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Cómic
“La unión de la izquierda tuvo que ver con el miedo a que el movimiento obrero quedara fulminado”
Cuando has crecido en un lugar con un carácter tan marcado como la cuenca minera asturiana, da igual que termines viviendo en una tranquila ciudad de Francia: la identidad de la cuenca la vas a llevar marcada toda la vida y de una u otra manera, terminará aflorando. En el caso del historietista e ilustrador Alfonso Zapico (Blimea, 1981), se tradujo en La balada del norte, una obra monumental de la que se acaba de publicar el último volumen. Una obra que recuerda los días en los que los mineros asturianos se levantaron contra el gobierno de la república, con el objetivo de tomar el control de las minas y poner fin a unas condiciones de vida precarias. Una obra que refleja también una forma de vida que fue el pulmón económico de toda una región y que ya no existe.
Acabas de publicar el cuarto y definitivo volumen de La balada del norte (Astiberri, 2022), con el que cierras un trabajo de diez años.
Empecé a dibujarlo después de la marcha de los mineros a Madrid, en 2012. Pensaba que sería una historia muy local, que no iba a interesar a nadie, pero el haber ganado el Premio Nacional por el libro Dublinés ayudó a darle una visibilidad y una difusión.
Aquella marcha fue una especie de canto del cisne de la minería. Fue una protesta muy potente, pero ya no había nada que hacer, porque estábamos ya condenados. Prácticamente todas las minas estaban cerradas. Aquello tuvo un valor más simbólico y sentimental. No se reivindicaba nada en concreto, lo que había, sobre todo, era una inquietud por el futuro, que tenía más que ver con toda la gente que ha vivido alrededor de esta industria. ¿Qué va a ser de ellos? ¿Qué les va a quedar? Era una reivindicación de valores colectivos. De los valores mineros, que han estado siempre en vanguardia de todo lo que tiene que ver con los derechos sociales y de progreso. Era su última marcha en vanguardia.
Aquella protesta no frenó la decadencia de la minería, pero sí sirvió de inspiración para una novela gráfica monumental que reivindica ese mismo legado.
Sí es verdad que, si no hubiera visto esa protesta, a lo mejor no hubiera hecho La balada del norte. Aunque lo que sí se consiguió, y que a mí me animó a dibujar el libro, fue empatizar con estos mineros que marcharon hasta Madrid, cantando este himno no oficial de la minería, con los cascos en la cabeza y la lámpara encendida. Mucha gente que no sabía dónde estaban Langreo o Mieres, ni habían visto una mina en su vida, gente que, a lo mejor tenía una conciencia ecologista, se emocionó al ver a los mineros por las calles de Madrid.
Creo que influyó que se produjo en un momento de mucho activismo político.
Seguro que ayudó, porque había también un nexo intergeneracional. Los mineros representaban lo viejo, frente a la generación que iba a construir el futuro, los que estaban por llegar. Los mineros eran gente con muchos años de sindicalismo socialista o comunista, pero se abrió un espacio común, se compartía una rabia por la situación. De repente, aquello se convirtió en algo hacía lo que todo el mundo miraba y con lo que todo el mundo empatizó. Todo el mundo se sintió parte de aquel colectivo, de aquella marcha. Eso fue un chute de autoestima y una especie de reconocimiento no oficial del valor de esta gente y esta sociedad.
Fue muy emocionante, porque en Asturias ha habido un complejo de que se nos abandonaba y se sintió que volvía a ponerse la atención sobre las comarcas mineras. Es un complejo que tiene que ver con que éramos la parte de Asturias que no se quería enseñar, que no aparecía en las guías turística; a pesar de que, todavía a día de hoy, la imagen de Asturias sigue siendo la minería del carbón, los movimientos obreros, la cuenca minera…
En ese contexto de lucha minera, ¿por qué decidiste dibujar, precisamente, sobre la revolución de Asturias de 1934?
Es un momento muy importante, que explica muy bien la guerra civil, la posguerra... Explica muy bien cómo funcionaba la cuenca minera y, además, es un momento que tampoco se conocía muy bien. Yo, que nací allí, solo conocía una parte de la historia. Quedaba la épica de la revolución, lo del minero con la dinamita, este cartel que se popularizó en el 36. Era el relato que se acomodaba a las necesidades de la cuenca minera, pero no era el relato completo.
