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Análisis
ReArm Europe, el triunfo del capitalismo verde militar

“Nos encontramos en una era de rearme”. Lo ha certificado Ursula von der Leyen al presentar ReArm Europe, el plan con el que la Unión Europea pretende “aumentar enormemente el gasto en defensa, tanto para responder a la urgencia a corto plazo de actuar y apoyar a Ucrania como para abordar la necesidad a largo plazo de asumir una responsabilidad mucho mayor por nuestra propia seguridad europea”.
La posibilidad de un ataque inminente de Rusia dentro de las fronteras de la UE, con la amenaza nuclear como telón de fondo, sirve de nuevo para justificar la aceleración de la deriva militarista. En el Consejo Europeo celebrado el jueves 6 de marzo, dos días después del anuncio de la presidenta de la Comisión y cuatro tras la cumbre de Londres, los gobiernos europeos han avalado el incremento de los presupuestos de defensa junto a otros nuevos mecanismos para inyectar fondos a los fabricantes de armamento. Con la irrupción de Trump se impone definitivamente el paradigma del capitalismo verde militar.
Ahora no está en discusión el qué: reforzar la defensa europea con grandes inversiones en ejércitos y armamento; sino el cómo: costearlo vía eurobonos o a través del endeudamiento
Que el nuevo gobierno estadounidense haya volteado el tablero geopolítico por el flanco (extremo) derecho ha hecho que las (pocas) discusiones que pudiera haber en torno a la conveniencia de impulsar las políticas securitarias se hayan clausurado de golpe. Ahora no está en discusión el qué: reforzar la defensa europea con grandes inversiones en ejércitos y armamento; sino el cómo: costearlo vía eurobonos o a través del endeudamiento de cada uno de los países en un marco de relajamiento de las reglas fiscales. Las tradiciones europeas de pacifismo y antimilitarismo parecen quedar condenadas a la irrelevancia, no sólo por el marco dominante en la conversación pública sino también por las propias inercias gobernistas de lo que hace no tanto se llamó nueva política.
Consenso verde oliva
La Unión Europea se ha hecho experta en reafirmar sus posiciones mediante el anuncio de programas de inversión milmillonarios. En el año 2020 los fondos Next Generation se plantearon, partiendo de unas cifras muy similares, con el horizonte de transformar el modelo productivo europeo y abrir paso al capitalismo verde y digital.
Pero aquellos 750.000 millones de euros, entre préstamos condicionados y ayudas reembolsables, al final sirvieron fundamentalmente para sufragar la transición energética y sostener las cuentas de resultados de las grandes corporaciones: las empresas españolas han recibido el 47% de la financiación pública destinada a amortiguar los impactos de la crisis; si se suman las subvenciones indirectas, la cifra asciende hasta el 68%.
Draghi: “No podremos convertirnos, a la vez, en líder de las nuevas tecnologías, faro de la responsabilidad climática y actor independiente en la escena mundial. No podremos financiar nuestro modelo social”
Hace seis meses, el expresidente del Banco Central Europeo reclamó a los países de la UE una inversión conjunta anual de 800.000 millones de euros en energía, defensa y seguridad. “Si Europa no consigue ser más productiva, nos veremos obligados a elegir”, fue la formulación retórica ideada por Draghi para adelantar que, efectivamente, la Unión Europea iba a tener que escoger: “No podremos convertirnos, a la vez, en líder de las nuevas tecnologías, faro de la responsabilidad climática y actor independiente en la escena mundial. No podremos financiar nuestro modelo social. Tendremos que reducir algunas de nuestras ambiciones, si no todas”. Crecimiento y descarbonización, derechos humanos y Estado del bienestar, todo al mismo tiempo y sin apuntar a los núcleos centrales del proceso de acumulación capitalista, ya no va a ser posible.
El informe Draghi adelantaba varias cuestiones geopolíticas esenciales para la Unión Europea. Primero, el declive de la era dorada del comercio mundial articulado en base a reglas multilaterales. Segundo, el fin del suministro de energía fósil abundante y barata. Y tercero, la necesidad de incrementar los presupuestos militares, dado que las elecciones en Estados Unidos podrían alterar el panorama global. El “whatever it takes” de la década pasada —“lo que haga falta” para bajar la prima de riesgo y salvar la moneda única— se transformaba entonces en la exigencia de una inversión gigantesca en el capitalismo verde oliva para mantener los ya de por sí magros niveles europeos de crecimiento económico.
Para esta reorientación de las políticas verdes hacia las militares también se plantea una línea de préstamos, pero el grueso de la jugada está en continuar aparcando la austeridad
El plan que acaba de presentar la presidenta de la Comisión Europea vuelve a utilizar la mágica cifra de los 800.000 millones, ahora con el objetivo declarado de transformar el modelo de defensa europeo. Y para ello, como sucedió en la pandemia, se deja otra vez en standby la regla de gasto. La mayoría del monto comprometido por Von der Leyen pasa precisamente por utilizar las cláusulas nacionales de escape contempladas en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, estimando lo que podría conseguirse si los presupuestos de los Estados miembros incrementaran hasta el 1,5% los rubros dedicados a defensa.
