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Opinión
Lo raro es estar viva
Hace unas semanas, mi madre asistió como alumna a un curso de la UNED sobre astronomía. Me dijo con urgencia, por teléfono, que en Navidades tenía que leerme todos los apuntes y la documentación que le habían dado en clase porque era impresionante. Durante la conversación, surgió un tema recurrente del que muchas veces debatimos impresionadas, como el que habla del precio de la fruta o de la última travesura de alguno de nuestros niños. Yo, sin tener mucha idea de Física o de constelaciones; ella, con las ganas vivas de una mente científica que desea seguir aprendiendo y comprendiendo el universo. ¿De qué sirve agobiarse por ciertas pequeñeces si somos un punto mínimo, una huella desdibujada, un puntito sobre un folio en blanco con un boli bic que casi no pinta?
Cuando todo se me viene encima, cuando veo próximo el hundimiento y la ansiedad se apodera de mí, cuando me ahogo al mirar el móvil o la última noticia que abre los informativos y los digitales nacionales, me imagino que soy ese punto diminuto, sobre ese trozo de papel exiguo, que reposa sobre el infinito y que, por sí solo, no significa nada. Si justo antes de hundirme, me imagino siendo ese punto, qué cosas malas podrían llegar a pasarme. Me pregunto en silencio, mientras escribo.
Después de hablar de la magnitud del universo y de mi incapacidad para entenderlo, porque yo solo he estudiado periodismo y lucho cada día por terminar mi segunda novela que es menos que un puntito, pero me mantiene a flote, nos pasamos por otro de nuestros dilemas favoritos. ¡Que lo raro es estar vivo! Que el milagro, lo profundamente descabellado, es que estemos aquí y ahora hablando de un curso de la UNED y de mis problemas vitales que me asaltan en mis paseos por Madrid y se me incrustan en la chepa y me hacen parecer bajita y temerosa. ¡Que eso no es nada! Y vuelvo al punto de boli bic sobre el folio blanco, que tanto miedo nos da a quienes nos dedicamos a escribir, y me imagino saliendo de un agujero que yo misma he diseñado en mi mente y corriendo por la calle para mirar al exterior, a las estrellas cuando es de noche.
Le bromeo a mi madre y le digo si la cosa no habrá ido de astrología, en vez de astronomía. Si por ser escorpio hay más hundimientos y más picaduras mortales. Y me dice que no. No se detiene en mi ironía y vuelve a los miles de millones de kilómetros, de galaxias, de estrellas que nacen y se están muriendo, a todas las posibilidades que aun siendo reales, más reales que mi nudo en el estómago, jamás podremos ni siquiera llegar a imaginar.
Lo raro, lo que vale, es estar viva. Lo que cuenta es cómo somos capaces de contárnoslo y si el relato duele un poco o ese día se corta y no sabemos continuarlo, puedes pensar en ese folio, en ese punto y en la inmensidad que representa
Lo raro, lo que vale, es estar viva. Lo que cuenta es cómo somos capaces de contárnoslo y si el relato duele un poco o ese día se corta y no sabemos continuarlo, puedes pensar en ese folio, en ese punto y en la inmensidad que representa. Si lo raro es estar aquí y ahora, escribiendo estas líneas en esta tarde de otoño, que augura frío y viento, y más penas porque es una estación de luces preciosas, pero también de sombras, elijo observar este momento y no soltarme.
Lo raro es estar viva, respirar, ver la manera en que mis dedos se mueven sobre las teclas de un ordenador lleno de migas, porque acabo de comer y no he podido frenar la premura de escribir esto que pienso. Lo raro es estar vivas y convivir con la idea de la tozuda y palpable inmensidad.