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Análisis
Europa no puede blindarse contra Trump
Es profesor adjunto en la Universidad de Nueva York. Anteriormente dirigió el programa europeo del Royal Institute of International Affairs en Londres, más conocido como Chatham House.
Durante el año pasado, a medida que la realidad gradualmente se cernía sobre ellos de que Donald Trump podría ser reelegido presidente, los analistas europeos de política exterior se agruparon en torno a la idea sensata de que Europa había de unirse y “blindarse contra Trump”. Este nuevo consenso, que en lo esencial repite los argumentos para una “autonomía estratégica” europea que pudieron verse después de que Trump fuese elegido por primera vez, representa un extraordinario fracaso colectivo. Los expertos europeos de política exterior se han demostrado incapaces de reflexionar con claridad sobre qué ha cambiado en Europa en los últimos ocho años, o en las relaciones entre sus propias preocupaciones en materia seguridad y las de Ucrania.
La elección de Trump en 2016 creó una incertidumbre radical sobre las garantías de seguridad estadounidenses hacia Europa, que se remontan a la creación de la OTAN en 1949. Mientras algunos atlantistas insistían en que los países de la OTAN deberían abrazar más estrechamente a los Estados Unidos —y hacer algunas concesiones, como incrementar el gasto en defensa y comprar más armas estadounidenses para aplacar a Trump—, los “post-atlantistas” urgían a los europeos a poner fin a su dependencia de los Estados Unidos por su propia seguridad. La primera tendencia estaba representada por Polonia (donde gobernaba el partido Ley y Justicia, de ultraderecha), la segunda, por Francia, y Alemania se encontraba en un punto intermedio.
La historia de posguerra en su totalidad sugiere que las divisiones transatlánticas son siempre divisiones intraeuropeas
Los post-atlantistas han respondido a la posibilidad de una segunda presidencia de Trump simplemente reiterando la necesidad de autonomía estratégica, incluso si no siempre usan ese término. Pero la experiencia de la primera administración Trump sugiere que es muy poco probable que los europeos se unan en respuesta a su reelección. Es más, la historia de posguerra en su totalidad sugiere que las divisiones transatlánticas son siempre divisiones intraeuropeas. Piénsese, por ejemplo, en el período que precedió a la invasión de Irak en 2003 encabezada por los EEUU, cuando Europa quedó dividida entre lo que el secretario de Defensa de EE UU Donald Rumsfeld llamó una “vieja” Europa, formada por Francia y Alemania, y una “nueva” Europa, compuesta por los países de Europa central y oriental.
La situación también ha cambiado desde el primer mandato de Trump de maneras que hacen que la idea de autonomía estratégica sea incluso más problemática ahora de lo que lo era antes. Por comenzar por algún sitio, Reino Unido —que, como su rol dirigente en la guerra de Ucrania ha ilustrado una vez más, es un garante de seguridad secundario para Europa— se encuentra ahora fuera de la Unión Europea. (El referendo sobre la pertenencia a la UE se celebró en verano de 2016, pero Reino Unido dejó la UE en 2020). Esto hace difícil ver cómo la UE puede reemplazar a la OTAN como principal institución de seguridad europea, incluso si el gobierno laborista de Keir Starmer atiende ahora las reuniones de la UE como si Reino Unido aún fuese miembro de ella.
El auge de la ultraderecha imposibilita todavía más que los europeos se unan contra Trump en su segundo mandato
Ahora bien, quizá aún más importante que el Brexit es el auge de la ultraderecha en la propia UE. Cuando los analistas de política exterior hablan vagamente de “Europa”, nunca está claro si se refieren a la UE o a algo más grande que incluye a Reino Unido, pero incluso si se refieren exclusivamente a la UE, está lejos de ser el actor unitario que muchos ellos imaginan que es, en parte porque quieren que así sea. Peor todavía, tienden a ignorar los desarrollos políticos en la propia Europa. En particular, parecen hablar sobre el problema de la seguridad europea como si no hubiese también gobiernos de ultraderecha en Europa (con la excepción reconocida de la Hungría de Viktor Orbán). Hoy la derecha tiene el poder no sólo en la “nueva” Europa, sino también en la “vieja” Europa, incluyendo Italia y los Países Bajos.
