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Crisis climática
El largo verano de 2038 II
Los escenarios a los que la actual emergencia climática nos puede llevar apuntan a crisis energética, escasez de recursos y erosión de los suelos, entre otros problemas. Repasamos aquí qué nos ha traído a esta situación para entender mejor contra qué nos enfrentamos y cómo actuar.
Viene de la primera parte.
El modelo económico busca el crecimiento, la creación de riqueza pero, como se ha dicho anteriormente, provoca desigualdades; el crecimiento económico supone un aumento continuado del consumo de bienes y servicios. Esto implica mayores demandas de energía, aunque algunos piensan que los desarrollos tecnológicos debieran posibilitar que hubiera crecimiento a la vez que un menor consumo de energía.
No se asume un esquema de “acrecimiento” o de “decrecimiento”, tanto por el afán de enriquecimiento como por el hecho de que es preciso un cambio muy profundo del modelo económico para que haya una distribución de la riqueza. Este debiera comenzar con un nuevo modelo de empleo: más servicios a la sociedad y menos bienes y servicios de consumo.
La cuestión del empleo es crítica en todo el mundo. Habrá que ver, por ejemplo, cómo en África se consigue una estabilidad sociopolítica sin explotación foránea y que de alguna manera haga que los jóvenes vean que es factible alimentar su hambre de futuro. En nuestros países europeos en pocos años veremos que la incertidumbre en el empleo puede frenar los esfuerzos de lucha por mitigar el cambio climático.
Reducción global de emisiones de GEI
Después de estos preámbulos podemos reflexionar sobre cómo evolucionarán las emisiones de GEI a nivel global, que son las que nos condicionarán lo que finalmente suceda con el actual proceso de calentamiento global, y con el devenir climático a que se verán sometidas las generaciones que ahora llegan; parte de las cuales ya muestran en la calle su demanda de respuesta a la emergencia climática en que estamos.
El modelo económico busca el crecimiento, la creación de riqueza pero, como se ha dicho anteriormente, provoca desigualdades; el crecimiento económico supone un aumento continuado del consumo de bienes y servicios. Esto implica mayores demandas de energía.
Miremos en primer lugar los usos de la tierra. A lo largo de este verano nos han llegado noticias de incendios en África y en América del Sur. Los primeros son muy numerosos, aunque no de gran extensión; los segundos poco numerosos, pero de gran extensión. No solo significan emisiones de CO2, también la extensión de la agricultura y la ganadería.
En África, en muchos casos, hay incendios forestales buscando tierras de labor para alimentación propia: la población en el continente es ya de más de 1200 millones de personas, y los modelos sugieren que pudieran llegar a mediados de siglo a 2500 millones. Pero no debemos olvidar que también el extractivismo avanza para darnos a nosotros cacao, algodón, maderas, flor de corte y, por supuesto, minerales.
En África se extrae casi la décima parte del petróleo mundial, también una parte importante de gas natural, pero su nivel de consumo de hidrocarburos es del orden del 3% del total mundial. Son exportadores de estos combustibles, y además de metales: oro, bauxita, cobalto, coltan, etc. Sus ingresos se unen a la exportación de recursos geóticos, a los que van acompañando ya los bióticos.
América del Sur es un gran suministrador de recursos naturales, entre otros madera, soja, carne, también ya aceite de palma, petróleo, oro, cobre y bauxita. Las burguesías agrarias clásicas se ven acompañadas ahora de las empresas internacionales. Se construyen grandes infraestructuras de transporte que unen las costas del Atlántico y el Pacífico; también otras interiores, como la Hidrovía del Paraná – Paraguay.
