Cine
Ejercicios espirituales en una pandemia

Tres destacadas obras de creadores vascos han especulado recientemente sobre ciertas virtudes del confinamiento. Debe ser una señal de que algo importante nos está pasando.

Estatua de Ignacio de Loyola en Pamplona
Ignacio de Loiola. Estatua en Pamplona Ione Arzoz
28 may 2020 09:04

Existe un tipo de confinamiento virtuoso, capaz de generar insospechados descubrimientos. La antigua técnica introspectiva de la incubatio se reactualiza a nivel global para ofrecernos la visión de un futuro mejor.

Con unas cuantas Casas de Ejercicios en nuestro país sería suficiente para ponernos en marcha, para movilizar nuestras conciencias, para movilizar nuestras vocaciones creadoras (…) para dotar a todos (…) de una visión actual del mundo.

Jorge Oteiza.

Parece cosa de una premonitoria sincronía, pero tres destacadas obras de creadores vascos han especulado recientemente sobre ciertas virtudes del confinamiento. Debe ser una señal de que algo importante nos está pasando.

La trinchera infinita, vigorosa película de dirección colectiva Jon Garaño, Aitor Arregi, José Mari Goenaga narra la vida de un ‘topo’ andaluz emparedado tras un armario durante la guerra civil y la larga posguerra. Una dura existencia, pero que preserva la vida. Todo esto existe, la primera novela de Iñigo Redondo, arquitecto bilbaíno afincado en Madrid y el último mirlo blanco del panorama literario, nos cuenta la estática peripecia de Irina, una adolescente ucraniana que, huyendo de los abusos de su padre, se (auto)secuestra en el apartamento de su profesor. Durante dos años, hasta el accidente de Chernóbil, proyecta en su refugio la fantasía de una vida diferente. Y Zumiriki, la película documental de Oskar Alegría, filma desde una cabaña construida en un árbol, aislada en una isla fluvial, el regreso a una vida más sencilla y auténtica en armonía con la naturaleza en la senda del Walden de Thoreau. Tres modelos de confinamiento virtuoso que nos ofrecen una exigua libertad para el reencuentro con algo más profundo, y que dan que pensar.

Pareciera que los vascos, curtidos en la vida solitaria del baserri, y después de tanta celda y zulo, víctimas de alguna variante generacional del ‘síndrome de la cabaña’, conserváramos una perversa querencia por los lugares aislados y oscuros. Pero creemos que no es así. La cosa probablemente viene de antiguo, de muy antiguo. Obviamente, a nadie le apetece ni le aprovecha el confinamiento impuesto, pero cierto tipo de enclaustramiento buscado o asumido como oportunidad de regeneración puede producir sorprendentes beneficios vitales, creativos y hasta espirituales. ¿Cómo es esto posible?

Pareciera que los vascos, curtidos en la vida solitaria del baserri, y después de tanta celda y zulo, víctimas de alguna variante generacional del ‘síndrome de la cabaña’, conserváramos una perversa querencia por los lugares aislados y oscuros.

Se llama incubatio (de la raíz latina –cub, acostarse, de la que deriva incubar enfermedades o huevos) a una técnica introspectiva de carácter curativo, muy popular en el mundo antiguo, especialmente entre los griegos, que la desarrollaron como camino de conocimiento. Primero los seguidores de Asclepio, dios de la medicina, y luego algunos de los primeros filósofos presocráticos, bajo los auspicios de Apolo, se encerraban en pequeños habitáculos en los templos o en cuevas próximas, para forzar sueños lúcidos que revelaran el origen de una dolencia o la solución a un problema. Aunque tiene un remoto origen chamánico, a modo de hibernación animal o muerte iniciática, y se convierte en la versión occidental de ciertas técnicas meditativas orientales, obedece a pautas racionales. El sueño dirigido bajo ciertas condiciones de aislamiento sensorial y disciplina mental puede generar esos eurekas que la vida cotidiana nos hurta.

La incubatio se practicó durante milenios de manera ritual y aún hoy se sigue practicando de manera informal en sanatorios, cárceles o retiros de montaña, dando lugar tanto a revelaciones espirituales como a algunos avances artísticos, filosóficos y científicos, que han sido decisivos. De la lógica de Parménides y la cosmología de Empédocles, ideadas en la oscuridad de las cuevas, al sueño de la tabla periódica de Mendeléyev, tras una siesta de laboratorio. De la cumbre mística de la Noche oscura del alma, de san Juan de la Cruz, a la conmovedora epístola De Profundis, de Oscar Wilde, destiladas de la experiencia de la prisión. Del arte conceptual ecologista de Joseph Beuys, según la leyenda nacido de la curación en la tienda de unos nómadas tártaros, a las “cabañas de pensar” de Nietzsche, Heidegger y Wittgenstein, de las cuales, sugiere Andoni Alonso, surgió la filosofía moderna. Hasta las teorías políticas más en boga, de Gramsci a Negri, son hijas de una fructífera reclusión carcelaria.

