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Las elecciones andaluzas han representado un varapalo sin precedentes para todo el espectro político que representa la izquierda. El PSOE de Andalucía ha cosechado los peores resultados de su historia. Pero no le ha ido a la zaga la irrelevancia política en que han acabado sumidas las dos marcas de la otrora Adelante Andalucía. Las izquierdas a la izquierda del PSOE llevan años ofreciéndonos un espectáculo bochornoso. No han sido capaces de generar un proyecto amplio, inclusivo, libre de pícaros y vividores de la política, cuyo único objetivo, a modo de lema, fuera la búsqueda infatigable de la libertad, igualdad y fraternidad. Todo lo contrario, los mejores se han ido apeando del barco de motu proprio, sin decir nada, con una profunda tristeza en el alma. Recomiendo el libro de mi buen amigo Pedro Arrojo, Vivencias de un Diputado desde el Hemiciclo. Fue apasionante, pero no un placer (Editorial Libros.com, 2020).
No contentos con dinamitar un proyecto común, transversal, solidario, inclusivo, cada grupúsculo se dedicaba a una confrontación sin tregua contra otras camarillas. Pero no se vayan a pensar ustedes que por discrepancias programáticas importantes. ¡Qué va! Todo es más terrenal, lo único que movía y mueve tales disputas eran los puestos que iban a ocupar los miembros de las distintas tribus. Ante la imposibilidad de acuerdos generosos, transversales, solo con los mejores, ello acaba cristalizando en los distintos Reinos de Taifas que se presentan desde distintas y supuestas izquierdas transformadoras a las elecciones en los diversos lares.
Necesitamos un relato alternativo al hegemónico, que se empeña en reconstituir el sistema existente con el objetivo de favorecer de manera permanente a la clase dominante
Mi tesis de fondo, sin embargo, es que todos estos comportamientos miserables serían irrelevantes, e incluso desaparecerían, si se hubiese trazado un rumbo claro de donde estamos, qué queremos y cómo alcanzamos los objetivos pactados con la ciudadanía. Y es allí donde hemos fallado a nuestros conciudadanos. Necesitamos un relato alternativo al hegemónico, que se empeña en reconstituir el sistema existente con el objetivo de favorecer de manera permanente a la clase dominante, los más ricos, los intereses corporativos, mientras que dejan a los ciudadanos más pobres con una sensación de impotencia y desesperación política y, al mismo tiempo, mantienen a las clases medias colgando entre el temor al desempleo y las expectativas de una fantástica recompensa que nunca llega.
Los problemas del acceso a la vivienda, el encarecimiento de los precios de los alimentos y de la luz, la ausencia del ascensor social, la desprotección de la infancia y la juventud, la bajada de los salarios -en nombre de una farsa llamada competitividad-, las reglas fiscales ad hoc de la Unión Monetaria Europea, la deuda privada descomunal, todo ha supuesto un ataque inmisericorde contra la inmensa mayoría de la ciudadanía, mientras unos pocos se enriquecían saqueando al Estado. Me refiero a una súper élite, profundamente egoísta, de naturaleza intrínsecamente psicópata. Y sí, es y será siempre duro luchar contra esta súper élite que ha puesto sus sucias manos en las democracias occidentales, vaciándolas hasta niveles nauseabundos. En nuestro país el control de los medios de desinformación masiva es casi total. En términos de libertades estamos peor que a finales de los 70. No hay relato alternativo, y al disidente se le arrincona, se le orilla. Por eso resulta profundamente triste la mezquindad de ciertos políticos de izquierdas que se olvidan de lo que realmente es relevante.
Análisis
Los bancos centrales nunca han conseguido un aterrizaje suave
La izquierda debe romper con un marco ya agotado
La Gran Recesión puso de manifiesto la falsedad de lo que no dejaban de ser meros dogmas a modo de eslóganes carentes de evidencia científica. El más peligroso de todos ellos fue la creencia en que todo debía supeditarse al libre mercado, adornado con hipótesis falsas, desde la eficiencia de los mercados, hasta la racionalidad de los inversores. Y es ahí donde la socialdemocracia sigue erre que erre, lo que representa un problema para la izquierda en su conjunto. Nos referimos a la necesidad de modificar donde se fijan los precios de las materias primas energéticas y agrícolas en la actualidad. Nos referimos a la necesidad de echar por tierra la vergonzosa reestructuración del sector eléctrico español, europeo y occidental. Nos referimos a la necesidad de dejar de estigmatizar el papel de la deuda pública. La política fiscal, con la implicación de los Bancos Centrales, permitiría alcanzar el pleno empleo.
