We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
El 12 de octubre fue un día clave en la vida y la muerte de Miguel de Unamuno, que se precipitaría en la recta final de aquel fatídico 1936 en que la historia de España daría un giro autoritario de consecuencias por entonces impredecibles. Mucho se ha discutido sobre la posición de don Miguel ante la guerra, sobre su equidistancia inicial entre los hunos y los hotros, seguramente condicionada por encontrarse en una Salamanca capital de los sublevados y residencia del líder de los facciosos, Francisco Franco. Unamuno, que había vivido el destierro en Fuerteventura y el exilio en París y Hendaya. Unamuno, que había sido el encargado de proclamar la República en su Salamanca de adopción. Unamuno, que detestaba el fascismo y al que negaron el Nobel de Literatura por presión de las autoridades nazis. Unamuno, descontento con la República y los excesos que durante ella se toleraron. Unamuno, siempre crítico, siempre irreverente y fiel a sus ideales. Unamuno, que empezó a morir encerrado tras el encontronazo con Millán-Astray el Día de la Raza, terminó falleciendo el último día del mismo año en extrañas circunstancias.
Frente a Millan-Astray
Como narra en su película documental Palabras para un fin del mundo el cineasta Manuel Menchón, tras el discurso el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno quedó recluido de facto en su casa, con orden de disparar si trataba de huir. La represión que había sufrido por su obra y posición política, ahora la sufriría encerrado, arrestado, rodeado de los suyos, en su hogar. El 13 de octubre, el Jefe Provincial de Falange, tras las palabras de don Miguel, escribe a la familia Unamuno un telegrama urgente. “Me he enterado de un grave incidente con ocasión del acto del paraninfo. Tu padre dijo unas cosas que suscitaron protestas crudas y violentas de los asistentes con Millán-Astray a la cabeza. Sería doloroso que a tu padre pudiera sucederle algún incidente desagradable”.
Pero el 12 de octubre no paraba de colear en ese otoño. A Unamuno no solo se le avisa de la posible muerte que le acecha por sus palabras ante los falangistas durante el Día de la Raza, sino que sin previo aviso también se le arrebata el título de alcalde vitalicio. El 14 de octubre la Universidad de Salamanca le retira su apoyo como Rector a iniciativa del catedrático y exrector José María Ramos y Loscertales. Es el mismo Loscertales quien firmará, un par de semanas después de dar tierra a don Miguel tras su muerte, la historia considerada oficial sobre el final del intelectual vasco. Su fallecimiento en extrañas circunstancias solo fue presenciado por Bartolomé Aragón, quien la misma noche daría sus explicaciones a Loscertales para su escrito. Aragón era Jefe de Prensa y Propaganda de Falange en Huelva, organizador de quemas de libros donde habían ardido algunos títulos de Unamuno, como La agonía del cristianismo o El Sentimiento trágico de la vida, y director del periódico Falange, que manipulaba continuamente las palabras de don Miguel para hacerlo parecer adepto a su causa macabra.
“Tu padre dijo unas cosas que suscitaron protestas crudas y violentas de los asistentes con Millán-Astray a la cabeza. Sería doloroso que a tu padre pudiera sucederle algún incidente desagradable”, telegrafío el Jefe Provincial de Falange a la familia Unamuno
En el encontronazo del paraninfo en el Día de la Raza, acto contra el que se había recientemente posicionado, el anfiteatro había pedido la cabeza de Unamuno tras su intervención: que si vencer, que si convencer, que si imperialismo o guerra internacional. Más allá de la literalidad de sus palabras, que largo y extenso contenido audiovisual y mito han prefigurado, en una carta garabateada por el propio don Miguel se puede leer abajo a la izquierda “Rizal”, que luego fue borrada y reproducida en amplios volúmenes que han recibido el apellido de “prestigiosos”. Sobre José Rizal —héroe para los filipinos— se documenta que Unamuno dijo lo siguiente ese fatídico 12 de octubre: “Para mí es tan español como nosotros el filipino Rizal, que se despidió del mundo en español”. Delante de los suyos, jaleado, el fundador de la Legión, Millán-Astray, había amenazado de muerte a Unamuno por aquellas palabras. Allí, en presencia de Carmen Polo, había dicho: “Los catalanistas morirán. Y ciertos profesores, los que pretendan enseñar teorías averiadas, morirán también”.
