Marxismo
El infeliz matrimonio entre marxismo e interseccionalidad

El desencuentro entre marxismo e interseccionalidad se debe más a posturas interesadas que a una evaluación crítica de los límites (reales) entre ambos enfoques.
Economista // Doctorando en Historia Económica
24 sep 2021 09:30

Últimamente hemos asistido a crecientes debates alrededor de cuál es la mejor forma de entender la realidad, y de incidir para transformarla. Por un lado, encontramos la teoría de la interseccionalidad, basada en la idea de la existencia de múltiples opresiones interconectadas, un concepto surgido en los años 80 para dotar de operatividad teórica y política a las preocupaciones (feministas, antirracistas, LGTBI+) al margen del marxismo vulgarizado e identitario que reproducían buena parte de los partidos comunistas occidentales. Por otro lado, encontramos el marxismo, basado en el análisis de las dinámicas del capitalismo y con vocación de ofrecer un marco totalizante y dinámico. De hecho, mientras que el marxismo se encuentra actualmente en un proceso de revitalización, la noción de interseccionalidad muestra dificultades evidentes para presentar una síntesis explicativa e impulsar una alternativa política.

En este contexto se ubica el debate surgido a raíz del artículo publicado por Maria Rodó Zárate en este mismo medio. Rodó reflexionaba sobre las diferencias y dificultades para encajar marxismo e interseccionalidad, pero con la voluntad de combinar ambas teorías. En respuesta, un artículo de Adrian López Bueno apuntó la imposibilidad de esta unión, realizando una dura crítica contra las implicaciones teóricas y políticas de la interseccionalidad. Si bien coincidimos con sus conclusiones, pensamos que su planteamiento es erróneo, difuminando su apuesta teórica en función de motivaciones políticas inmediatas y con una genealogía de pensamiento que nos resulta, como mínimo, matizable.

Muchas de las críticas contra la interseccionalidad se han centrado en su tendencia a ocultar la categoría de clase. Si bien esto es, en buena medida, cierto (especialmente en el sector académico), en este texto pretendemos debatir con mayor profundidad, eludiendo los hombres de paja con que, frecuentemente, se han abordado estos debates. Para ello, partimos de la consideración de que no podemos resumir las tesis marxistas a partir de lecturas como las de Silvia Federici o Jule Goikoetxea; al igual que para discutir la interseccionalidad no es suficiente considerar sólo una parte de los movimientos antirracista y feminista. Así, sin descartar completamente la utilidad de la perspectiva interseccional, pretendemos mostrar su incompatibilidad, por motivos teóricos, metodológicos y políticos, con el paradigma marxista en el que nosotros nos situamos.

Las contradicciones entre marxismo e interseccionalidad

Desde la teoría

En su análisis de la sociedad, el marxismo parte de una división abstracta: las clases no tienen género, raza, edad ni identidad sexual, sino que se definen por su posición con respecto a los medios de producción. Concibe el capitalismo como un sistema impersonal de relaciones sociales materiales, que tiene como finalidad última la acumulación de capital, respondiendo sólo ante aquello que interrumpe la generación de beneficios. Un sistema que tiende a dividir la sociedad en dos clases: las que poseen y controlan los medios de producción, y las de aquellos que para subsistir necesitan someterse a los intereses de los primeros.

En su análisis de la sociedad, el marxismo parte de una división abstracta: las clases no tienen género, raza, edad ni identidad sexual

Desde este punto de vista, la categoría central del marxismo es la explotación del trabajo por parte de los propietarios de los medios de producción (la burguesía), mediante la extracción de plusvalía al proletariado. Aquí encontramos el primer punto de ruptura: la interseccionalidad presenta otra categoría central: el complejo sistema de opresiones, entendidas como formas de desigualdad (económica y de poder). En este sentido, hay que recordar que Marx no se preocupaba por el trabajo y la clase trabajadora «porque se sintiese más indignado por el destino de los trabajadores que por otros grupos de personas pobres [...] El proletariado es el sujeto político central porque el trabajo productivo es el punto estratégico desde el cual se desmonta el capitalismo. Esto no es lo mismo que decir que solo las personas trabajadoras tienen agencia o valor político» (Lewis H. 2020, p. 19).

