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Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.
En ella estaban implicados la República Democrática del Congo (RDC), una empresa minera belga, una empresa comercial liberiana ficticia, un buque de bandera alemana -el Scheersberg A-, una tripulación española, un funcionario petroquímico alemán, una empresa de pinturas italiana, un carguero israelí, la isla griega de Creta, un puerto turco y una confesión realizada en Noruega.
Si esto suena como el argumento de una elaborada obra de ficción, lo era: constituyó la base del thriller de Ken Follett de 1979, Triple. Pero también era cierto.
La operación clandestina, que tuvo lugar en noviembre de 1968, sacó de contrabando unas 200 toneladas de uranio amarillo de la RDC y lo transportó a Israel. Fue orquestada por el Mossad, el servicio secreto de inteligencia israelí, y llegó a conocerse como Operación Plumbat, ya que el cargamento ilícito estaba marcado como plomo.
El plan se puso en marcha cuando, tras la guerra árabe-israelí de 1967, Francia redujo sus suministros de armas a Israel y probablemente también el combustible de uranio necesario para el reactor israelí de Dimona, que entonces se creía y sigue siendo el núcleo del programa de armas nucleares del país. La operación concluyó con un intercambio de buques y cargamentos en alta mar, el Scheersberg A atracó finalmente vacío en Turquía mientras que el uranio, ahora a bordo de un carguero israelí, se dirigía a Haifa y finalmente a Dimona.
La operación clandestina, que tuvo lugar en noviembre de 1968, sacó de contrabando unas 200 toneladas de uranio amarillo de la RDC y lo transportó a Israel. Fue orquestada por el Mossad, el servicio secreto de inteligencia israelí, y llegó a conocerse como Operación Plumbat, ya que el cargamento ilícito estaba marcado como plomo.
La operación Plumbat fue expuesta por primera vez en abril de 1977 en una conferencia sobre la no proliferación celebrada en Salzburgo (Austria) por Paul Leventhal, que pasó a fundar el Instituto de Control Nuclear en 1981.
Israel niega oficialmente que todo esto haya tenido lugar, a pesar de la amplia documentación y la posterior confesión de uno de sus oficiales del Mossad tras su detención en Noruega. Se produjo otro extraño giro en la historia cuando una operación del Mossad en Lillehammer para asesinar a uno de los atacantes de los Juegos Olímpicos de Múnich de 1973 mató por error a un inocente camarero marroquí que volvía a casa del trabajo. Uno de los agentes, para demostrar a las autoridades noruegas que efectivamente trabajaba para el Mossad, relató la historia de la Operación Plumbat.
Por supuesto, Israel también niega oficialmente la existencia de su arsenal de armas nucleares.
El uranio destinado a Israel procedía de la mina de Shinkolobwe, en la provincia de Katanga, en la RDC. Las venas de uranio que recorren Shinkolobwe sangran por todas partes. Y también sus víctimas.
La RDC es el escenario actual de un genocidio del que nadie habla. Hasta seis millones de personas han muerto en los continuos combates, la mayoría por los derechos sobre los minerales. Esta larga y sangrienta historia comenzó en la década de 1880, cuando el despótico rey belga Leopoldo II esclavizó y maltrató a la población del país, violencia que continuó bajo el posterior gobierno belga que tomó el control en 1908.
La RDC es el escenario actual de un genocidio del que nadie habla. Hasta seis millones de personas han muerto en los continuos combates, la mayoría por los derechos sobre los minerales.
Los belgas empezaron a extraer uranio en Shinkolobwe en 1921. En 1939, Albert Einstein, consciente por entonces de la posibilidad de construir una bomba nuclear y de que la Alemania nazi podría estar buscándola, alertó al Presidente Roosevelt de la necesidad de acceder a un rico suministro de uranio. El mejor, según Einstein, podía encontrarse en lo que entonces se conocía como el Congo Belga.
Una vez que la Alemania nazi ocupó Bélgica en 1940, creció la preocupación de que el uranio almacenado en Shinkolobwe pudiera caer en manos de Hitler. Rápidamente se elaboró un plan para enviar 1.200 toneladas de mineral de uranio a Estados Unidos, donde primero se almacenó en Staten Island y finalmente se transportó a la fábrica de bombas nucleares del Proyecto Manhattan en Los Álamos, Nuevo México.
