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Análisis
Un nuevo año complicado para el Sur global
Como las funestas predicciones económicas para 2023 no se han materializado, los expertos han comenzado 2024 con mucho más optimismo. Sin embargo, los fantasmas de las políticas y decisiones públicas tomadas durante el último medio siglo probablemente socavarán tale evanescentes ilusiones.
Previsiones optimistas
Cuando las celebraciones de Año Nuevo de las distintas culturas declinan con la llegada de la primavera en el hemisferio norte, es útil revisar y reconsiderar los diversos pronósticos económicos efectuados a finales de 2023 y principios de 2024 en relación con lo sucedido el año anterior.
El economista macrofinanciero Nouriel Roubini está de acuerdo en que los peores escenarios, que incluyen una «recesión severa acompañada de la correspondiente crisis crediticia y de endeudamiento», de estanflación y de otras crisis financieras conexas, son improbables por ahora, pero reconoce que esta situación puede «descarrilar fácilmente por un determinado número de factores, entre ellos el geopolítico». Tales acontecimientos, especialmente el conflicto entre Estados Unidos y China, pueden socavar el crecimiento. Lord Jim O'Neill, expresidente de Goldman Sachs Asset Management, advierte contra el exceso de confianza en tales previsiones. Advierte de las muchas «incógnitas conocidas», sobre todo geopolíticas, además de las «incógnitas desconocidas que acechan en el horizonte».
Para Mohamed El-Erian, antiguo experto de Wall Street, «las posibilidades de un crecimiento mundial robusto en 2024 parecen tenues». Desestima el «sentimiento optimista» prevaleciente basado en que «los bancos centrales recortarán agresivamente los tipos de interés en medio del aterrizaje más suave de todos los posibles aterrizajes suaves de la economía estadounidense». Al fin y al cabo, el Banco Central Europeo ha subrayado que no seguirá los pasos de la Reserva Federal estadounidense y no pondrá punto final a las subidas de los tipos de interés. Incluso el Fondo Monetario Internacional se ha convertido en un halcón en materia de inflación, lo cual contribuye también a la contracción económica mundial. El-Erian está de acuerdo en que los bancos centrales por sí solos «pueden no ser suficientes para generar el impulso de crecimiento necesario para resistir los vientos en contra a los que se enfrenta la economía mundial». Mientras tanto, las presiones derivadas de la política de austeridad fiscal limitan los instrumentos adecuados para aplicar las consabidas políticas anticíclicas.
Indermit Gill, economista jefe y vicepresidente primero del Banco Mundial, y Ayhan Kose coinciden en los riesgos que entraña el tibio crecimiento mundial para las economías en vías de desarrollo. Sin embargo, su principal recomendación es seguir aplicando las mismas políticas que han conducido a la situación actual. El dúo recomienda a estos países que apliquen políticas, «capaces de generar un auge de la inversión, que resulte ampliamente beneficioso», ¡incluida la austeridad fiscal contractiva! A los gobiernos se les dice que «eviten aquellas políticas fiscales que a menudo descarrilan el progreso económico», como la opción por políticas anticíclicas. Los bancos centrales occidentales recurrieron a políticas monetarias no convencionales, principalmente la «flexibilización cuantitativa» [quantitative easing], para mantener a flote sus economías tras la crisis financiera mundial de 2008. Pero la flexibilización cuantitativa propició una mayor financiarización y un endeudamiento más elevado en lugar espolear las inversiones reales o la recuperación.
Pésimas perspectivas de recuperación
El Global Economic Prospects del Banco Mundial para este año es pesimista y teme «el crecimiento mundial más débil de un lustro registrado desde la década de 1990». Después de todo, el crecimiento se ha ralentizado en la mayor parte del mundo desde la pandemia, cayendo del 6,2 al 2,6 por 100 entre 2021 y 2023. En la mayoría de las economías desarrolladas el crecimiento en 2023 se situó por debajo de la media registrada entre 2010 y 2019 durante la Gran Recesión producida tras la crisis financiera mundial de 2008. Los precios al consumo empezaron a subir impulsados por las perturbaciones acaecidas por el lado de la oferta y el aumento de la demanda, gracias a los mayores niveles de gasto público alcanzados tras la recesión provocada por la pandemia de 2020. La especulación sobre los precios de los combustibles y de los alimentos siguió al estallido de la guerra de Ucrania en febrero de 2022, lo que elevó aún más los precios, pero, pronto, sin embargo, como han demostrado C. P. Chandrasekhar y Jayati Ghosh, la especulación retrocedió a medida que se hacía evidente la existencia de suministros adecuados y en consecuencia los niveles de estos descendieron desde sus máximos de mediados de 2022.
Tras más de una década de deterioro de la situación en gran parte del Sur global, especialmente en las naciones más pobres, las perspectivas dependerán de que los responsables políticos piensen de forma realista
Pero la desaceleración de la inflación se atribuyó a las subidas sostenidas de los tipos de interés impulsadas por la Reserva Federal mucho después de que la inflación hubiera tocado techo, más de un año antes de que los tipos de los bancos centrales alcanzaran su nivel máximo. Así pues, la caída del crecimiento mundial se ha tergiversado como el desafortunado pero inevitable y necesario coste de controlar la inflación. Existe la creencia generalizada de que ahora el crecimiento puede reactivarse a medida que bajen los tipos de interés. Sin embargo, el hecho de que durante más de una década los tipos de interés fueran bajos (2008-2022) no acabó con el lento crecimiento registrado tras la Gran Recesión acarreada por la crisis financiera global de 2008.
Durante este periodo la mayoría de los gobiernos dieron marcha atrás en cuanto aparecieron los primeros «brotes verdes» de la recuperación en 2009. Del mismo modo, los déficits presupuestarios se redujeron rápidamente en 2021 y 2022 nada más verificarse la recuperación pospandémica, la cual perdió rápidamente impulso. Dada la persistencia durante las últimas décadas de los mantras políticos que postulan presupuestos equilibrados y austeridad fiscal, ambos dictados por los intereses del sector financiero, sigue siendo improbable que se produzca un mayor gasto público para estimular la recuperación y el crecimiento. Por el contrario, todas las esperanzas están puestas en los recortes de los tipos de interés, que siguen siendo rechazados por muchos bancos centrales.
El Sur, amenazadísimo
El profesor de Harvard Kenneth Rogoff espera que 2024 sea un «año difícil para todos». Pronostica que la probabilidad de recesión en Estados Unidos «posiblemente ronde el 30 por 100 », cifra que duplica el porcentaje establecido para los años normales», mientras señala que los esfuerzos por logar la recuperación efectuados por China «se enfrentan a varios retos de enormes proporciones». Casi en solitario entre los oráculos económicos occidentales, Roggof reconoce que las economías en vías de desarrollo «son las que corren más peligro», dado que son ahora mucho más vulnerables tras sufrir las consecuencias durante las últimas décadas del tipo de globalización promovida por Occidente, lo cual les obliga en estos momentos a luchar para evitar el estancamiento, si el crecimiento no se recupera como es esperado.
Tras más de una década de crecimiento tibio y de deterioro de la situación en gran parte del Sur global, especialmente en las naciones más pobres, las perspectivas dependerán de que los responsables políticos piensen de forma realista y actúen con pragmatismo para acelerar una recuperación sostenida en lugar de persistir en la aplicación de las recetas fallidas puestas en práctica durante las últimas décadas.