15M
Crónicas de la juventud rabiosa: 15M y Mayo del 68

El 15M y Mayo del 68 comparten una poética, aunque difieren en su política. Mayo del 68 hizo que ya no supiésemos lo que era, lo que podía, el hijo de un burgués. El 15M logró que ya no supiésemos lo que es, lo que puede, el hijo de un trabajador. Una juventud disconforme se afirmaba y politizaba de formas diversas.
Niño vocero
Niño vocero Clara Alegre Arnau
Profesor de Filosofía en la Universidad de Granada
22 jun 2021 09:30

No sé si esta impresión resulta compartida, pero últimamente, en estos tiempos de efeméride un poco vacía y forzada por el décimo aniversario, he notado que se tendía cada vez más a comparar el 15M con Mayo del 68. He llegado a leer por ahí que el 15M sería “nuestro mayo del 68”. Eso suena muy halagador, especialmente para quienes participamos en el 15M y admiramos tantas cosas del 68. Pero si por algún resto de espíritu de aguafiestas que todavía quede en nosotrxs (o “indignado”, como se decía entonces) desconfiamos ante tanta celebración, tal vez también sea el síntoma de algo no tan halagador sino un poco más preocupante: que el 15M tiende a volverse historia, o sea, también a volverse pasado, pasado incapaz de incidir en algún presente, y tiende a volverse cultura, como un archivo interesante de imágenes, frases, acciones que relacionar con otras, alrededor del cual organizar coloquios académicos y, sin duda, futuras exposiciones en museos de vanguardia. Y mientras el 15M se vuelve historia, el presente tiende a volverse más y más conformista, como se muestra en esos nuevos representantes de la juventud que ya solo dicen “patria, familia y trabajo”.

Poéticas políticas

¿Hay algo del 15M que siga sin encontrar encaje en nuestra historia y, por tanto, siga interpelando y perturbando de algún modo nuestro presente? ¿Que siga sin formar parte de nuestra cultura? ¿Algo del 15M que, aunque lo hubo, y lo hubo con mucha fuerza, aunque insistió y persistió de muchas maneras, siga sin existir en nuestro mundo? ¿Como un sueño que no acaba de hacerse realidad en la sociedad española, pero sobrevive como sueño, casi en una existencia espectral, como en una especie de sombra que deja la vida pública y diurna? “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, escribió alguien en un cartel de la puerta del Sol de Madrid un lejano mayo. O tal vez no tan lejano. También se dijo: “Dormíamos, despertamos”; como si la única manera de despertar colectivamente fuese soñar, soñar lúcidamente en voz alta y a la luz del día, soñar con actos. Sería un trabajo extremadamente interesante y revelador, por cierto, tratar de leer juntas todas las frases del 15M, aunque en cierto modo eso haya sido intentado una vez, por María Salgado, en su libro Hacía un ruido. Frases para un film político (Contrabando, 2016).

Sea como fuere, el caso es que esas frases del 15M recuerdan, en efecto, a otras del 68. Pues en ambos casos se trata de momentos intensamente creativos, en los que energías que no tienen canales de expresión establecidos en cierta cultura desbordan por todas partes. “Tomamos nuestros deseos por realidad porque creemos en la realidad de nuestros deseos”, se decía con orgullo y determinación en el 68, por ejemplo. O aquella que decretaba un “sueño general” (rêve général), jugando con las semejanzas fonéticas entre las palabras sueño y huelga en francés. Pero aunque la poética del 15M fuese muy próxima a la del 68, algo cambia entre un momento y otro. Como si fuera la misma frase pero dicha por personas diferentes, por sujetos de enunciación diferentes. Entre Mayo del 68 y el 15M no cambia la poética, pero cambia la política de la poética. Pues lo mismo dicho por una persona diferente puede querer decir algo distinto, y en el caso de sujetos de enunciación colectivos puede simbolizar políticas muy diversas.

La mayor parte de la gente presente en el 15M, la gente que realmente construyó el 15M, que se dejó la vida para dar vida al movimiento, nunca quiso el poder.

