We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Fotografía
Entre el recuerdo y el olvido
Un encuentro con la última generación de mujeres que los custodian, con la memoria conservada en sus fotografías. Una búsqueda en el destello de sus recuerdos, en las fisuras que provocan. Un trasvase de lo privado a lo público y de lo individual a lo colectivo. Una línea de defensa entre el patrimonio y el olvido. Un álbum desplegado.
En 2016 aterricé en el barrio de San Francisco tras el desahucio de todo el vecindario de un edificio en la calle Somera, en el Casco Viejo de Bilbao, en el que había vivido durante 17 años. Un acto especulativo sin corazón que parecía querer borrar de un golpe, impunemente, las historias de vida de tres generaciones.
Pasé muchas horas escuchando a mi querida vecina Puri, una de las primeras telefonistas de Bilbao, contar las fotografías del álbum que atesoraba como único legado de su familia. Aún ahora, cuando lo abro tras su muerte, puedo escuchar su voz contándomelo. Me gusta pensar que fue ella quien conectó con sus cables rojos a todas las mujeres que vinieron después.
Fotografía
Fotografía Ellas se revelan
Partiendo de la historia de ese edificio, y como forma de dignificar las vidas de sus inquilinas en ese proceso de desarraigo, realizo mi primer proyecto documental, La escalera 17, un tributo en el que comprendo el potencial de las fotografías domésticas y los relatos de vida como forma de resistencia ante el olvido.
En mi traslado al otro lado de la ría, conozco a la antropóloga Savina Lafita, y es a través de una fotografía de la escalera donde nos reconocemos en un interés común por los álbumes domésticos y las mujeres. A partir de ese encuentro decidimos unirnos y comenzamos una aventura, de rumbo libre, que empezó siendo “lo nuestro” y finalmente acabó siendo Ellas. Y aunque actualmente continúo en solitario, esa primera etapa de diálogo entre nuestras disciplinas fue clave para construir los cimientos del proyecto.
En la antigua lonja de Artículos de Higiene, en la calle Cortes, la Higiene, como la llamaban hace 100 años y la siguen llamando ellas, después de dos años de investigación y encuentros con las mujeres en sus casas, programamos dos semanas de puertas abiertas. Y ahí salen, por primera vez, más allá de sus fronteras naturales y se exponen ante una mirada nueva. Un contenedor de memorias y fotografías, un lugar de encuentro y reflexión, de laboratorio y exposición. Un nuevo álbum colectivo que revierte la mirada rígida, un lugar abierto a recoger y a generar.
Una conversación remite a otra, una historia contiene otras nuevas, una fotografía nos habla de un suceso inédito, un álbum nos abre sus páginas a años pasados y en casa de una aparecen fotos de otras. Mujeres desconocidas, conocidas; mujeres vivas y muy vivas; mujeres que ya no están o antiguas niñas que habrán envejecido, quizás, en otro lugar. Ellas proviene de una suerte de hallazgos, conexiones y encuentros que entrelazan a todas estas mujeres en un mismo atlas de la memoria.
Ellas entrelaza a todas estas mujeres en un mismo atlas de la memoria
Kontxa, la primera de Ellas y la primera en irse de su barrio. Miki, la única camarera de la calle Cortes. Vitori, que se casó el mismo día que su hermana. Rosana, hija de un camarero de la Palanca y una modista de la calle Aretxaga. Inna, la Giralda, la más alta del barrio, cantante de varietés a la que pagaban solo por besarla. Trini, y sus fotos preciadas de Guinea, que saluda todos los días a su madre al despertar. Sagrario, mujer gitana, hija de Angustias, de familia anarquista y a la que acogieron las prostitutas cuando su madre enfermó. Ángela, la economista de Artículos de Higiene. Nikole, que corrió del local de enfrente gritando “Yo quiero que mi culo esté ahí entre todas ellas”. Isabel, y su álbum lleno de misterios. Sor Gloria, y su teclado, que puede ver el barrio desde las alturas. Flor, una niña de la guerra, y su canción en francés. Merche, que daba 700 bocadillos al día en su tienda de caramelos de la plaza. Bego, la que nos contó que se puede tener un amado durante más de 40 años y hasta la muerte...
Las Desechadas, que nunca aparecerán en un álbum familiar y ponen su cuerpo al frente. Juli, que abrió con 14 años su bar Julene en San Francisco, cinco céntimos más caro que el resto, de formica blanca, entero. Paqui, cordobesa, que trabajaba para los curas y vive en el piso más alto de su edificio. Michele, la que no tiene álbum familiar porque llegó en patera. La Nana y la Muñeca, y sus bailes de tablao. Sara, que se untaba colonia en la boca para besar después de fumar y, cuando murió su marido, se casó con su cuñado. Nadia, y sus historias de tetería lejos de Argelia. Bego, la nieta de Kika la barquillera, que murió con 107 años, tantos como peldaños tenía su casa en la calle Cantarranas...
Hay una diferencia entre el derecho a la desmemoria, porque no se quiere recordar, por vergüenza, porque duele, y el olvido impuesto, por el valor desigual de los recuerdos, que deja la riqueza vital en la ignorancia, mantiene los tabús y refuerza las imágenes estereotipadas de las mujeres. Porque, si se heredan las historias, también se heredan los silencios. La soledad, el amor a otra, los cuerpos disidentes, el sexo, la pobreza, el hábito vestido, la clausura y el viva la virgen, la raza gitana, la enfermedad, el abuso, el color de la piel… Son algunos de los silencios de los Barrios Altos en contra de lo que la propia vida proclama.
Sus retratos íntimos y sus voces interrogan a quienes pasan a su ladoMotivada por el deseo de dar un paso más en el compromiso de trasladar las fotografías y relatos al espacio público, y con el interés también de seguir ampliando el proyecto a otras ciudades y otros pueblos, en 2020 pongo en marcha una propuesta, apoyada desde Luzatu Gau Irekia, para instalar las fotografías en persianas en desuso del barrio. Después de meses de nuevos encuentros y conexiones entre sus relatos, las guardianas de la memoria no escrita custodian ahora las calles del barrio. Sus retratos íntimos y sus voces interrogan a quienes pasan a su lado, abriendo puertas que despliegan memorias y subvierten el imaginario estereotipado de lo íntimo que necesita ser colectivo, de lo privado que urge ser público.
En este momento, en el que las vidas y las voces parecen más aisladas y también más necesarias, en un barrio amenazado con la desmemoria y al borde de la especulación, un barrio histórico de acogida, de vidas diversas, de resistencia, es vital hacer visible aquello que no existe en la memoria común, ponerlo en valor, arrojarlo a las calles y dinamitar los clichés ordenados por otros.
Sus fotografías y recuerdos, en blanco unos, a viva voz arrojados otros, se despliegan por el barrio. Ahora, en la ciudad vacía, parcelada en horarios y cerradas las puertas, pasear el barrio mientras Ellas nos miran es vida cercana. Y los ecos de sus historias nos recuerdan que en otros tiempos la vida también transcurría con sus propios desafíos. Que hablen ellas, las protagonistas de sus propias vidas.