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Carta desde Europa
Ilusiones útiles que han dejado de serlo
Los mandatarios europeos juegan en una especie de esquema de Ponzi, que finalmente está a punto de derrumbarse primero en Roma y en Londres, después, en Berlín, París y Bruselas.
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
En medio de la crisis italiana y con el Brexit ante portas, Emmanuel Macron escenificó una verdadera orgía de memoria en torno a la Primera Guerra Mundial. En esta ocasión, no se celebraba la victoria sino la paz, aunque el tema real era “Europa” y el papel de Francia en ella. Incansablemente, se esparció el mito de la Unión Europea fundada en 1956 y garante de la seguridad europea desde 1945, gracias al concurso de toda la caterva de bienpensants del establishment europeo, incluido el filósofo alemán Jürgen Habermas.
En realidad, por supuesto, se trataba de la ruptura en cuatro o cinco trozos, depende cómo los contemos, de la Alemania derrotada por los Aliados y, en particular, por la Unión Soviética para resolver la “cuestión alemana”. Con independencia de todo ello, ahora “Europa”, esto es, el gobierno supranacional centralizado y tecnocrático de Bruselas controlado por Francia o Alemania o por ambas, debe “fortalecerse”, porque, de lo contrario, se reanudarán las guerras terrestres europeas que jalonaron los siglos XIX y XX.
A pesar de los desastres italiano y británico, la consigna de Merkel fue, como siempre, “más Europa”, con independencia de lo que ello signifique
Nadie se sintió impresionado y, ciertamente, no en Francia. A mediados de noviembre, un levantamiento popular de cientos de miles de ciudadanos franceses bloqueó el tráfico en todo el país en protesta por la introducción por el gobierno de un nuevo impuesto sobre la gasolina, concebido por Macron para pagar las rebajas fiscales concedidas a los ricos y a la beautiful people, quienes, no hace falta decirlo, no han hecho nada para crear empleo, ni han aumentado los salarios que supuestamente se derivarían del crecimiento del mismo.
Merkel, cuyo apoyo ha servido a Macron para asegurar su supervivencia en un primer momento, tampoco estaba ni está en buena forma. Invitada a unirse al espectáculo de la paz, se sumó al mismo, advirtiendo sobre la guerra iniciada en Europa, como era de esperar, por los nuevos “populistas”. A pesar de los desastres italiano y británico, la consigna fue, como siempre, “más Europa”, con independencia de lo que ello signifique.
Macron voló a Berlín para dirigirse al Bundestag en la conmemoración del centésimo aniversario de la finalización de la Primera Guerra Mundial, celebrado el pasado domingo 18 de noviembre, y presentar, de nuevo, lo que ahora la prensa del establishment denomina su “visión de Europa”, que siguió siendo tan vaga como siempre lo había sido.
La “visión” de Macron no se ha dotado de mayor claridad desde la reelección de Merkel en septiembre de 2017, dado el rápido declive de la canciller como fuerza política. En estos momentos, sus días están finalmente contados tras los desastrosos resultados electorales cosechados en octubre de este año en las elecciones regionales de Baviera y Hesse.
Bajo su mandato, el gobierno alemán no puede asumir compromisos importantes respecto a ninguna de las cuestiones europeas fundamentales y ello, incluso, menos que en el pasado. El partido de Merkel está vigilando atentamente para que la canciller no destroce las perspectivas del próximo o próxima candidata, que todavía se halla pendiente de elección, mientras que el SPD, su socio de una coalición que está lejos de ser “grande”, debe comportarse del mismo modo. Todo lo que Merkel puede hacer es mirar a Macron profundamente a los ojos y permitir que le bese cuando aparece una cámara. Únicamente puede intentar continuar haciendo lo que siempre se le ha dado mejor hacer: comprar tiempo mediante concesiones simbólicas efectuadas en discursos públicos ininteligibles imposibles de traducirse en algo concreto.
El resultado de todo ello son expectaciones ilusorias, que pueden satisfacerse únicamente animando más expectaciones ilusorias: una especie de esquema de Ponzi, que finalmente está a punto de derrumbarse primero en Roma y en Londres, después, en Berlín, París y Bruselas.
Un ejemplo de la política al estilo de Merkel es su respuesta al proyecto favorito de Macron consistente en un presupuesto para la eurozona, que supuestamente pondría fin a todos los males: el bajo crecimiento, la austeridad, las crecientes disparidades internacionales. Merkel podría y debería haber dicho a su amigo en el Eliseo que ni ella ni su sucesor o sucesora, quien quiera que sea, se implicará en nada próximo a la “visión”, que Macron presentó ante el Parlamento alemán. Por el contrario, para no acudir con las manos vacías a las conmemoraciones por la paz, la canciller permitió que su ministro de Finanzas mostrara su acuerdo con la inserción de un presupuesto de la eurozona en el presupuesto de la Unión Europea a partir de 2020, dejando en el limbo, sin embargo, la cuestión de todas las cuestiones políticas: “Quién obtiene qué y cuánto de quién?”.
Ni un palabra sobre sus dimensiones, financiación o gasto, aparte de que se hallará bajo la autoridad de los veintisiete Estados miembros, incluyendo los que no pertenecen a la eurozona. Aunque esto añade el insulto a la injuria, Macron es demasiado débil en Francia para decirlo así públicamente.
Algo similar puede decirse del “ejército europeo”, otro de los proyectos predilectos de Macron y Habermas. Merkel, por supuesto, se declara partidaria decidida del mismo, pero solo “en último término” y siempre que el ejército europeo encaje en la OTAN. Pero, ¿qué significa esto y quién es el “ejército europeo” que, en opinión de Merkel, luchará? ¿Quién va a pagarlo? ¿Qué sucede con la fuerza nuclear francesa? ¿Se integrará en el mismo? Por supuesto que no, ningún presidente francés podría mostrarse de acuerdo al respecto. ¿Y cómo abordar el asiento permanente ocupado por Francia en el Consejo de Seguridad? ¿Sería este “europeizado”? La misma respuesta. Sin embargo, ni en Francia ni en Alemania existe la más mínima discusión pública sobre el asunto a fin de que el otro país pueda seguir creyendo en lo increíble.