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Otoño de 2015. El chavismo parece haber llegado a su fin. Tras dos años de cruda crisis económica, sus bases están desmoralizadas. En la sociedad ha calado la idea de que, con Maduro, todo va a peor. Se agota el tiempo. La oposición arrasa en las elecciones parlamentarias de diciembre, obteniendo una amplia mayoría. Se celebra el inminente cambio de régimen. Retengamos este instante.
Ahora retrocedamos. Octubre de 2012. Elecciones presidenciales. Hugo Chávez se impone con claridad con 8,2 millones de votos frente a los 6,5 de Capriles. El saldo del polémico chavismo es, para una mayoría de venezolanos, más positivo que negativo. Desde 2006 ha mejorado bastante la vida material de la gente. El PIB se ha más que duplicado y los avances sociales en salud y educación son evidentes. Hay fuertes tensiones inflacionarias, pero también un gran tirón del consumo. La percepción dominante es que el chavismo ha mejorado muchas vidas, aunque queden claroscuros terribles como la galopante inseguridad.
A medio mundo le preocupa la deriva autoritaria de Chávez. En el exterior, todos creemos que en Venezuela hay un grave problema con las libertades políticas (así lo aseguran los líderes opositores). En la práctica, el antiguo establishment empresarial domina unos medios de comunicación que no solo no representan a la nueva mayoría social, sino que la denigran y la insultan cotidianamente. Pónganse en los zapatos de los sectores populares. Por un lado, tienes a un presidente que consideras que hace cosas por ti y, por el otro, a una oposición que te dice que eres un paniaguado, que no hay libertad pero que domina la prensa, emplea la violencia política y boicotea la economía con el objetivo de que dirijas tu ira contra Chávez ¿Con quién te quedas?
Pónganse en los zapatos de los sectores populares. Por un lado, tienes a un presidente que consideras que hace cosas por ti y, por el otro, a una oposición que te llamaba paniaguado. ¿Con quién te quedas?
Para los sectores de oposición, la situación es insufrible. Se está consolidando un régimen castrista delante de sus narices. Hay que estar dispuesto a cualquier cosa para pararlo. La endogamia social dominante en el país (las clases medias y altas solo se relacionan con sus iguales en sus espacios seguros, como clubes, colegios, centros comerciales, etc.) hace inexplicable las victorias del chavismo.
Pónganse en la piel de un venezolano blanco de clase alta: “¿Cómo es posible que gane las elecciones ese señor si todas las personas de mi entorno, incluyendo las señoras del servicio y mis empleados, y las encuestas que publican los periódicos que leo, me aseguran que una gran mayoría apoya a la oposición? Sin duda, debe de estarse cometiendo un gran fraude”. Es una caricatura, pero refleja por qué, durante todos esos años, la oposición niega reiteradamente que el chavismo haya ganado una sola elección. Todo es producto de un gran fraude electoral orquestado por los hermanos Castro con ayuda de Rusia. Los resultados están manipulados. Cuando se cree firmemente en esto, por supuesto, al menos mentalmente, vives en una dictadura.
Entre bambalinas la polarización política extrema desata una pugna por dominar los poderes del Estado. En esa pelea el chavismo tiene ventaja. Puede promover nombramientos desde cómodas mayorías parlamentarias bajo la tutela de un presidencialismo fuerte. Las fuerzas armadas, empleadas por la oposición como ariete entre 2000 y 2003, son purgadas y el chavismo lleva las cosas hasta el extremo opuesto, institucionalizando una lealtad personal inquebrantable hacia su presidente y comandante en jefe.
Coincidiendo con la llegada de Maduro al poder, los ataques a la moneda nacional, el bolívar, se intensifican con éxito. Numerosos actores encuentran un lucrativo negocio en la especulación y el contrabando de productos subvencionados hacia Colombia
En 2012 el escenario es tan favorable para el chavismo que el propio Henrique Capriles, candidato unificado de la oposición, asegura que su plan es continuar con las políticas sociales con mayor eficiencia y participación del sector privado. Esa es su oferta electoral, reiterada en la repetición de las elecciones de abril 2013, tras la muerte de Chávez. Esa noche electoral se caen las caretas. Maduro gana por un estrecho margen (7,5 frente a 7,3 millones de votos) y Capriles estalla de rabia. Mueren 15 personas asesinadas, la mayoría chavistas que estaban celebrando una victoria en verdad pírrica.
