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LGTBIAQ+
Homonormatividad y política sexual en el neoliberalismo
Los orígenes del movimiento LGBT+, en lo que a su vertiente historiográfica occidental se refiere,1 se sitúan tiempo atrás, en el siglo XIX, cuando Magnus Hirschfeld inició en Alemania una contienda contra la legislación antihomosexual que penalizaba la sodomía con cárcel. A ello le siguieron el movimiento homófilo de posguerra, en los años 50 y 60, que organizó las primeras manifestaciones LGBT+, y las revueltas de Stonewall de 1969. Estas últimas supusieron un punto de inflexión dentro de la militancia queer estadounidense, iniciando un levantamiento de emancipación sexual, ideológica y política de corte crítico y radical que pretendía transformar el sistema buscando más la anulación de las opresiones estructurales que los meros cambios institucionales.
A partir de entonces, la lucha en las calles se hizo cada vez más patente y visible y comenzó a aglutinar a más y más personas. Muchas de ellas se organizaron en colectivos como el Frente de Liberación Gay o la Amenaza Violeta, cuestionando las estructuras y normas sociopolíticas predominantes y poniendo en entredicho realidades que eran dadas por sentado. Desde ese momento, los logros y avances del movimiento han sido considerables y de vital importancia para un colectivo (heterogéneo entre sí) que vivía en el más absoluto ostracismo.
Filosofía
"Stonewall": una lectura de Judith Butler
El movimiento LGBT+ ha sido siempre diverso y, consecuentemente, ha visto surgir en su seno intensos debates. Uno de los más relevantes, mantenido durante las últimas décadas, es el referente al papel y la influencia que el sistema capitalista neoliberal puede llegar a tener en el movimiento. El debate se afianzó especialmente a partir de los años 80, cuando este sistema se impuso a nivel mundial de una manera que quería parecer definitiva, ajustando sus dispositivos de dominación a las nuevas realidades sociales. Frente a las posiciones que defendían la importancia que el capitalismo había tenido para la conformación del movimiento y demandaban la participación de su vertiente neoliberal en el mismo, se erigió un activismo más crítico. Acompañado principalmente por la teoría queer, este activismo rechazaba las posibles contribuciones, alegando que el modelo económico ―también político y cultural― hegemónico desvirtuaba y asimilaba la lucha y sus demandas. Así, fueron muchas las personas que mostraron su descontento con la deriva tomada, debido al contexto en el que se insertaban algunas de las victorias y los logros conseguidos.
Una de las mayores precursoras de esta posición crítica ha sido Lisa Duggan, quien en su libro Materializing Democracy resume con una frase todos los argumentos que se reúnen alrededor de su postura: “el neoliberalismo ―afirma la autora― tiene en realidad políticas sexuales” (2002: 177). De esta manera, se aleja de la retórica de igualdad, imparcialidad y centralismo político en el que se inserta muchas veces el sistema neoliberal, así como de los argumentos pro-comercialización que intentan separar las actividades económicas ―especialmente visibles en el caso de las grandes empresas que llevan a cabo estrategias de ‘pinkwhasing’― de la esfera política, negando cualquier relación entre ambas e inscribiendo sus prácticas en la inocencia de los negocios. En realidad, detrás de las decisiones económicas hay siempre motivaciones políticas y, por lo tanto, toda actividad económica tendrá también sus correspondientes efectos en este último campo. Esta nueva política sexual del sistema económico neoliberal fue bautizada con el nombre de homonormatividad.
Heteronormatividad y homonormatividad serían dos caras de una misma moneda, pero mientras la primera ocupa un lugar hegemónico, la segunda es subalterna y sirve para reafirmar y mantener a la anterior
La homonormatividad no surge de la nada, sino que es la reformulación de otro sistema normativo existente y dominante: la heteronormatividad. Esta se caracteriza, en palabras de Cathy Cohen, por “esas prácticas localizadas y esas instituciones centralizadas que legitiman y privilegian la heterosexualidad y las relaciones heterosexuales como fundamentales y naturales dentro de la sociedad” (1997: 440). La heteronormatividad tiene su origen en la forma en la que Occidente ha estructurado la sexualidad a lo largo de su historia, con el establecimiento de un sistema jerárquico donde la heterosexualidad ocupa el eslabón superior y a su alrededor se establecen las fronteras de lo aceptable, quedando marginada así cualquier otra vertiente sexual.
Sin embargo, las normas sociales, las pautas de comportamiento intrínsecamente políticas ―al permitir su uso la construcción de objetividades sociales y el surgimiento de fronteras identitarias que configuran la noción de “Otro”―, no son inamovibles, sino dinámicas y susceptibles de contestación, tanto por parte de los de arriba como de los de abajo. Sería precisamente esta posibilidad de contestación a las normas lo que daría al sistema las herramientas necesarias para que el estándar cambiase, incorporando algunas acciones anteriormente no permitidas, en este caso ciertas sexualidades e identidades de género. Esto es lo que se ha denominado como “heteronormalización” (Ludwig, 2016), que no es más que una simple reformulación normativa del canon social ya consolidado.
