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Francia
Mélenchon, el “candidato de la paz”, se acerca a la segunda vuelta de las presidenciales francesas
Un posible epílogo en el final de ciclo del populismo de izquierdas en Europa. El candidato de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, cuenta con opciones para clasificarse para la segunda vuelta de las presidenciales francesas. El lunes empezó la campaña oficial de los comicios del 10 —primera vuelta— y 24 de abril —segunda vuelta—. Actualmente, los sondeos ubican en la tercera posición al aspirante ecosocialista —15-14%—, al acecho de la ultraderechista Marine Le Pen —19-16%—, aunque ambos lejos del presidente Emmanuel Macron —28-27%—.
Tras años de lamentos por la división y el declive de la gauche, no resulta descabellado un final electoral entre Macron y Mélenchon. Una hipótesis esperanzadora para la izquierda transformadora. No solo obligaría a todos los plumillas —incluido un servidor— a quemar sus sesudos artículos sobre la derechización de Francia, sino que también representaría el retorno de un candidato progresista en la segunda vuelta por primera vez desde 2012. A diferencia de hace diez años, con el duelo entre el conservador Nicolas Sarkozy y el socioliberal François Hollande, esta vez la derecha se confrontaría a un partidario de una ambiciosa planificación ecológica, de bajar la edad de jubilación a los 60 años o establecer una semana laboral de 32 horas.
Mélenchon, de 70 años, hizo el pasado domingo una demostración de fuerza con un mitin en Marsella, en el sudeste francés. Tras haber reunido a unas 100.000 personas el 20 de marzo en París, más de 35.000, según los organizadores, asistieron a la playa del Prado al acto electoral en la segunda ciudad de Francia. Más allá de las típicas guerras de cifras, el líder insumiso se ha consagrado como el presidenciable que organiza los actos públicos más multitudinarios —solo imitado por el polemista ultra Éric Zemmour — en esta descafeinada campaña presidencial, eclipsada mediáticamente por la guerra en Ucrania.
Resiste a las acusaciones de simpatizar con Putin
“Quiero dedicar nuestra concentración a la lucha por un alto el fuego en Ucrania y por acabar con la invasión rusa”, aseguró Mélenchon en el inicio de su discurso en la ciudad foceana. Tras el estallido de la guerra en Ucrania, sectores de la izquierda moderada creían que esta supondría un obstáculo difícil de superar para el veterano Mélenchon. El exministro socialista en el gobierno de Lionel Jospin (1997-2002) se presenta a sus terceras presidenciales tras lograr el 12% de los sufragios en 2012 y el 19% en 2017. Aunque muchos consideraban su figura desgastada y su programa demasiado radical, ha resistido como el único aspirante de izquierdas con opciones de llegar a la segunda vuelta.
Debido a su posición altermundialista, el insumiso había advertido en los últimos años sobre los riesgos de la expansión de la OTAN hacia el este de Europa. La costumbre occidental de poner el dedo en el ojo del oso ruso desembocó en la invasión del territorio ucraniano. Después de la brutal decisión de Vladimir Putin, la socialista Anne Hidalgo y el verde Yannick Jadot multiplicaron sus reproches contra Mélenchon sobre su supuesta condescendencia respecto al presidente ruso. Como también ha sucedido en España, el estallido de la guerra ha suscitado un cierto macartismo, alimentado desde la derecha hasta el centro-izquierda, contra el altermundialismo, acusándolo de unos vínculos con Putin parecidos a los de la ultraderecha, a pesar de encontrarse a las antípodas ideológicas del jefe del Kremlin.
Apostó por presentarse como el “candidato de la paz”, favorable a las sanciones económicas a los oligarcas, pero contrario a un envío de armas que favorezca una escalada
No obstante, Mélenchon supo adaptarse con cierta habilidad táctica ante este nuevo escenario. No solo condenó desde el minuto uno la agresión rusa, sino que también recuperó dos conceptos clásicos del altermundialismo francés: el pacifismo y la independencia diplomática. Apostó por presentarse como el “candidato de la paz”, favorable a las sanciones económicas a los oligarcas, pero contrario a un envío de armas que favorezca una escalada. En su intervención en Marsella, insistió en la necesidad de enviar cascos azules, “bajo mandato de la ONU, para proteger las centrales nucleares ucranianas”, una de sus propuestas predilectas en las últimas semanas.
“Sin duda, la guerra no resulta una ventaja para él, ya que tiene la imagen de ser un dirigente pro-Putin”, reconoce Paul, 28 años, un simpatizante ecologista y empleado en el sector de las energías renovables que acudió al último mitin. “No es cierto que defienda a Putin, pero tampoco apoya la actual escalada de discursos belicistas”, afirma, por su lado, Bruno Morit, 63 años, quien asistió al acto con una bandera arcoíris con el símbolo de la paz. “Creo que la mayoría de franceses se identifican en su posición”, añade con una visión excesivamente optimista. “Macron es mucho más cercano a una dictadura como la de Arabia Saudí y nadie dice nada”, recuerda Sophie, 26 años, que trabaja para el Ministerio de Justicia.
Un referéndum social contra Macron y Le Pen
Aunque la guerra en Ucrania no resulta el marco ideal para Mélenchon, ha comportado una ventaja: la desaparición del radar mediático de los obsesivos debates sobre la inmigración y el islam. El principal perjudicado por el conflicto ha sido Zemmour, ya que desde hace un mes su veneno islamófobo dejó de impregnar en las ondas. En cambio, con las consecuencias económicas de la guerra, ganaron en relevancia las medidas sociales para hacer frente a la inflación y la crisis energética; por ejemplo, la propuesta insumisa de bajar y bloquear los precios de la electricidad, gasolina y otros productos básicos. En este terreno social el insumiso pretende hacerse fuerte. Y quiere convertir los comicios en un referéndum contra el neoliberalismo de Macron y Le Pen.
