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Elecciones
La propaganda permanente: mentiras, campañas electorales y medios de comunicación
Las campañas electorales nos llegan cargadas de mensajes que fomentan una confrontación social que acabaremos pagando los ciudadanos. Los medios de comunicación no pueden ser partícipes de este proceso: la alfabetización mediática y el cambio en la forma que tenemos de consumir la información son parte de la solución.
Profesor de la Universidad de Sevilla
Volvemos a estar en período electoral aunque, a decir verdad,podría parecer que nunca hubiésemos dejado de estarlo. De hecho, si nos guiamos por la información que, sobre “política”, nos ofrecen buena parte de nuestros grandes medios, es probable que no notemos grandes diferencias a raíz del inicio de la “precampaña”. Para ellos, y para los partidos políticos, siempre estamos en campaña.
Los medios convencionales suelen denominar “precampaña” a casi cualquier momento fuera delos quince días previos a las elecciones; es decir, a la campaña que establece la ley. En un error nada inocente, la cobertura de estos medios mezcla, confusamente, “política” con “partidos políticos”, de lo que se podría llegar a concluirque no hay más política que la electoral. Y esta campaña permanente va acompañada, desde luego, de propaganda permanente.
No creo descubrir nada al afirmar que, en campaña, los candidatos suelen mentir “por encima de sus posibilidades”, por usar una expresión que la ex ministra Fátima Báñez utilizase en 2012 para referirse al modo de vida de los españoles en los años previos a la crisis. Si la campaña se extiende, también lo hace el periodo en el que los líderes políticos compiten por el espacio mediático y relajan, digámoslo así, su apego a la verdad. Por desgracia, esta competencia no suele materializarse en argumentos, explicaciones o propuestas realizables para mejorar la vida de las personas, sino más bien en una batalla abierta por conseguir ocupar el mayor tiempo posible las primeras páginas y convertir, en “virales”, las declaraciones de los candidatos.
El fin justifica los medios
Habitualmente, confeccionando mensajes cortos, con imágenes y/o declaraciones llamativas que apelen a emociones como la sorpresa, el asco, el miedo o la ira. Es decir, mensajes sensacionalistas, a menudo cargados con información de dudosa veracidad, que corren como la pólvora a través de las diversas pantallas y provocan miles de respuestas, aún más cortas y más emocionales, en las redes sociales, que han impuesto su ritmo instantáneo al resto de los medios de comunicación. Mentiras o “medias verdades” diseñadas por propagandistas que cuentan, de antemano, con que pocos serán quienes hagan el esfuerzo de contrastar si lo dicho tiene base real o no.
A veces, las declaraciones de los políticos en permanente campaña están simplemente sacadas de la nada, con el único objetivo de captar titulares. Hace unas semanas, el secretario general de Vox, Javier Ortega Smith, aseguró en el Parlamento Europeo que "sin las Navas de Tolosa, sin la Batalla de Lepanto y sin Carlos V, las señoras de esta sala vestirían el burka". Este es el nivel; nadie, en su sano juicio, podría tomar en serio algo así, pero el objetivo es otro: Ortega provocó miles de reacciones en las redes sociales y no hubo canal de televisión, emisora de radio o red social que no se hiciera eco del mensaje. Fue el titular del día: misión cumplida.
Solo el 22% de los encuestados para el Eurobarómetro de 2017 decía tener cierta confianza en la información que le llega por redes sociales, mientras que el 36% decía lo mismo sobre la televisión
La comunicación humana está basada en la confianza mutua y la presunción de veracidad. Si pienso que mi interlocutor es un mentiroso, el proceso falla, de ahí que todos los contendientes en campaña se acusen de mentir: más que convencer de lo propio (de esto parecen ya haber desistido), pretenden desprestigiar al adversario para que sus mensajes, los de ese adversario, pierdan credibilidad. La ciudadanía acaba, así ,asumiendo la idea de que “todos mienten”.
