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Cómic
Los micromundos infinitos de Santiago Valenzuela y el Capitán Torrezno
Desde que Santiago Valenzuela arrancó con Las aventuras del Capitán Torrezno, allá por 2001, no ha dejado de crecer su condición de rara avis dentro del cómic nacional e internacional. A propósito de dicha calificación, entiéndase la misma como un piropo, ya que estamos ante la que, para un servidor, es la saga de cómics más fascinante que nos ha brindado el noveno arte en el siglo XXI.
Pero ¿por qué tamaña afirmación? Para empezar, estamos ante un ciclón de ideas, a cada cual más fascinantemente disparatada, a través de las que el guionista y dibujante de San Sebastián alumbró en su momento al capitán Torrezno, el micromundo y cientos de teorías más encerradas dentro de esta anti soap opera castiza. Sin duda, lo que se puede entender como un género en sí mismo, además de ser una demostración de los poderes que se pueden extraer de un uso brillante del absurdo metafísico o del realismo de barra de bar.
De hecho, ¿a quién se le puede ocurrir mezclar referencias de Star Wars con la influencia en estilo gráfico de Velázquez, la metafísica medieval con la ciencia ficción, o la España casposa de tabernas de mala muerte con la intriga política?
Desde luego, los caminos de esta saga son insondables. Un cúmulo de puertas que abren más puertas dentro de un ecosistema propio donde expresionismo, costumbrismo barrial y epopeya bíblica son capaces de convivir bajo un mismo sinsentido de realidad. Puro libertinaje narrativo del cual Valenzuela ha conseguido armar un todo indivisible que se hace más expansivo y profundo en cada nueva entrega.
De aventuras a lo Jonathan Swift y falsos dioses se alimenta la imaginación de un cómic que late con soberana autonomía a partir de un arranque concentrado en la presencia de dos amigos de bar, Néstor Rija y Torrezno, que un buen día se ven dentro de un micromundo instalado en una época que podría pasar por la romana.
Con estos mimbres, da comienzo un sinfín de cuestiones y misterios hilados dentro de un mural de referencias prácticamente inabarcable, del cual el propio Valenzuela comentaba lo siguiente para Zona Negativa, en 2011, cuando ganó el Premio Nacional del Cómic por el tomo “Plaza Elíptica”, el séptimo de esta saga: “Como posible intención subliminal diría que esa mezcla de referencias, aparte de ser muy habitual y fruto del mundo y el tiempo en que vivimos, buscaba tal vez instaurar en el relato una especie de lógica del capricho, o de la arbitrariedad, lo cual tendrá sus implicaciones filosóficas y hasta psicológicas para el que las quiera buscar”. El autor consideraba que esto tiene que ver con la base de la historia, que es la de un mundo “creado por casualidad y casi a desgana” por un viejo funcionario que no sabe qué hacer con su vida, donde aterriza como protagonista e hilo conductor de la acción un “torrijilla del extrarradio con menos ínfulas épicas que la tómbola de los hermanos trompetilla”. Según Valenzuela, “a estas alturas de la película sería casi obsceno plantear la ficción como un refugio de orden frente a la realidad, como un orbe cerrado de racionalidad o teleología extraído del caos y el azar que al parecer lo gobiernan todo, y puesto a disposición del lector para que sueñe vivir por un rato entre buenos y malos, premios y castigos. El sótano y el micromundo que acoge son un orbe cerrado, sí, pero también conectado por muchos canales con lo que podemos llamar la realidad, y en él, igual que en la realidad, no hay un sentido ni asoma una finalidad”. La traducción visual, señalaba, es una mezcla de referencias culturales pasadas por el túrmix de la parodia y, a veces, “solo una especie de collage visual donde dominan el absurdo o el anacronismo”.
Las dinámicas folletinescas de la aventura trazadas a lo largo de los álbumes derivan en un sinfín de vericuetos argumentales que reproducen un estado mental en sí mismo. No en vano, cuando hablamos de Las aventuras del capitán Torrezno no lo estamos haciendo de un cómic al uso, sino de esa clase única de relatos que conforman un ente de pensamiento en sí mismo. A diferentes niveles temáticos y de estilo, lo mismo sucede con Krazy Kat, Sandman o Fábulas. No son colecciones sin más, sino mundos creados a partir de una serie de personajes memorable o peripatética, como en el caso que hoy nos ocupa.
‘Las aventuras del Capitán Torrezno’ funciona como un gran catalizador metacultural de referencias exiliadas totalmente de su contexto natural
En este sentido, en pocos cómics el spoiler debería estar más penado que nunca a la hora de intentar explicar qué es este cómic y por qué se trata de la saga más ambiciosa que ha surgido del cómic en España, no solo en este siglo, sino seguramente en toda la historia del mismo. Y es que Las aventuras del Capitán Torrezno funciona como un gran catalizador metacultural de referencias exiliadas totalmente de su contexto natural.
Álbumes como “Limbo sin fin” y “Extramuros” alcanzan niveles de inspiración desbordantes. Esto se traduce en una coctelera de sabores a priori totalmente irreconciliables, pero que Valenzuela logra aunar en un juego de contrastes memorable mediante una capacidad natural para subrayar el humor tabernario de la serie cuanto más densa y absurda se vuelve.
Más allá de la muy degustable densidad narrativa que ofrece este cómic, estamos ante una catedral infinita de conceptos, resueltos dentro de una aventura antológica, donde el entretenimiento no está reñido con la necesidad de armar una obra de autor cuyos diferentes puntos de partida tienen un soporte clarísimo en El increíble hombre menguante, entre muchos otros. Así, tal como lo explicaba el propio Valenzuela en Zona Negativa: “Viendo ahora esas páginas, veo algún guiño bastante claro a la película El increíble hombre menguante, en algunas de esas escaleras infinitas que se pierden en las alturas, y poco más. Pero la inspiración casi siempre es involuntaria, al menos en mi caso, y por ahí se habrán colado mil cosas más. La historia del hombre menguante, dicho sea de paso, siempre ha estado detrás de todo el asunto, aparece mencionada muchas veces en los croquis y bocetos previos de donde arranca toda la serie y, aunque luego ha perdido un poco de protagonismo (porque al principio pensaba meter muchas más alusiones) sigue asomando de vez en cuando en cuanto me descuido”.
Dicho todo esto, no nos cabe más que agradecer la más que pertinente labor de reedición llevada a cabo por Astiberri, tras la edición original de De Ponent, que nos ha permitido retomar tan referencial cómic de esos denominados “de culto”, pero que debería ser más masivos que el 99,9% de lo que se publica diariamente.