Con las consecuencias económicas de la guerra, ganaron en relevancia las medidas sociales para hacer frente a la inflación y la crisis energética, como la propuesta de bajar y bloquear los precios de la electricidad, gasolina y otros productos básicos
“Macron es el programa económico de Le Pen con el añadido del menosprecio de clase, mientras que Le Pen es el programa de Macron con el añadido del menosprecio de raza”, criticó Mélenchon en su discurso en la ciudad sureña. Según el candidato populista de izquierdas, ambos coinciden en su voluntad de alargar la edad de jubilación, mantener congelado el salario mínimo, su falta de ambición para bloquear los precios energéticos y su apuesta por disminuir los impuestos a las empresas o construir nuevas centrales nucleares.
Para seducir al electorado conservador, la líder del partido de extrema derecha Reagrupación Nacional moderó de manera significativa sus promesas en materia económica. Pero a base de banalizarse, Le Pen se ha vuelto más insípida. Corre el riesgo de volverse invisible y alejarse de una parte de los votantes “antisistema”. “Desde 2017, casi todos los sondeos dieron a la RN unas intenciones de voto superiores a su resultado final”, advierte Jean-Yves Dormagen, director del instituto de sondeos Cluster 17, sobre la posibilidad de que la aspirante ultra logre menos votos de lo pronosticado.
Como ya hizo en el multitudinario mitin en París, Mélenchon centró buena parte de su discurso en criticar el programa de Macron, presentado el 17 de marzo y con una orientación más conservadora que el de 2017. El dirigente centrista quiere alargar la edad mínima de jubilación hasta los 65 años —tras haber cotizado 43— y obligar a ejercer una actividad laboral o formativa, de entre 15 o 20 horas, a todos aquellos que reciban el RSA —de 565 euros mensuales—, el equivalente galo del Ingreso Mínimo Vital. También propuso una reforma neoliberal del sistema educativo en aras de dar una mayor autonomía a las escuelas e institutos en la contratación de profesores y favorecer la competencia.
Un camino lleno de obstáculos hasta la segunda vuelta
“Señor Macron, es demasiado, el buen pueblo puede aceptar muchas cosas, ¡pero no toquéis a nuestros niños!”, clamó Mélenchon, acusando al presidente de “transformar la educación pública en un caos”. Ante un dirigente centrista claramente anclado en la derecha, el candidato ecosocialista aspira a seducir a los votantes de otros partidos de izquierdas a través del clásico argumento del “voto útil”. “Si queréis hacer un cordón sanitario a la extrema derecha, tengo una propuesta para vosotros: haced este cordón sanitario desde la primera vuelta votando por mí”, afirmó en la playa del Prado. Como ya había pronosticado en enero en El Salto el politólogo Manuel Cervera-Marzal, este efecto de “voto útil” está funcionando y así lo reflejan los sondeos.
A pesar de ello, el camino hacia la segunda vuelta parece empinado. “Al menos se confrontará a cuatro obstáculos”, apunta el analista Fabien Escalona, periodista en el digital Mediapart. “El primero de ellos es su imagen personal mucho más desgastada que en 2017”, explica este experto en socialdemocracia. El segundo, la división de la izquierda, acentuada en estos comicios debido a la voluntad del histórico Partido Comunista de presentar su propia candidatura. El tercero, la posición de Mélenchon sobre Putin, “que lo aleja de una parte de los votantes del centro-izquierda”. Y el cuarto, un “posible efecto de voto útil en la ultraderecha” a favor de Le Pen a medida que Zemmour queda relegado en los sondeos.
Tampoco le beneficia la ausencia de debates televisivos, anulados tras la negativa de Macron de participar en ellos antes de la primera vuelta. “Teniendo en cuenta su reputación de brillante orador, es un lastre para el insumiso que no haya este tipo de programas”, apunta Dormagen. Otro obstáculo mayor puede ser la abstención, probablemente muy elevada en medio de una campaña descafeinada.
El riesgo de la abstención
Los estudios de opinión apuntan a una participación de entre el 63% y el 71%. Es decir, serían las presidenciales con el porcentaje de votantes más bajo en la historia de la Quinta República. “Aquellas categorías de la población que parecen menos movilizadas son los jóvenes y el electorado de izquierdas, justo aquellas más propicias a votar por Mélenchon”, advierte Escalona. De hecho, su clasificación para la segunda vuelta puede depender de una movilización popular en este final de la campaña.
Si Mélenchon llega a la segunda vuelta, en lugar de sobre inseguridad o inmigración, se debatiría sobre los derechos de sucesión —el insumiso quiere establecer un límite a la exención e impuestos situado en los 12 millones de euros— o la planificación ecológica
Si se confirmara esta hipótesis nada descabellada, una victoria de Mélenchon contra Macron en la segunda vuelta resultaría casi imposible. Sería un sueño de una noche de primavera. Pero simplemente su presencia en la segunda vuelta supondría un punto de inflexión para la izquierda en Francia y en el resto de Europa. No solo comportaría un batacazo para la ultraderecha, sino que cambiaría los temas de debate. En lugar de la inseguridad o la inmigración, se debatiría sobre los derechos de sucesión —el insumiso quiere establecer un límite a la exención e impuestos situado en los 12 millones de euros— o la planificación ecológica.
También daría un rol preponderante a una izquierda transformadora y popular en la reconstrucción del progresismo en Francia. De hecho, empujaría a los verdes y sectores del Partido Socialista a ser menos reticentes a pactar con los insumisos. Sin duda, supondría un capítulo inesperado en el final de ciclo de los indignados.
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