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Capitalismo
Alicia Valdés: “Como feminista creo irresponsable señalar solo lo que está mal y no apuntar alternativas”
Cada vez más agotadas, cada vez frustradas… Nuestra época es la época del malestar. Un malestar que nos fatiga, nos enferma y nos afecta en todas las esferas de la vida, incluso en la política. ¿Es casualidad que una época de la ansiedad y la depresión se acompañe por un rebrote de las ultraderechas?
Alrededor de esto empiezan a aparecer voces que intentan mover el debate más allá de la constatación del desastre. Y esto es fundamental. La inseguridad nos paraliza políticamente, especialmente a las izquierdas, lo que termina alimentando que las alternativas que juegan con los afectos de manera propositiva pero de manera destructiva alcen vuelo: Alvise, Abascal, Milei, Trump…
Me reúno con Alicia Valdés, politóloga y doctora en Humanidades con la que me ata, además de la militancia, la amistad. Me vuelan muchas ideas en la cabeza, me acabo de terminar su libro, Política del Malestar. Por qué no deseamos alternativas al presente (Debate, 2024), que me ha dejado lleno de preguntas. Nos ponemos al día, nos reímos y comenzamos la conversación.
En tu libro hay una fuerte intención de mover debates un poco más allá, introducir elementos nuevos que permitan replantear problemas para salir de encrucijadas que nos tienen angustiades. Entre estas encrucijadas, recoges muy bien algunas como la de la identidad. Te cito: “Lo que deberían ser categorías políticas (“mujer”, “bisexual”, “cisgénero”) se confunden con dimensiones identitarias”. Y propones para desplazar el debate un camino postidentitario, que no antiidentitario. ¿Podrías definir un poco más esto?
Me ha alegrado lo de introducir elementos porque quería alejarme del monoteísmo teórico de que solo existe un problema y por lo tanto solo un análisis, una solución, un salvador. Es decir, no digo tanto que haya que echar abajo los paradigmas previos, sino más bien que hay que entender que estos paradigmas nos han servido durante un tiempo pero hay abrirlos, hay que descentralizarlos. Y eso es lo que nos permite hablar de posturas postidentitarias, y no antiidentitarias.
Una postura antiidentitaria niega la importancia de la identidad, pero una postura postidentitaria es distinta. Creo que las posturas identitarias han tenido un papel importante y han conseguido un gran cambio a nivel político. Pero la pregunta es hasta qué punto nos sirven hoy en día. Yo siempre pongo el ejemplo de la postura terf. Hemos estado luchando desde el feminismo defendiendo la identidad mujer, nos ha servido, pero ahora mismo hablar de identidad mujer nos lleva a un esencialismo biologicista de corte tránsfobo que a mí personalmente no me sirve. Es decir, determina las vivencias, sobre todo en el tipo de violencias que vivo, así que prefiero superar la identidad mujer como categoría política.
Postidentidad es también entender que en el centro no tenemos que poner la identidad sino los procesos de identificación. Cuando pensamos en identidad pensamos en algo que es super estático, super seguro, muy rígido y que difícilmente cambia. Pero, desde el psicoanálisis, el sujeto nunca está completo, siempre está partido, está todo el tiempo entrando en múltiples procesos de identificación. Y creo que eso es un elemento muy valioso para entender cómo las personas nos identificamos o nos dejamos de identificar con una fuerza política o un movimiento.
En tu libro, la pregunta sobre la que vuelves mucho es aquella por la reincidencia en lo que nos daña. Tendemos a tener comportamientos dañinos repetitivos y patrones dolorosos. Y muchos de estos patrones, aunque estén motivados por la búsqueda de la felicidad, terminan obstaculizándola. ¿De dónde viene esta tendencia a buscar la felicidad por medios infelices?
Algunas razones son materiales como seguir haciendo esto porque materialmente no puedo hacer otra cosa, por ejemplo trabajar en trabajos que odiamos. Pero hay otra muy importante que tiene que ver con la certeza. Primero, debemos tener en cuenta que la repetición nunca es exacta. Cuando repetimos siempre hay algo nuevo, siempre hay un componente distinto que rompe la identidad pero el tema es que repetir nos da certeza. Lo digo varias veces en el libro: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. En ese refrán se plantea que la certeza nos da calma de la repetición de lo conocido y dañino. Al final es normal que acabemos en caminos conocidos por nosotras porque son los únicos a los que tenemos acceso, precisamente porque a través de la imaginación que nos la tienen muy cooptada, no podemos acceder a nuevos imaginarios.
Otro elemento importante es la idea de la Buena Vida que plantea Lauren Berlant. Nos han dicho a todas que haciendo una serie de cosas bien, llegaremos a determinado horizonte. Entonces, en muchas ocasiones repetimos acciones por pensar que esa repetición, aunque ahora nos hagan sentir mal, en algún momento nos harán bien.
Una de las propuestas más presentes en tu libro es la de recuperar la potencialidad del enfoque psicoanalítico en el análisis y praxis políticos. ¿Podrías hablar de los elementos más importantes que aporta este enfoque?
Yo creo que una de las más importantes es el inconsciente. Creo que el hecho de poder cargarnos la idea de que el ser humano es una unidad autónoma, completa y armoniosa es muy potente. No estamos sólo movidos por la voluntad e introducir el inconsciente nos da un nuevo sujeto desde el que poder hacer análisis político. Me encantaría que una persona a lo largo del día intentara darse cuenta de cuántas cosas ha hecho de manera inconsciente y cuántas de manera consciente. Yo no soy estadística pero creo que podríamos decir que la mayor parte de los comportamientos que tenemos probablemente sean inconscientes. Entonces la pregunta es ¿por qué ponemos tanto peso en la consciencia cuando el Yo no es tan dominante? Ese es el primero.
