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Feminismos
La amistad como modo de vida: una cultura de las amigas-amantes
En una entrevista de 1981 para la revista francesa Gai Pied, Michel Foucault situó la amistad en el centro de la relacionalidad y el devenir queer. También en el centro del amor. Lo hizo para resistir la capitalización y la comodificación del amor homosexual, reivindicando así las subculturas del placer, la economía y los cuidados que los amores no normativos habían desarrollado desde los márgenes del modelo heterosexual y monógamo. A Foucault no le interesaba la institucionalización del amor queer en el matrimonio, la hipoteca y el proyecto reproductivo de futuro. Su mirada estaba en los vínculos de admiración, camaradería y placer sexual que los hombres llevaban “toda la vida” desarrollando entre ellos, al margen del estado de tolerancia o criminalización de la homosexualidad en los distintos momentos y espacios de la historia.
Tal y como leemos en la entrevista, la cuestión de la homosexualidad se desvincula de las preguntas sobre la identidad para redirigirse hacia un interés por el tipo de relaciones y afectos que pueden darse fuera del marco de la norma heterosexual:
Otra cosa de la que debemos desconfiar es de esa tendencia a reducir la cuestión de la homosexualidad al problema del ¿quién soy? ¿Cuál es el secreto de mi deseo? Tal vez convendría preguntarse: ¿qué tipo de relaciones se pueden establecer, inventar, multiplicar, modular, a través de la homosexualidad? El problema no es descubrir en sí la verdad de su sexo, sino servirse, desde ahora, de su propia sexualidad para acceder a una multiplicidad de relaciones. Y es sin duda esta la verdadera razón por la que la homosexualidad no es una forma de deseo, sino algo deseable. Debemos empeñarnos en devenir homosexuales y no obstinarnos a reconocer que lo somos. El problema de la homosexualidad tiene como desarrollo último el problema de la amistad (Foucault, 1981).
En las líneas anteriores vemos cómo la homosexualidad deja de ser una “forma de deseo”, una “verdad” del ser que ha de confesarse para su registro y configuración como sujeto social. Lejos de esto, el vínculo homosexual se presenta como un espacio de relaciones posibles, “algo deseable”.
En un tiempo-espacio donde se da una tendencia creciente a reconocer y nombrar (catalogar, en su versión más peligrosa) las especies de lo diverso, todavía hemos de poder imaginar un amor que elija no ponerse un nombre. Mi afirmación juega con la conocida frase pronunciada por Oscar Wilde “The love that dare not speak its name” y que a menudo sirve de eufemismo para referir al amor homosexual. Y es que el amor, como energía afectiva creativa, atrae-hacia-sí no uno, sino una miríada de nombres. Todos los nombres que el deseo homosexual despliega en las infinitas modalidades de la seducción, el cariño, el balbuceo infantil… revelan no una identidad, sino un singular deseo de relación, de estar-con, hacer-con, devenir juntas.
Todos los nombres que el deseo homosexual despliega en las infinitas modalidades de la seducción, el cariño, el balbuceo infantil… revelan no una identidad, sino un singular deseo de relación, de estar-con, hacer-con, devenir juntas.
No obstante, mientras que la lógica identitaria encauza y reduce el potencial creativo y desestabilizador del deseo, el no-lugar social-simbólico de las relaciones afectivas que resisten a la auto-asignación de un nombre o categoría relacional también trae consigo sus dolores. En la cita leíamos que Foucault llevaba la cuestión de la homosexualidad a un espacio donde su desarrollo último implicaba la cuestión de la amistad. Tomando sus ideas como punto de partida, en los siguientes párrafos realizaré un recorrido poético-teórico sobre algunos aspectos de la experiencia lesbiana de las amigas-amantes cuando esta relación escapa del marco heterosexual y monógamo para regocijarse en su propia genealogía. El objetivo de este texto es celebrar algunas de las pasiones alegres, la imaginación radical y también los dolores que trae el amor cuando desea para sí ser más potencia y devenir que ley y estructura.
Una cultura de las amigas-amantes
Dos ¿mujeres? vinculadas en una relación sexo-afectiva siempre han sido leídas socialmente como “dos amigas”. La ceguera ante la posibilidad de satisfacción plena en el amor lesbiano y en la no dependencia del hombre era y sigue siendo un acto de violencia, una censura. Del mismo modo que el término queer consiste en una reapropiación alegre de un insulto homófobo, en este texto propongo la utilización deseante de “amiga” como una palabra que rescata la singularidad de la intimidad entre mujeres que ha permanecido ilegible para la cultura heterosexual.
Aquí también hablaré del amor como una modalidad excepcional de la amistad. Así, el amor no entrará en las prohibiciones, restricciones y obligaciones sociales de la pareja concebida en el marco de la cultura hetero, sino que se tratará como un vínculo amistoso al que —resistiendo las jerarquías de los afectos que privilegian las relaciones entre mujer, marido e hijos— le dedicamos tiempo, cuidado, capital, energía vital y sexual. En esta línea de pensamiento, lo sexual es un espacio más de descubrimiento de diferencia y de afinidad con la(s) otra(s). Lo sexual es un espacio de relación y de exploración de devenires, de lo imaginable, lo inimaginable, lo posible.
