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Editorial
Nadie llorará por ti
Aquilino, varón de 40 años, apareció muerto en el parque de Doña Casilda de Bilbao el pasado 3 de mayo. El 1 de enero lo había hecho Angélica, también de 40 años y también en esa ciudad. El goteo de personas sin techo que pierden la vida en la calle ha pasado de testimonial a casuística constante y difícil de esquivar para las retóricas moralizantes y meritocráticas, una realidad parecida a la de los jóvenes migrantes, igualmente pobres de solemnidad, que se traga la noche cuando cruzan ríos caudalosos, escapan de la policía o se suicidan en la penúltima estación de su viaje intercontinental. Cada vez fallecen más pobres de forma no natural: por estas tierras raro es el mes en que no hay alguna víctima mortal.
“Los últimos estudios contabilizan entre 3.000 y 4.000 personas sin hogar en Euskal Herria, casi 2.000 solo en Bizkaia”
Los últimos estudios contabilizan entre 3.000 y 4.000 personas sin hogar en Euskal Herria, casi 2.000 solo en Bizkaia. Quienes carecen de vivienda se han duplicado desde 2008, y los perfiles homogéneos, blancos y masculinos, de la pobreza extrema se han complejizado con la inmigración y los nuevos modelos familiares. Ciertamente, las dinámicas exclusógenas de la sofisticada violencia estructural de los regímenes contemporáneos siempre estuvieron ahí, pero los datos señalan un escalamiento del problema. Si ampliamos el foco, más de 110.000 personas viven ya en la pobreza extrema. Hay que remontarse a las primeras décadas del franquismo para encontrarse con cifras similares, en una sociedad que contaba con la mitad de población.
Ante esta situación, los medios de comunicación alimentan los prejucios y la demagogia entre sus públicos cautivos, con narrativas aporafóbicas y culpabilizadoras. Pero las estadísticas son tercas y claras: el 40% de las personas sin techo nunca ha consumido drogas ilegales y una cuarta parte padece patologías mentales Su esperanza de vida es 25 años inferior a la del resto.
“Durante 2021 se superaron los 1.100 desahucios y la pobreza energética, disparada por el aumento de las tarifas y los beneficios empresariales, alcanza ya a uno de cada diez hogares”
Las cada vez más frecuentes muertes de personas que viven en la exclusión social son un indicador de tantos que señala muy claramente que, por el momento, la crisis capitalista continúa agudizándose. Durante 2021, se superaron los 1.100 desahucios entre Navarra y la Comunidad Autónoma Vasca, y la pobreza energética, disparada como resultado del escandaloso aumento de las tarifas y de los beneficios empresariales, alcanza ya a uno de cada diez hogares, es decir, decenas de miles de familias.
Nos enfrentamos a una crisis sistémica y multidimensional, y con unas élites incapaces de garantizar las tasas de acumulación. En Euskal Herria, la respuesta del capital está articulándose a través de la colonización de nuevas cuencas antes mayoritariamente públicas (educación, sanidad), de las políticas públicas anticíclicas vinculadas a las infraestructuras, con un drenaje de riqueza colosal hacia el sector privado, y del alineamiento con las posiciones militaristas en la guerra de Ucrania. Que mueran más pobres que antes es, por tanto, lo normal.