En el margen
“Nos encontramos ya en un ciclo político en el que la ofensiva hacia nosotros se irá acentuando año a año”

A partir de sus lecturas decoloniales y su activismo político, Mamadou Yero Seydi Mballo explora los desafíos que enfrenta el antirracismo desde una perspectiva que pone en el centro el discurso colectivo y el diálogo intergeneracional.
Mamadou Seydi
Mamadou Seydi. Foto: Tatiana Ndombasi Bokuy
9 ene 2025 06:00

Nacido en Dakar, Senegal, llegó a Barcelona con cinco años junto a su madre y su hermano pequeño, para reagruparse con su padre. Allí se encontró con un sistema educativo que no esperaba demasiado de niños racializados y migrantes como él, a pesar de ello, consiguió graduarse en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. Durante su etapa universitaria formó parte de Kwanzaa y desarrolló un interés genuino por la lectura y por la ciencia política.

Crítico con algunas de las derivas del movimiento antirracista actual, cree que el futuro pasa por formar proyectos en los que se diluyan los protagonismos individuales y se dé paso a un discurso colectivo y de diálogo intergeneracional “siempre alejado de la socialdemocracia”.

Llegaste a Barcelona cuando tenías cinco años. ¿Tienes algún recuerdo de Senegal?
La verdad es que muy pocos. Recuerdo a la señora que vendía los helados, que allí en Senegal son en bolsa, y estar jugando al fútbol descalzo con otros niños, pero poco más porque era muy pequeño en esa época.

De pequeño me peleaba mucho porque, cuando eres niño y estás en un ambiente que sientes hostil, tú también reaccionas con hostilidad

¿Cómo recuerdas la Barcelona a la que llegaste, la de tu infancia?
Bueno, nosotros estuvimos viviendo en Barcelona algo menos de un año, pero sí recuerdo que la situación en el colegio era compleja. Nos costó bastante incorporarnos tanto al ritmo académico como al entorno educativo, que era bastante hostil. Esa fue una de las razones por las que nos cambiamos a Manresa, aunque allí tampoco la situación escolar fue demasiado fácil porque caímos en un colegio católico de dominicas, con muy poca población migrante. Yo tuve al menos la suerte de coincidir en clase con un chaval que hacía una semana que había llegado también de Senegal, pero, aun así, fue muy complicado. De pequeño me peleaba mucho porque, cuando eres niño y estás en un ambiente que sientes hostil, tú también reaccionas con hostilidad.

¿Dirías que el profesorado tenía bajas expectativas hacia vosotros?
Sí, eso era claro. Mayoritariamente nuestras calificaciones eran muy bajas porque lo que se nos pedía a nosotros era simplemente “saber estar” nada más, todo lo demás era un plus. Importaba menos que lo hiciéramos bien a que no molestáramos demasiado en clase. Esta crítica no la hago desde un revisionismo rencoroso, sino desde la idea de que la estructura racista comporta eso. Es decir, que lo que se esperaba de nosotros no era que adquiriéramos una capacitación que nos permitiera acceder a mejores puestos de trabajo, sino que primaba más el hecho de que éramos niños de familias migrantes con condiciones muy limitadas, los cuales lo único que tenían que hacer era estar en clase sin molestar.

¿Hubo algún acontecimiento en especial que despertase en ti ese interés por la ciencia Política?
Todo empieza a raíz de descubrir la figura de Mandela. Aunque sí es cierto que hubo un hecho que me marcó y me produjo una sensación enorme de impotencia. Una noche salimos a una discoteca de Sabadell. A mí me habían avisado ya que no dejaban entrar a las personas racializadas, pero no me lo creí. Llegamos a la puerta de la discoteca con una amiga blanca y, efectivamente, a ella la dejaban pasar, pero a mí no. Esa fue una de las primeras ocasiones en las que empecé a comprender que el racismo era algo más grande de lo que yo pensaba hasta ese momento. Es decir, que no era una discriminación puntual, sino que tenía una causa más profunda. Lo que me llevó a empezar a investigar qué quería decir eso del racismo y, paralelamente, a acercarme más al mundo de la política.

También es cierto que todavía coleaba el auge del 15M y todo ese caldo de cultivo. Todo ese conjunto de cosas fueron las que me animaron a estudiar Políticas, además del hecho de recibir refuerzos positivos en ese sentido, pues siempre he sido una persona conversadora, a la que le ha gustado hablar y que se expresaba bien.

