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Análisis
Nosotros y ellos
El sólido resultado obtenido por Jean-Luc Mélenchon en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas celebradas este año demostró que el populismo de izquierda no es un breve “paréntesis” al que seguirá una vuelta a una forma más tradicional de política de clase. Por supuesto, el momento populista “caliente” que presenciamos durante la última década en Europa Occidental ya ha pasado y varios de sus abanderados —Syriza, Podemos, el Partido Laborista de Corbyn— han sufrido diversos tipos de reveses sin que ello signifique, no obstante, que el populismo de izquierda haya quedado obsoleto. Sería un error descartar una estrategia política sólo porque algunos de sus adherentes no lograron sus objetivos en el primer intento. La política, nos recuerda Max Weber, es como “la perforación de una tabla de madera dura efectuada con fuerza y lentitud”.
Ciertamente, Mélenchon fue derrotado en las elecciones presidenciales de 10 de abril de este año, pero mejoró los resultados logrados en 2017, obteniendo el 21,95 por 100 de los sufragios frente al 23,15 por 100 cosechado por Marine Le Pen, y no logró clasificarse para la segunda vuelta tan solo por 420.000 votos. Si el Partido Comunista Francés no hubiera insistido en presentar su propio candidato, Mélenchon bien podría haber colmado esta mínima diferencia. Por supuesto, podría argumentarse que Mélenchon logró esta cuota de votos, porque renunció a su anterior estrategia populista en favor de la clásica estrategia de la unidad de la izquierda. Desde esta perspectiva, la creación de la Nouvelle Union Populaire Ecologique et Sociale (NUPES), la alianza electoral que reunió a La France Insoumise (LFI) de Mélenchon, a los socialistas (Parti Socialiste Français, PSF), a los verdes (Europe Écologie Les Verts, EELV) y a los comunistas (Parti Communiste Français, PCF), podría considerarse una prueba de que ya no persigue una ruptura populista.
Para evaluar la validez de esta afirmación es necesario aclarar el significado de “populismo de izquierda”. Podríamos comenzar por el planteamiento formal desarrollado por Ernesto Laclau en On Populist Reason (2005). El populismo, escribe, es una estrategia de construcción de una frontera política que divide a la sociedad en dos campos, “nosotros” y “ellos” y que llama a la movilización de los “perdedores” contra los “poderosos”. El contenido ideológico e institucional de esta lucha es en gran medida contingente. Depende de cómo se establezca la frontera entre ambos grupos, así como de las estructuras socioeconómicas y de los correspondientes contextos histórico-geográficos en los que aquella se inscribe. No existe una simple oposición entre el “pueblo” virtuoso y un corrupto estrato de “élites”, concebidos ambos como entidades empíricas preexistentes. Por el contrario, este par binario puede construirse de diversas maneras, hecho que genera las múltiples distinciones existentes entre populismo de izquierda y populismo de derecha.
El populismo de izquierda se compromete con las instituciones políticas existentes para transformarlas profundamente mediante procedimientos democráticos
Una estrategia populista de izquierda reconoce que la sociedad está intrínsecamente dividida e insiste en la naturaleza partidista de la política. En este sentido coincide con el planteamiento marxiano, pero difiere del mismo en la forma de construir la frontera. De acuerdo con el marxismo ortodoxo, esta frontera se basa en las relaciones de producción y enfrenta al proletariado con la burguesía. Para el populismo de izquierda, sin embargo, el agente social es comprendido como el lugar de múltiples “posiciones de sujeto”, que corresponden a las diferentes relaciones sociales en las que ese sujeto se halla inserto, no existiendo razón alguna para atribuir a priori un privilegio a la posición de clase. Por esta razón, aunque la frontera populista tenga una dimensión de clase, no se construye sobre un fundamento de clase.
La constitución del perdedor, el “pueblo”, se basa en el establecimiento de una “cadena de equivalencias”, la cual articula una variedad de luchas contra la dominación, la explotación y la discriminación. Esta articulación se halla asegurada por un “significante hegemónico”, por ejemplo, un líder carismático o un movimiento colectivo en torno al cual pueden cristalizar los afectos comunes. Dado que los agentes sociales tienen múltiples posiciones de sujeto, sólo puede surgir un “nosotros” o una “voluntad colectiva” a través de esa cadena de equivalencia, que permite que la unidad surja de la diferencia. No se trata de homogeneizar demandas políticas diversas, sino de hacerlas “equivalentes” gracias a su oposición a un adversario común y a su inscripción conjunta en un proyecto colectivo. Además, una estrategia populista de izquierda no exige una ruptura radical con las instituciones políticas de la democracia liberal pluralista y la fundación de un orden político totalmente nuevo. El populismo de izquierda se compromete con las instituciones políticas existentes para transformarlas profundamente mediante procedimientos democráticos. Se trata de una estrategia de “reformismo radical”, que difiere tanto de las estrategias de la izquierda revolucionaria como del reformismo estéril de los social-liberales.