Sin embargo, en términos directamente políticos, entre el 68 y el 15M también hay muchas semejanzas. En ambos casos se trata de movimientos que no quieren el poder, que rechazan toda forma de poder y de autoridad, que tratan de liberar y dar forma a muchos deseos reprimidos por el funcionamiento social normal, pero en ningún caso al deseo de poder, pues en este deseo se funda el funcionamiento social normal. La fuerza de transformación social de estos movimientos, su potencial revolucionario, es directamente proporcional a la fuerza con que rechazan constituirse en alguna forma de poder, con la que rechazan toda forma de autoridad dentro del movimiento. Y cabe recordar que esta política de rechazo del poder tuvo en su momento álgido la adhesión de la mayoría de la población española, como mostraron ciertas encuestas; lo que ciertamente debió hacer dilatar las pupilas o incluso salivar a quienes más tarde capitalizaron el 15M para montar su asalto institucional: esos que sí deseaban el poder.

Pero la mayor parte de la gente presente en el 15M, la gente que realmente construyó el 15M, que se dejó la vida para dar vida al movimiento, nunca quiso el poder. Querían muchas cosas: resolver problemas sociales, crear una política que no se pareciese en nada a la política oficial, extender las ocupaciones y asambleas. Querían hacer participar a todo el mundo en el proceso, llegar realmente a cualquiera. Querían, incluso, hacer una revolución, una revolución diferente a las imágenes que tenemos de la revolución como toma del poder. Y querían descentralizar sin cesar, desde el primer momento, ir a los barrios, a los pueblos. Con esto no quiero decir que no hubiese disensos y luchas dentro del movimiento, que las había, y muchas. Pero en toda la fase creciente del movimiento, lo común era que se huía del poder como de la peste.

15M
Diez años del 15M: seguimos indignadas
El 15M mereció la pena. Sirvió para agitar conciencias, contribuyó a visibilizar a mucha gente que creía que no era nadie y proporcionó esperanza.

Ciudadanía libertaria

Estas luchas dentro del movimiento, sin embargo, se daban sobre la base de cierto acuerdo mínimo, que llamábamos consenso. El consenso no quiere decir que estamos de acuerdo en una misma base ideológica, sino algo más allá: que estamos de acuerdo en la misma forma de vida común. Sin duda, esta forma de vida y de organizarse que se fue construyendo en esta fase ascendente del 15M siempre permaneció más o menos ímplicita. Pues es notoria la incapacidad de la asamblea general de llegar a algún acuerdo, y el único acuerdo al que se llegó fue el de la retirada de la acampada. La única decisión explícita que tomó el 15M fue la de disolverse a sí mismo, levantar las acampadas y disolver el movimiento; lo que recuerda a aquello que decía Camus sobre que el único acto verdadero es el suicidio.

Por eso lo interesante del 15M era el consenso implícito, que había ido construyendo y orientando al movimiento. En él había en germen como una especie de nuevo pacto social, capaz de sustituir al pacto social anterior; es decir, al pacto también ímplicito, al consenso de la cultura de la transición. El 15M fue consenso contra consenso. El consenso del 15M era el de una nueva forma de vivir colectiva; no tanto una nueva cultura como un nuevo ambiente, una atmósfera diferente para el cultivo de la vida común.

Germán Labrador, en Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986) (Akal, 2017), ha dejado entrever cómo el 15M permitió que se expresase una nueva generación oprimida, la generación precaria. Además, esa juventud abrió en canal la historia y permitió conectar con otras juventudes, con la juventud contracultural de la transición, conexión que se concretó en la presencia en las plazas de los famosos yayoflautas, al lado de los jóvenes perroflautas. De ahí la importancia del nombre que Germán ha dado a lo reprimido en la historia contemporánea de España: la ciudadanía libertaria. El pacto social implícito que unía a toda la gente que de hecho participó en el 15M fue el de buscar una manera diferente de ejercer la ciudadanía, una ciudadanía libertaria. Esa era la forma de vida que estábamos creando, que al mismo tiempo era una política, una forma de organización.

Siempre se reprochó a las asambleas, a la abigarrada y compleja estructura asamblearia que se fue creando durante las ocupaciones, su ineficacia. Y en efecto, como forma de poder y de gobierno de las multitudes, las asambleas populares son increíblemente ineficaces, hasta extremos aberrantes. Pero a veces, cuando algo nos parece ineficaz, también puede que lo que ocurra sea eficaz en otro aspecto, que pasa más desapercibido a simple vista. La obsesión del 15M fue construir una política que impidiese cualquier acumulación de poder o autoridad. Pero también poner en marcha una política que nos cuidase a todos, a todas las personas que participábamos en el proceso. El 15M, ese nuevo pacto social para una ciudadanía libertaria, era ácrata por su desconfianza absoluta con respecto de toda forma de poder, pero era feminista porque las prácticas de cuidado eran transversales y omnipresentes en todo el movimiento. De ahí que uno de los motivos decisivos alegados para desmantelar el campamento fue precisamente el de los riesgos que empezaba a acarrear para los habitantes del 15M. Si nos volvemos poder, si no somos capaces de cuidarnos las unas a las otras, mejor desaparecer: esa fue la apuesta del 15M.