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¿Por qué decidiste, siendo catalán, estudiar en Madrid?
Hubo varias razones. Primero está el hecho de, aunque somos cuatro hermanos, yo soy el hijo mayor de mis padres y, como nos pasa a muchas personas migrantes y racializadas, tenía una serie de responsabilidades en casa de las que se me hacía difícil desvincularme cuando estaba cerca de mi familia, porque ya se me había adjudicado y yo había adquirido ese rol de primogénito.

Si quería contribuir a la mejora económica de mi familia, tenía que realizar estudios superiores, pero, si me iba a Barcelona, como queda tan cerca, sabía que se me iba a requerir por cualquier cosa que pasase en casa y eso iba a dificultar mucho que me pudiera concentrar en mis estudios. Es por eso que llegué a la conclusión de que a lo mejor me tenía que alejar un poco, también para que comprendiesen que las cosas podían pasar o no pasar más allá de que el primogénito estuviese.

Pensé que, si no me quedaba en Barcelona, la otra ciudad donde pasaba todo era Madrid. También es verdad que la Facultad de Políticas y Sociología de la UCM tenía mucho nombre y eso también me impulsó a elegirla. Buena parte de mi generación se había politizado con todo ese movimiento que surge en el 15M y que se romantiza, aunque luego nos hayamos decepcionado profundamente.

¿Cómo está la Universidad en cuanto a los contenidos antirracistas, decoloniales y diversos?
Nada, nada. En ese sentido, nada. Muy poco contenido y el poco que se imparte es erróneo y tergiversado. Recuerdo la asignatura de Relaciones Internacionales, que si pudiera volver a cursarla ahora con los conocimientos que tengo sería para pegarle un rapapolvo al profesor que tenía, que era una asignatura en principio bastante interesante, pero en la que la concepción que había sobre el continente africano o sobre sus movimientos de liberación era una visión totalmente paternalista, simplista y endemoniada. Apenas se mencionaba a pensadores africanos, aparte de cuatro que nos daba algún profesor puntual y que siempre eran los mismos, Fanon, Sankara y demás, pero de una forma muy superficial y sin profundizar para nada en sus pensamientos.

En el único espacio en el que he tenido algo de formación en ese sentido ha sido en Kwanzaa, la asociación afrodescendiente universitaria de la UCM.

Quitando el contenido de decolonialidad y antirracismo, los otros contenidos también eran flojos. A medida que vas avanzando en la carrera, te das cuenta de que hay muchísimas cosas que se dejan en el tintero o que son tratadas de una forma muy superficial o, incluso, errónea. O sea que, en ese aspecto, bastante decepcionante.

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Durante tu etapa universitaria formaste parte de Kwanzaa, a la que has mencionado antes. ¿Qué es Kwanzaa y qué supuso para ti encontrarte con un espacio como ese?
Kwanzaa es un espacio para alumnos y alumnas afrodescendientes de la Universidad Complutense. Lo primero que busca es ser un espacio seguro que permita compartir experiencias, tanto dentro como fuera del espacio universitario. En ese sentido, es muy positivo porque hay muchas cosas que nos suceden que, cuando las explicas en espacios blancos, no son comprendidas, pero sí cuando las hablamos entre nosotros, que incluso las hacíamos graciosas. Lo segundo es que su objetivo es capacitar a los alumnos y las alumnas afrodescendientes respecto a las cuestiones políticas y sociales que nos atraviesan.

Cuando descubrí Kwanzaa, fue un bálsamo diferente y el comienzo de plantearme algunas preguntas. Recuerdo que la primera vez que fui al local hicimos un ejercicio que se llama el termómetro, en el que tienes que contestar a una serie de preguntas con un sí o con un no. Una de las preguntas era si existía el racismo inverso, yo tenía por entonces nulo conocimiento sobre eso y dije que sí, pero cambié de opinión al escuchar la argumentación de una de las compañeras. Ese fue otro de los momentos en los que me di cuenta de que el racismo era seguramente algo mucho más grande de lo que yo podía pensar y que tenía que dedicarle muchas horas para entender realmente de qué estábamos hablando, pues cada vez parecía ser menos lo que yo pensaba que era.

¿Y qué pensabas que era el racismo?
Como la mayoría de la gente, pensaba que era la discriminación puntual que podía sufrir una persona por cuestiones de raza. Lo cual, así dicho y después de tantas horas de análisis y de estudio, me suena ridículo.