Como se relata en el libro de no ficción de Susan Williams, Espías en el Congo, agentes estadounidenses entraron y salieron del Congo bajo distintas apariencias, transportando secretamente el uranio de vuelta al Proyecto Manhattan. Poco después se produjo un segundo envío de 1.000 toneladas de mineral almacenado. Williams escribió, citando el libro de Gabrielle Hecht, Being Nuclear, Africans and the Global Uranium Trade: “Los mineros clasificaron y empaquetaron el mineral de uranio a mano y, según las estimaciones, podrían haber estado expuestos a un año de radiación en unas dos semanas”.
El 70% del uranio de la bomba atómica de Hiroshima procedía de Shinkolobwe y otro 10% se utilizó en la bomba de plutonio lanzada sobre Nagasaki.
Pero las artimañas colonialistas no acabaron ahí. Cuando la RDC obtuvo su independencia en junio de 1960 y Patrice Lumumba se convirtió en el primer primer ministro del país elegido democráticamente, la provincia de Katanga se separó abruptamente del país. Para sofocar la rebelión, Lumumba recurrió a las Naciones Unidas, pero fue rechazado. Entonces pidió ayuda a la Unión Soviética, lo que selló su destino.
El asesinato de Lumumba el 17 de enero de 1961, tras apenas seis meses en el cargo, parece obedecer a órdenes directas del presidente Eisenhower, oficialmente por temor a que la asociación de Lumumba con los soviéticos creara un bastión comunista en la región.
Pero el uranio también estaba en el centro de la trama y es posible que Estados Unidos no actuara solo. El parlamentario del Partido Laborista británico, David Lea, denunció en 2013 que una antigua agente del MI6, Daphne Park, le dijo que ella y el MI6 orquestaron el asesinato para proteger el suministro de uranio. “Lumumba habría entregado todo el lote a los rusos”, dijo Park según Lea.
El parlamentario del Partido Laborista británico, David Lea, denunció en 2013 que una antigua agente del MI6, Daphne Park, le dijo que ella y el MI6 orquestaron el asesinato para proteger el suministro de uranio. “Lumumba habría entregado todo el lote a los rusos”, dijo Park según Lea.
Todos estos planes e intrigas se han producido al precio de la paz y la estabilidad del pueblo congoleño. La contaminación por los metales pesados y radiactivos abandonados en la mina sigue envenenando a la población y el medio ambiente. Otros minerales, especialmente el cobalto y el cobre, han provocado nuevos saqueos y conflictos.
Y pronto podría renacer el interés por el uranio de Shinkolobwe. “En un momento en que muchas naciones están inmersas en una carrera armamentística, almacenando armas de destrucción masiva para demostrar su 'fuerza', la mina de Shinkolobwe sigue corriendo el riesgo de ser vista como una perspectiva atractiva”, escribió el joven activista congoleño por el clima, Remy Zahiga, en un artículo para la Heinrich Böll Stiftung.
El renovado interés puede provenir de países como Francia (que firmó un acuerdo, hasta ahora sin explotar, en 2008) y China, deseosos de continuar y ampliar sus programas de energía nuclear bajo la falsa premisa de la mitigación del cambio climático. China ya posee otras minas en la RDC. “La existencia de entradas ocultas y la propiedad de toda la infraestructura circundante harían de la mina de Shinkolobwe un emplazamiento atractivo en caso de que China decidiera complementar sus actuales importaciones de uranio”, escribe Daniel Allen en su documento de 2024, Uranium Security in the DRC.
Y, sin embargo, el mundo mira hacia otro lado.
Durante un evento en línea organizado por el Proyecto Paz y Justicia, una iniciativa del ex líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn, y su esposa Laura Álvarez, la concejala londinense nacida en el Congo, Michelline Safi-Ngongo, preguntó con justa indignación y de forma un tanto retórica por qué los medios de comunicación nunca hablaban del genocidio en curso en su país.
La respuesta era, por desgracia, demasiado obvia, incluso para ella. Rostros negros. Lugares lejanos. África, donde estas cosas “ocurren todo el tiempo”. Digno de un encogimiento de hombros, luego olvidado. Cuando Occidente necesita uranio o cobalto o cobre, los trabajadores del Congo y sus familias se convierten de repente en prescindibles.
Traducción de Raúl Sánchez Saura.