Lo que deducimos de lo anterior es que heteronormatividad y homonormatividad estarían similarmente construidas, serían dos caras de una misma moneda. Eso sí, habría que tener en mente que mientras la primera ocupa un lugar hegemónico, la segunda es subalterna y sirve para reafirmar y mantener a la anterior, puesto que todo centro necesita de una periferia para existir y concebirse como tal. De esta manera, la homonormatividad es definida, tomando otra vez las palabras de Lisa Duggan, como “una política que no cuestiona las asunciones e instituciones heteronormativas dominantes, sino que las sostiene, a la vez que promete la posibilidad de una comunidad homosexual desmovilizada y una cultura homosexual privatizada y despolitizada anclada en la domesticidad y el consumo” (2002:179).
Desgranando la definición propuesta, es posible identificar dos estrategias que el neoliberalismo utiliza para llevar a cabo su política homonormativa. Ciertas sexualidades e identidades de género son incorporadas a los marcos sociales y legales, pero con una condición: se les otorga reconocimiento como particularidad, como algo intrínseco al individuo. Se produce así un proceso de individualización en el que el manejo de las vidas se lleva a cabo a nivel personal, incluyendo en este la búsqueda de soluciones a discriminaciones sistémicas. El neoliberalismo se mueve bajo la promesa de empoderamiento y autorregulación y se presenta como liberador ante el control que el Estado venía haciendo de la intimidad (Binnie, 2014). Se reivindica el derecho a la privacidad y no interferencia. Sin embargo, este individualismo choca con la regulación que en realidad se hace de la esfera íntima.
La despolitización es fruto de uno de los muchos movimientos reaccionarios que lleva a cabo el capitalismo neoliberal ante el avance de una lucha que cuestiona sus cimientos y amenaza con derribarlos
Junto a la individualización se desarrolla una privatización. Con esta estrategia, el neoliberalismo relega la diferencia sexual y de género al terreno doméstico. Esto conlleva que la responsabilidad social se volatilice, impide a los individuos verse como agentes políticos colectivos y dificulta enormemente su unión e identificación grupal, así como la construcción de solidaridades que permitan luchar contra el sistema en su totalidad.
Como resultado de los procesos anteriores, en nombre de la libertad y la diversidad individual y privada, se produce un intento de despolitización del movimiento de liberación sexual. No obstante, esa despolitización responde, al contrario de lo que pueda parecer, a una agenda política, la cual es fruto de uno de los muchos movimientos reaccionarios que lleva a cabo el capitalismo neoliberal ante el avance de una lucha que cuestiona sus cimientos y amenaza con derribarlos. Esta agenda busca, en última instancia, un mayor control de las personas por parte de las estructuras dominantes. El neoliberalismo incluiría entonces otras sexualidades e identidades de género dentro de su sistema normativo, a través de la concesión y consolidación de ciertos derechos civiles, de manera que las políticas sexuales facilitaran la perpetuación y reproducción del sistema económico al hacer a la población manejable y fomentando, así, el autogobierno de los individuos.
Partiendo de estos planteamientos, y sin quitar mérito a los avances conseguidos por los sujetos políticos, parte de la apertura sociopolítica a la visibilidad LGBT+ podría deberse a una reestructuración capitalista ante una de sus crisis de legitimidad, así como a una reformulación de los regímenes de regulación sexual, permitiendo y suprimiendo sus distintas vertientes a través de la creación de nuevas formas de disciplina. Es necesario tener esto en mente a la hora de organizar la lucha presente y futura para evitar caer en estatismos reformistas que transformen solo la superficie, que creen el espejismo de que se están produciendo cambios trascendentales con los que conformarse. Es necesario porque, mientras tanto, el sistema sigue intacto y continúa desplegando sus dinámicas opresivas, categorizando a los individuos a su antojo, no solo en función de su sexualidad e identidad de género, sino también de su raza y clase social. Es necesario para no perder de vista aquello por lo que se luchaba hace no mucho.
Britt, B. R. (2015). LGBT rights in contemporary global politics: norms, identity, and the politics of rights. PhD Thesis. University of Delaware. Disponible en: udspace.udel.edu
Cohen, C. (1997). Punks, Bulldaggers, and Welfare Queens: The Radical Potential of Queer Politics? GLQ 3, 437–465.
Duggan, L. (2002). “The New Homonormativity: The Sexual Politics of Neoliberalism”. En Russ Castronovo y Dana D. Nelson (eds.): Materializing Democracy: Toward a Revitalized Cultural Politics, Durham, Duke University Press, pp. 175–194.
Ludwig, G. (2016). “Desiring neoliberalism”. Sex Res Soc Policy, 13, 417–427 DOI 10.1007/s13178–016–0257–6.
Rubin, G. (1984). “Reflexionando sobre el sexo. Notas para una teoría radical de la sexualidad”. In: Vence, C. (comp.) Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina, 1989. Madrid: Revolución. Pp. 113–190.