La esencialidad del racismo reside en cómo se establecen las relaciones de producción, sobre todo en el marco capitalista

¿Qué es, entonces, el racismo?
La discriminación creo que es el resultado del racismo, pero no es el racismo en sí. Es decir, el resultado del racismo se materializa en ciertos aspectos y uno de ellos es la discriminación, que casi siempre está presente, pero el racismo en su esencialidad surge a partir del proceso de racialización que empieza a finales del s. XV y se acentúa a partir del s. XVIII, en ese periodo de colonialidad durante el cual se construye la figura del negro o el indígena en tanto que fuerza excedente para la reproducción del capital y que acaba determinando la existencia de todas las poblaciones no blancas.

Ese excedente no blanco del capital, en tanto que fuerza de trabajo, se presenta como más prescindible que la fuerza proletaria del centro imperialista, debido a que la configuración de los espacios nacionales limita su capacidad de vender su fuerza de trabajo y por ende su posibilidad de supervivencia bajo las condiciones del capital. Por tanto, la esencialidad del racismo reside en cómo se establecen las relaciones de producción, sobre todo en el marco capitalista.

¿Esa supeditación de las personas no blancas en el capitalismo continúa dándose hoy en día?
¡Claro que continúa! Si no lo hiciese, no tendrían ningún sentido las luchas que se están dando en el Sahel o la situación que hay en Lavapiés con las hermanas y los hermanos que son pescadores y que, por culpa de los planes de ajuste estructural de los años 80 en el continente africano, se han visto obligados a migrar. Haciendo, además, que esos sujetos que migran se encuentren aquí con condiciones aún más pauperizadas que obligan a acentuar la lucha de la clase obrera, tanto nacional como migrante. Eso es el racismo y de ahí su complejidad.

No es que esa supeditación de las personas no blancas siga existiendo, es que no puede no existir dentro del marco capitalista porque el racismo es, precisamente, una de las formas que el capitalismo tiene para acentuar la competencia entre los proletarios. Su funcionalidad en tanto que elemento necesario del capital, entre otras, es la fragmentación constante de la clase productiva y su competencia. El migrante cuando llega aquí, debido a la estructuración de las relaciones de producción, se ve obligado a competir con el obrero “nacional” para poder vender su fuerza de trabajo, es decir, para poder sobrevivir. Justamente lo que los une, la necesidad de trabajar para sobrevivir, también es lo que les divide, ya que deben competir férreamente entre ellos.

En esa división el racismo juega un papel fundamental. Que los trabajos más precarizados y pauperizados sean las personas migrantes las que estén dispuestas a realizarlos, aceptando, además, debido a su necesidad de subsistir, unas condiciones más precarias es una realidad en torno a la que el mercado se encuentra estructurado. Lo que no se puede decir de ninguna de las formas es que la culpa de la devaluación de las condiciones laborales sea de la persona migrante que se ve obligada a trabajar en unas condiciones infrahumanas y cobrando una auténtica miseria. Realmente es todo lo contrario: la víctima directa es la persona migrante que realiza dicho trabajo para sobrevivir y el sujeto afectado en general es el proletariado, que ve como se devalúan sus condiciones de vida en general.

La clase obrera es la misma. ¿Qué la diferencia? Las formas que toma y el nivel de violencia que recibe

Hablando de eso, en algunas manifestaciones se corea mucho lo de: “Nativa o extranjera, es la misma clase obrera”. ¿Crees que esa frase es cierta?
Creo que es verdad pero que siempre hay que matizar. Me estoy leyendo una obra de George Padmore, que de un tiempo a esta parte es mi gran paladín, y hacia el final dice una frase que me parece interesante y sobre la que quiero escribir un artículo. Él dice que uno de los grandes deberes que tiene el proletariado en su lucha de clases es reconciliar a las diferentes facciones de la clase obrera y una de ellas es la facción racializada, la cual muchas veces se presenta como la más pauperizada.

Si entendemos las relaciones de producción dentro del análisis que hace la crítica de la economía política, que fue más trabajada por Engels y Marx, entendemos que existe la burguesía y el proletariado, aunque podamos hablar de pequeña burguesía y gran burguesía o de proletariado más o menos pauperizado. Partiendo de esta concepción, al ser el capital internacional, las relaciones de producción se reproducen en todos los espacios de acumulación, incluyendo el continente africano. Por tanto, la clase obrera es la misma. ¿Qué la diferencia? Las formas que toma y el nivel de violencia que recibe. Creo que la clave está en entender que las personas no blancas se materializan mayoritariamente como excedentes de la fuerza del trabajo del proletariado en su conjunto. Eso quiere decir que el capital tiene mucha más facilidad de desprenderse de ellas y de que sus muertes por las necropolíticas estén mucho más presentes que en la fuerza de trabajo autóctona y nacional.