En Oviedo pasaba lo que pasa ahora a gran escala con la guerra civil. La gente pensaba que la guerra civil, casi, casi, había sido una consecuencia del octubre asturiano, de lo que habían hecho los mineros
Luego descubrí un relato bastante maniqueo en Oviedo, donde estudié. Había una especie de prejuicio, una especie de cuentas pendientes que ajustar con la cuenca minera a raíz del octubre asturiano. En Oviedo pasaba lo que pasa ahora a gran escala con la guerra civil. La gente pensaba que la guerra civil, casi, casi, había sido una consecuencia del octubre asturiano, de lo que habían hecho los mineros. Todo lo que vino después se justificaba por eso y tampoco se le daban más vueltas. Sin embargo, la revolución asturiana del 34 es tan compleja, tan complicada de explicar, que pensé que merecía la pena dedicarle un libro.
El octubre asturiano fue la última revolución obrera de Europa.
En Asturias siempre se la ha comparado con la Comuna de París. Un estallido de violencia que cristaliza en la revolución social, aunque mucha gente no supiera qué quería decir exactamente.
Había una desilusión muy grande, porque tenían mucha fe en que la república les fuera a traer prosperidad, un horizonte, un futuro. Por eso la revolución estalla el mismo día que entran en el gobierno cuatro ministros de la CEDA, que era un partido de corte filofascista, filonazi, que buscaba implantar el modelo totalitario de Alemania en España. Eso lo ven como el último clavo en el ataúd de la república. Lo que se suponía que era un régimen democrático, se iba a convertir en otra vuelta al régimen al que habían estado sometidos durante la monarquía.
En La balada del norte queda patente la división que existía en la izquierda española, que recuerda a la situación que se vive actualmente y que termina uniéndose precisamente para la revolución de Asturias.
Tampoco han cambiado mucho las cosas, aunque el contexto es diferente. Los socialistas estaban cabreados con los anarquistas, porque los responsabilizaban de haber perdido las elecciones del 33 al haber llamado a la abstención. Y los anarquistas se la tenían jurada a los socialistas, porque, en tiempos de Primo de Rivera, el dirigente mayoritario del sindicato minero, Manuel Llaneza y Largo Caballero participaron en el Consejo de Gobierno y la UGT quedó al margen de la represión, mientras que los anarquistas sufrieron una represión brutal por parte del gobierno.
Por eso es tan increíble que la revolución de octubre permitiera la unidad obrera, porque quedaban muchas rencillas. De hecho, la unidad se completa una vez estallada la revolución, cuando los comunistas se suben al carro también. Y fue muy importante, porque eran los únicos que podían enseñar un modelo práctico, la URSS, que en ese momento representaba la utopía obrera. Quizás esa unión tuvo que ver con el miedo a que se impusiera la CEDA y el movimiento obrero quedara fulminado, como estaba ocurriendo en muchos países de Europa. Porque el fascismo, en ese momento, era una ola que lo absorbía todo.
Mi generación es la primera que, siendo hijos de mineros, ha tenido la oportunidad de tener estudios universitarios
La sociedad que reflejas en esta obra es una sociedad cerrada y muy jerarquizada. ¿Es la misma en la que creciste tú?
En los años 30 o 40 todo giraba en torno al carbón y las minas. Se entendía que era así y no había otra opción. Los mineros iban a la mina, las mujeres eran carboneras y se dedicaban a criar a los hijos, que después heredaban los puestos de trabajo de los padres. Y el ocio también estaba relacionado con el trabajo, porque el ocio de los mineros eran los concursos de entibadores, los de canto de las minas… Las minas lo absorbían todo.
La sociedad que yo conocí conservaba algunos rasgos identitarios de aquella tan compleja, pero la vida era menos miserable. Mi generación es la primera que, siendo hijos de mineros, ha tenido la oportunidad de tener estudios universitarios. Ya era la España en democracia, pero seguían esos tics que tienen que ver con lo organizativo, lo colectivo, los sindicatos mineros, que han sido muy fuertes hasta hace poco. Esto son cosas que tienen que ver con aquella época en la que, apoyar o no una huelga, era lo que decidía prácticamente la supervivencia de un montón de familias.
En La balada del norte, el personaje de Apolonio se suma a la revolución obligado por las circunstancias. Entiende que no se trata solo de su opinión, que hay mucho más en juego que tiene que ver con lo colectivo. En aquella época el sindicato minero era prácticamente una religión y cuando se convocaba una huelga, todo el mundo iba.
Cuando uno lee los libros de historia, los nombres propios que aparecen son los dirigentes de los sindicatos, de los partidos o los cabecillas de una revuelta. Las mujeres están de fondo; no es que no protagonicen la historia, pero se cuenta con nombres propios masculinos
Se trata también de una sociedad muy masculina, en la que el hombre adquiere todo el protagonismo.