De esa forma, la desconfianza en la clase política va en aumento, pero también en los propios medios de comunicación. Los informes sobre el uso de los medios que lleva a cabo la Unión Europea parecen confirmar esta tendencia. En España, por ejemplo, sólo el 22% de los encuestados para el Eurobarómetro de 2017 decía tener cierta confianza en la información que le llega por redes sociales, mientras que el 36% decía lo mismo sobre la televisión, lo que no parece ser obstáculo para que siga siendo el medio más consumido por los españoles, tanto en términos generales, como en lo que se refiere a la información de actualidad, campaña o precampaña incluidas.
Evidentemente, este sistema político-mediático resulta rentable sólo para aquellos, cuyo objetivo es ganar los comicios, o mejorar sus resultados, a toda costa. Por otro lado, buena parte de los votantes acude a las urnas, en este ambiente de desconfianza, como si de un “mal menor” se tratase y pensando, probablemente, que no acudir podría ser aún peor. Esta situación ofrece ventajas también a quienes se presentan a sí mismos como el azote de los políticos profesionales; los casos de Trump en EEUU o Bolsonaro en Brasil parecen apuntar que la mentira, la promesa imposible o el ridículo permanente no son inconveniente para triunfar en política; si por triunfar, claro está, entendemos ganar elecciones. Si votar al mentiroso “recién llegado” puede parecer la mejor solución, es que algo importante ha dejado de funcionar. Por desgracia, esta corrupción sistémica salpica a quienes, en política (no necesariamente en los partidos) o en los medios, llevan a cabo un trabajo honesto y bienintencionado, que se ven obligados a hacer un esfuerzo monumental para ganarse la confianza de unos ciudadanos decepcionados.
La cuestión es que una de las plataformas imprescindibles para la discusión pública de nuevas fórmulas de futuro, el sistema mediático, es parte del problema
Los paños calientes difícilmente nos van a sacar de una situación tan complicada. La permanente exposición a la confrontación sin escrúpulos, al discurso del odio o al del miedo, pasarán una factura de confrontación, odio y miedo que pagarán los ciudadanos. El cambio radical de este círculo vicioso parece condición sine qua non para la construcción futura de una sociedad diferente; la cuestión es que una de las plataformas imprescindibles para la discusión pública de nuevas fórmulas de futuro, el sistema mediático, es parte del problema.
Así las cosas, parecería un buen primer paso que quienes participan en colectivos comprometidos con cambios sociales profundos incluyeran, entre sus demandas, la de la democratización del sistema de medios de comunicación, tanto a nivel internacional como nacional o local. Esto implica, entre otras cosas, una mayor transparencia en la propiedad de los medios, marcos legales que garanticen la libertad de expresión real y el acceso de la ciudadanía organizada a los medios públicos de comunicación.
Elecciones generales del 28 de abril
La campaña más intoxicada
El ascenso de Vox en las encuestas se enmarca en el auge de una nueva industria: la compra-venta de datos, la segmentación de públicos y la difusión de fake news personalizadas a través de Facebook y WhatsApp. El objetivo: condicionar el voto de millones de personas.
Por otra parte, nunca se insistirá lo suficiente en la necesidad de una mejor “alfabetización mediática”, que nos ayude a entender mejor quién es quién en el mundo de los medios de comunicación y, de esta forma, elegir con mejor criterio lo que leemos, vemos o escuchamos. Hay muchos ejemplos de buen periodismo, pero a menudo sigue oculto entre la maraña sensacionalista, y financieramente asfixiado ante la imposibilidad de competir con grandes empresas mediáticas que, aunque frecuentemente deficitarias, se mantienen gracias a la financiación de bancos o fondos de inversión interesados en el poder que les brinda la propiedad de estos canales de difusión.
El cambio, por último, pasa también por modificar nuestros hábitos de “consumo” de medios.Hace unos meses estuve de visita en casa de unos amigos. Con buen criterio y mejor sentido del humor, habían colgado un cartelito en la pantalla de su televisión, apagada y desenchufada. El cartelito decía: “castigada hasta que digas la verdad”. No es mala forma de empezar…
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http://chng.it/SBKwNn94YY
Otro pedazo de articulazo de elsaltodiario.com reflexionando sobre el periodismo. Bravo !