Teniendo en cuenta este marco general, ¿puede definirse la estrategia de La France Insoumise en las últimas elecciones generales y presidenciales francesas como una estrategia “populista de izquierda”? ¿Implicó esta la construcción de una cadena de equivalencias? Consideremos los diferentes aspectos de la campaña de 2022. En lo que respecta a la iniciativa crucial, el trazado de una frontera política que divide a “nosotros” de “ellos”, no hubo ninguna ambigüedad. Se afirmó abiertamente el carácter radicalmente divisivo del proyecto de la LFI y se designó claramente a su principal adversario: el sistema neoliberal y el bloque de fuerzas macronistas asociadas a Macron.
En cuanto a la construcción del “nosotros”, LFI, al presentarse bajo la bandera del Parlement de Union Populaire, indicó que su objetivo era crear un “pueblo” más allá de las fuerzas políticas de izquierda tradicionales. El objetivo del Parlement de Union Populaire, presidido por Aurélie Trouvé, era conectar el partido con los movimientos sociales realmente existentes en las diversas esferas de la sociedad. Para ello, el programa de Mélenchon, L'avenir en commun, abordaba no sólo las relaciones socioeconómicas de explotación, sino también los antagonismos en materia de género, raza y otras formas de discriminación. El programa fue especialmente contundente con respecto a las cuestiones ecológicas, abogando por un programa radical de descarbonización, así como por una ambiciosa transición verde dirigida por el Estado. Aunque exigía la democratización de las instituciones políticas francesas y la inauguración de la Sexta República, el programa de LFI no desechaba el marco institucional republicano. A este respecto, las descripciones de LFI como “extrema izquierda” por parte del establishment eran totalmente falsas.
LFI recogió los votos de los partidarios desencantados de Macron en las zonas urbanas, así como los procedentes de las comunidades de inmigrantes y de los territorios de ultramar, aumentando su representación de 17 a 75 diputados
Si añadimos a estas consideraciones el hecho de que las campañas de Mélenchon siempre se han caracterizado por un fuerte énfasis en el papel de los afectos y la importancia de movilizarlos para crear una voluntad colectiva, podemos afirmar con plausibilidad que la estrategia que LFI desplegó en las últimas elecciones francesas constituyó una materialización del populismo de izquierda. Además, la suposición de que la NUPES es simplemente una coalición socialdemócrata, en la que cada participante conserva su propio programa específico, puede refutarse fácilmente. De hecho, la NUPES presentó una plataforma electoral organizada bajo la hegemonía de LFI, que fue capaz de asegurar el acuerdo sobre los principales pilares de su programa: el salario mínimo, la edad de jubilación, la planificación medioambiental y un impuesto sobre el patrimonio. El PS y EELV se vieron incluso obligados a aceptar la posibilidad de desobedecer los tratados europeos que pudieran obstaculizar la realización de dichas propuestas programáticas. Una alianza establecida de esta manera no señala un cambio de objetivo fundamental, sino, por el contrario, el intento de fortalecer las posibilidades de obtener una mayoría electoral asegurando que el voto progresista no se divida.
Desgraciadamente, ello no sirvió para pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas. Sin embargo, gracias a la existencia de la NUPES y a la energía de sus militantes, Macron no pudo obtener la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. La NUPES se convirtió en el segundo grupo parlamentario de la Asamblea nacional francesa, contando 151 escaños frente a los 245 de Ensemble, la coalición liderada por Macron. LFI recogió los votos de los partidarios desencantados de Macron en las zonas urbanas, así como los procedentes de las comunidades de inmigrantes y de los territorios de ultramar, aumentando su representación de 17 a 75 diputados, lo cual constituyó un excelente resultado, que, sin embargo, se vio eclipsado por el inesperado avance de Le Pen, cuyo partido, Rassemblement National (RN), obtuvo 89 escaños, haciendo incursiones en otrora antiguos bastiones comunistas.
El resultado electoral provocó un debate en el seno de LFI sobre “los que faltan” en el bloque de la izquierda. Como reconoció el director de la campaña de Mélenchon, Manuel Bompard, los resultados podrían haber transmitido la falsa impresión de que LFI había adoptado la estrategia de Terra Nova, el think tank cercano al PSF, que en 2011 recomendó centrar las energías de la izquierda en ganar a los votantes con credenciales educativas, a los jóvenes y a las minorías étnicas, mientras se abandonaba a las clases trabajadoras blancas al Frente Nacional. Al analizar los resultados, el diputado de LFI François Ruffin expresó su preocupación por el hecho de que, si bien el partido había ganado terreno entre los jóvenes, las clases medias y los sectores obreros de las áreas suburbanas, no había logrado ningún avance en la denominada France périphérique: las pequeñas ciudades, los municipios rurales y los antiguos cinturones industriales en declive, esto es, la “Francia de los chalecos amarillos”.