En ese momento toda España era machista y la cuenca minera no fue una excepción. La imagen de la cuenca minera siempre ha sido el minero como macho alfa, el minero con la dinamita. Las mujeres también han trabajado en las minas de manera no oficial. Han sido carboneras, han protagonizado huelgas y piquetes, como en la famosa huelga del silencio en los años 60. Pero cuando uno lee los libros de historia, los nombres propios que aparecen son los dirigentes de los sindicatos, de los partidos o los cabecillas de una revuelta. Las mujeres están de fondo; no es que no protagonicen la historia, pero se cuenta con nombres propios masculinos.
Cuando yo era crío, las mujeres empezaron a reclamar derechos que eran de justicia, como el derecho a un puesto de trabajo en la compañía cuando tu padre moría en la mina. En los años 90, la hija de un minero que murió reclamó este derecho y eso generó un conflicto. Al final, varias mujeres consiguieron entrar en la mina, incluso trabajar en las galerías, que eran los trabajos mejor pagados. Sufrieron bullying por parte de sus compañeros, que no las querían allí, decían que daban mala suerte. Ni siquiera existían vestuarios separados para facilitar el trabajo de las mujeres.
Se dieron varias luchas paralelas. Por un lado la laboral, que tenía que ver con las mejoras salariales y sociales y por otro lado, la de género, que se ha encontrado con más trabas siempre.
Tu generación vivió la ruptura de una lógica generacional que marcaba que los hijos entraban a trabajar en la mina en la que trabajaban los padres. ¿Qué impacto social tuvo esa ruptura?
Las sociedades que están tan ligadas a una sola actividad, como es la extracción del carbón, cuando llega el desajuste industrial, de repente se ven quebradas. Por eso hay este trauma, porque su forma de vida pierde sentido.
Yo vengo un poco detrás de esa generación, pero los que eran jóvenes en los años 80 y se iban a incorporar al mercado laboral, se encontraron con que la compañía estatal, Hunosa, empieza a resquebrajarse. Empiezan a cerrarse pozos, a despedir gente y esto coincide con la época álgida de la heroína. Porque en la cuenca minera hubo mucha droga. Se dio mucho el caso de jóvenes mineros que se gastaban la paga en heroína y terminaban en el arroyo.
Mí generación llega al mercado laboral después y lo que le toca es asumir responsabilidades y emigrar. Estudiar y marcharse, estudiar fuera o irse directamente. Por pura matemática, porque, donde antes trabajaban mil mineros en vertical, ahora ya no hay empleo.
El asturiano ha sido siempre un pueblo de emigración y la de mi generación no ha sido una oleada, como la que iba a Cuba o a Argentina, pero sabíamos que, el que se quisiera quedar, iba a tener muy pocas oportunidades.
Ahora muchos son conscientes de que no tendrían el sueldo que tienen si hubieran decidido quedarse, pero hay ese punto nihilista y de mala leche, porque, en el fondo, no te vas porque quieres; lo que quieres es estar allí y allí no cabemos todos.
¿Cómo fue tu caso particular?
Mi caso es un poco raro. Yo me vine a Francia, a Angouleme, con una residencia artística. Lo que quería era conocer a otros autores, tener contacto con otros dibujantes, viajar… Me fui por gusto, pero luego me di cuenta de que no tenía forma de volver. Me fui con la crisis de 2009 y luego vino mi chica, porque trabajaba en la universidad y su departamento había quedado devastado.
Al final, yo estoy muy a gusto aquí, pero lo que yo querría es esta misma casa, pero en Asturias y, claro, no puede ser. Esa fue otra de las razones por las que escribí La balada del norte. Como no puedo volver a Asturias, lo hago a través del libro.
¿Con la publicación de los cuatro volúmenes de La balada del norte queda saldada tu deuda con la cuenca minera?
De manera un poco egoísta, dibujar sobre Asturias me permite seguir en esa dinámica de explicarme a mí mismo a través de otras historias, de otros personajes y a la vez cumple esa función de conservar la memoria y compartirla. Es muy inspirador y son historias que o las contamos los que venimos de allí o no las va a contar nadie.
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Tremenda entrevista, y tremenda la lucha de décadas de mineros y mineras por mejorar sus miserias condiciones laborales y mantener su trabajo. Toda escritura sobre la Revolución de Asturias del 34 es esencial para destruir las justificaciones que la derecha fascista uso para dar el golpe de estado militar. Los obreros se levantaron para defender y ampliar las conquistas sociales del bienio socialista-republicano.