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Euskal Herria
No es un vertedero, es el mercado
Hoy se cumplen dos meses de la desaparición de Joaquín y Alberto sepultados por el vertedero de Zaldibar. Aquí, nuestro editorial de marzo sobre esos trágicos sucesos. Esta tarde, a las ocho y media, cacerolada desde todas las ventanas de Euskal Herria.
Hoy se cumplen dos meses de la desaparición de Joaquín y Alberto sepultados por el vertedero de Zaldibar. Aquí, nuestro editorial de marzo sobre esos trágicos sucesos. Esta tarde, a las ocho y media, cacerolada desde todas las ventanas de Euskal Herria.
Después de triturar a la izquierda abertzale en Gipuzkoa por impulsar la recogida puerta a puerta, el gobierno del PNV-PSE se enfrenta a una de sus mayores crisis a cuenta de una catástrofe medioambiental provocada por su modelo neoliberal de gestión de los residuos. Y todo ello a pocas semanas de las elecciones. Sin embargo no parece que la crisis vaya a tener consecuencias políticas porque los niveles de corrupción e ilegalidad en la gestión del vertedero de Zaldibar están dentro de la media: interpretación deshonesta de la legislación, ración de amiguismo, toque de incumplimientos legales, fiscalización a la carta o desprecio por los derechos de salud laboral. Nada que la maquinaria electoral jeltzale, y su formidable aparato de propaganda liderado por EITB, no hayan neutralizado en otras ocasiones.
Sorprenden, o no, muchas de las críticas que se escuchan: “Mala gestión” del Ejecutivo, “grave descoordinación” de la Diputación, “falta de empatía” del lehendakari. Se habla poco de las externalidades negativas de un modelo productivo altamente tóxico. Y el problema es que el abandono de la confrontación ideológica suele comenzar con la demanda de más controles, menos corrupción y normativas más estrictas para acabar asumiendo, como mal menor, “vertederos más ecológicos” o instalaciones “lejos de nuestra vista”.
La respuesta del Gobierno vasco será, sin duda, más incineración. Más partículas cancerígenas en nuestros ecosistemas producidas en edificios pintados de verde, como en Zubieta, o subvencionados millonariamente por generar una energía sostenible que, en realidad, no es tal, como en Zabalgarbi. El binomio de incineración y vertederos es la metáfora perfecta de la política vasca: tóxica por dentro y discretamente enmascarada por fuera.
En cualquier caso, todas las miradas están puestas ahora en la contaminación por amianto y gases tóxicos, generada por el hundimiento de Zaldibar. Por ello, y respecto a la calidad del aire que respiramos y a las basuras que generamos, es imprescindible recuperar las propuestas del ecologismo honesto, realista e intransigente. Para empezar, recogida puerta a puerta, pequeñas plantas de compostaje, bonificación tributaria por la separación en origen y por la utilización del quinto contenedor, penalización de la fracción resto, prohibición de envasados, aumento de los cánones a las empresas contaminantes y restricción drástica a la movilidad en coche.
El modelo de la metrópoli vasca es un fracaso. Deglute los insumos que importa gracias a la desigualdad de las relaciones que establece con otros países y consume 2,6 veces más de lo que le corresponde según la huella ecológica. Su metabolismo ha fracturado los equilibrios naturales y sociales propios. La suya es una huida hacia adelante liderada por élites nihilistas y faraones que se creen sus propios delirios. Su modelo es lo que hay que destruir.
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