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Terrorismo
El 11M desde los ojos de un niño de Vallecas
Cualquier niña y niño de la generación de los 90 en Madrid sentirá nostalgia si menciono el Cyberclub. Aquel programa infantil de Telemadrid que nos ponían bien temprano antes de ir al colegio. Un espacio televisivo dirigido a los más pequeños en la cadena pública regional. Pero la mañana del 11 de marzo de 2004 todo fue diferente.
A la edad de 8 años la única responsabilidad era ir al colegio, por entonces estudiaba 3º de primaria en el colegio público La Rioja, ubicado en el área de Palomeras Sureste, en el distrito madrileño de Puente de Vallecas. A la hora temprana de las 9 de la mañana entrábamos todas las niñas y niños a pasarnos la mañana hasta medio día bajo cuatro paredes. Pero aquella mañana del jueves 11 de marzo de 2004 fue todo completamente distinto.
Por aquel entonces vivía en el distrito de Villa de Vallecas, a apenas 800 metros de la estación de Renfe de Santa Eugenia. Despertaría pasadas las 8 de la mañana, por un despertador llamado papá. Mientras desayunaba, al encender la televisión y poner Telemadrid, como todas las mañanas, aquello fue diferente, no había Cyberclub. Eran las noticias, el telediario. Sólo aparecían imágenes aéreas de un tren de cercanías.
A medida que avanzaban las informaciones éramos conscientes de la gravedad de la situación. Incluidos mi hermano y yo, pese a tener diez y ocho años respectivamente. Todo era confuso, y más a esas edades. Pese a todo, teníamos que ir al colegio. Cogimos el coche, como todos los días. Mientras íbamos dirección Sierra de Guadalupe, comenzaron a subir masivamente coches de policía, ambulancias y camiones de bomberos en dirección a la estación de Santa Eugenia. Se acababa de cometer el mayor ataque terrorista en suelo europeo.
Era difícil no conocer a alguien que tuviera familiares o allegados en alguno de los trenes
Aquel día de escuela fue diferente, así como los días que le siguieron. Minutos de silencio, lágrimas y dolor. Era difícil no conocer a alguien que tuviera familiares o allegados en alguno de los trenes. Había compañeros y compañeras cuyos padres, madres, hermanos y hermanas estaban en los vagones. Familiares que habían escuchado alguna de las detonaciones. O a mi abuela, a quien le reventaron las persianas.
El impacto de aquel hecho tambaleó los cimientos de la sociedad. Con 8 años éramos ajenos a la crispación política que se generó por las mentiras y la infamia del gobierno de Aznar durante aquellos días, pero no fuimos ajenos al dolor. Una generación traumada por el 11S en donde el 11M impactaba de nuevo. Pero esta vez se sentía cerca.
A la mañana del 13 de marzo acudimos a la estación de El Pozo. En las inmediaciones aún había restos de mochilas, bolsos y demás artilugios que habían volado con las explosiones. Y en el paso subterráneo que une las dos vías se levantaba un altar improvisado de flores, velas y lágrimas. Lo que había ocurrido era algo que no íbamos a olvidar nunca.
Vallecas había sido objeto de dos de los cuatro escenarios de la muerte. El barrio sentía el golpe
Las semanas pasaban y en la escuela se trataba de normalizar la situación. Vallecas había sido objeto de dos de los cuatro escenarios de la muerte. El barrio sentía el golpe. Cuando casi se había cumplido un mes del atentado y recientemente los terroristas habían intentado volar esta vez un AVE, los fantasmas de la muerte surgieron de nuevo con el cerco policial en Leganés a la mayor parte de los autores materiales del atentado. Se mostraba en las noticias como si de un videojuego se tratara. La retransmisión de la inserción de los GEO fue prácticamente en directo. Aquel 3 de abril se sumaría la víctima número 193, el policía asesinado tras la inmolación de la célula de Al Qaeda.
En España supimos desde muy pequeños lo que podía hacer el odio. Divisamos rápidamente que las mentiras que se cuentan siempre tienen deudas con la verdad. Y que en Madrid sufrimos nuestra inocencia herida a base de Goma-2 ECO. En apenas tres minutos de barbarie, 193 personas, ajenas a todo odio, ajenas a todo conflicto geopolítico o religioso, se convirtieron, por el azar de la historia, en los recuerdos del mañana.
La línea que recorro para ir al trabajo casi todos los días. La misma línea ferroviaria que fue objeto del peor atentado yihadista en Europa hace ya 20 años
Termino escribiendo estas últimas líneas de la misma forma en que he escrito el resto del artículo, en un tren de cercanías que circula por todos los escenarios de aquella mañana. Santa Eugenia, El Pozo, las vías de Téllez, Atocha. La línea que recorro para ir al trabajo casi todos los días. La misma línea ferroviaria que fue objeto del peor atentado yihadista en Europa hace ya 20 años. Para los casi 2.000 heridos, para los familiares y allegados de sus seres perdidos, todos los días son 11 de marzo.