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Filosofía
Sobre la vuelta de la Filosofía a las aulas: una perspectiva crítica
La posible vuelta de la Filosofía al currículo escolar a las condiciones previas a la aprobación de la LOMCE ha sido considerada sinónimo del retorno del “pensamiento crítico” a las aulas. ¿Qué consecuencias pedagógicas tiene el considerar a la Filosofía como único terreno válido para el despliegue del mismo?
El día posterior a que el Congreso aprobara por unanimidad la posible vuelta de la materia de Filosofía a la situación anterior a la LOMCE todo eran enhorabuenas por parte de compañeros y compañeras. En el mejor de los casos, la Filosofía había ganado la batalla a la ignorancia. En el peor, los Departamentos de Filosofía podrían respirar tranquilos: nos tocaría un mayor trozo del pastel.
El País -como casi la totalidad de los periódicos digitales más visitados- anunciaba la buena nueva a bombo y platillo como noticia principal en su web y le dedicaba un editorial al día siguiente. “La filosofía es, según la UNESCO, una escuela de libertad”, comenzaba dicho editorial. Y añadía: “En tiempos de posverdad, [la filosofía] es un escudo contra los intentos de manipulación colectiva y una vacuna ante dogmatismos y mentiras”. La opinión bienintencionada según la cual esta medida implicaba necesariamente la vuelta del “pensamiento crítico” a las aulas y, por extensión, a uno de los principales pilares educativos de la ciudadanía, se convertía en terreno común.
Aunque, desde luego, en términos generales pensamos que efectivamente la medida puede considerarse positiva, no somos tan optimistas respecto al verdadero efecto que pueda tener en la educación global del alumnado y mucho menos de la sociedad si no es acompañada de otros cambios más profundos que, a buen seguro, no pasarían los reglamentarios trámites parlamentarios.
Nuestro pesimismo no se desprende de un análisis “radical” -como el que hace, por ejemplo, Iván Illich- de los límites estructurales propios de toda institución escolar, más si está controlada por el Estado. Compartimos buena parte de los argumentos utilizados en este tipo de críticas, pero años de experiencia nos indican que es posible encontrar resquicios para, al menos, alertar de los mecanismos que usa el poder para esclavizarnos, incluso desde la propia escuela. Nos situaremos, por tanto, más bien en un análisis “reformista” que ve posibilidades -aunque limitadas- de cambio social desde la escuela pública.
¿La filosofía como única fuente de “pensamiento crítico”?
La correspondencia biunívoca que se establece entre Filosofía y “pensamiento crítico” supone, en primer lugar, que el mismo es terreno exclusivo de la Filosofía; y en segundo lugar, que la Filosofía, esencialmente y de manera necesaria, implica un enfoque crítico respecto a los problemas que se plantea. Ambas cosas son -o deberían ser- falsas. Vayamos con lo primero.
Por un lado, el considerar que la Filosofía es el único terreno en el que es legítimo desarrollar el “pensamiento crítico” la convierte en una disciplina sustancialmente diferente de las demás, especialmente de aquellas que tienen un carácter científico. Así, mientras la Filosofía debe mantenerse ajena a la búsqueda de la Verdad (lo que posibilita la existencia de opiniones diferentes que pueden ser objeto de crítica), la ciencia mantiene indemne su vocación de Verdad, generalmente reflejo de los intereses del poder.
En una sociedad -y una escuela- individualista como la nuestra el pensamiento crítico refleja en muchas ocasiones más un acto de afirmación de la propia individualidad frente a lo colectivo que un elemento que nos una en la lucha contra el pensamiento dominante.
Pongamos un ejemplo paradigmático: la asignatura de Física. La manera en que, en términos generales, se imparte en los centros educativos poco tiene que ver con las enormes dificultades a las que se enfrenta desde principios del s. XX. La materia se reduce casi exclusivamente a la resolución de problemas desde el punto de vista de la física de Newton. La puesta en duda del paradigma mecanicista propio de la Modernidad y de la propia Ciencia Moderna -vinculado a un totalitarismo epistemológico que sirve de base al totalitarismo socio-político y económico que llevó consigo la Ilustración- simplemente no existen. El mensaje queda claro: lo que se demuestra científicamente va a misa, cuando cualquier introducción a la Filosofía de la Ciencia nos haría ver que la naturaleza de una “demostración científica” es más que problemática. No digamos si nos referimos a la matemática: los teoremas de la incompletud de Gödel y las consiguientes dudas acerca de la naturaleza de la matemática tal y como se interpreta desde la escuela son terreno vedado para el alumnado. No digamos si hablamos de Historia, la cual acaba siendo entendida por el alumnado como un relato objetivo de lo sucedido en el pasado.
Así, bajo esta concepción de la Filosofía, la introducción de esta en el currículo se convierte en completamente aséptica respecto a la lucha que debe desarrollar contra el poder. La Verdad sigue indemne y el poder puede hacer uso de ella como hasta ahora.
¿El “pensamiento crítico” como elemento esencial de la Filosofía?
La afirmación según la cual “la Filosofía es una escuela de libertad” necesitaría ser muy matizada para poder considerarse como cierta. Se nos ocurren dos razones para dudar de ella.
Por un lado, el estudio de la Filosofía en su contexto socio-político y económico nos hace ver que la mayoría de los pensadores que han pasado a la historia (hombres) han sido una parte decisiva en la conformación de la cosmovisión que interesa al poder. Es más, la mayoría de los filósofos “importantes” son aquellos que han dejado claro que su propuesta suponía la “propuesta definitiva” y, por tanto, poca crítica se podía llevar a cabo.