Para esta reorientación de las políticas verdes hacia las militares también se plantea una línea de préstamos, además de otros mecanismos del Banco Europeo de Inversiones y la posible reasignación de fondos de cohesión, pero el grueso de la jugada está en continuar aparcando la austeridad. En los términos de la década anterior, al menos por una temporada, ni está ni se la espera.
Whatever it takes (again)
Hasta el momento, asumiendo que tras el crash de 2008 la factura social de las políticas austeritarias fue demasiado elevada para las élites político-económicas, las potencias europeas han tratado de cargar masivamente los costes de la crisis sobre los presupuestos públicos (vía deuda) y no sobre las mayorías. Estas han seguido sufriendo procesos de devaluación salarial y extracción de rentas, pero el tantas veces anunciado ajuste estructural no ha llegado a producirse de forma rápida y masiva, sino más bien de manera progresiva, diferida y sujeta a condicionalidades puntuales. El miedo a sus posibles consecuencias en forma de estallidos sociales y la necesidad constante de obtener financiación, sin tener que recurrir a activar el botón de los grandes recortes e impuestos, han llevado a que las nuevas reglas fiscales de la Unión, aprobadas el año pasado como resultado de la reforma del Pacto de Estabilidad, no hayan llegado a entrar en vigor.
La coyuntura en Alemania ilustra bien el cambio de paso. Conservadores y socialdemócratas acaban de ponerse rápidamente de acuerdo, antes de que tome posesión el nuevo canciller y se modifique la correlación de fuerzas en el parlamento, para excluir el gasto en defensa del cálculo del déficit público y llegado el caso reformar la constitución alemana. Después de haber impuesto a toda Europa el blindaje del pago de la deuda por encima de cualquier otra posibilidad política, ahora se quiere eliminar el techo de endeudamiento de cara a la reindustrialización verde militar.
Y es que Merz ha anunciado —parafraseando el “whatever it takes” de Draghi— la inversión de 500.000 millones en un plan a diez años para el fomento de nuevas infraestructuras y la revitalización industrial. Ante el declive del sector del automóvil, el interés de reactivar la industria centroeuropea a través de la fabricación de armamento y tecnologías aeroespaciales, para tratar de salir del prolongado estancamiento económico, aparece como la razón fundamental para impulsar esta estrategia.
Toda esta ofensiva normativa de la Unión Europea se complementa con las recientes apuestas por la simplificación de trabas regulatorias a las grandes empresas incluidas en el paquete ómnibus, los incentivos a las compañías industriales recogidos en el Clean Industrial Deal y el apoyo a la fabricación de automóviles. Y se enmarca en el reposicionamiento estratégico impulsado tras la invasión de Ucrania, articulado en torno a tres ejes: militarización, fronteras y extractivismo. Encarrilada la externalización del control migratorio con la mayoría de países del norte de África y encauzado el acceso a los minerales fundamentales para el desarrollo del capitalismo verde militar, con la firma de una docena de acuerdos de asociación estratégica sobre materias primas, el impulso al acuerdo UE-Mercosur y la consolidación de las buenas relaciones comerciales con China, el fortalecimiento del pilar de la defensa europeo es la asignatura pendiente.
Aunque a primera vista aparece como una respuesta inmediata a la presidencia de Trump, en realidad el consenso militarista se ha venido forjando en la Unión Europea desde hace más de un año. “Dado que la guerra de Rusia contra Ucrania ha modificado la estructura de seguridad europea, ello requiere también un esfuerzo urgente desde la Unión para fortalecer su capacidad de respuesta en los términos que impone un mundo hostil”, leíamos en el editorial de El País el 3 de marzo de 2024. Aquel mismo día, el diario abría su portada con el titular “Europa se prepara ya para un escenario de guerra”. Y recomendaba que las propuestas militaristas, en caso de ser contestadas por la población, fueran “acompañadas de una labor intensa de explicaciones y pedagogía política ante una ciudadanía europea educada durante varias generaciones, por fortuna, en escenarios de paz”.
La recomposición capitalista en la Unión Europea, junto a la apuesta energética (verde) y tecnológica (digital), pasa por lo militar. “Tenemos que gastar más, tenemos que gastar mejor, tenemos que gastar europeo”, viene insistiendo la presidenta de la Comisión desde que hace justo un año presentó la Estrategia industrial de defensa europea. También lo señaló entonces el que hasta hace nada era el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell: “Lo que intentamos hacer es incentivar la capacidad de producción. La vocación es encargarnos de la industria de defensa, que es algo crítico”. Como señala el informe Draghi, el 78% de las compras europeas de material militar provienen hoy de fuera de la UE, básicamente de Estados Unidos (el 63% del total). De ahí que para 2030, según esta estrategia, se plantee que al menos el 50% de las adquisiciones militares debería formalizarse dentro de las fronteras de la Unión, y que el 40% de todo el material militar que se compre debería ser desarrollado conjuntamente entre varios países de la UE.