Unamuno sentía auténtica devoción por Rizal. Lo admiraba personal e intelectualmente y había escrito el epílogo de su biografía, tras haber coincidido con él en la Universidad Complutense de Madrid, afirmando que “Rizal fue siempre un soñador, un idealista”. Esa devoción por el líder independentista filipino atacaba también a la hispanidad colonial del propio Millan-Astray, además de suponer una traición a la patria de Franco. Y la traición conllevaba pena capital. Rizal fue ejecutado acusado de asociación ilícita, por sedicioso, por revolucionario.
La historia de aquel acto de otoño la conocemos gracias a los apuntes que tomó el Catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Salamanca Ignacio Serrano, presente en el anfiteatro. Además de recoger la literalidad de lo que escuchaba, anotaba sus impresiones: “Millán Astray estuvo bien, pero fue más lejos de lo debido en cuanto afirmó que ciertos profesores morirán. Estas afirmaciones, viniendo de quien vienen y dichas delante de un público juvenil excitado a seguir ese camino, pueden ser peligrosas”.
Amenaza de muerte
La muerte en vida que le deparará a don Miguel a partir de ese último Día de la Raza le provocará al intelectual un dolor inmenso, recluido en su hogar, asediado, amenazado. Solo se sabrá de él por sus cartas, donde ya empezaba a asumir su final. El propio Menchón afirma que “Unamuno, sin duda, fue consciente de los riesgos que corría. Conocía cómo habían acabado amigos y conocidos suyos, tanto en Salamanca como en otros sitios. Sabía, por ejemplo, lo que le había pasado a Lorca, una muerte que él lamentó profundamente. Así que esperaba que cualquier día los sublevados lo fusilaran. Si no lo hicieron fue porque no les convenía desde el punto de vista propagandístico, ya que estaban muy contrariados con la repercusión internacional del asesinato del poeta granadino”. “Hay que tener en cuenta —continúa Menchón— que estamos hablando del escritor e intelectual más importante de su tiempo y del más conocido y respetado fuera de España, un autor que siempre ha suscitado controversias y levantado pasiones”. La noticia del linchamiento, encarcelamiento o, qué decir, del asesinato de Unamuno podría haber removido los frágiles equilibrios de la geopolítica mundial de la época.
“Unamuno esperaba que cualquier día lo fusilaran. Si no lo hicieron fue porque no les convenía desde el punto de vista propagandístico”, explica Manuel Menchón, cineasta y ensayista
Pero don Miguel estaba en lo cierto, ya que Millán-Astray no detuvo su amenaza en ese 12 de octubre. Apenas seis días después, el legionario manco y tuerto —y ahora herido en su orgullo—, en su siguiente aparición pública, que se producía ante los requetés, continuaba con la amenaza: “¡Ay de aquellos intelectuales que marchen por las sendas tenebrosas! Y los que empleen los caminos sutiles, los disfraces, los juegos de palabras desde los que se lanzan flechas ponzoñosas y se esconde el pecho. ¡Esos serán fulminados!”.
Memoria histórica
Manuel Menchón “La muerte de Unamuno es un relato de Prensa y Propaganda de Falange para ocultar lo que pasó”
Pero, ¿por qué Millán-Astray se había sentido especialmente ofendido por las palabras de Miguel de Unamuno? Por el recuerdo a José Rizal. Un joven militar aún con sus dos ojos y sus dos brazos, había zarpado a combatir a Filipinas por la llamada guerra de independencia que planteaba la entonces colonia. José Rizal era un héroe para la insurrección. Detenido Rizal por los españoles, iba a ser trasladado a Manila para ser sometido a un consejo de guerra en el mismo barco en el que navegaba el propio Millán-Astray con 17 años. Se cuenta que volvió de la guerra dolido, psicológicamente debilitado y con la patria entre las piernas. El ejército español había perdido su colonia.
Esa es la respuesta que dan Luis Jambrina y Manuel Menchón en su libro La doble muerte de Unamuno (Capitán Swing, 2021). Desde el acto del paraninfo “Unamuno dejó de ser un aliado forzoso para convertirse en un apestado y, sobre todo, en un peligro potencial, dada su gran relevancia como escritor e intelectual”, cuentan los investigadores. Al fin y al cabo, se consideraba que Rizal había luchado “ferozmente contra España”. José María Pemán apuntó otra opinión, como documentan los mismos autores: “Millán se creyó obligado a reaccionar en la forma que lo hizo a lo que consideró una provocación del ilustre catedrático”.