Aunque este punto tampoco implica que no se reconozcan otras estructuras generadoras de violencia. Marx, como cualquier derivación del marxismo (incluso las más torticeras), reconoce la existencia de jerarquías dentro de las mismas clases sociales. Estas jerarquías, que podemos equiparar a las opresiones, derivan de la historicidad de los sistemas de explotación, ya que el capitalismo se estableció sobre relaciones sociales preexistentes, frecuentemente funcionales al proceso de acumulación de capital.

El segundo punto de ruptura teórica que aquí consideramos tiene que ver con la realidad múltiple de estas opresiones, y con la forma como se relacionan entre sí. La interseccionalidad parte del principio de no jerarquización entre opresiones, pero, al mismo tiempo, pretende evitar convertirse en una teoría basada en un simple sumatorio y agregación de las mismas. Dos objetivos que consideramos incompatibles y que limitan nuestro análisis de la realidad. Jerarquizar es imprescindible. Por un lado, porque la finalidad del marxismo es la superación del sistema capitalista y, por tanto, lo analizaremos en función de la acumulación de capital. Por otro lado, porque observamos un peligro en la obsesión de la interseccionalidad por rehuir las jerarquías entre diferentes opresiones y su determinación de ampliar constantemente su abanico: corremos el riesgo de considerar equivalentes todos los ejes entre sí (raza, género, edad, apariencia física, habilidades, etc.). Un riesgo que dificulta la diferenciación entre opresiones con causalidades diferentes. Esto es particularmente cierto si observamos las dificultades que tienen las teorías de la interseccionalidad para definir conceptos como opresión, desigualdad y discriminación, así como para incorporar la categoría de explotación. Cada concepto tiene significados diferentes que requiere de análisis diversos, pero en estos marcos, frecuentemente, los encontramos como intercambiables.

Por tanto, salir de este catálogo de opresiones y comprender su interacción también pasa por reconocer la más que posible preeminencia de unas sobre las otras.

Desde la metodología

Rodó proponía la utilización del marco interseccional y dejarnos de apriorismos abstractos. Es en este punto donde más se evidencia la imposibilidad de fusionar marxismo e interseccionalidad. Y es que ambas teorías cuentan con metodologías y objetos de estudio diferentes.

Como apuntábamos al principio, el marxismo parte del análisis concreto, pero con el objetivo de generar categorías abstractas para comprender las particularidades del sistema capitalista y visualizar las dinámicas de su funcionamiento. En cambio, la interseccionalidad se centra en el análisis de los fenómenos. Tal como describe Maria Rodó: «la interseccionalidad no trata sobre los procesos de categorización ni subjetivación, sino sobre cómo se configura de forma compleja la discriminación, la violencia y la desigualdad en personas que están posicionadas de forma distinta en las estructuras sociales».

Entendemos que esta perspectiva no puede explicar la dinámica del sistema, ni aclara suficientemente la concepción y funcionamiento de este, limitándose a los análisis situacionales en torno a la desigualdad y la discriminación. Ello implica que incluso palabras diferentes, como explotación y opresión, tengan significados próximos, que frecuentemente nos llevan a combinar categorías de forma contradictoria. Un ejemplo es el concepto de «clase». Mientras que en el marxismo se define por la posición respecto de los medios de producción, en la interseccionalidad se suele utilizar como equivalente de pobreza económica, resultado de múltiples condicionantes. Además, la determinación ontológica de considerar todas las opresiones como equivalentes limita nuestra comprensión de la relación entre estas.

Implicaciones políticas

Si bien insistimos en la imposibilidad de fusionar ambas teorías, y en que nosotros nos reconocemos dentro de la tradición marxista, creemos que es útil reconocer a la interseccionalidad sus fortalezas. Por centrarse en los fenómenos concretos más allá de su relación con el capitalismo, ha puesto el foco sobre las opresiones y jerarquías que desarrollamos entre los que compartimos clase social. Cómo perpetuamos la discriminación y la violencia, somos oprimidos y opresores, y en qué contextos reproducimos estos roles. También encontramos aportaciones interesantes para pensar los procesos de politización.