Nicolás Maduro recibe una herencia envenenada. La muerte de Chávez pone en evidencia la fragilidad del modelo. La deuda venezolana se dispara desde el primer momento de su mandato (aunque la caída de los precios de petróleo no llega hasta 2014), imponiendo unas condiciones de financiación que arruinarían a cualquier país civilizado. Los ataques a la moneda nacional, el bolívar, se intensifican con éxito.
Sin duda, una de las cosas insólitas del conflicto venezolano es, cuando sale a la calle con furia, la oposición mata mucho. El chavismo aguanta la embestida
Numerosos actores económicos encuentran un lucrativo negocio en la especulación, el contrabando de productos subvencionados hacia Colombia y, en general, en la apuesta negativa contra el bolívar. Comienzan desde el exterior maniobras para estrangular la economía venezolana. Buena parte de las grandes inversiones productivas del chavismo caen por su propio peso. Las mejoras en el nivel de vida de los sectores populares se degradan rápidamente (solo parece aguantar, paradójicamente, el programa de viviendas sociales). Aunque el chavismo gana las municipales de diciembre de 2013, la situación económica es insostenible.
Febrero de 2014 el descontento alcanza su punto álgido. Se abre una “ventana de oportunidad” para el cambio de régimen. La oposición no tiene un frente unido. Capriles ya no les representa. Es un cobarde que “renunció” a dar la pelea contra un Maduro que le “robó” las elecciones. Vuelve a imponerse la visión tradicional: la que defiende una caída traumática del chavismo y una ruptura total con el régimen. El plan es erradicarlo, que no quede rastro de él, ni en alcaldías, ni gobernaciones, ni en las fuerzas armadas… Por supuesto, ni se les pasa por la cabeza esperar a que Maduro llegue a la mitad de mandato para convocar un revocatorio. El momento es ahora. Es el minuto de gloria de Leopoldo López.
Una ola de violencia se extiende por todo el país. Los feudos de la oposición se declaran en rebeldía, con barricadas y hogueras prendidas durante más de dos meses. Mueren más de 40 personas, seis de ellas a manos de las fuerzas de seguridad. Paradójicamente, la mayoría de esas muertes se puede atribuir a la propia oposición. Esto es, sin duda, una de las cosas insólitas del conflicto venezolano. La oposición, cuando sale a la calle con furia, mata mucho. El chavismo aguanta la embestida. Agotadas las barricadas, las fuerzas de seguridad las desmontan una a una. Leopoldo está en la cárcel. Se le presenta como preso político, aunque, para parte de los sectores populares, bien preso está.
Tras un año de tranquilidad y sin “guarimbas” llegamos al comienzo de este artículo, al otoño de 2015. La degradación de la situación económica es evidente. La gente tiene que hacer carambolas para completar la cesta de la compra. En las conversaciones en la calle o en el metro ya no se oyen voces defendiendo al chavismo. Todo lo contrario. Incluso sus partidarios más incondicionales están anímicamente tocados. En las parlamentarias, la oposición alcanza un techo electoral de 7,7 millones de votos. El chavismo se desmoviliza parcialmente, quedándose en los 5,6 millones. Parece que, esta vez sí, se viene un cambio político.
Durante 2016 asistimos a un espectáculo bochornoso. El chavismo institucional aprovecha todos los vericuetos legales a su alcance para bloquear su caída del poder. La oposición, a su vez, se instala en una posición de unilateralidad que termina por boicotear su propio éxito. Para empezar, la mayoría cualificada que tiene en el parlamento queda en nada por tres escaños del estado Amazonas, supuestamente comprados. Se impugna el resultado, pero el parlamento opositor lo rechaza y entra en una confrontación con el poder judicial, que termina declarándola en desacato y, por tanto, considerando nulos sus actos. Una estrategia que, vista retrospectivamente, ha sido nefasta.
La segunda gran metida de pata está en el revocatorio. En la fase inicial la oposición debía presentar unas 200.000 firmas para iniciar el proceso que terminaría con Maduro. Ojo, no se trata de firmas que se recogen alegremente. Deben acreditarse formalmente ya que tienen consecuencias jurídicas concretas; en este caso, iniciar un proceso de referéndum. La oposición, en un alarde inexplicable, presentó 1,9 millones. Esto dilató meses el proceso de verificación. En ese mar de firmas, como cabía esperar, se encontraron muchas irregularidades. Luego siguió la llamada “toma de Venezuela”, la vuelta a las protestas masivas.