Libre hasta el final
“No se puede entender la muerte de Unamuno sin hacer referencia al famoso incidente del 12 de octubre en el paraninfo de la Universidad de Salamanca”, afirma el profesor Jambrina: “Los dos acontecimientos van íntimamente ligados”. “Unamuno se había convertido en un problema, en una bomba de relojería que en cualquier momento podía estallar. De ahí que él estuviera convencido de que lo iban a asesinar en su propia casa”, concluye. Varias cartas y escritos de los días y semanas previos a su muerte corroboran esta posibilidad. “Son comentarios estremecedores”, opina el propio Jambrina. Tómese de ejemplo la carta escrita por don Miguel al director de ABC de Sevilla el 11 de diciembre de 1936, veinte días antes de su fallecimiento: “Le escribo esta carta desde mi casa donde estoy desde hace días encarcelado disfrazadamente. Me retienen en rehén no sé de qué ni para qué. Pero si me han de asesinar, como a otros, será aquí en mi casa”.
Paradojas en tiempos de guerra, aunque Unamuno había sido sumado propagandísticamente al apoyo de los golpistas, el vasco no había comulgado nunca con estos. Mediaba por sus amigos perseguidos por Franco. Era un intelectual respetado, lo sabía. Intentaba evitar la cárcel de sus conocidos y vecinos. De hecho, la carta donde escribió los apuntes de su discurso del Día de la Raza se la había dado la mujer del cura protestante Atilano Coco —asesinado después por las fuerzas franquistas— para impedir ese final. Coco, por cierto, fue represaliado hasta el día 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción, para humillarle literalmente hasta el momento de su muerte. No obstante, al ser un intelectual que no bajaba el mentón, Unamuno fue considerado un verso suelto. Para Millán Astray, Unamuno era “una especie de bestia negra a la que había que vencer de una vez por todas, ya que no se quería someter”, según escriben Jambrina y Menchón.
Luis Jambrina: “Unamuno se había convertido en un problema, en una bomba de relojería que en cualquier momento podía estallar. De ahí que él estuviera convencido de que lo iban a asesinar en su propia casa”
Como tratamos de narrar de la forma más realista que la distancia y las hipótesis por demostrar permiten, el relato de la muerte de Unamuno está lleno de contradicciones y manipulaciones, en lo que parece una operación de propaganda. Menchón ha dedicado años de trabajo a esclarecer lo sucedido, afirmando que “el falso relato de la repentina muerte bucólica y la zapatilla ardiendo, a fuerza de repetirlo, se acabó convirtiendo con el tiempo en una verdad que luego nadie intentó cuestionar, con una excepción, la investigadora y autora de la primera biografía de Miguel de Unamuno, Margaret Rudd”.
La norteamericana publicó su libro El hereje solitario en EE.UU en 1963, editado por la Universidad de Texas, y sorprendentemente no aparece referenciada en la mayoría de bibliografías sobre Unamuno. Se espera que la anunciada traducción de su obra por la Universidad de Salamanca pueda resolver esta grave omisión, ya que “Rudd intentó reconstruir el suceso del fallecimiento de Unamuno a través de entrevistas al entorno más cercano del escritor; sus hijos, la vecina del inmueble y amiga de la familia, Pilar Cuadrado y sus hijos Paquita y Federico; con el Rector Ramos y Loscertales, entre otras personas. También con el último interlocutor de Unamuno, Bartolomé Aragón”, explica Menchón, que ha publicado en los Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno una investigación de los elementos más relevantes de la hasta ahora desconocida biografía realizada por Rudd.
Vencido, pero no convencido, Unamuno pasa sus últimos dos meses y medio en arresto domiciliario, produciendo varias referencias, poco estudiadas y en general descatalogadas, que dan prueba de esa “última agonía”. La más conocida es El resentimiento trágico de la vida, no publicada hasta 1991 y recientemente reeditada por los unamunianos Colette y Jean-Claude Rabaté en la Editorial Pre-Textos, haciendo un estudio de una serie de anotaciones en las que don Miguel pretendía plasmar su visión y sentir de la guerra española que le consumía en lo más hondo de su ser. Igualmente, sus dos últimos comentarios titulados Examen de conciencia, escrito en agosto, y el posterior En el torbellino deberían también ser tenidos en cuenta, junto a la inédita correspondencia de 1936, para reconstruir el pensamiento cruzado de trágicas vivencias de un intelectual entregado a su tiempo.
Tras su muerte aún hoy sin esclarecer, Antonio Machado le dedicó unas bellas palabras, dos años antes de perecer él también, camino del exilio a Francia: “Para los amantes de lo anecdótico, la muerte de don Miguel de Unamuno ha quedado envuelta en el misterio. A quienes lo conocíamos y lo amábamos no nos inquietan las circunstancias más o menos tenebrosas de su acabamiento; sabemos de él lo que nos importaba saber: que murió, sin duda alguna, tan noblemente como había vivido”.