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Arte contemporáneo
¿Arte contemporáneo en Navarra? Revisando un oxímoron
La financiación, la perspectiva de género o la democratización de sus cuatro espacios más relevantes —en proceso de consolidación o de renovación— permiten calibrar el estado de la creación contemporánea.
La anécdota apócrifa atribuye a Pío Baroja el irónico comentario sobre El Pensamiento Navarro, periódico carlista: “¿Pensamiento y navarro? Imposible”. Estirando el paralelismo al binomio “arte contemporáneo y Navarra”, nos preguntamos si también seguirá siendo contradictio in terminis. Durante los últimos dos años, coincidentes pero no necesariamente relacionados con el Gobierno del cambio, han aparecido algunas novedades que conviene testar, para determinar si fundan realidades o solo son espejismos.
Desde una perspectiva histórica, es preciso constatar que la Comunidad foral ha permanecido al margen del arte contemporáneo, a pesar de haber sido una referencia fundacional en los estertores del Franquismo, con la celebración de los míticos Encuentros de Pamplona en 1972. Pero a día de hoy no tiene un museo de arte moderno de carácter público; ninguna de sus dos universidades oferta la tantas veces reclamada facultad de Bellas Artes; no ha desarrollado ninguna política sostenida sobre industrias culturales, ni se han explorado programas innovadores. Los únicos hitos institucionales de creación contemporánea son el festival de cine documental Punto de Vista y el mausoleo de la Fundación Oteiza; el resto, voluntariosas iniciativas locales en la capital, del Barrio de los Artistas a Jazar.
La llegada de la crisis canceló toda expectativa, siendo los recortes presupuestarios en cultura los más drásticos en un sector ya débil y altamente precarizado. La única alternativa al respecto fue la aprobación de una pionera Ley de Mecenazgo en 2014 —pendiente de revisión en la actualidad—, cuyos directos beneficiarios son las propias instituciones, la Iglesia católica y los productos financieros.
El nuevo Departamento de Cultura, sin incrementos presupuestarios significativos, apuesta con fuerza por atractivos programas de sesgo turístico como Merkatua o Landarte pero todavía no ha introducido cambios apreciables en su política museística, cuyo organigrama directivo sigue sin renovarse.
¿Se ha enganchado Navarra, al menos, al furgón de cola de la creación contemporánea? La financiación, la perspectiva de género o la democratización de sus cuatro espacios más relevantes —en proceso de consolidación o de renovación— permiten calibrar el estado de la cuestión. ¿Hay apuestas de envergadura o, más bien, una actualización de las paradojas?
CUBO DE EXTRARRADIO
El cubo negro situado en el extrarradio de la capital se ha convertido en la gran esperanza de lo contemporáneo. A la nueva dirección colegiada formada por un equipo de cuatro mujeres —elegida en un concurso de buenas prácticas— se añade una visión basada en la producción, la participación o la cesión de espacios. La difícil reconversión de un contenedor concebido para la exhibición y el escaso presupuesto pueden abocarlo a la endogamia localista y al ensimismamiento en lo experimental, que aleje definitivamente al público. La expectativa de un Arteleku 2.0 —el mítico espacio donostiarra— necesitaría de un proyecto equilibrado, que aprenda de las experiencias del proyecto original. Su vinculación al Gobierno de Navarra puede condicionar su desarrollo, como la idea de convertirlo en almacén de la colección de la Caja de Ahorros de Navarra. La comunidad artística local espera que no se convierta en la coartada contemporánea para no emprender cambios en el resto de políticas y de espacios culturales.
ASPIRACIONES
La Ciudadela de Pamplona aspira a convertirse en la referencia de la cultura contemporánea de la capital. Este es el propósito de Hiriartea, el proyecto impulsado por la Concejalía de Cultura para reconvertir definitivamente esta inhóspita estructura militar, utilizada tanto para exposiciones locales como para ‘photo-call’ de bodas, en un espacio vanguardista al uso, que combine exhibición, talleres y ‘land-art’ en su parque arbolado. Sin embargo, el núcleo de su apuesta se basa en la colección municipal y en donaciones como la de Pi Fernandino, propuestas cuestionadas por Cultura Prekaria, que las considera una hipoteca para su desarrollo. Asimismo, la carencia de una dirección autónoma hace previsible una programación continuista. Solo cumplirá sus expectativas en la medida que se canalicen con una participación del sector activa, exigente y desacomplejada.
CAMBIOS LENTOS
El buque insignia de los museos navarros se enfrenta a los cambios (quizá) con demasiada cautela. Recientemente anunciaba sus novedades: fachada bilingüe, nuevos sitios de lectura y WIFI y cambios en la recepción. Desde que, con los primeros signos de la crisis económica, quedó descartada la construcción de un anexo dedicado al arte contemporáneo, es evidente que necesita una renovación a fondo. A su programación heteróclita de museo generalista, se le ha añadido una tímida línea aperturista protagonizada por una cierta perspectiva de género. No obstante, la exposición ‘Reflexión/Inflexión: Presencia de las mujeres en el Museo de Navarra’ señala un techo de cristal inquietante: la presencia de mujeres en la exposición permanente es nula y minoritaria en las temporales de carácter individual (19 mujeres frente a 102 hombres).Y eso que la presencia de mujeres en su staff, incluida la dirección, es mayoritaria”.
MARKETING OPUSIANO
Rafael Moneo levantó en principio su museo de cemento rosado para albergar la pequeña colección de arte moderno de Mª Josefa Huarte, un fondo fotográfico que se remonta al siglo XIX y la obra de Ortiz-Echagüe, cedidos a la Universidad de Navarra. Pero su mayor apuesta ha sido su magnífico auditorio, que lo mismo programa ópera que jornadas antiabortistas, hasta el punto de que pareciera que el museo ha crecido a la sombra de este último. Edificado sobre terreno público y financiado con donaciones privadas (su construcción costó 25 millones de euros), este museo universitario más parece una ambiciosa operación de relaciones públicas del Opus Dei —la institución religiosa ultraconservadora que lo sostiene—. A su programación, aparentemente normalizada, le falta encarar retos que atraigan a un público no cautivo o exponer arte con un enfoque transgresor, político o feminista.