El mercado se convirtió a mediados de los 80 en la entidad más poderosa de la política democrática occidental, y esta evolución ha resultado más sorprendente y peligrosa en el ámbito de la socialdemocracia. Primero el SPD alemán, después el SAP sueco, pasando por el PSOE español, o el PSF de la segunda etapa de Francios Mitterand, todos ellos precursores de una tercera vía que alcanzó la apoteosis con el laborismo de Tony Blair y los demócratas de Bill Clinton. Según este nuevo catecismo, las exigencias humanas y democráticas solo pueden satisfacerse en la medida en que se sometan a las fuerzas inquebrantables del “mercado”, al que debe darse el máximo margen de acción para coordinar la gran diversidad de decisiones económicas y controlar con eficacia la demanda y la oferta. Obviamente, y así lo asumieron, el mercado no podía garantizar el pleno empleo, la justicia distributiva o la protección del medio ambiente.
La izquierda está contrarrestando las propuestas conservadoras sobre impuestos, pero sólo dentro del marco ortodoxo
Por eso, bajo este marco, a la izquierda alternativa, al margen de abandonar las luchas intestinales que hemos comentado, le va a resultar muy difícil moverse con cierta soltura. Es cierto, que desde Unidas Podemos, por ejemplo, se ha presionado para subir el SMI, para reformar algo el mercado laboral, pero el destrozo de décadas de abandono a los más débiles, de años de implementar una política económica distópica hace que a fecha de hoy solo sean remiendos, que ayudan, indudablemente. La situación económica de muchas familias españolas no deja de empeorar.
Es necesario dar un paso más y dejar de argumentar usando el relato conservador. Pongamos un ejemplo. La izquierda está contrarrestando las propuestas conservadoras sobre impuestos, pero sólo dentro del marco ortodoxo. Se admite que es necesario reembolsar el déficit, pero que su coste debe ser asumido por los más ricos, como parte de una reducción general de la desigualdad. Esto sólo busca reorientar la austeridad, en lugar de rechazarla por innecesaria. Al vincular su demanda de mejores servicios públicos con su deseo de hacer frente a la desigualdad, la izquierda corre el riesgo de no lograr ninguna de las dos cosas.
Los impuestos son importantes, sí, pero debemos abandonar el relato falso de liberales y conservadores, asumido por los socialdemócratas
Thatcher promovió la idea de que el gobierno no tenía dinero propio para hacer que el gasto público dependiera del consentimiento de los ricos. Esto crea una restricción política en el gasto, que no es cierta y que la izquierda repetidamente no logra superar. La izquierda lo que tiene que hacer es rechazar la austeridad por innecesaria asumiendo que un gobierno soberano monetariamente nunca puede quebrar. Bajo este planteamiento, además, podrá bajar el impuesto de la renta al factor trabajo, el impuesto de sociedades a Pymes, y reducir al mínimo posible el impuesto más injusto, el IVA. Por el contrario, deberá sablear a los grandes rentistas y a la riqueza desmesurada de unos pocos individuos y sociedades.
Los impuestos son importantes, sí, pero debemos abandonar el relato falso de liberales y conservadores, asumido por los socialdemócratas. Los impuestos no financian absolutamente nada. Sus funciones son otras. La primera, orientar el modelo productivo. La segunda, limitar el poder de determinadas corporaciones e individuos. Este ejemplo, el de los impuestos, se puede extrapolar a otras muchas propuestas, desde el papel de los Bancos Centrales, la deuda pública o la deuda privada, a la necesidad de terminar con la financiarización de la economía, especialmente de los derechos humanos básicos. El día es que ese relato esté formulado y escrito, las expectativas electorales de quienes lo implementen serán imbatibles.