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Barcelona
El Parque de Louis Vuitton y el vecindario fuera del Güell
Desde hace un siglo las marcas de alta costura sacan anualmente sus colecciones crucero, pensadas para que un puñado de idiotas luzcan lujo en un barco rumbo a los mares del sur. Como si fueran temporadas de White Lotus, las casas hacen el desfile de presentación cada año en un lugar exótico distinto; y dado que hoy en día no hay ciudad en el mundo más adecuada para los idiotas de todo tipo y condición que Barcelona, Louis Vuitton ha decidido que el Park Güell sería este año su rincón exótico. No estamos en los mares del sur, pero en cruceros somos expertos. Todo redondo, todo perfecto, porque además el gigante francés del lujo patrocina la Copa América de vela, que se celebra en verano.
Requisito imprescindible para el buen desarrollo de la pasarela de ayer, sin embargo, era obviar que Eusebi Güell lleva 106 años muerto, que el parque nunca fue un resort de alto standing y que hoy la propiedad es pública. Si hay que encerrar a los vecinos, se cierra. Pagando lo que sea necesario, pero sin decírselo a nadie. La concejala de Barcelona en Comú Janet Sanz, con el espíritu ganador de Imma Mayol, nos dice que como consejera de BSM, la empresa pública que gestiona el Park, ya ha reclamado a Presidencia que se haga pública la cifra que han desembolsado. Bernard Arnault, presidente del consorcio empresarial y, según dicen algunos, el hombre más rico del mundo, ya estará muerto cuando alguien de los que dicen mandar a Barcelona salga a dar explicaciones.
Esta semana el humorista Ignasi Taltavull explicaba que quisieron grabar un podcast en el Park en el que lo único que harían sería pasear con un micro en la mano. Y charlar. La respuesta de BSM fue negativa y la argumentación bastante clara: “Las peticiones de uso de imagen del parque que no tengan finalidades científicas o formativas vinculadas al patrimonio arquitectónico o natural no son compatibles con la línea de trabajo que el Ayuntamiento de Barcelona ha definido en el marco del Plan estratégico del Park Güell”. Más claro, el agua. Sólo había que traducirlo al francés.
La concejala de Barcelona en Comú Janet Sanz, con el espíritu ganador de Imma Mayol, nos dice que como consejera de BSM, la empresa pública que gestiona el Park, ya ha reclamado a presidencia que se haga pública la cifra que han desembolsadoSea como fuere, en los dos últimos días el recinto ha estado cerrado y la normalidad en el barrio, alterada. Las familias de las escuelas de los alrededores quisieron quedarse el miércoles en la escuela Baldiri i Reixac, dentro del parque, aprovechando una clase extraescolar de batucada, pero la autoridad intervino. Niños y familias quedaron fuera. Ayer debía estar limpio de niños para que las modelos de la colección femenina desfilaran en la Sala Hipóstila, la de las columnas. A primera hora de la tarde la entrada del Carmel ya estaba preparada para que los invitados bajaran del vehículo que facilitaba la organización y, sin tener que andar demasiado, pasaran por el photocall de rigor y hablaran un ratito antes de la pasarela de lo que hablan las personas cuando no deben decirse más que banalidades para aparentar.
Cuando decimos que estaba preparada nos referimos a las cuatro hileras de vallas y cinco de guardas de seguridad que separaban a la gente importante de la plebe entusiasta en el descampado previo a la entrada que, día tras día, va a estallar de turistas. Ahora no son turistas quienes pasan; quizás visitan Barcelona por primera vez, quizás hacen las mismas stories insustanciales, quizás son igual de ajenos a cualquier conflicto urbano, pero nadie se atrevería a decir que esta gente tan bien vestida y observada con admiración, curiosidad y envidia desde detrás de las vallas son turistas.
De vez en cuando alguno de esos que pasa es aplaudido y celebrado por el sector mayoritario de los curiosos: resulta que debe venir Felix Lee, miembro de la banda surcoreana Stay Kids y embajador de la marca de moda, y todo el fandom del k-pop de la ciudad y cercanías, fiel y entusiasta, ha venido para aclamarle, a él ya su corte. Sin embargo, el goteo de celebridades será constante hasta las ocho de la tarde. Nicolas Ghesquière, director creativo de Louis Vuitton; el propio Bernard Arnault; actrices y actores como Ana de Armas o Jaden Smith; el entrenador del Barça, Xavi Hernández, más sonriente aquí que en el campo, o Victoria Federica de Marichalar y Borbón, a quien se le notaban las ganas de rememorar el espíritu de las Jornadas Libertarias de 1977. A ninguno de ellos los concentrados les aplaudió demasiado porque a quienes esperan, como decíamos, es a Felix Lee. Y una vez pase la estrella fugaz, sus fans, como el vecindario, quedarán fuera.
Las familias de las escuelas de los alrededores quisieron quedarse el miércoles en la escuela Baldiri i Reixac, dentro del Parque, aprovechando una extraescolar de batucada, pero la autoridad intervino. Niños y familias quedaron fuera
Al otro lado del parque, en la entrada original, la de la portería y la escalinata monumental, el ambiente es más norcoreano. Una cordón de mozos y guardias urbanos protege el recinto e impera el silencio. Lo rompen desde un poco más abajo, desde la rambla Mercedes, las personas que hasta anteayer eran las propietarias legítimas del parque, vecinas frustradas. Los balcones de los pisos alrededor de la calle Larrard están llenos de pancartas contra el evento y allá arriba, en un tercer piso, una señora golpea una cazuela y grita que es todo “una vergüenza”.