Abrir el canal

En el Mayo del 68 español, que ya existió y que no es el 15M, hubo un curioso grupo alrededor de Agustín García Calvo, precisamente uno de esos yayoflautas del 15M, que se llamaba Comuna Antinacionalista de Zamora. En su primer manifiesto imaginan cuál sería un gobierno provisional para la instauración de la anarquía, o el comunismo libertario, en la ciudad de Zamora. Este gobierno debía cumplir tres condiciones: 1) durar lo menos posible; 2) ponerse la mayor cantidad posible de trabas para gobernar; 3) escoger a la gente más joven para los cargos dirigentes (y jóvenes no solo en sentido de edad biológica sino de inexperiencia, de inadaptación social). Las estructuras asamblearias del 15M, las comisiones y grupos de trabajo fueron una especie de gobierno provisorio de ese tipo, un gobierno que no quiere gobernar, que más bien quiere no-gobernar y que no gobierne nadie. De ahí su gran ineficacia en términos de poder, pero también su eficacia extraordinaria en términos de fuerza de inspiración para la gente, en términos de transmisión electrizante de un nuevo consenso implícito, de una nueva forma de vida.

Podemos ser servidores públicos ejemplares y al mismo tiempo desobedecer la ley. Podemos habitar el conflicto con la autoridad y al mismo tiempo tratarnos con respeto. Podemos hacer la revolución sin perder la ternura.

Esa capacidad de hacer sentir, de emocionar que tuvo el 15M, como afirma Rocío Lanchares en Hotel Madrid, historia triste (Lengua de Trapo, 2021), resulta inseparable de su fuerza insurreccional. Esa fuerza afectiva, fuerza de afectación, como diría Amador Fernández-Savater, fue la fuerza real del 15M, como también supo mostrar Basilio Martín Patino en su documental Libre te quiero (2012). En el libro de Rocío  se muestra cómo esa aparente desorganización, esa aparente ineptitud política fueron la clave del movimiento. “La imposibilidad de votar, la imposibilidad de que exista un representante, la imposibilidad misma de un nombre: son el canal.” En el libro la imagen del canal es compleja, y se relaciona con la idea de indeterminación. La fuerza del 15M fue su indeterminación, su no saber qué era. No ser tanto una respuesta, sino una pregunta lanzada sobre la sociedad. Las respuestas ya siempre están listas de antemano, pero para hacer una buena pregunta hace falta tiempo. El 15M quiso ser, en efecto, un canal, un simple canal de comunicación, y de resolución de problemas, de la ciudadanía consigo misma. Por eso los militantes del 15M no tenían respuestas, sino que preguntaban, preguntaban mucho, recogían propuestas y trataban de facilitar que se llevasen a cabo. El 15M abrió ese canal, y sus militantes eran facilitadores, mediadores. Su deseo fue servir a la ciudadanía, de manera semejante al modo en que los maoístas del 68 querían servir al pueblo.

Esta vocación de servicio público estaba profundamente arraigada en todxs los militantes del 15M, que mientras tanto conducían un conflicto con la legalidad, con la policía y con todas las autoridades del Estado español. Por eso el ambiente que creó el 15M era al mismo tiempo ciudadano y libertario. Podemos ser servidores públicos ejemplares y al mismo tiempo desobedecer la ley. Podemos habitar el conflicto con la autoridad y al mismo tiempo tratarnos con respeto. Podemos hacer la revolución sin perder la ternura. Esta forma de vida también implica la aparición de una nueva forma de subjetividad militante. El militante típico del 15M, de nuevo según las palabras de Rocío Lanchares, era un medium. Un medium es alguien que, sin cesar, transforma la burocracia en democracia. Los mediums son los que abren el canal entre la ciudadanía y ella misma. Y lo hacen por su percepción del sentir general, que es el único criterio de un medium. La medium crea consenso, porque recoge el modo en que la gente se siente, abre el canal de comunicación entre los diferentes sentires. Nos hace sentir en colectivo, nos hace participar en una forma de vida común. Ese es el sentido de la búsqueda, que parece tan demente desde una perspectiva gobernista, de consensos entre miles de personas.