El auge de la ultraderecha imposibilita todavía más que los europeos se unan contra Trump en su segundo mandato. También significa que ha dejado de tener sentido pensar en esos términos. Para la mayoría de países europeos, incluyendo Alemania, la autonomía estratégica significa, en efecto, trocar la dependencia de los Estados Unidos por la dependencia de unos por los otros, y especialmente de Francia. Incluso sin la posibilidad de un gobierno de ultraderecha en Francia, ésta no es una propuesta especialmente atractiva. Con todo, ahora que existe una buena oportunidad de que Marine Le Pen pueda ganar las elecciones presidenciales de 2027, sería extremadamente miope. El resultado es que el debate entre los expertos europeos en política exterior está cada vez más alejado de la realidad y ha degenerado en poco más que una repetición interminable de mantras sobre cómo Europa debería de hablar “con una sola voz”.
La otra cosa que ha cambiado desde el primer mandato de Trump es, por supuesto, la guerra en Ucrania. Además de fracasar a la hora de pensar en las implicaciones estratégicas para el devenir político mismo en Europa, los analistas han sido incapaces de diferenciar entre la seguridad de los estados miembro de la UE y los miembros europeos de la OTAN, por una parte, y la defensa de Ucrania, por la otra. Insistiendo en que las dos son inseparables, sin más, han prevenido de manera activa que hubiese un debate más pragmático y preciso sobre qué podrían y deberían hacer los europeos si Trump era reelegido.
Armas nucleares
Guerra en Ucrania Putin acusa a Ucrania de lanzar misiles de largo alcance y amenaza con el uso de armas nucleares en represalia
Desde la invasión rusa de Ucrania en 2022, el sentido común —más asumido que demostrado activamente— ha sido que, si Vladímir Putin ganaba, atacaría después a los estados bálticos o a Polonia. En realidad, aunque los halcones afirman con frecuencia saber exactamente cuáles son las intenciones de Putin, el Kremlin es más bien una suerte de caja negra. E incluso si Putin quisiese invadir un país como Estonia, sin inmutarse ante las garantías de seguridad de EEUU y los estados de la OTAN, la guerra en Ucrania ha demostrado que su ejército no está en posición de hacer algo así.
Mientras tanto, si Ucrania ha sido incapaz de derrotar a Rusia con el apoyo de EE UU, ciertamente no será capaz de hacerlo sin él. Dada la posibilidad de que Trump fuese a ser reelegido, lo responsable para los analistas europeos de política exterior hubiese sido pensar sobre cómo se podría poner fin a la guerra en Ucrania con la administración Biden. Aunque los términos no habrían sido óptimos, probablemente hubiesen sido mejores que el acuerdo con Rusia que ellos mismos sostienen que Trump posiblemente alcanzará. En vez de ello, insistiendo en que la única manera que la guerra podía terminar era con una derrota de Rusia, hicieron todo lo que estaba en sus manos para impedir un debate sobre cómo podría ser un acuerdo de paz.
Ahora que Trump ha sido reelegido, los europeos se encuentran en una posición imposible. Tras insistir que la seguridad europea en su totalidad depende de la victoria de Ucrania, habrán de elegir entre seguir apoyando a Ucrania incluso si los Estados Unidos amenazan con retirar su apoyo —algo que no únicamente sería peligroso e inútil, sino que también supondría arriesgarse a enfurecer a la administración Trump y, de este modo, poner en peligro las garantías de seguridad de EE UU— y abandonar a Ucrania a su suerte, exactamente lo mismo que dijeron que nunca harían. Ocurra lo que ocurra, la credibilidad de los expertos europeos en política exterior ha quedado tocada de muerte.