Un chico nos comenta que ayer con su perra casi pudo entrar en la zona cero del lujo. Recuerdos de los tiempos de confinamiento, cuando los perros eran salvoconductos que daban a los dueños el poder de la omnipresencia. Casi. Mientras hablamos, una familia de turistas franceses, que resoplan tras una subida que quizás no se esperaban, son parados por un guardia urbano que les cuenta en castellano de qué va la historia: “Una fiesta privada, una fiesta privada”. Quizá por razones de marketing muy bien interiorizadas, en ningún momento les dice que la monta su compatriota Louis Vuitton. “We are leaving tomorrow!”, lloran. Como están perdidísimos no les puede salir la rabia de clase, pero a la postre, éstos también se han quedado fuera.
El organizador de la protesta es fundamentalmente el movimiento vecinal, pero también existen activistas propalestinos y un grupo de animalistas que gritan contra la tortura animal de las grandes marcas de moda. Poco a poco, y sin grandes masificaciones, la protesta va creciendo, mientras en el centro social la Kasa de la Muntanya, una calle más allá, se concentran un centenar de personas más. Hacia las siete, todo el mundo empezará a bajar hacia la Travessera de Dalt. Por la avenida del Santuario nos topamos con un coche negro que sube con el adhesivo de la organización y los cristales tintados y alguien le tira un petardo. Esto atrae a un puñado de antidisturbios, pero la cosa no va a más. Nos obligan a cambiar el paso, a esquivar la furgoneta de la brigada móvil y a separarnos aún más de los concentrados de la calle Larrard. Hacia las siete y media, los tres o cuatro cientos de personas de Vallcarca, Gràcia, el Turó de la Rovira y el Carmel cortan la Travessera de Dalt a la altura de Escorial. Si nosotros nos quedamos fuera del Park, pensarán, ocuparemos el espacio público a nuestro alcance.
Una familia de turistas franceses, que resoplan tras una subida que quizás no se esperaban, son parados por un guardia urbano que les cuenta en castellano de qué va la historia: “Una fiesta privada, una fiesta privada”
Y entonces, ironías del destino, tres vehículos de esos de los cristales oscuros, ocupados por gente carísima pero que llega un poco tarde al desfile, pretenden subir por Molist. Será éste el momento de más sarao, porque los antidisturbios deben garantizar la movilidad de los desconocidos y una forma muy suya de entender el orden público. Los chóferes, pacientes como porque los vehículos no deben ser suyos, aguantan con cara de circunstancias que el respetable gentío enharine los parabrisas y llene de adhesivos el capó. ¿Quién debe ir detrás? La injusticia se resume en estos cristales tintados: ni siquiera permiten satisfacer la curiosidad de saber quién va dentro.
Barcelona
Park Güell de Barcelona La mala suerte de que el parque de tu barrio sea patrimonio de la humanidad
Cuando alguien decide que ya es suficiente —que no es el mismo que ha decidido cerrar el parque, pero como si lo fuera—, empiezan a caer porrazos. Al fin y al cabo, no existe valor más sagrado que el respeto al tráfico rodado. Este enfrentamiento, que durará un cuarto de hora, termina con un señor en el suelo. Mencionó el nombre del cerdo a un policía y le costó salir de en medio. Se lo llevan detenido porque, como es sabido, desobedecer al uniformado es más grave que destrozar unas escaleras que son patrimonio de la ciudad y de la Unesco.
El enfrentamiento con los Mossos durará un cuarto de hora y termina con un señor en el suelo. Mencionó el nombre del cerdo a un policía y le costó salir de en medio. Se lo llevan detenido
Comparaciones demagógicas aparte, cuando la cosa con la policía se relaja, en esos momentos de incierta tranquilidad en medio de la tormenta del enfrentamiento urbano, se lee un manifiesto y se lee un lema que tiene más años que Ernest Maragall y Joan Clos juntos: “Barcelona no está en venta”. Después, un grupo de manifestantes abre unas maletas y se viste con ropa de fantasía, pero algo menos cara que la de la pasarela oficial. Hacen su desfile, una pequeña performance ante el público policial, que no sabemos si valora tanto la moda como el ex entrenador del Barça o la hija de la infanta Elena. Más tarde, la gente intentará subirse a la entrada del Carmel, pero ya será demasiado tarde. Furgonetas de los Mossos bloquean el acceso. Era previsible, pero las manifestantes, vecinas, activistas y demás gente enfadada, no podrá ver el desfile crucero. No son el público que quiere Bernard Arnault y, diga lo que diga el título de propiedad del parque, éstos también se han quedado fuera.
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No a la gentrificación y a hacer de las ciudades parques temáticos vacíos de habitantes y de alma.
Excelente crónica sobre nuestros tiempos. Es evidente que en los territorios abonados a la turisficación y en los espacios donde transitan la gente rica al capitalismo le sobran sus habitantes. Precisamente quienes dan vida y sentido a las ciudades y a los espacios, pero ¡claro!, no suelen vestir de Louis Vuitton. Barcelona es una ciudad turistificada, aunque su tradición de lucha colectiva continúa, lo que daría para hacer otro tour turístico de recuperación de la Memoria. Eso ya sería otro tipo de turismo, sin duda más edificante que ir a visitar la Sagrada Familia -que deben hacer un dineral- o mercantilizar los Parques Públicos. Ánimo (porque siempre se reprime a los mismos, incluyendo a La Directa) y gracias por marcar el rumbo de otras luchas.