Juventud precaria

En el libro de Rocío, no del todo carente de mística (igual que el 15M), se muestra algo fundamental de esta subjetividad-15M, de su fuerza contra-cultural, contra-neoliberal. Tiene que ver con el aspecto terapéutico y analítico del 15M, en el sentido preciso de transformación de la subjetividad. No solo había que cambiar el mundo, sino también cambiar las conciencias. Y las conciencias se abrieron. Pues no se puede salir del neoliberalismo solo, y juntxs perdemos el miedo. La conciencia dejó de ser individual para volverse común. Y en efecto, las militantes realmente más activas en el movimiento, las mayores mediums, se disolvían literalmente en el colectivo. Dejaban de orientarse por sus propias ideas, para hacerlo por el sentir general que trataban de captar y de escuchar con todas sus fuerzas. El yo neoliberal se quebraba de la manera más radical en el 15M, se abría a algo común. Pero esa abertura a lo común también es una herida que se arrastra ya para siempre, que puede hacer realmente muy difícil y penoso cualquier vuelta al yo, a mis cosas, a mi casa, a mi vida. Pero no tendrás casa en tu puta vida, y ni siquiera estarás seguro de poder pagar el mes siguiente el alquiler; esa era la situación por aquel entonces, tal vez no tan diferente a la actual.

Y en efecto muchos de los militantes del 15M, esa juventud precaria, no teníamos ninguna propiedad a la que llamar “mía”, ni mucha vida a la que volver. Entre estudios vocacionales y empleos precarios o desempleo, no ocupábamos ningún lugar establecido en la sociedad española del momento. En cierto modo, sobrábamos. Y algunos, de hecho, entendiendo esto perfectamente, nos fuimos luego a buscarnos la vida en el extranjero con otras ilusiones, e incluso ahí el 15M nos acompañó un poco, con su Marea Granate en referencia al color del pasaporte español. Creo que cuando se dice que el 15M fue un movimiento de las clases medias se alude en realidad de manera muy torpe a la indefinición positiva que logró el 15M, a su carácter socialmente inclasificable. Pues precisamente momentos así ponen en crisis las definiciones habituales de las clases sociales: son momentos de crisis sociológica. Estos momentos de crisis sociológica también son momentos de crisis pedagógica. Y aquí es cuando la comparación con el 68 vuelve a ser oportuna.

La juventud que hizo el 68 estaba formada muy ampliamente por estudiantes universitarios, hijos de burgueses. Pero precisamente, estos hijos de burgueses rechazaban el destino que se les reservaba. De ahí que se produjese una crisis en la reproducción de la sociedad. Los estudiantes se transformaron en revolucionarios cuando atacaron de múltiples maneras el orden burgués del que procedían. Hicieron que el mundo entero ya no supiese muy bien lo que era un hijo de burgués, lo que podía un hijo de burgués. Se negaron, con mayor o menor fortuna y perseverancia, al proceso pedagógico natural de ser la sangre nueva que se echa en los viejos odres. De ahí que desgarraran con fuerza al establishment en su conjunto, que tuvo que rehacerse y recomponerse para seguir gobernando el nuevo régimen de deseo surgido del 68.

En el fondo, creo que la juventud que hizo el 15M eran no hijos de burgueses, sino hijos de trabajadores. Y eso lo cambia todo con respecto a mayo del 68. El libro de Rocío Lanchares también lo muestra con fuerza, precisamente porque es un testimonio desde dentro, una memoria viva del movimiento, incluso de sus fantasmas. Los revolucionarios del 15M eran también supervivientes, no tenían nada garantizado en sus vidas. En la marcha que se supone “normal” o progresista de la sociedad democrática, los hijos de los trabajadores debían vivir mejor que sus padres, pues habían estudiado más. Debían llegar más alto. Pero sucede que el estudio o la vida misma a veces desvía, y entonces muchos descubrieron otros deseos que no eran los de la ascensión social.