En un universo paralelo, si la oposición en 2016 se hubiese centrado realmente en la tarea de ganar la presidencia, buscando apoyo popular, hablando con los sectores económicos, presentando un frente unificado, transigiendo con algunos de los obstáculos que les ponía el chavismo y, de alguna manera, reconociendo su carácter institucional, muy probablemente hubiese ganado el revocatorio o forzado elecciones mediante reforma constitucional y, a día de hoy, Venezuela tendría otro presidente. Pero no, 2016 quedará para la memoria como la ocasión perdida. A los responsables no los busquen en el chavismo. Las dinámicas de competición internas en la oposición les impiden transar, pactar o reconocer la legitimidad de las instituciones bolivarianas. Aquel que presenta una rama de olivo es considerado un traidor o un agente de Diosdado Cabello. Todo ello, alentado desde el exterior, donde se da predicamento y apoyo a los sectores alocados, particularmente a esos que hablan de “narcodictadura” y que perfectamente podrían llevar un cono de aluminio en la cabeza.
Año 2018. El chavismo quiere continuar la racha. Hay adelanto electoral y las presidenciales se fijan para mayo. La mayoría de la oposición, ante el negro panorama demoscópico y el encadenamiento de derrotas, opta por no presentarse, alegando que no se dan garantías
Llega 2017. La tragedia. La oposición frustrada sale a la calle más furiosa que nunca. Es una versión más degenerada de los sucesos de 2014. Grupos delincuenciales son contratados para atacar a la policía. Se mezclan protestas y saqueos. Se ejecutan actos terroristas, celebrados por parte de la prensa internacional. En el punto culminante, se lincha a personas por “parecer” chavistas. Cualquiera que haya tenido algo que ver con el gobierno se siente amenazado. Eso, en un país donde el chavismo ha sido mayoría social durante 18 años, es mucha gente asustada.
Maduro convoca elecciones para una asamblea constituyente plenipotenciaria contemplada en la constitución. La oposición, por supuesto, cuestiona que el ejecutivo tenga potestad para hacerlo. No se presenta. Las bases del chavismo, en medio de una gran conmoción, acuden a votar en masa. No porque confíen o estén felices con Maduro. Al contrario, hay un enorme descontento con la situación económica y los desaciertos del gobierno frente a la crisis. Votan porque tienen miedo a la oposición. Los sucesos de violencia les han impactado profundamente. Más de ocho millones se acercan a las urnas. Un espaldarazo para Maduro que supera así los apoyos recibidos por el parlamento opositor. La violencia cesa. La derrota para la oposición es inapelable. Ha quedado desprestigiada y dividida. El chavismo aprovecha la ola y, antes de que termine el año, convoca elecciones regionales y, luego, municipales. Gana ambos comicios.
Año 2018. El chavismo quiere continuar la racha. Hay adelanto electoral (pactado en República Dominicana) y las presidenciales se fijan para mayo. La mayoría de la oposición, ante el negro panorama demoscópico y el encadenamiento de derrotas, opta por no presentarse, alegando que no se dan garantías (y bajo presión de los aliados del exterior). Esto es, sin duda, notable: cómo la oposición se las ha arreglado para hacer que Maduro, aun en medio de una nefasta situación económica y con unas condiciones de vida en claro retroceso, sea la opción preferida por más venezolanos. Aunque los comicios no están reñidos (se sabe de antemano que Maduro va a ganar) hasta 6,2 millones de personas se acercan a las urnas para darle su apoyo. Pero su crédito político no es sólido y, desde luego, no va durar para siempre. Las medidas adoptadas para frenar la estratosférica inflación no funcionan y los ejemplos de ineficiencia son más frecuentes y notorios, generándose un peligroso cóctel de cabreo y desesperanza que supura por todas partes. Aquí es donde la oposición (o la administración Trump) ven una nueva “ventana de oportunidad”.
Unas elecciones ahora, asediados internacionalmente, no serían ni justas ni equitativas. Tenemos a un conjunto de gobiernos coaccionando explícitamente al electorado
Enero de 2019. Maduro inicia formalmente su segundo mandato. De seis años. Salvo renuncia o fallecimiento del presidente, la oposición no puede hacer nada hasta 2022, cuando tendrá plazo para iniciar otro referéndum revocatorio. Hay una expectativa de que los precios de petróleo se incrementen. Maduro podría ser capaz de consolidarse. En este contexto, sale Guaidó, autoproclamado presidente, dispuesto a organizar unas elecciones alegales que le legitimen. Una maniobra con poco sustento a lo interno, pero con fuerte apoyo internacional. Enarbola la bandera de la paz, afirmando que amnistiará a los militares y ministros chavistas que le secunden (de qué delitos reales o imaginarios les amnistiará, eso no lo sabemos).
