Estados Unidos
Trump, la naranja mecánica

La rueda de prensa conjunta del pasado viernes entre el presidente de los Estados Unidos y su homólogo ucraniano, con el vicepresidente estadounidense J.D. Vance reafirmando su papel de perro de presa de la nueva administración estadounidense, fue una muestra de una humillación pública al más alto nivel.
Zelensky, Trump y JD Vance
Zelensky, Trump y JD Vance en el despacho oval, en una captura del medio trumpista Fox News.
3 mar 2025 09:51

Días atrás el editor de Counterpunch, Jeffrey St. Clair, comparaba a los empleados de Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Elon Musk con los ‘drugos’ de La naranja mecánica: un grupo de postadolescentes obsesionados con la ultraviolencia, estimulados por el consumo de moloko plus. La metáfora es apropiada. En ese mismo medio publicaba unos días antes Henry Giroux un excelente artículo sobre “la cultura de la crueldad” en el neoliberalismo, de la que el trumpismo sería su máxima expresión. Trump, pronosticaba Giroux, “pondrá en escena un sinfín de espectáculos brutales, una política del sufrimiento en la que el miedo y la violencia son a la vez el medio y el mensaje […] A diferencia de presidentes anteriores, quienes al menos fingían un compromiso, por defectuoso que fuese, con los ideales democráticos, Trump abraza una política de humillación y venganza”.

La rueda de prensa conjunta del pasado viernes entre el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y su homólogo ucraniano, Volodímir Zelensky, —con la intervención del vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, reafirmando su papel de perro de presa de la nueva administración estadounidense—, fue una muestra exactamente de eso mismo: una humillación pública al más alto nivel, a la vez medio y mensaje (también una venganza por el papel jugado por políticos ucranianos en la campaña electoral de 2016 para entorpecer su elección, un hecho que buena parte de los medios de comunicación occidentales han pasado por alto). Para hacerlo aún más degradante, el presidente estadounidense y sus asesores decidieron llevarla a cabo delante de las cámaras de televisión, para que después la retransmitiesen a todo el mundo, repitiendo la vejación hasta el infinito. 

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Este tipo de intercambios bruscos no son ajenos en la historia de las relaciones internacionales —“Usted no es el profesor y yo no soy su alumno; usted no es el fiscal y yo no soy el acusado”, le dejó ir secamente Mijaíl Gorbachov a Ronald Reagan en uno de primeros encuentros—, lo chocante, aquí, es que este trato estaba reservado a los adversarios políticos, sobre todo una vez habían sido derrotados, y no precisamente a un país (al menos formalmente) aliado. Esta escenificación se producía horas después de que el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, plantase a la Alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Seguridad, Kaja Kallas, lo que reforzaba todavía más la soledad de Zelensky al otro lado del Atlántico. Por su parte, Kallas comparó en una entrevista a Rusia con Al Qaeda, poniendo mayor distancia a la posibilidad de que los negociadores rusos quieran sentarse con ella de buen grado en la misma mesa en la que la UE reclama con tanta insistencia estar. Ese mismo día el Departamento de Estado ponía fin al programa de apoyo a la restauración de la red eléctrica de Ucrania —objeto de repetidos bombardeos rusos— y el secretario de Defensa, Pete Hegseth, ordenaba al Pentágono detener las operaciones cibernéticas ofensivas contra Rusia, aparentemente como gesto de buena voluntad hacia el Kremlin de cara a unas negociaciones. Mientras tanto, horas después de la reunión circulaban por Washington D.C. rumores de una congelación de la ayuda militar a Ucrania.

¿Qué respuesta esperaba exactamente Zelensky del presidente de la primera potencia militar —es más, de este presidente en concreto— a la frase de que EE UU iba a “sentir en el futuro” la amenaza de una eventual agresión rusa?

“No creo que haya mucho más que decir sobre Trump y Vance: ambos priorizan mezquinas disputas políticas por encima de una política seria; la historia los juzgará”, comentaba el periodista Davide Maria Deluca en X. “Estoy más interesado en Zelensky” quien, escribía este periodista, “sólo tenía un trabajo que hacer: conseguir el mejor acuerdo posible de la reunión”. Teniendo en cuenta lo que Trump había declarado en las últimas dos semanas, continuaba Deluca, “incluso una vaga garantía de un suministro continuado de armas se habría considerado una victoria, y Trump básicamente lo había ofrecido antes de que se desatase la tormenta en respuesta a una pregunta de la BBC”. Sin embargo, seguía este periodista, “Zelensky se concentró en las garantías de seguridad, algo que Trump, incluso en sus raros buenos momentos, había rechazado por completo”.