¿Qué es, qué puede, qué podría ser el hijo de un trabajador? Yo creo que esa es la pregunta que se plantea a toda la generación precaria. Y tal vez no todo el mundo se la planteaba, pero la crisis de 2008 acabó de forzarla, cuando empezaron a escasear seriamente los medios para sobrevivir en una precariedad generalizada pero sin grandes preocupaciones, haciendo más o menos lo que uno quería. En ese momento la cuestión se extendió a toda la juventud, incluso la que hasta ese momento no había sido especialmente disconforme con su destino de ascensión social, y eso probablemente caldeó el ambiente para el 15M.

Vivir es lo más importante

El problema de las definiciones sociológicas es que son mucho más coherentes que la realidad. Y la realidad era, y probablemente lo sigue siendo, que un hijo de trabajador puede haber viajado mucho, haber leído mucho, vivido experiencias muy ricas y diversas, ser más listo que el hambre y tener múltiples talentos, y al mismo tiempo puede no tener ningún futuro ni lugar en el que caerse muerto. Se puede ser aristócrata del espíritu y proletario de la materia. Creo que la juventud del 15M tenía algo de eso. Se nos decía que vivíamos por encima de nuestras posibilidades, pero era la realidad la que estaba por debajo de nuestras posibilidades. Y nosotras luchábamos por darnos los medios materiales de nuestras posibilidades: ese es el trabajo del precario, que coincide con la vida entera.

No eran clase media sino más bien desclasados, un extraño lumpen, una ‘plebe dorada’ en la que conviven el lujo vital y la pobreza material, el deseo de revolución y la necesidad de supervivencia.

Esos medios no siempre eran legales ni respetables, no teníamos en gran consideración a la ley ni a la autoridad y por eso éramos libertarios, casi instintivamente, en los hechos más aún que en las ideas. Si no nos daban algo a lo que teníamos derecho, lo tomábamos. Si no teníamos dinero para comprar los libros o los discos que necesitábamos, los robábamos (o recuperábamos para el común, los liberábamos). Si no teníamos para pagar el metro, nos colábamos. Si hay una política que vuelve imposible el derecho básico a la vivienda a gran parte de la población, se responde con la okupación. Las okupas se vuelven el medio natural de este modo de vida, allí donde se desarrolla el espacio-tiempo específico de la revuelta de la juventud precaria. Y con eso y otras astucias íbamos tirando, íbamos teniendo una vida, una vida además interesante, no solo sobreviviendo sino viviendo con cierta plenitud. Y eso era más importante que el futuro, que hacerse un nombre, una profesión, un lugar estable en la sociedad. “Vivir es lo más importante”, yo creo que esa es la actitud precaria; cuando se entiende la condición precaria no solo como una falta, sino también como algo que puede dar lugar a una potencia.

Seguramente se me acusará de estar romantizando la precariedad, pero solo quería decir que esa forma de vida era posible. Apañárselas para no renunciar a nada que uno considere importante. No pensar que por ser pobre, por ser hijo de un trabajador uno tiene simplemente que bajar la cabeza y conformarse con lo que toque, aceptar cualquier empleo, cualquier carrera aunque no la deseemos en absoluto. Que por ser pobre uno tiene que renunciar a vivir según sus deseos y a luchar por la justicia. Creo que esa forma de vida produjo un tipo de politización específica, que es la que vimos en el 15M.

La juventud precaria okupó durante un tiempo la vida política española. No eran clase media sino más bien desclasados, un extraño lumpen, una “plebe dorada” en la que conviven el lujo vital y la pobreza material, el deseo de revolución y la necesidad de supervivencia. Y esos desclasados supieron ser los mediums, los canales por los que la ciudadanía se organizó y expresó a sí misma, llegando a un nuevo pacto social implícito. Por eso tal vez una de nuestras tareas “culturales” importantes sea la de explicitar ese nuevo pacto social implícito que propició el 15M, los modos de ser y de organizarse de una ciudadanía libertaria que sentimos y presentimos en ese momento, y a la que adhirió gran parte de la población.

Algunos breves epigramas que concentran esta sensibilidad-15M podrían tal vez guiarnos: “solx no puedes; con amigos, sí”; “si no te dan lo que es justo, tómalo”; “si nadie más lo resuelve, resuélvelo tú”; “porque vivas en la miseria no tienes por qué renunciar al lujo”; “porque tengas que trabajar para ganarte la vida no tienes por qué aceptar la injusticia”.

15M
El 15M como elogio de la incertidumbre
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