Por ejemplo, en este blog hacemos referencia muy a menudo a Platón y su papel decisivo a la hora de construir ese sistema de pensamiento dominante tan del gusto del poder. Su alegoría de la caverna, sin embargo, es presentada como paradigma de la lucha por la libertad por parte del ser humano, de la lucha por liberarse de los grilletes del poder en nombre de una Verdad incuestionable. Se nos antoja, sin embargo, que el exterior de la caverna está lejos de ser ese mundo de Realidades eternas que nos sugiere el pensador ateniense. Se trata más bien de un proceso que nos libera de la oscuridad “cavernícola” para trasladarnos a otro espacio construido por el poder en su propio beneficio. Sería, pues, como salir de la caverna para encontrarse en el plató de El show de Truman. Por supuesto, esta otra interpretación de la filosofía platónica está totalmente ausente del currículo educativo y el espejismo del camino hacia la libertad se convierte en un nuevo camino -más sutil- hacia otra forma de esclavitud. Un camino al que, nos tememos, la Filosofía puede ayudar si es entendida acríticamente como “pensamiento crítico”.
Lejos de suponer un cambio profundo en las estructuras de poder que operan en la escuela, la vuelta de la Filosofía a las aulas puede ayudar a afianzarlas si consideramos que el “pensamiento crítico” es su terreno “natural” y exclusivo.
Nuestra segunda razón para pensar que la afirmación de la UNESCO ha de ser matizada es más pedestre. El currículo sobrecargado y, en el caso de 2º de Bachillerato, los exámenes de acceso a la universidad, impiden dar a la materia cualquier enfoque crítico. Respecto a lo primero, es cierto que el Ministerio de Educación ha declarado “que el currículo español está sobrecargado y es excesivo”, pero la situación actual hace imposible -si se quiere cumplir la ley a pies juntillas- dejar espacio al alumnado para el análisis crítico de los temas que se tratan en el aula. Si se quiere “cumplir con el temario”, las clases acaban siendo todo menos un debate crítico y reflexivo y se convierten en una retahíla de teorías descontextualizadas y faltas de sentido para el alumnado. La costumbre de evaluar los conocimientos a través de exámenes memorísticos tampoco ayuda, desde luego. Un problema que se agrava en relación a la Historia de la Filosofía, respecto a la cual hay que sumar el hecho de que si no tratas tal historia según el modelo dominante reflejado en los libros de texto, el alumnado no tiene garantías de que sus respuestas serán bien valoradas en las pruebas de acceso a la universidad.
Una perspectiva crítica respecto a lo que es y ha sido la Filosofía y un cambio profundo en lo que consideramos “aprendizaje” y en los métodos de evaluación utilizados -si consideramos necesario “evaluar” al alumnado- se nos antojan como únicos caminos posibles para superar estos límites pedagógicos.
¿De qué “pensamiento crítico” estamos hablando?
Pero, ¿qué papel juega en nuestras sociedades lo que habitualmente se entiende por “pensamiento crítico” como para que partidos políticos de claras raíces autoritarias -junto a otros más o menos progresistas- aboguen ahora unánimemente por su presencia en la escuela a través de la Filosofía?
En una sociedad -y una escuela- individualista como la nuestra el pensamiento crítico refleja en muchas ocasiones más un acto de afirmación de la propia individualidad frente a lo colectivo que un elemento que nos una en la lucha contra el pensamiento dominante. No se busca, por tanto, la construcción de una subjetividad teórica -y mucho menos práctica- desde la que, colectivamente, construir alternativas a las ofrecidas por el poder. Se busca, más bien, la glorificación de la individualidad como elemento diferenciador respecto al resto de la masa, impidiendo el desarrollo real de alternativas colectivas cuya potencialidad sea creíble por la ciudadanía.
A este respecto, Zygmunt Bauman nos advertía en Modernidad líquida (1999) que en la actualidad “estamos quizá mucho más ‘predispuestos críticamente’, más atrevidos e intransigentes en nuestra crítica de lo que nuestros ancestros pudieron estarlo en su vida diaria, pero nuestra crítica, por así decirlo, ‘no tiene dientes’, es incapaz de producir efectos en el programa establecido para nuestras opciones de ‘políticas de vida’”. De tal manera que la “individualización” nacida del pensamiento moderno desemboca en “la corrosión y la lenta desintegración del concepto de ciudadanía”.
El espíritu crítico es, por tanto, seña de identidad de nuestras sociedades, pero entendido de tal manera que sirve más para la desafección respecto de la posibilidad de construir colectivamente un futuro diferente que para la construcción real del mismo.
La vuelta de la Filosofía a las condiciones previas a la aprobación de la LOMCE es, sin duda, una buena noticia. Pero, lejos de suponer un cambio profundo en las estructuras de poder que operan en la escuela, puede ayudar a afianzarlas si consideramos que el “pensamiento crítico” es su terreno “natural” y exclusivo. Este debería ser la seña de identidad de todo proceso educativo si la escuela quiere dejar de adoctrinar en las verdades eternas (de cualquier tipo) en las que se sustenta el poder. Hasta qué punto el Estado tiene verdadero interés en que eso suceda es desde luego muy cuestionable.
Mientras tanto, y a pesar de los peligros y dificultades, seguiremos tratando a la Filosofía no como no una disciplina académica ni mucho menos como una asignatura concreta, sino como un modo colectivo de enfrentarse al poder, de ser, como decía Nietzsche, “la mala conciencia de su época”.
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Gracias por el artículo me ha gustado mucho y ayuda a reflexionar sobre las formas, metodologías, y contenidos de la educación en España.