Utilizamos un marco de análisis marxista, porque es el que nos ha ofrecido mejores herramientas para comprender el funcionamiento del capitalismo en su totalidad y para plantear su superación

Porque esta, más que de una comprensión racional del sistema, parte de una toma de conciencia mucho más básica, desde pautas morales y éticas sobre las injusticias vividas y presenciadas. En el campo del feminismo, la politización de muchas mujeres y personas LGTBI+ se inicia con la toma de conciencia, desde la experiencia de recibir comentarios y amenazas en las calles, el malestar con el propio cuerpo, los trastornos alimentarios y presión estética, la normatividad sexo-género, la violencia por orientación sexual y un largo etcétera. Elementos que hacen más miserables nuestras vidas y que hay que combatir. No obstante, hallamos en este marco una limitación fundamental, que es la dificultad para ofrecer una perspectiva dinámica y global del funcionamiento del sistema capitalista, sus formas de estructuración y la relación entre explotación, opresiones, desigualdades y discriminaciones. Ello dificulta la búsqueda de marcos y prácticas políticas que, más allá de buscar fórmulas para crear seguridad frente a violencias, sean realmente superadoras del sistema.

Es por este motivo que los aquí firmantes utilizamos un marco de análisis marxista, porque, hasta ahora, es el que nos ha ofrecido mejores herramientas para comprender el funcionamiento del capitalismo en su totalidad, y para plantear su superación.

Feminismos
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Pretendemos que nuestro legado de resistencia trans/feminista se totalice en revolución. Transdegeneradas proletarias del mundo: ¡trans/formemos todo!

Lecturas interesadas

En su respuesta a Rodó, López plantea la incompatibilidad teórica y política entre interseccionalidad y marxismo, presenta la importancia de la cosmovisión totalizante de la segunda teoría y sitúa el identitarismo obrero como un error histórico. No obstante, en el desarrollo de su artículo hallamos una serie de deficiencias.

En primer lugar, la mayor parte del texto no dialoga directamente con Rodó, sino que discute con una caricatura de la interseccionalidad que ella misma critica. En este sentido, el autor se limita a ofrecer un relato de las discusiones en el seno del marxismo, explicando que los socialistas, por haber perdido su visión totalizante, se vieron obligados a confiar en marcos interpretativos externos, perdiendo así capacidad transformadora. No obstante, no observamos en el texto ninguna explicación de por qué estos marcos son externos o incompatibles con el marxismo.

En segundo lugar, discrepamos de su lectura histórica del movimiento revolucionario y sus debates. Una lectura que lo lleva a realizar afirmaciones gruesas, que no resultan obvias por sí mismas: la desviación teórica de la II Internacional (burlando su diversidad interna) frente a la «gloriosa excepción del bolchevismo»; las luchas parciales (burguesas en esencia) frente a un marxismo totalizante y, por otra parte, escasamente definido; la caracterización de estas luchas (feminismo, antirracismo o nacionalismo) y del Estado como indefectiblemente burgueses, etc. Así explicados, suenan a apriorismos que tiene como objetivo defender posiciones políticas inmediatas, más que el de ofrecer un relato histórico de las debilidades y fortalezas del marxismo.

En este sentido, por ejemplo, creemos criticable el uso arbitrario de afirmaciones de Kollontai o Zetkin para criticar a la interseccionalidad. Las líderes comunistas alertaban del liderazgo de mujeres burguesas en el movimiento sufragista. ¿Es este el aviso que quiere trasladarse a los debates actuales? Utilizar estas referencias parece ser un argumento de autoridad esgrimido de forma ahistórica, que no demuestra que el feminismo sea un movimiento íntegramente burgués e incompatible con el socialismo. Para la mayor comprensión de los debates, es necesaria su contextualización, situar a qué se ataca, a quién va dirigido y cuáles son las posiciones que se pretenden reforzar. En esos ejemplos se reproducía una infantilización de las mujeres de clase trabajadora, retratándolas como engañadas, participando de una lucha que no les era propia, cuando justamente el sufragismo inglés (que López referencia) fue altamente participado por mujeres de clase trabajadora.