El segundo creo que podría ser la idea de Jorge Alemán del Sujeto de las Malas Noticias. El mundo que tenemos para reflexiona es mucho más complejo de lo que pensábamos, y eso es una mala noticia, pero una mala noticia que deja mucho por hacer.
Con relación al auge de la ultraderecha que comentas, apuntas que operan muy bien en el orden de lo afectivo, mucho mejor que la izquierda. Planteas que la ultraderecha promueve un goce muy ligado a la destrucción. Lo vemos en la sonrisa socarrona de Milei cuando propone destruir el Estado argentino o la cultura troll y cínica de la Manosfera.
Los afectos siempre se mueven, y esto tiene que quedar claro. Siempre hay movilización de afectos. La cosa es cuando esa movilización de afectos se instrumentaliza hacia un lado o hacia el otro. En ese sentido la derecha nos saca ventaja. Las izquierdas llegan tarde al tema de los afectos porque hemos sido siempre hijos de la Ilustración, ha habido una idea de que las emociones son bajas pasiones a las cuales personas con elevada moral no deberíamos bajar. Esto no sólo es falso, sino que tiene un corte racista y machista, ya que las emociones históricamente han sido ligadas a las personas no blancas y a las mujeres.
Mientras el fascismo es alegría y se ríen, se jactan de los demás, etc.; las izquierdas hemos estado de amargada
Es verdad que la derecha juega más con el miedo, con el terror, con la ira o la venganza pero no estoy de acuerdo del todo con que la derecha sólo movilice afectos negativos. Tenemos un lema que tiene casi cien años que dice “el fascismo es alegría”. El fascismo lleva muchos años jugando con los afectos positivos también. Y esto es algo que tenemos que revisar. Mientras el fascismo es alegría y se ríen, se jactan de los demás, etc.; las izquierdas hemos estado de amargadas. Y siempre hemos pedido muchos esfuerzos a la militancia desde un afecto negativo. Y como dijo Emma Goldman, “si yo no puedo bailar esta no es mi revolución”.
Y sobre Milei, cuando fui a investigar la campaña veía que había una movilización de afectos ya vinculada a la pulsión de muerte. Para mi el gran mensaje era movilizar la desafección, el desasosiego y el miedo mezclado con una especie de esperanza basada en la idea de la tabula rasa. Vamos a empezar de cero, tenemos que eliminar todo lo que había anteriormente para empezar de cero. Cuando movilizas afecto, también movilizas deseo, otro de los grandes elementos que nos ofrece el psicoanálisis. El análisis se puede mover hacia Eros, la pulsión de vida, o hacia Tánatos, la pulsión de muerte. Depende de lo que estés movilizando, el deseo se irá para un lado o para otro. Yo tengo la sensación de que los fascismos cada vez apuntan más a una pulsión de muerte.
Frente a esto, ¿por dónde podemos encontrar senderos más emancipatorios? Esta movilización de la alegría ya se vio al comienzo de Podemos e incluso en los primeros años del feminismo y el ecologismo que estaban marcados por la alegría del cambio y el optimismo del cambio ¿Qué relación debemos tener ahora con el deseo por una política liberadora en un contexto marcado por el desánimo y el cansancio?
Efectivamente, lo que nos sucede es que estamos en un punto en el que no podemos más, y se ve en dos derivas claras: por un lado, la política del sobreesfuerzo, la monitorización de uno mismo, levantarnos a las cinco de la mañana a correr o meternos en una piscina de hielo. Y por otro lado, la desafección, una duda sobre el sentido de lo que hacemos. Y aunque evito ser prescriptiva, sí que creo que desde la posición feminista es una irresponsabilidad señalar todo el rato lo que está mal y no apuntar lo que podemos hacer.
Queremos acabar con el capitalismo, el patriarcado o la crisis climática y nos ponemos unos objetivos inalcanzables que nos inmovilizan
Y a la hora de pensar en los siguientes pasos a dar creo que podríamos dejar de pensar en la lógica del todo. Queremos acabar con el capitalismo, el patriarcado o la crisis climática y nos ponemos unos objetivos inalcanzables que nos inmovilizan. Si mi activismo cotidiano no consigue acabar con el capitalismo, no tiene sentido y es perder el tiempo. Frente a esta idea del todo, yo abogo por una lógica anarquista basada en el no-todo. Sé perfectamente que una cooperativa, que una moneda social o que un banco de tiempo genera un cambio. Hablo en el libro de la moneda del Puma, una moneda social que se puso en circulación en el casco antiguo de Sevilla durante la crisis del 2008. El Puma no iba a ganar al euro ni a cotizar en bolsa, pero eso no importa, es una alternativa que permite a muchas personas expulsadas de los mercados hegemónicos poder volver a trabajar desde una comunidad. Y creo que desde ahí tenemos que pensar. Lo que no derroca el sistema no es tiempo perdido.
¿Cómo no vamos a sentir que no podemos hacer nada o un cansancio teórico y activista terribles si no valoramos las cosas que estamos haciendo? Una asamblea feminista no va a acabar con el patriarcado pero genera espacios desde los que se puede vivir de una manera diferente. Entonces, el desplazamiento que tenemos que hacer en la teoría y en el activismo, es pasar de un todo a un no-todo. Por ejemplo, frente al poder mediático propongo los podcast que no eliminan Telecinco pero generan espacios alternativos de información. Enfrentar el cansancio mirando y dándole valor a todo lo que estamos haciendo, que son muchas cosas y son muy valiosas.
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Buenísimo. Encuentro el planteamiento realista y revitalizante. Práctico , integrador. Gracias