Opinión
Apuntes sobre la guerra en Ucrania y Putin

El régimen de extrema derecha de Putin tiene su base en la defensa de una identidad rusa eurasiática tradicionalista y excluyente.
21 nov 2022 06:00

En marzo de este año escribí un artículo analizando el discurso con el que Putin inauguró y justificó la invasión de Ucrania que comenzó en febrero. En ese artículo anunciaba que haría una segunda parte para dar unas pinceladas sobre el régimen de Putin y su adscripción a la extrema derecha ultranacionalista e imperialista, basándome en mi reciente trabajo sobre esta temática en la reedición ampliada de mi ensayo Ideologías Excluyentes (editorial La Catarata).

Es el momento de hacerlo, y más teniendo en cuenta el segundo discurso de Putin del 21 de septiembre pasado donde anunció la movilización de reservistas y amenazó con el uso de armas nucleares, al que conviene añadir sus recientes declaraciones en el foro de discusión política Valdái  del 27 de octubre.

En el citado ensayo considero los siguientes ítems como propios de la mayoría de los discursos de la extrema derecha actual, especialmente en países con tradición cristiana: 1) identidad nacionalista mítica, narcisista y excluyente, 2) supremacismo blanco, victimista, 3) fanatismo apocalíptico, cristoneofascismo y conspiracionismo político, 4) liberalismo económico nacionalista y aporofobia, 5) conservadurismo moral (fobia al feminismo y a la diversidad LGTBIQ+), y 6) ignorancia y desvaloración del conocimiento científico, histórico, sociológico, y del periodismo profesional.

Veamos cómo se reflejan en el régimen de Putin, a través de una identidad nacionalista mítica, narcisista y excluyente: 

Putin, como todos los nacionalistas rusos, cree que Rusia ha perdido injustamente parte del esplendor de la época zarista y del poder de la época soviética, y toda su política va dirigida a recuperar la grandeza que cree inherente a su patria desde un remoto pasado tan histórico como mítico. 

Tiene como objetivo fundamental recrear la “Gran Rusia”. Su ideólogo de cabecera es Alexander Duguin, pensador nacionalista, quien dijo en 2014 que “solo después de restaurar la Gran Rusia que es la Unión Euroasiática [similar a la UE], podremos convertirnos en un actor global creíble”. 

Se trata de un nacionalismo donde la historia se recrea construyendo un relato que les presenta como gran nación euroasiática con un destino e identidad común y excluyente. Dicha identidad se construye por exclusión de otras identidades con las que se contrapone, especialmente con la que identifican como propia de la “cultura occidental”, y que simplifican como cultura liberal. 

El régimen de Putin recurre a símbolos imperiales para lanzar su mensaje nacionalista e imperialista, como el Escudo Nacional Ruso con el águila bicéfala (presente en el estandarte presidencial) o la cinta de San Jorge (símbolo del valor militar). Al mismo tiempo, permite el uso nacionalista de símbolos soviéticos como la hoz y el martillo, las estatuas de Lenin, etc. Los símbolos soviéticos son útiles en la medida en que recuerdan el poder y la extensión territorial de la URSS y su imperialismo. No nos confundamos, el régimen de Putin no es comunista, aunque él sea heredero del mismo, ni siquiera de izquierda moderada o socialdemócrata, se trata de un régimen autoritario, nacionalista-imperialista, de extrema derecha, que se reivindica a sí mismo como reducto conservador y tradicionalista de la esencia moral y cultural euroasiática.  

Los nacionalistas rusos consideran el Rus de Kiev (antigua federación de tribus eslavas) como el embrión del pueblo y el estado ruso, por ello les duele tanto la independencia de Ucrania. Putin, en vez de decir que rusos y ucranianos tienen una historia común, dice que Ucrania no tiene historia propia y su estado fue creado por la URSS. Además, considera al cristianismo ortodoxo el pilar fundamental de la construcción de la nación rusa, y así lo remarcó en el 1030 aniversario de la adopción del cristianismo como religión oficial por parte del príncipe Vladimiro líder de la Rus de Kiev, donde habló de esa efeméride como “el punto de partida de la formación y desarrollo del estado ruso, el verdadero nacimiento espiritual de nuestros antepasados y la determinación de su identidad”. La identidad, el florecimiento de la cultura nacional y la educación. Vemos pues que la identidad rusa es vivida como una cuestión de voluntad espiritual y cultural común materializada en la Gran Rusia, la patria anhelada. Así lo señala Putin en su último discurso sobre la guerra en Ucrania: “Hoy me dirijo a todos ustedes, a todos los ciudadanos de nuestro país, a personas de diferentes generaciones, edades y etnias, a la gente de nuestra gran patria, a todos a los que les une la gran Rusia histórica”.

