocausto nazi y la corruptela el enriquecimiento, y otras cuestiones que no dejan bien parado a quien fue Caudillo de España”.
La imagen de Franco y la nostalgia del franquismo, de esa forma, se plantean como asociadas a experiencias estéticas perdidas y deseables, como la mayor simplicidad de la vida moderna o el sabor de los melocotones en verano. Parte de esa visión edulcorada fue ya proporcionada por el propio franquismo, que a partir de los años 60 comienza a construir la imagen del entrañable anciano que vuelve a su casa —el Pazo de Meirás en Galicia— para pasar las vacaciones. Esas memorias de unos supuestos viejos tiempos de paz fueron el leitmotiv de un texto de memorias familiares de Francisco Franco Martínez Bordiú en el que se presenta un retrato íntimo, que pretende ser el del “abuelo de los españoles” con que el régimen quiso cambiar la imagen anterior de “salvador de la patria”.
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Obras como las biografía de Franco elaborada por Paul Preston, o la reciente ampliación de uno de sus spin-off El Gran Manipulador (Debate, 2022), Sobornos, de Ángel Viñas (Crítica, 2016) o La Iglesia de Franco, de Julián Casanova (Crítica, 2022) han contribuido a acumular el nivel de conocimiento que tenemos, 84 años después del golpe de Estado que dio lugar a la Guerra Civil, de uno de sus responsables y de su principal beneficiado. “Es inevitable”, dice Eiroa, cierta sensación de batiburrillo en la visión actual que hoy se tiene de Franco. A esas obras valiosas se unen los panfletos revisionistas y un currículo escolar que hasta ahora ha sido apocado a la hora de abordar el pasado reciente.
“Nos falta conocer muchas cosas, tanto de cómo fue su llegada al poder, detalles relacionados también con cómo salió de Canarias para para ir al norte de África dar el golpe”, explica esta historiadora. Hay muchos archivos, abunda Eiroa, pero faltan presupuesto e investigadores que se pongan a la tarea de leer muchos de estos documentos. Otros elementos de juicio permanecen cerrados a cal y canto por la Ley (franquista) de Secretos Oficiales de 1968, que puede afectar a aspectos como el aprovechamiento de multinacionales de hoy de las condiciones de la dictadura o a relaciones exteriores. “En realidad de lo que nos está hablando la situación actual es del sistema que impone, de todos aquellos que se beneficiaron de sus políticas, porque yo creo que el éxito de Franco no es que ganara la guerra, es que murió en la cama. Franco creó una enorme red social que se beneficiaba, que tenía privilegios de todo tipo y que fue la que propició que él muriera en la cama”.