La versión vasca de la incubatio tiene como protagonista a nuestro santo nacional, Ignacio de Loiola, creador de los Ejercicios espirituales, que la chavalería educada en colegios religiosos sufrimos todavía durante las postrimerías del franquismo. Una versión degradada sin ningún sentido ni beneficio, solo apta para provocar el tedio infinito o la rebeldía anticlerical. Sin embargo, el azpeitiarra, a partir de su experiencia como convaleciente de la herida que le causó un cañonazo en Iruñea y de su posterior retiro en la cueva de Manresa, rescató y sistematizó la técnica de la incubatio griega, cristianizándola, para vivenciar la imaginería de la contrarreforma y reconstruir la moral católica. Técnica que ha sido ensayada durante siglos y que, posteriormente, dio lugar al proto-cine de la linterna mágica de Kircher, tan caro a la propaganda jesuítica.

La versión vasca de la incubatio tiene como protagonista a nuestro santo nacional, Ignacio de Loiola, creador de los Ejercicios espirituales, que la chavalería educada en colegios religiosos sufrimos todavía durante las postrimerías del franquismo.

El último creador vasco que recogió su testigo, de manera crítica, fue Oteiza, quien la homenajeó en sus Ejercicios espirituales en un túnel, el nuevo evangelio estético del racionalismo convulso “en busca y encuentro de nuestra identidad perdida”. Lo importante, según su particular interpretación, no fue la reaccionaria ideología ignaciana sino la “lógica” de su método y su “sensatez revolucionaria” para el rebelde y el conspirador.

¿Les parece peregrina esta intrahistoria del confinamiento virtuoso? Pues aun hay más, y ya no es enteramente responsabilidad vasca. En estos tiempos de desescalada de la cuarentena, filósofos, sociólogos y especialistas de todo signo han considerado la pandemia como una gran incubatio global, justamente, sobre la deriva de la globalización. Como si una severa Gaia nos hubiera advertido con la plaga vírica, enviándonos al más oscuro rincón de pensar. Y estos nuevos practicantes de la incubatio, enfundados en su chándal y encerrados en la burbuja digital, han empezado a vislumbrar cómo será nuestro futuro inmediato, ofreciendo curiosas y vívidas estampas, surgidas de la rica sentina del pensamiento profético.

Filósofos, sociólogos y especialistas de todo signo han considerado la pandemia como una gran incubatio global, justamente, sobre la deriva de la globalización.

Los hay que auguran, tomándose una piña colada en un hotel, que este es el último repliegue antes de la barbarie del colapso capitalista. Pero también los hay que creen que hemos aprendido la lección y que a partir de ahora construiremos un mundo más austero, igualitario y ecológico. Entre estos últimos destaca el incombustible y prolífico Zizek, quien desde su oportunista Pandemic! nos atormenta con el sueño yugoslavo del “comunismo reinventado”, que lleva proclamando hace un par de décadas sin éxito, desde Repetir Lenin, y que por fin parece haber encontrado su oportunidad histórica. ¡Ojala!, pero, vaya, si lo propone el esloveno igual la cosa se tuerce y acabamos recalentando la tentación de un ecofascismo tecnocrático. No obstante, quizá debiéramos atender a su discípulo y amigo, el croata Srecko Horvat, adalid del Movimiento Democracia en Europa 2025, quien confía en la incubatio planetaria, ya que “nunca antes tantas personas en el mundo habían estado conectadas por un solo pensamiento global como el coronavirus”, por lo que ésta “es una oportunidad de crear una comunidad global”.

Peter Kingsley, el revolucionario estudioso de la incubatio moderna de In The Dark Places of Wisdom, en su reciente aproximación a Jung en Catafalque, sospecha que no asistimos al fin de los tiempos, sino que nos hallamos “en la mitad, y totalmente perdidos”, por haber olvidado el vínculo con nuestro pasado. Es decir, que este puede ser nuestro último y definitivo punto de inflexión planetario, gracias a esta reconexión entre futuro y pasado.

¿Esta cuarentena habrá alumbrado en alguna solitaria borda pirenaica o en una favela de Río de Janeiro una teoría crítica unificada comunalista-feminista-ecologista?

¿Cómo será realmente el mundo del mañana? ¿Esta cuarentena habrá alumbrado en alguna solitaria borda pirenaica o en una favela de Río de Janeiro una teoría crítica unificada comunalista-feminista-ecologista? ¿Quizá una nueva forma de espiritualidad política planetaria? ¿Y los vascos postOteiza, estamos dispuestos a pasar el último tramo de nuestros propios ejercicios político-espirituales para salir definitivamente del túnel como una tribu colaborativa? ¿O todo va a quedar en el feliz descubrimiento del arte del confinamiento?

Lo que parece claro es que, más allá de los frutos de esta incubatio verdaderamente glocal y de las delicias vascas del confinamiento, pronto habrá que poner el mundo en marcha en otras claves colectivas si queremos que al compartir nuestros sueños utópicos no acabe eclosionando la vieja pesadilla del huevo de la serpiente.

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A ver... Yo creo que las redes digitales se han cargado cualquier parecido, hasta casual, con retiros espirituales. A mi personalmente, la indigestión machacona, obsesiva, tóxica, paranoide, simple y bastante inutil de los medios me genero tal rechazo que cerré todas mis redes, apps, datos, etc (de forma intermitente con algunos días de conexión, eso sí) durante la casi totalidad de los meses de confinamiento. Fue una huída de la turra social, comunitaria, de supuesto apoyo mutuo, gestapos, contragestapos y demás. De esto, la única decisión que me surge (que no es poco) es la de continuar mi huida del basurero urbano y digital donde están empantanados y acechantes la mayoría de los monstruos sociales, ciudadanos y ciudadanistas.

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