Putin ha tenido muy buena relación con líderes occidentales que tienen en la política antiinmigración el eje principal de sus discursos como Salvini, Marine Le Pen, Trump, Orban, etc., y en los que siempre rezuma cierto supremacismo 

Supremacismo patriótico victimista

No se puede decir que Putin sea supremacista racial, como acabamos de ver cuando habla de diferentes etnias en Rusia. Aunque sí se puede observar una gran dosis de nacionalismo étnico presente en la narrativa de los rusoparlantes pro-rusos del Dombás, que es fomentada por el Kremlin. 

En todo caso, Putin ha tenido muy buena relación con líderes occidentales que tienen en la política antiinmigración el eje principal de sus discursos como Salvini, Marine Le Pen, Trump, Orban, etc., y en los que siempre rezuma cierto supremacismo. 

También es cierto que en Rusia hay grupos paramilitares supremacistas blancos como el Movimiento Imperial Ruso, que es permitido por el régimen, y que ha entrenado a grupos neonazis alemanes. Actúa fundamentalmente en el exterior y es considerado por EE UU y Canadá una organización terrorista.

Eso no quita para que, paradojas del populismo, en su discurso Putin se erija con frecuencia en martillo del nazismo, siguiendo la tradición soviética, y justifique la invasión de Ucrania como necesaria para la desnazificación de este país (como se comentó en el primer artículo). El imperialismo ruso, como todos, no está exento de flagrantes contradicciones en su necesidad de reivindicar grandezas pasadas, y entre ellas no podemos olvidar la importancia del ejército ruso en el fin de la Alemania nazi. En todo caso no toda extrema derecha es nazi.

Lo que siempre hace Putin es dejar claro que sus acciones son una respuesta a la agresión occidental. Presenta a Rusia como “víctima de occidente”, especialmente de la OTAN (ya se habló de la parte de razón que puede tener), EEUU y la UE. Siempre apela al pueblo ruso como víctima de la rusofobia y las agresiones que alientan “algunas élites occidentales”, cuyo objetivo “es debilitar, dividir y en última instancia destruir nuestro país”, como sucedió en 1991 consiguiendo la desintegración de la URSS, para imponer en todo el mundo sus “pseudovalores” (discurso del 21 de sept. de 2022).

El nacionalismo ruso es supremacista cultural. Su antagonista es Occidente como representante del liberalismo político, ideológico y religioso, de la multiculturalidad y la globalización que no quieren y que acabaría con el sentido de su existencia en el mundo.

Putin presagia un apocalipsis mundial si las necesidades geopolíticas que Rusia demanda desde hace años no son atendidas y actúa cual mesías elegido por el pueblo ruso para levantar la humillación que sienten desde la desintegración de la URSS

Fanatismo apocalíptico, ‘cristoneofascismo’ y conspiracionismo político

Putin presagia un apocalipsis mundial si las necesidades geopolíticas que Rusia demanda desde hace años no son atendidas. Actúa cual mesías elegido por el pueblo ruso para levantar la humillación que sienten desde la desintegración de la URSS,  acentuada con la ampliación de la OTAN cerca de sus fronteras. Duguin, en clave mesiánica, decía en 2007: “Putin está en todas partes, Putin lo es todo, Putin es absoluto, y Putin es indispensable”. 

En el nacionalismo eurasiático de Duguin caben ideologías de extrema derecha sustentadas en distintas tradiciones políticas, filosóficas y religiosas, donde se mezcla neopaganismo y  tradicionalismo ortodoxo, éste en su versión más esotérica y apocalíptica. De hecho el think tank que dirige Duguin  se llama katechon, un término de la apocalíptica cristiana que hace alusión al “tapón” del Anticristo. Dugin interpreta el imperialismo ruso y la guerra ucraniana en términos apocalípticos donde Occidente representa al Anticristo y Zelenski su encarnación, como se puede observar en su artículo “Realismo apocalíptico” que comienza con la frase: “Los rusos no necesitamos a Ucrania. Cristo lo necesita. Y es por eso que estamos allí”.  Es lo mismo que defiende el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kirill, cuando define la invasión como una lucha contra “las fuerzas del mal que siempre han luchado contra la unidad de Rusia y la Iglesia rusa”. La vinculación entre la Iglesia Ortodoxa Rusa y el ejército lleva años cultivándose como necesaria para detener al anticristo en el territorio de la “Santa Rus”. 

El conspiracionismo político en el nacionalismo ruso queda manifiesto en su insistencia en sentirse acorralados por Occidente. Ello lleva a instalar la política en un juego paranoico constante donde cualquier disidente ruso de la política gubernamental es visto como un enemigo de la patria y un títere de las élites occidentales, consideradas la “mano negra extranjera y hostil” como indica Taibo en su obra Rusia frente a Ucrania. Entre estas élites sitúan a EEUU y la OTAN a la cabeza, seguidos de la UE, y los políticos demócratas liberales en general.  