Europa industrial-militar
Tres años después del comienzo de la guerra en Ucrania, la Unión Europea continúa reforzando la lógica de remilitarización. Esto no se queda únicamente en un apoyo político y logístico al gobierno ucraniano, sino que ha tenido una traducción inmediata en el incremento de los presupuestos militares de los países miembros. En 2014, los Estados europeos pertenecientes a la OTAN tuvieron un gasto militar de 235.000 millones de dólares, equivalente al 1,47% del PIB de media. En 2023 esa cantidad subió ya hasta los 347.000 millones, correspondientes al 1,85%. Y ese mismo año el gasto militar conjunto de los países de la UE se incrementó el 16%, lo que supone la mayor subida desde la guerra fría. En el caso español, el presupuesto oficial de defensa prácticamente se duplica al incluir los gastos comprometidos en otras partidas ministeriales, superando así durante varios años el 2% del PIB con su inversión total en armamento.
El sostenimiento del metabolismo económico europeo, una vez más, pasa por la intervención decisiva del Estado-empresa. En consonancia con lo que han sido las políticas europeas en los últimos cinco años, son los Estados quienes han alimentado a través de una batería de instrumentos los beneficios empresariales en permanente respiración asistida. En este ciclo, asentados los nuevos negocios verdes y digitales gracias a las fuertes transferencias de dinero público y a programas de internacionalización como el Global Gateway, se trata de reactivar el complejo industrial-militar europeo. “Debemos pasar de la fabricación a la producción en masa de armamentos”, concluyó el canciller Scholz en febrero del año pasado al visitar una factoría de municiones de la empresa Rheinmetall.
Mientras tanto, más allá de algunas declaraciones grandilocuentes sobre la OTAN, nuestra izquierda institucional oscila entre el silencio y las palmas, en línea con los sucesivos aumentos de los presupuestos militares que se han ido aprobando
Si antes de la llegada de la versión 2.0 de Trump ya resultaba asfixiante la hegemonía progre y el triunfo de la lógica del mal menor sobre cualquier otra posibilidad de intervención política desde las izquierdas, la coyuntura actual deja poco aire para plantear un cuestionamiento radical de la deriva militarista europea. El consenso de Bruselas solo ha sido roto por el gobierno ultraderechista de Orbán en lo que se refiere al envío de ayuda a Ucrania, no así en cuanto al aumento del gasto militar. Mientras tanto, más allá de algunas declaraciones grandilocuentes sobre la OTAN, nuestra izquierda institucional oscila entre el silencio y las palmas, en línea con los sucesivos aumentos de los presupuestos militares que se han ido aprobando año tras año en el gobierno progresista, tanto en esta legislatura como en la anterior. Y el presidente Sánchez ha confirmado que desde este mismo año “tenemos que hacer un esfuerzo anticipado” en incrementar el gasto en defensa. Borrell, muy criticado en su momento por la metáfora del jardín y la jungla, reaparece como un gran estadista y ejemplifica el realismo progresista con su renovada alegoría: “Todo el mundo prefiere la mantequilla a los cañones, pero a veces si no tienes cañones no tienes mantequilla”.
En el marco de la ofensiva capitalista y el recrudecimiento del régimen de guerra para garantizar los beneficios de los grandes propietarios, se está profundizando a marchas forzadas en la degradación del sistema internacional de derechos humanos: la expropiación, la expulsión, la destrucción y la violencia se configuran como elementos constitutivos del necrocapitalismo. La desigualdad forma parte de los núcleos esenciales del sistema de dominación, asentando un estado de excepción permanente donde la debilidad de las organizaciones y movimientos sociales limita las posibilidades de confrontación para situar en su lugar las lógicas de concertación.
A contracorriente de los vientos belicistas que nos azotan en la cara, se trata de seguir apostando por un nuevo internacionalismo, pegado a las redes comunitarias y comprometido con el sabotaje de la lógica de guerraA pesar de todo, frente a la decisión estratégica de la UE de impulsar un pack de normativas con el que reforzar su rol geopolítico y gobernar la crisis culpando al enemigo interno (las personas migrantes), y sin negar el estado de cierta frustración e impotencia social que acompaña el cierre del fracasado ciclo de asalto institucional, hay que continuar trabajando para impulsar estrategias anticapitalistas que vayan desmantelando la secuencia dominante en favor de otras políticas, estructuras y dinámicas desde la perspectiva de la justicia social y la emancipación. A contracorriente de los vientos belicistas que nos azotan en la cara, se trata de seguir apostando por un nuevo internacionalismo, pegado a las redes comunitarias y comprometido con el sabotaje de la lógica de guerra, que mire más allá de las fronteras del Estado nación como único marco posible de acción política.