Sea como fuere, tiene poco sentido centrar la evaluación de los movimientos políticos en relación a quién participa de los mismos. Este argumento bien podría revertirse para caer en la demagogia sobre la participación del proletariado en el fascismo y de la presencia de burgueses en los partidos comunistas, comenzando por Marx, Engels o Kollontai. Si responde o no a un movimiento de clase, deberá ser evaluado en base a quién beneficia una propuesta política concreta.

Pensamos que el papel del marxismo y de los movimientos políticos revolucionarios es ofrecer una visión totalizante, y que para hacerlo es necesario debatir con posiciones como las de la interseccionalidad

López también tiende a relacionar interseccionalidad con feminismo y, sutilmente, este con el sufragismo y la burguesía. No obstante, y si concebimos la permanencia de la opresión de las mujeres como un producto del capitalismo, constituyente de la clase trabajadora, ¿no sería más lógico considerar el movimiento por la liberación de las mujeres como una expresión de la lucha de clases? Si valoramos el movimiento en relación a la posición que favorece el antagonismo de clase, difícilmente podrá argumentarse que a la burguesía le interesa el feminismo. Si así fuese, ya viviríamos en una sociedad feminista. Finalmente, que el movimiento adopte o no una dirección superadora del sistema capitalista dependerá del marco político y de la estrategia que se adopte, y en este punto la intervención de las organizaciones políticas es crucial.

Asimismo, la categoría «feminista», como todas las categorías históricas, no pueden aplicarse partiendo de la autocategorización de determinadas figuras, sino a través de su comparación con la realidad y de acuerdo con las definiciones que nosotros les otorgamos. Sería contradictorio con el método marxista, y coincidente con el idealismo y la posmodernidad, establecer que dicha autocategorización es suficiente para que nosotros la validemos. Según nuestra lectura, los escritos de Kollontai sobre la opresión de las mujeres, el trabajo reproductivo y su socialización, la promoción de las asambleas no-mixtas dentro del Partido Bolchevique, o las políticas públicas y el código de familia que lideró durante los primeros años de la URSS, serían fácilmente asumibles por parte del feminismo surgido desde los años 60.

Con todo, pensamos que el papel del marxismo (y de los movimientos políticos revolucionarios) es ofrecer una visión totalizante, y que para hacerlo es necesario debatir con posiciones como las de la interseccionalidad. Pero ello no pasa por, simplemente, señalar estos movimientos como contrarrevolucionarios, reformistas, o el adjetivo de hace 100 años que escojamos. Tampoco se trata de acusarlos, y de hecho resultaría todavía más grave, por obstaculizar la camaradería entre la clase trabajadora. Se trata, en el plano teórico, de dar respuesta a estos movimientos y, en el político, de articular un tejido social que siempre ha sido y siempre será diverso, complejo y cambiante. Las experiencias históricas revolucionarias nos han demostrado que son reclamaciones políticas, frecuentemente parciales, las que han impulsado las luchas colectivas (las reivindicaciones laborales, la resistencia a participar en el ejército, el aumento del precio de las subsistencias, las luchas antirrepresivas o contra el dominio colonial o imperial). Y es la acumulación de prácticas las que activan una identificación del sujeto.

Es en base a esta realidad que se debe articular la estrategia socialista. Limitarse a señalar la parcialidad de las luchas, señalándolas como burguesas, o apelar a la unidad de acuerdo con un supuesto sujeto aglutinador entendido como Partido Comunista (escasamente definido), no es más que otra práctica identitaria. Si no nos prevenimos contra estas tendencias, acabaremos convirtiendo la unidad en una trampa y el marxismo en una caricatura, ya vivida en occidente hace décadas.

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Referencia bibliográfica

Lewis, H. (2020). Política de todes. Ed. Bellaterra, Barcelona.

Sobre las autoras

Laia Jubany de Solà es miembro del Seminari d'Economia Crítica Taifa y del Comité de Redacción de la Revista Catarsi. Es, además, militante de Endavant i del Sindicat d'Habitatge de Cassoles.

Guillem Verd Llabrés es miembro del Seminari d'Economia Crítica Taifa.

Este texto fue publicado en catalán por la revista Catarsi. Agradecemos, tanto a las compañeras de la revista como a las autoras, que lo compartan con El Rumor de las Multitudes. 

Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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