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Crisis climática
Aeropuerto hacia el infierno
ODG
“Viviendo fácil, viviendo libre”, así comienza la canción de AC/DC a la que homenajeamos en esta pieza. Y así deben sentirse las élites extractivas de nuestro país. Aquellas que salvo algún pequeño susto en forma de República, llevan décadas –si no siglos- siendo las mismas beneficiadas de un sistema que las perpetúa en el poder. Quizá por eso se arrogan tanto la palabra más pervertida de la historia: Libertad. La suya, claro.
España es uno de los países del mundo donde la herencia es el factor más crucial en cuanto al origen de las grandes fortunas se refiere. El 54% de los milmillonarios de nuestro país lo son por derecho divino. Los beneficios caídos del cielo de la genética. En Estados Unidos ese porcentaje baja al 29%, en Reino Unido al 6%, en China al 2%.
Por ello, entre otros factores, España es uno de esos países donde las élites más habituadas están a hacer lo que les da la real gana. Que se lo pregunten al emérito comisionista. Si hay que hacer una parada de AVE en Yebes, a kilómetros de la ciudad más cercana para llevarse cientos de millones, adelante. Con Esperanza de que nadie pueda rechistar, y si lo hace alguien, de nada servirá. Si hay que hacer un almacén de gas que nunca funcionó y es chatarra a precio de oro, el Castor, pues se hace y ya se socializará la deuda de más de 3.000 millones de euros. Si hay que hacer una pirámide maya…bueno, ejem, ya sabéis. La libertad.
Quizá –o sin él-, ese sea el principal motivo del ensañamiento que hay contra cualquier proyecto o reformita tibia que busque redistribuir un poco de esa riqueza, un poco de ese omnímodo poder que los cielos otorgaron a las castas elegidas. ¿15 euros de subida de salario mínimo? ¿Restringir los beneficios caídos del cielo de las eléctricas? ¿Pagar cada energía a su justo precio? Socialcomunistas. Bolivarianos. Destructores de empleo, bienestar y de las sacrosantas leyes del mercado nuestro que estás en los cielos.
Hay ganas de reencontrarnos en el espacio público. Volver a sentir las calles para intentar evitar el rumbo de colisión al que las élites ciegas y la mano invisible nos van a llevar si no hacemos algo para impedirlo
Vivimos en el país de las constructoras y sus chanchullos, de los audios de Florentino y el resto de amigos del BOE. Vivimos en el país de Acento, (ojo con esto, no os perdáis al equipo de cracks que pretenden gestionar parte de los fondos europeos Next Generation, gracias a sus contactos). Y todo ello es posible gracias a los grandes medios de comunicación, plegados a un poder económico que se las da de patriótico, mientras vende tu sanidad y educación porque ya ni siquiera es nacional. Pues bien, en ese, nuestro país, el modelo ha llegado al final del camino, ha caducado como los yogures que recomendaba consumir Cañete. Ha llegado a una encrucijada. En la que se entrevén dos opciones: una con un camino claro, cristalino, que tendría que ver con asumir los límites y reaccionar para aclimatarse a ellos, y otro que, bueno, parece sacado de un mal guión. Pretender ampliar aeropuertos y puertos a estas alturas de la película es de una estupidez tan enorme, que no sabemos bien por dónde empezar…
Así que comencemos con un dato concreto: según el último informe filtrado del IPCC (el organismo más importante del mundo en análisis de la ineludible cuestión climática) hay que tocar techo en las emisiones en 4 años. En 2025. Y para poco más allá de 2030, habría que cerrar todas las plantas de carbón y gas. Ese gas que ya escasea en toda Europa porque –oh, sorpresa- los recursos en un planeta finito son finitos. Pretender ampliar infraestructuras de transporte a estas alturas es estar ciego. De poder y dinero. Es ver solo que como otras élites en otros lugares del mundo sí tienen su hub, las de aquí no pueden ser menos. Y esa es la carrera que ha despegado de la autopista hacia el aeropuerto que ahora nos lleva en volandas hacia el infierno.
Al infierno climático de unas temperaturas que se descontrolarán y harán de la vida algo mucho menos agradable, vivible. Al infierno de una situación de escasez energética por no solo no saber frenar, sino siquiera dejar de apretar con fuerza el acelerador. Mientras tanto, seguro que Bon Scott y Brian Johnson cantarían: “No stop signs/ speed limit/Nobody's going to slow me down”. Pero o se frenan esas inercias, o podemos dar por firmada nuestra condena a habitar un planeta inhóspito.
Estamos en una situación de una urgencia enorme, con los movimientos sociales y el poder popular tocados por el golpe de la pandemia. Con una parte de la juventud –divino tesoro, pero cuánta ingenuidad- que cree que Vox es revolucionario cuando está demostradísimo que son esas mismas élites que les han robado el futuro las que levantaron el partido neofascista para defender únicamente sus privilegios.
Hoy, domingo, hay que salir a parar el proyecto de ampliación del Aeropuerto del Prat, que ya está herido de muerte y pende de un hilo. Pero al que todavía hay que enterrar en el suelo y asegurarnos de que nunca alce el vuelo. Y también a la vez en Madrid, para evitar la ampliación de Barajas. El 22 de octubre tendremos esa misma cita con las autoridades que pretenden ampliar el Puerto de Valencia en otro proyecto mastodóntico y carente de sentido –salvo para los pocos que se vayan a forrar con él. En Notre-Dame ya se logró que Macron claudicara y frenara otro proyecto de ampliación. Tenemos una parte de la historia que está de nuestro lado, pero es que además si queremos seguir teniéndola, historia, no nos queda otra. Estas paralizaciones pueden ser un punto de inflexión positivo.
No tenemos dudas. Es el momento de trazar un relato que una todas las luchas posibles otra vez. Hay ganas de reencontrarnos en el espacio público. Volver a sentir las calles para intentar evitar el rumbo de colisión al que las élites ciegas y la mano invisible nos van a llevar si no hacemos algo para impedirlo. La única duda que tenemos es –si no conseguimos una empresa pública de energía- a qué precio le cobrarán Endesa e Iberdrola la luz a AC/DC –y a todas las demás personas- en unos años, cuando la crisis de suministros que ya estamos empezando a notar sea aún más patente.