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La vida y ya
Rozar el cuerpo
A veces les presento en clase algunos datos que, cuando los conocí, me dieron vuelta a la cabeza. A veces les impacta y otras veces no. No todo les interesa y no todo sé contarlo bien. Lo que sí es seguro es que son cosas que no salen en los currículos oficiales de manera central ni tampoco en los libros de texto.
Los trabajamos cuando hablamos sobre biodiversidad. Uno de ellos es que del total de mamíferos que hay en el planeta un 4% es fauna salvaje (osos, ciervos, gorilas, ardillas, elefantes, lobos…). Todos juntos son, sólo, ese porcentaje. El 62% es ganado y el resto, un 34%, humanos.
Otro es que el asfalto con el que se construyen las calles y carreteras, el hormigón de los edificios, los coches y camiones y aviones y barcos y otro montón de materiales creados artificialmente por los humanos pesan más que todas las plantas, animales, hongos y bacterias juntas.
Hablamos sobre las repercusiones que tiene esto pero, para los habitantes de ciudades, que llevamos pisando asfalto desde que nacimos y donde los pocos mamíferos con los que nos cruzamos (de los que no provienen de los mataderos) son gatos y perros, no resulta muy llamativo. Forma parte de la cotidianeidad. El asfalto. Los coches. Los edificios. La ausencia de mamíferos más allá de algún ratón, algún murciélago si vives cerca de un parque.
Pienso qué podemos hacer para entender que nuestra vida depende tanto de las bacterias con las que convivimos en simbiosis como de la biodiversidad
Hay otro dato que sí les llama un poco más la atención. También tiene que ver con la biodiversidad pero, en este caso, se trata de organismos que tenemos dentro de nuestro cuerpo y, sin los cuales, la vida no sería posible. La boca, la piel pero, sobre todo, el colon, están poblados por billones de bacterias pertenecientes a cientos de especies distintas. Microorganismos que funcionan de manera coordinada, como lo hacen los órganos. Cerca de la mitad de las células que componen nuestro cuerpo no son nuestras, aunque en masa corporal suponen entre dos y tres kilos.
Esta idea de que no somos únicamente una división sucesiva de células que provienen de ese óvulo y ese espermatozoide que se juntaron les interesa. Preguntan y repreguntan. ¿Quieres decir que yo no estaría viva si no fuera por esa simbiosis?
Entonces se da una especie de reconocimiento hacia las bacterias y la reflexión de que hay que cuidarlas para estar bien. Que tiene que haber algo parecido a la reciprocidad, a la ayuda mutua para que nuestro cuerpo esté sano.
Pienso qué podemos hacer para entender que nuestra vida depende tanto de las bacterias con las que convivimos en simbiosis como de la biodiversidad que ya supone menos masa que todo lo creado artificialmente. De esos mamíferos salvajes que suponen sólo el 4% y del resto de especies de otros grupos y reinos.
Hace un tiempo conocí a Adriana González Burgos, una activista kolla que proviene de una familia originaria de la comunidad aborigen de Rodero-Humahuaca, al norte de Argentina. Me dijo que valores como la complementariedad y la reciprocidad marcan nuestra manera de estar en el mundo. “Esto no se da sólo entre las personas, es también con la Pachamama. Si actuáramos desde una ética de la reciprocidad en nuestros términos este mundo sería muy diferente. Los pueblos indígenas, las feministas comunitarias, campesinas y populares tenemos mucho para aportar sobre cómo hacer este camino”.
También me contó que implicarse en defender la tierra no depende únicamente de conocer datos, que tiene más que ver con las emociones. Con si, eso que nos cuentan, nos roza en alguna parte del cuerpo.
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