El resto del mundo seguimos demandando esos recursos que provienen de los dos continentes. Hemos sacralizado las nuevas tecnologías, ya muchas actividades las hacemos a través de ellas, reduciendo empleo o degradándolo. Además, cambiamos el teléfono móvil con frecuencia, no sabemos en qué medida se reciclan los materiales y demandamos más minerales y metales. Debiéramos pensar en una alimentación más racional respecto al planeta. Hace veinte años un compañero de central térmica de carbón me dijo: “si los chinos comieran tres hamburguesas a la semana habría que quitar mucho bosque”. Bueno el problema, no solo son ellos, desde hace años vengo diciendo que hay que comer patatas con algo de carne, y no carne sola.
En África, en muchos casos, hay incendios forestales buscando tierras de labor para alimentación propia: la población en el continente es ya de más de 1200 millones de personas, y los modelos sugieren que pudieran llegar a mediados de siglo a 2500 millones.
No parece pues que a corto plaza se vayan a reducir las emisiones de GEI procedentes de los usos de la tierra, puede que incluso se incrementen con los planteamientos de líderes políticos de allá y de acá que, en el cuidado de la casa común, oykos en griego, o eco en muchas lenguas actuales, anteponen las palabras economía liberal a las de ecología global, estas segundas defendidas por el ecologismo.
En este contexto, y en las reflexiones que se hacen a continuación sobre el sistema energético, me atrevo a dibujar la curva de evolución de emisiones de GEI que se muestra en la figura siguiente. Nos dicen que tenemos doce años para cambiar el rumbo de las emisiones, en el año 2030 como más tarde; pero en la figura nos vamos más allá del año 2040. Lo siento, espero equivocarme:
Una previsión de evolución de las emisiones de GEI. Curva EMP
Al pensar en la previsible evolución de la demanda de energía y las emisiones correspondientes, me vienen a la cabeza, en primer lugar, tres áreas geográficas: China, India y África. Las tres tienen un nivel de población similar, en torno a 1.300 millones de personas, de las cuales muchos millones no tienen, entre otros servicios, suministro de luz eléctrica. También les faltan otros que son esenciales e incluso más importantes.
En conjunto suponen más de la mitad de la población mundial y consumen una energía que supone emisiones en torno al 40% de las totales mundiales de origen energético. Pero ese aporte es muy distinto entre sí: China aporta casi el 30% de las emisiones mundiales de origen energético, India tiene emisiones equivalentes al 7%, y África sólo el 3%.
China ha incrementado fuertemente el consumo de energía desde hace pocas décadas, cuando decidió ocupar su lugar en el mundo, incrementando su PIB a ritmo del 8% anual. Produce la mitad del acero y del cemento del mundo, construye infraestructuras y edificios. Ya tiene un centenar de ciudades con más de un millón de habitantes. Además, su electricidad proviene mayoritariamente del carbón.
Este país hace esfuerzos para cambiar el sistema energético: aprovisionamientos, transformaciones y usos, pero el cambio será lento. Desarrolla energías renovables y mayores usos eléctricos, pero tiene al menos dos décadas por delante antes de que el carbón deje de ser su primera fuente de energía primaria. Tiene proyectos de energía nuclear, pero parece que los mira con miedo y prudencia.
China aporta casi el 30% de las emisiones mundiales de origen energético, India tiene emisiones equivalentes al 7%, y África sólo el 3%.
De todas formas, China está en una carrera con Estados Unidos y otros para ser un país con un esquema económico que le dé poder en la geoestrategia global; para reactivar su crecimiento parece que va a poner en marcha medidas que incrementen el consumo. No parece que encuentre caminos hacia una economía igualitaria y austera. Se sitúa en paralelo a otros centros de poder del Hemisferio Norte.
India y África han de llevar a sus gentes a esquemas de vida diferentes de los actuales. No va a ser fácil; la población, como ya sucedió antes en otros continentes, se traslada del mundo rural a las ciudades, estas nos muestran situaciones de hacinamiento y gran miseria. Ahora desde Europa aparece un turismo incalificable que entre otros lugares visita ese barrio de Bombay que muestra la película Slumdog Millionaire.