Chalecos amarillos
Chalecos amarillos Aldo Rubert: “Las clases populares no están condenadas a la desmovilización”
Aquí es donde Le Pen obtuvo sistemáticamente sus mejores resultados, precisamente porque ofreció un discurso que resonaba con las demandas de seguridad y protección presentes en las zonas de Francia que más han sufrido las consecuencias de la globalización neoliberal. Habiendo aceptado el mantra de “No hay alternativa”, las fuerzas del “neoliberalismo progresista” han sido claramente incapaces de dirigirse y establecer la consabida interlocución con estas demandas, considerándolas en cambio como obstáculos a la modernización, circunstancia que abonó el terreno para que el Frente Nacional las enmarcara en términos nacionalista-xenófobos y se presentara como la “voz del pueblo”. Para recuperar a estos sectores populares, que sienten que el partido de Le Pen es el único que se preocupa por ellos, la izquierda debe comprender que muchas de las reivindicaciones que actualmente se expresan en el discurso nacionalista tienen un núcleo democrático susceptible de ser recuperado. Estas reivindicaciones no implican adoptar una visión de la soberanía basada en el nacionalismo excluyente. Al trazar la frontera de nosotros/ellos de una manera que no oponga los “verdaderos nacionales” a los migrantes, estas demandas podrían abordarse de una manera igualitaria, cuyo objetivo es proteger a las personas de la dominación destructiva del capital.
Sería totalmente contraproducente reaccionar a los resultados electorales apelando a la creación de un frente antifascista contra la extrema derecha
Lamentablemente, existe la tendencia entre diversos sectores de la izquierda a adoptar una postura de superioridad hacia los quienes votan a Le Pen. En lugar de intentar comprender las complejas razones de su adhesión a este partido, su actitud es de franco rechazo y condena moral. Acusan a los votantes de RN de ser intrínsecamente racistas, sexistas, homófobos y de representar el “retorno del fascismo”. Sin embargo, sería totalmente contraproducente reaccionar a los resultados electorales apelando a la creación de un frente antifascista contra la extrema derecha, lo cual tendría la desastrosa consecuencia de establecer la frontera política de una manera que situaría a LFI en el mismo campo que Macron y el bloque neoliberal enfrentado a las denominadas fuerzas del fascismo de Le Pen. Tal estrategia excluiría cualquier posibilidad de recuperar esos sectores decisivos de la clase obrera. El reto para LFI es, en realidad, construir un “pueblo” que sea la expresión de un verdadero bloque popular capaz de formar una mayoría social. Para lograrlo es necesario consolidar y ampliar los apoyos que LFI ya ha logrado establecer, así como llegar a quienes han perdido la fe en la acción política y se han refugiado en la abstención. También es imperativo prestar continuamente atención a los sectores populares “que faltan” y no descartarlos como “inalcanzables”.
En la actual coyuntura de emergencia climática también es crucial para la estrategia izquierdista-populista abordar la cuestión de la supervivencia y la habitabilidad del planeta. La bifurcación ecológica defendida por LFI podría actuar como el principio hegemónico necesario para articular las luchas sociales en torno a las medioambientales. Sin embargo, para desempeñar ese papel, el proyecto ecológico no puede concebirse como un simple conjunto de políticas. Para que las ideas o las políticas tengan fuerza deben movilizar afectos que conecten con el imaginario social dominante. Las políticas por sí solas no tienen la capacidad de generar la voluntad colectiva necesaria para desencadenar la puesta en marcha de una transición ecológica. Por eso en mi próximo libro propongo dotar de fuerza afectiva a la bifurcación ecológica planteándola en términos de una “revolución democrática verde”, es decir, como un nuevo frente en la radicalización de la democracia. Al activar el imaginario democrático, un programa verde podría generar afectos más poderosos que los generados por los discursos liberales que compiten con ellos. Desempeñarían el papel de un “mito” en el sentido dado a este término por Sorel: una idea cuyo poder para anticipar el futuro confiere un nuevo significado al presente.
Una revolución democrática verde defendería la sociedad y sus condiciones de existencia de una manera que empodere a las personas en lugar de animarlas a replegarse en un nacionalismo defensivo o a optar por la aceptación pasiva de formas algorítmicas de gubernamentalidad. En un momento en el que los neoliberales intentan explotar las crisis socioeconómicas y climáticas para imponer soluciones tecnológicas autoritarias, esta visión podría resonar con una amplia gama de demandas democráticas y fortalecer el atractivo del programa de La France Insoumise.