En este sentido, creo que uno de los deberes que tenemos las distintas formas de la clase proletaria, nacional y migrante, para poder luchar contra el capital y todas sus formas de dominación, racismo, machismo e imperialismo, es buscar la forma de reconciliar las rupturas que se dieron en el pasado. Una de las cosas que me llamaba la atención es cómo en algunos espacios antirracistas se es muy reacio a hablar de socialismo o de comunismo. No acababa de entenderlo porque muchas de las luchas de liberación que se dieron en el espacio de acumulación del continente africano tuvieron como alianza natural a la URSS.

Acabé llegando a la conclusión de que la alianza que en su momento la URSS, en tanto que representación del comunismo aunque no fuera el comunismo como tal, hizo con los países imperialistas para parar al fascismo, terminó por perjudicar a los países del Sur global y ahí es donde surge ese proceso de ruptura a mediados de los años 30 y desde el continente deja de entenderse el internacionalismo y empieza a hablarse de procesos nacionalistas.

Eso es lo que creo que debemos de revisar. Dentro de los movimientos antirracistas hemos naturalizado formas de relacionarnos o no con otras luchas o con la misma lucha por no entender por qué rompimos con ellas. Cuando seamos capaces de comprender eso, creo que estaremos en condiciones de desarrollar una lucha que articule a todas las formas de la clase proletaria.

La crítica que haría, desde el otro lado, a mis compas socialistas y comunistas es la falta de análisis y diálogo con las realidades de los países que se encuentran fuera del centro imperialista.

Hablando de los movimientos antirracistas actuales y de la crítica que se les puede hacer, ¿cuáles serían las fases a superar? ¿Qué no estamos sabiendo analizar o qué nos estamos dejando atrás?
Lo primero es que en el movimiento antirracista nos falta una crítica sosegada. Me da la sensación de que es uno de los pocos movimientos donde hay una voz claramente predominante y pocas facciones críticas con cómo se están llevando a cabo las cosas. Tengo la impresión de que vamos todos en la misma línea, lo cual me parece muy curioso y, a la vez, muy peligroso porque de ese modo carecemos de maneras de saber si estamos haciendo las cosas bien o mal.

Por tanto, en la lucha antirracista me faltan voces disidentes, algo que creo que es sano a la hora de poder abrir debates respecto a, por ejemplo, cuál debe ser nuestra cercanía hacia la socialdemocracia y qué experiencias tenemos de ello. Porque si algo ha dejado claro el último ciclo político es que para ellos los movimientos antirracistas no cuentan nada. Somos, casi diría, el único “colectivo” que no ha recibido ninguna ley. En la pasada legislatura se quedó en el cajón la ley contra el racismo y no parece que en esta vaya tampoco a sacarse. A partir de ahí tenemos que plantearnos si nuestra alianza natural es con la socialdemocracia o con otros espacios.

Ese debate se tiene que abrir y se tiene que abrir ya porque todos los que estamos en el ambiente social y político sabemos que se acercan años muy complicados para nosotros mismos. Por tanto, es un trabajo que tenemos que empezar a hacer desde ya, porque en la próxima ofensiva del capital la primera facción que se va a ver afectada es la clase obrera migrante.

Si algo ha dejado claro el último ciclo político es que para ellos los movimientos antirracistas no cuentan nada. Somos, casi diría, el único “colectivo” que no ha recibido ninguna ley

Creo que algo que tenemos que hacer de forma apremiante desde los movimientos antirracistas es analizar qué ha pasado en el ciclo político anterior, el cual no sólo se está acabando, sino que ha quedado en un fracaso absoluto, porque el asalto a los cielos no se ha materializado en absolutamente nada. Lo que no podemos hacer es emplear nuevamente a toda una generación y sus fuerzas en realizar demandas políticas que no sabemos si van a ser respondidas.

En este sentido sí que hago un llamamiento a mis hermanos y hermanas para sentarnos a hablar claramente sobre qué necesitamos en la comunidad. Primero porque los que estamos hablando de esto tenemos mayoritariamente el tiempo y el privilegio de poder hacerlo. Esos debates que se encuentran en la calle son los que de alguna forma no estamos sabiendo tener internamente y eso está afectando, por ejemplo, en el hecho de que, cuando hacemos actividades que tienen que ver con la comunidad, cada vez acude menos comunidad y más público blanco. Entonces, ¿de qué comunidad estamos hablando, a qué comunidad estamos representando?