Según Pratap Bhanu Mehta, el putinismo está ascendiendo como ideología, alineándose ahora con el supremacismo blanco, el chovinismo francés, la afirmación de la derecha israelí, los sueños otomanos, la agresión china o la agresión hindú. Quieren derribar a Occidente, pero lo que realmente quieren derribar es el liberalismo.

Así lo dice en su discurso del 21 de septiembre: “Los ideólogos y políticos occidentales llevan muchos años repitiendo al mundo entero que no hay alternativa a la democracia. Hablaban del modelo liberal occidental de democracia y rechazaron, con desprecio y arrogancia, todas las demás opciones y formas de democracia”

No puedo detenerme en el análisis de este concepto de democracia, aunque quizá es el momento de decir que para algunos investigadores Rusia se movería en la esfera del iliberalismo, del que el ejemplo cercano más concreto sería el régimen húngaro de Viktor Orban. 

Liberalismo económico nacionalista y aporofobia

Putin, como Duguin, se declara antioccidental y antiliberal, pero pocas alusiones hacen al capitalismo, lo cierto es que a nivel económico Rusia es capitalista, es decir practica el liberalismo económico. Para José Múgica Rusia es el país con el capitalismo más corrupto. Y según Taibo es uno de los que más desigualdad alberga en su seno. En Rusia la mayor parte del capital está en manos de ciertos oligarcas multimillonarios que surgieron tras la caída de la URSS cuando se apropiaron de las empresas estatales, en la mayor parte de los casos por su vinculación con el aparato soviético del momento. A este sistema algunos analistas, como Anders Åslund, lo llaman “Capitalismo de compinches”. Desde el principio estos oligarcas han estado muy relacionados con el poder, también con Putin y con la visión nacionalista que impera en la política. Eso no significa que la ultraderecha rusa más tradicionalista en general vea con buenos ojos ese capitalismo de los oligarcas. 

Por otro lado, para autores como Juan José Almagro, la invasión de Ucrania está relacionada con la aporofobia de Putin (fobia a los pobres). Según Almagro Putin tiene miedo y aversión a Ucrania que siendo pobre no se deja dominar y pretende crecer en libertad y sin la influencia directa de Rusia

Conservadurismo moral (fobia al feminismo y a la diversidad LGTBIQ+)

En Rusia, como adelantaba en el anterior artículo, desde el poder se fomenta la homofobia, el antifeminismo y cualquier propuesta de diversidad en la concepción de la familia, la patria y la moral tradicional cristiano-ortodoxa. Desde hace unos años la ley normaliza el machismo violento en el ámbito doméstico, y acaban de aprobar una nueva versión de su ley contra la propaganda LGTBIQ. Según J.G. Cuesta: “ya no solo estará prohibida cualquier declaración a favor `de las relaciones o de las preferencias sexuales´  de ese colectivo delante de menores, que ya es ilegal, sino que también estará vetada entre adultos; y la censura llegará incluso a todas las obras culturales, desde las películas a los libros. Para los legisladores y el propio presidente ruso, Vladímir Putin, se trata de defender `las fronteras´ frente al `satanismo´ de Occidente”.

Desvaloración del conocimiento científico y del periodismo profesional

No puedo detenerme en este punto para no alargar más el artículo, pero sí dejar clara la importancia de un periodismo profesional honesto que permita combatir la gran cantidad de bulos y falsas noticias que esparce la extrema derecha, como cualquier populismo, y que tan fácilmente encuentran hueco en la mente de las personas mal informadas y proclives al pensamiento conspiranoico. Para ello es bueno traer a colación las palabras de nuestro reciente Príncipe de Asturias de Humanidades Adam  Michnik en Oviedo: “Los medios democráticos deben combatir el populismo y el autoritarismo, que se caracterizan por rechazar el debate honesto”. “¿Cómo podemos defendernos de la oleada de noticias falsas?”, se ha preguntado. “Nuestro trabajo solo tiene sentido si defendemos la democracia. Incluso en tiempos de dictadura debemos encontrar la forma de comunicarnos con los lectores” . En ese encuentro con estudiantes de periodismo de toda España Michnik ha instado a los periodistas a defender “la libertad y la verdad y a trabajar honestamente”. Y ha recordado que la obligación de los informadores es “encontrar un lenguaje distinto al que utilizan los falseadores de la realidad”, como Trump y Putin. También ha advertido de que los populismos modernos están amparados por el imperialismo ruso. “Todos ellos son antieuropeos.”.

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