Deluca considera que Zelensky sabía que se metía en la boca del lobo, “pidiendo demasiado con unas cartas muy débiles”. “Por toda la empatía humana que uno pueda sentir por Zelensky y el drama de su situación personal”, concluía Deluca, “no debería excusársele el hecho de que jugó sus cartas pobremente, se dejó llevar por las emociones y, como resultado, mucha gente sufrirá peores consecuencias que él”. En efecto, ¿qué respuesta esperaba exactamente Zelensky del presidente de la primera potencia militar —es más, de este presidente en concreto— a la frase de que EE UU iba a “sentir en el futuro” la amenaza de una eventual agresión rusa? ¿De recurrir con Vance al socorrido tópico de que si “hubiese estado en Ucrania” sabría qué es lo que sucede en el país?

Europa “reacciona”

Los estados miembro de la Unión Europea y el Reino Unido reaccionaron como han venido haciéndolo estos últimos días: con declaraciones de solidaridad hacia el presidente ucraniano —un respaldo necesario para Zelensky, puesto que su figura podría haber quedado cuestionada en su propio país tras la reunión con Trump— y una cumbre de mandatarios, en esta ocasión en Londres. La indignación del kommentariat europeo es con todo digna de mejor causa: no se puede fingir indignación ni sorpresa, no se puede pretender en 2025 que no se sabe quién es Trump, cómo trabaja y cuál es su agenda política. 

El primer ministro británico, Keith Starmer, confirmó a los medios de comunicación los planes de crear una “coalición de la voluntad” —que encabezarían Londres y París— para implementar un potencial plan de paz en Ucrania y colmar el vacío dejado por los EEUU, y añadió que Reino Unido estaba preparada para respaldar el acuerdo con “botas sobre el terreno y aviones en el aire”. Pero esta propuesta debería recibir el respaldo de Washington y el visto bueno de Moscú, que es hasta ahora reacia a esa posibilidad.

Tras la cumbre, un alto funcionario de la Unión Europea comentó a un periodista que hubo “una amplia convergencia en la importancia de continuar trabajando estrechamente con EEUU, concretamente en el contexto de la OTAN”

La mayoría de los medios de comunicación europeos parece que han preferido obviar que en cualquiera de las negociaciones Rusia estará a la fuerza en ellas. Al término de la cumbre, un alto funcionario de la Unión Europea comentó al periodista estadounidense Dave Keating que hubo “una amplia convergencia en la importancia de continuar trabajando estrechamente con EEUU, concretamente en el contexto de la OTAN”, así como “un fuerte acuerdo en que las contribuciones europeas a garantías de seguridad adicionales [para Ucrania] deben ser desarrolladas codo con codo con EE UU”. “Somos aliados transatlánticos en la OTAN: esa es la clave para la seguridad en EEUU, Canadá y Europa. Hemos reforzado nuestra Alianza en los últimos años con nuevos miembros y mayores presupuestos de defensa y continuaremos haciéndolo en el futuro”, escribió el canciller alemán, Olaf Scholz, en su cuenta oficial en X.

“Muchas propuestas y pocas respuestas concretas”, resumió Politico. La única propuesta que parece avanzar de todas estas reuniones es la de incrementar los presupuestos de defensa. Macron elevó el porcentaje hasta el 3,5% (antes lo había hecho el vicecanciller alemán Robert Habeck). La posibilidad de que ese incremento se produzca a costa de otros capítulos presupuestarios y tense de ese modo su situación política y social interna parece seguir subestimándose. El nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, necesita dos tercios del Bundestag para incrementar el gasto en defensa y no los tiene: tanto Alternativa para Alemania (AfD) como Die Linke se oponen. En el resto de estados europeos la extrema derecha espera sacar réditos electorales en un escenario como éste. En su artículo sobre la cumbre de Londres, Politico destacaba que la base industrial del sector de defensa europeo tiene en cualquier caso una capacidad limitada, por lo que cualquier incremento en el gasto tardaría años en reflejarse en los resultados sobre el terreno.

El intercambio entre Trump y Zelensky ha revelado que una de las mayores preocupaciones de Bruselas en este asunto es el mantenimiento de las formas. Quizá Kallas se imaginase a sí misma estrechando en el Palacio de Versalles la mano de Yulia Navalnaya como presidenta de una Federación Rusa capitidisminuida para la firma de un acuerdo de paz, entre tapices y bajo las lámparas de araña. Por toda la indignación que cause el interés descarnado de Trump en las materias primas de Ucrania, conviene recordar las declaraciones del diputado en el Bundestag de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) Roderich Kiesewetter al primer canal de la televisión pública alemana en diciembre de 2023: “Si Ucrania se desintegra, los costes que seguirán serán mucho mayores que si entramos en una mayor posición de fuerza ahora.

Si Europa quiere completar la transición energética, necesita sus propios depósitos de litio. Los mayores depósitos de litio en Europa están en la región de Donetsk-Luhansk. Por ese motivo los quiere Rusia: para hacernos dependientes en la transición energética en relación a los motores eléctricos”. Va de soberanía, dicen. 

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Los depósitos de litio de Donetsk-Luhansk explican muchas cosas de este conflicto.

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