Lamentablemente parece que su estrategia precisa del uso de la fuerza, otra vez. Tal vez estemos en la fase final. Puede que, esta vez sí, la oposición consiga el poder. O puede que sea otra jugada fatal que la deje, de nuevo, descabezada y desprestigiada y a los venezolanos más ahogados que nunca por las sanciones, el aislamiento internacional y la caída en picado de la economía real. Veremos.
Lo que es seguro es que cualquier persona, organización o gobierno al que le importe el bienestar de la gente debería trabajar para que las cosas cambien (particularmente en lo que respecta a la crisis y el estrangulamiento económico de Venezuela) y, si se considera adecuado, impulsar un cambio político pacífico, sin borrar de un plumazo la constitución y la institucionalidad existente, sin ajustes de cuentas, donde no se amenace a nadie, ni se planifique la erradicación de “bandas chavistas”, amnistías generales por delitos desconocidos o el reparto de PDVSA. Hay que rebajar el odio y reconocer en la otra parte sus razones y posiciones y, de manera prioritaria desde el exterior, emplear una diplomacia menos mediatizada y radicalizada, abandonando el uso de las sanciones y los ataques económicos como parte del repertorio para propiciar el cambio de régimen. Por esta vía, es que se puede avanzar, generando menos sufrimiento. Lamentablemente, esto no está en la agenda.
P.S. Estos días, se le ha dado a Maduro un ultimátum para que (dimita y) se repitan las presidenciales. Unas elecciones ahora, asediados internacionalmente, no serían ni justas ni equitativas. Tenemos a un conjunto de gobiernos coaccionando explícitamente al electorado: si siguen con Maduro les castigaremos con aislamiento, hambruna y violencia, pero si votan a este otro muchacho vendrá el FMI y les salvará. Ya puestos, pueden venirse Duque, Trump y Sánchez a hacer la campaña. No es serio ni aceptable.
Si de verdad se quiere promover una repetición de comicios en un ambiente distinto, podrían alcanzarse acuerdos, por ejemplo, a cambio del levantamiento inmediato de las sanciones y del cese de operaciones la moneda. Hecho esto, y pasado un tiempo prudencial, podrían desarrollarse en unas mínimas condiciones de equidad. Pero este tipo de propuestas, ni están ni las se espera. Recuerden, el objetivo es erradicar completamente el proyecto político originario del chavismo. No se acepta otro plan. Todo muy democrático.
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Es extremadamente difícil encontrar artículos en la prensa que te expliquen asépticamente qué ha pasado y qué pasa en Venezuela. Todas deberíamos demandar más información y menos manipulación. Gracias por el texto.
Un análisis muy interesante, en general certero, con algunas lagunas de información - el acoso al aparato económico no "comenzó" en un momento determinado, porque no ha cesado en ningún momento ... no explicas qué desata la guarimba del año antepasado, no apuntas a que la violencia del ciclo actual es incendiada por "mercenarios" de barrio. El problema estriba en que si bien se reconoce la particularidad del proceso chavista, a la vez planteas la disyuntiva bajo la lógica de la alternabilidad gobierno-oposición. No es esa la encrucijada. El chavismo no se lee sólo por sus aciertos y errores concretos en la gestión pública. El chavismo significa, llámalo como quieras, un cambio de paradigma - más allá de lo poco o mucho que haya avanzado hacia el socialismo, significa retar los dos pilares del modelo institucional importado: el estado burgués y la democracia representativa. Que acumula éxitos y fracasos por igual es una cosa. Que significa un desafío descomunal a la gestión burguesa centenaria es incuestionable. Desafía y apuesta por dejar atrás - y contra eso se levantan - el control por élites de clase de las sociedades nuestramericanas. De otro lado, te quedas corto en la visión geoestratégica - el chow de Guaidó es el espectáculo de vodevil que esconde un conflicto de intereses entre potencias de la envergadura de la agenda necon post 11S - pero en este caso, bajo la ya indisimulable aparición en el horizonte del fin del ciclo civilizatorio basado en los hidrocarburos.
http://www.revistalacomuna.com/internacional/venezuela-hipercolonialismo/