Y todo esto lo digo con el máximo respeto, es decir, si me permito hablar así es porque hay hermanos y hermanas que, en su momento, cuando el césped estaba muy alto, lo podaron para que yo estuviera más cómodo y pudiese realizar estos análisis. Por eso me encuentro con la responsabilidad de señalar los errores que estamos viendo muchas de las personas más jóvenes, que venimos detrás en el movimiento.

En ese sentido, ¿qué puede aportar la juventud afrodescendiente a los debates y luchas de su comunidad?
Lo primero, esclarecer algunos temas. Analizar de dónde viene el movimiento y darse cuenta de qué preguntas ha sido incapaz de responder. También abrir ese diálogo intergeneracional con nuestros mayores y nuestras mayores y decirles cómo vemos las cosas y en qué punto estamos.

Por ejemplo, tengo la sensación de que nos falta base militante, porque al final vamos a los sitios y somos siempre las mismas caras.

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¿Crees que hay un exceso de protagonismo del activismo en redes?
Totalmente. Actualmente me identifico más con el ser militante, militante de la causa que lucha para anular y superar el estado actual de las cosas. Además, cada vez me cuesta más la figura del activismo, aun habiéndome definido así. Creo que tenemos que empezar a definirnos desde un proyecto más amplio, el que nosotros creamos que tiene que ser, desde el “formo parte de esto” y no tanto “esto tiene que ver con que yo sea o no activista”.

El tema del exceso de protagonismo en las redes es verdad que ha pasado ya en muchos otros movimientos. Tenemos que empezar a plantearnos desde dónde estamos haciendo el activismo y para qué, porque se genera mucho personalismo y al final se acaba entendiendo que ciertas caras o personas representan a todo un movimiento. A lo mejor tenemos que plantearnos nuestra forma de militar, aunque eso nos pueda quitar peso y espacios de protagonismo a nivel individual.

Yo soy consciente de que podría tener un espacio de privilegio y visibilidad dentro de la comunidad, porque he pasado por la Universidad, conozco a personas del movimiento de Madrid y Barcelona y he militado en ciertos espacios, pero no quiero eso. Si miramos el avance de la comunidad, no se trata tanto de que a mí me beneficie o no como de qué es lo mejor para el movimiento y la lucha antirracistas.

Si no tenemos un análisis estratégico y movimientos tácticos desarrollados de antemano, cuando la ofensiva capitalista se acentúe, también se acentuarán las divisiones y los problemas. Que parte del movimiento se esté convirtiendo en aquello contra lo que juraba luchar, no es casual, sino que justamente responde a cómo se ha configurado el antirracismo a partir de personalismos y no de luchas colectivas y base militante.

Somos los últimos que tenemos que estar cerca de la socialdemocracia porque nuestras luchas, panafricanismo o antirracismo, siempre han buscado estar al margen del Estado burgués e imperialista.

Si no tenemos un análisis estratégico y movimientos tácticos desarrollados de antemano, cuando la ofensiva capitalista se acentúe, también se acentuarán las divisiones y los problemas

Hablando del Estado y del control que ejerce o intenta ejercer en los movimientos sociales contrahegemónicos, como el antirracismo. ¿Crees que desde el Estado se intenta controlar lo que sucede en el antirracismo?
Creo que el Estado ha estado siempre interesado en el antirracismo y que cada vez lo va a estar más porque el número de juventud migrante y racializada que está creciendo y se está formando dentro de sus fronteras es cada vez mayor. Por lo tanto, cada vez tiene más interés en controlar lo que pueda suceder ante el miedo de que esa juventud se pueda organizar en torno a un proyecto revolucionario y con independencia política. Nuestra lucha siempre tiene que ser en contra del Estado burgués en tanto que facción de la clase obrera.

Hablabas antes de que se avecina un ciclo político hostil, ¿a qué te refieres?
Cuando digo que viene, quiero decir que ya lo tenemos aquí. El hecho de que estén gobernando supuestas fuerzas de izquierdas no cambia nada, porque siguen representando un enemigo para nosotros, porque siguen matando en las fronteras, como hace dos años en la valla de Melilla.