Dos amigas
Sostienes mi vida, desde la cercanía, la intimidad, la comunicación. Desde aquello que desde niñas no nos sitúa en categorías opuestas. No hay nada extraño en tu cuerpo, no hay secreto, duda o enigma. En la diferencia, sin embargo, sostienes mi deseo. Nunca seré tú ni tú podrás ser yo. Desde esa alteridad nos miramos sorprendida la una por los movimientos de la otra. Te observo vestirte, el orden de las prendas y el movimiento de los brazos extendidos para ajustar la ropa. En la cocina calientas la avena y pones el café en el fuego. Retiras la piel de una mandarina y la colocas junto a mi plato para invitarme a comer. “Has de comer más fruta” insistes, firme y divertida por la posibilidad de la firmeza. Tu presencia y el movimiento distinto de tu cuerpo me tienen expectante. Asisto a cada gesto como a una oportunidad que nunca podría haber dado por hecho. Entre los otros lugares eliges estar aquí. Puedo avanzar una mano, acariciarte el muslo mientras desayunas y tu cuerpo recibirá esa presencia con placer y familiaridad. Puedo girarme en la cama en medio de la noche y buscar tus caderas para traerlas contra mí. Te escucho hablar. Tu presencia inaugura posibilidad. Posibilidad de mundo.
El amor de verdad
Saben que estamos juntas. Dormimos juntas. Cocinamos juntas. Hacemos el amor varias veces al día. Sin embargo, en una conversación una joven pareja de recién casados nos dice: “Cuando conozcáis el amor de verdad, el definitivo, lo reconoceréis”.
Sin mirarnos entre nosotras nos reímos con ellos. No hay confrontación. No sabríamos tampoco con qué palabras iniciar una respuesta con la que sacudirnos del ¿daño? que produce que incluso en esta situación de intimidad nuestro vínculo sea socialmente invisible. No invisible, pero irrelevante, una verdad parcial en busca de una verdad mayor. No se trata de que seamos dos ¿mujeres? Porque también amamos a otras personas, se supone que juntas tan solo pasamos el tiempo. ¿El tiempo hacia dónde? Hacia la revelación de un otro que nos inscriba en la pareja, la familia, la hipoteca. “Cuando conozcáis el amor de verdad, el definitivo, lo reconoceréis”. Ellos consideran que falta una promesa. Te preguntan por los chicos. Por las aventuras por Tinder. “¿Ya has encontrado a alguien que merezca la pena?” Bajo la mirada. No te tomo la mano por debajo de la mesa. La conversación nos separa en dos realidades completamente independientes. Pero no es así.
El amor es un afecto, un modo de relación mientras que la monogamia es un sistema, una ideología
El amor es un afecto, un modo de relación. Decimos que “se acercó a ella amorosamente” o que “la miró con todo el amor del mundo”. El amor transforma cualquier acción en una acción de intensidad especial. Esa intensidad es la entrega, la presencia total de la persona implicada en el acto. El amor puede darse dentro de una organización monógama, que prohíbe la posibilidad de amar a otras de formas que implican la intimidad, el cuerpo y la entrega, o puede surgir en un contexto material-simbólico no regulado por la ley de la exclusividad como performance social. Hay un problema de partida en llamar “amor” al amor monógamo y “poliamor” (un nombre distinto) al que públicamente no lo es. La ética de las amigas-amantes irrumpe en el orden social a través de la expresión y la experimentación con la fuerza creativa de las uniones amorosas. No nos urge encontrar un nuevo término para nombrar el afecto base que se expresa en forma de pertenencia, adhesión y reconocimiento especial de la vida de la otra.
Apostar por una ética de las amigas amantes no es sin consecuencias: viene acompañada de cierta incomodidad y sufrimiento social.
La crítica al modelo heterosexual, romántico y monógamo necesita un movimiento hacia fuera para pasar de lo meramente oposicional a lo creativo. Lo creativo puede ser utópico, entendiendo lo utópico como horizonte radical de la imaginación, y por ello será a la vez productivo de nuevos mundos. Una ética de las amigas amantes no es una teoría utópica en su acepción de imposible, no se podrá decir que no tiene cabida en el mundo material que habitamos. Sí podemos decir, no obstante, que su materialización implica un desajuste y una disincronía con las lógicas simbólicas, económicas y afectivas de nuestras sociedades. Apostar por una ética de las amigas amantes no es sin consecuencias: viene acompañada de cierta incomodidad y sufrimiento social.