A nivel europeo y mundial se ve que hay un regionalismo bastante fuerte relacionado con la incapacidad de las potencias imperialistas de obtener una mayor tasa de ganancia en sus relaciones productivas y eso hace que aumente el nacionalismo y que se vuelva a hablar de procesos de industrialización que pasan, en cierta medida, por relocalizar las fábricas dentro de los centros imperialistas. Todo eso, sumado al aparato ideológico que sitúa el origen de la decadencia actual de las sociedades occidentales a ciertos procesos migratorios provenientes del sur global, consigue generar a un enemigo externo como el culpable de dicha decadencia, en nuestro caso el Estado español. Este enemigo externo se materializa muchas veces a través del carácter racial o migratorio, lo que se ve reflejado en esa frase que se escucha de que los migrantes vienen a robarnos el trabajo, es decir, a aumentar la decadencia de los Estados.

Es una evidencia que nos encontramos ya en un nuevo ciclo político en el que la ofensiva hacia nosotros se irá acentuando año a año. Cuánto puede durar, no lo sé, pero que ya está aquí es algo de lo que no tengo ningún tipo de duda.

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Ese ciclo político está muy relacionado también con la ultra-derechización de un tipo de juventud blanca española. ¿Por qué crees que hay un sector de la juventud española que se está acercando tanto a la extrema derecha?
Porque, como hemos dicho antes, el ciclo político anterior se está agotando y la respuesta de la socialdemocracia está siendo incapaz de decir por qué algunas cosas están sucediendo de determinada manera. El aumento de la ultraderecha pone en cuestionamiento la capacidad de los partidos socialdemócratas en tanto que representantes de los intereses del capital. Se busca convertir la inseguridad económica que sufren los países occidentales debido a la crisis capitalista en inseguridad cultural, aumentando de esta manera los discursos de securitización de fronteras y las inversiones en aspectos militares, reforzando de esta forma diferentes aspectos vitales que conforman una identidad nacional, en la cual se busca agrupar a los sujetos “autóctonos”, entre ellos la juventud.

La izquierda está siendo incapaz de resolver la ofensiva económica del capital, la precarización del trabajo y el aumento de grandes masas de desposeídos incapaces de obtener un trabajo. Los chavales observan cómo se recrudecen sus niveles de vida y, ante la necesidad de respuestas, la nación surge como una opción totalmente viable para volver a un pasado que supuestamente fue glorioso, tanto en términos económicos como culturales.

Los migrantes tienen la culpa de la pauperización, las mujeres quieren oprimir a los hombres teniendo un exceso de derechos… La ultraderecha está reafirmando esas respuestas simples desde un canal político y, a partir de ahí, está siendo capaz de capitalizar todo ese descontento.

Cuando dejamos de leer a los que han estado en la lucha antes que nosotros, repetimos errores

Has hablado antes de tu acercamiento a la lectura. Actualmente eres un gran lector, ¿qué aporta la lectura a la conciencia antirracista?
Creo que todo, la lectura es tener un diálogo con nosotros mismos, pero también es un diálogo con nuestra historia y nuestro pasado que puede ayudarnos también a descubrir cómo encaminar nuestro futuro. Cuando dejamos de leer a los que han estado en la lucha antes que nosotros, repetimos errores, somos incapaces de ver respuestas que nos pueden dar lecciones esenciales para nuestra lucha actual y el fracaso de cualquier posibilidad de emancipación está prácticamente garantizado.

Es vital que rescatemos figuras fundamentales, porque eso nos ayuda a afinar nuestros análisis. Yo ahora estoy mucho con Padmore y me parece una barbaridad que sea un pensador tan desconocido.

Hablando de autores negros clásicos, ¿a cuáles recomendarías?
La primera obra que me leí completa fue Naciones negras y cultura de Cheikh Anta Diop. Casi me sé el capítulo dos de memoria, en primero de carrera me la pasé dando el tostón sobre la construcción del sujeto negro a través de la emocionalidad y la construcción del sujeto blanco a partir de la racionalidad.

Yo recomiendo, sin duda, esa obra. Es un obrón. Concretamente, recomiendo empezar por el capítulo dos de esa obra porque es un diálogo directo con cualquier sujeto racializado que te permite comprender muchas cosas que te han sucedido o que te suceden.

¿Cuántas veces te han dicho “vete a tu país”?
Si tuviera que contarlas, perdería años de vida. He jugado al fútbol y me lo han dicho, he ido a manifestaciones y me lo han dicho, he ido a programas y me lo han comentado… El otro día uno de los primeros comentarios del Twitter de un programa en el que participé era: “A luchar al Congo”. Ni siquiera sabía que soy de Senegal… Estuve por decirle que no sabía que soy comunista y que mi internacionalismo me llevará a cualquier parte del planeta.

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