Las ¿mujeres? que a priori —¿quién sabe del devenir de un vínculo?— amamos de forma no monógama ni orientada al futuro reproductivo conocemos la censura de un armario más pesado que el de la homosexualidad. El amor, cuando incluye el sexo-afecto y el deseo, no puede ser comprendido socialmente si su reconocimiento no viene acompañado de una serie de compromisos de exclusividad y futuro. (“Si no te comprometes, si no renuncias, es porque no la amas de verdad”, dicen.) Cuando existe el deseo sexual, sin la construcción discursiva de la exclusividad monógama el amor no se reconoce como tal. Podemos entonces decir que, en este caso, la práctica de la monogamia no tiene tanto peso como su promesa y performance social. Aceptamos que la gente engaña y traiciona su promesa de exclusividad sexo-afectiva, pero no es tolerable defender públicamente la posibilidad del placer, el compromiso y la alegría fuera de la identidad pública monógama.
La amistad: el tercer espacio
Un tercer término entre las dos. El tercer espacio es una realidad que no puede existir sin ese encuentro. Un encuentro de las potencias de cada una que no es propiedad de ninguna de las dos en particular. Llamo amistad a ese tercer término inaccesible sino es a través de la unión singular entre dos o más. Hoy hablo de entre dos, aunque el tercer espacio que entre dos surge tenga consecuencias y genere otros mundos de relación.
El tercer espacio no asimila ni neutraliza las diferencias de origen de cada una de nosotras. Estás fuera y dentro de nosotras, y en tu afuera soy vulnerable. Podrías hacerme daño y sin embargo, el tercer espacio se construye con fibra blanda. Allí puedo alimentarme sin mirar de reojo, sin prisas ni miedo constante a que se me retire el plato. Puedo dormir y continuar con mis proyectos al día siguiente. Junto a tu cuerpo, en sueños, eres mi aliada. Estamos juntas en la vida, los animales confían cuando la noche se alza.
Cuando existe el deseo sexual, sin la construcción discursiva de la exclusividad monógama el amor no se reconoce como tal.
Si una se queda sola y enamorada, si su cuerpo sigue aferrándose a ese tercer mundo mientras que la otra desaparece o se desconecta de ella, la sola tiene dos opciones: nomadear también o quedarse, perserverando obcecadamente ahí. Desde la ausencia de la amiga, es posible tener acceso al tercer mundo, pero será esa dimensión tercera parcialmente estática dado que solo una vive y se transforma transformando activamente el mundo. La otra es constitutiva a través de su fantasma. Permanece fijada a una versión ideal que se convierte en representación de lo que la otra significó e hizo sentir a la sola enamorada antes de su desaparición.
El ¿futuro?
Estás en mi futuro. Quiero decir en lo imaginable mañana. Deseo viajar contigo. Ver la piel ahora pálida oscurecerse en verano. Deseo que sea tu primer día de trabajo y que termines la jornada y vengas a cenar conmigo. Escucharte contarlo.
El futuro es un juego de escenarios que se despliegan y también la nada. Algunos escenarios me dan placer y recurro a ellos para embelesarme. En el placer de estar contigo ahora también participa el placer de imaginarte mañana. Estás en la playa, conduces por una carretera casi vacía contra la que rebota duro el sol, pasando por pueblos, parando en las estaciones de servicio. Me tomas del antebrazo y me acaricias la cabeza. Canturreas una canción pequeña como si fuera tu niña, tumbadas en la cama de un hotel antiguo en la costa de Galicia.
Deseo lo imprevisible del futuro, expandir el goce, el temblor y el conocimiento hacia otros escenarios donde nos imagino juntas. Pero prometer futuro. La promesa de futuro se muere en mi boca como una maldición o un sacrilegio. Dudo de la propia duración de la vida, no podría anticiparla. Siento que lo que no existe es lo único que no puede prometerse.
Si hay futuro, eso sí, habrá amistad. Un acceso a lo real solo nuestro, posible solo a través de nosotras. La amistad es el presente y el futuro del amor. Porque nuestro vínculo no nació siendo excluyente, tampoco podrá nunca ser intercambiable. Existes morena, brillante, fuerte. Te miro desde dentro y desde fuera, te toco desde dentro y desde fuera. Espero tu gesto de reconocimiento, tu caricia. Tu mirada y tu tacto me otorgan existencia, abren acceso al tercer espacio único de las dos.
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Maravilloso artículo. Espero que todas las mujeres tengamos acceso a ese vínculo tan maravilloso como es el amor de una amiga. Abrazo para todas.
Rogaría y desearía que el próximo artículo similar de la autora (obviamente no lo hará) narre algo sobre el amor entre hombres
Soy mujer, hetero y desnormativizada de la ideología y el sistema monógamo, capitalista y patriarcal. El rumor de hoy es bastante resbalidizo sobre unas gelatinosas palabras excesivamente engordadas de identitarismo. Como decía soy Alejandra, psicoanalista lacaniana y psicóloga sistémica. Follo, amo y disfruto de mi.pareja, macho, hombre, femenino y temblorosamente atractivo. Me gusta, deseo y vuelo muy alto siendo heterosexual y monógama, a mayores soy polígama en el amor y amistad. Me ha resultado empalagoso, descontextualizado y de un clasismo de lesbo chic. Da la sensación que la autora es muy joven, bien maneja en el arte poético, pero muy poco contrastado con los millones de casos empíricos.
Qué texto más precioso, Sara. Me ha hecho llorar un poquillo de amor (o amistad) 🥰