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Tribuna
Ese dato llamado decrecimiento
No hay partido político que se atreva a hablar de decrecimiento. En los manuales está que hablar de eso resta votos, así que mejor mirar hacia otro lado. Yo discrepo profundamente de tal prejuicio y quiero aprovechar que hoy es el Día Mundial del Decrecimiento para, brevemente, decir algo al respecto.
El decrecimiento no es una opción, es una realidad, así que no tenemos que hablar de él como de una posibilidad de futuro sino como de un hecho que ya se está dando y que hay que tener en cuenta cuando pensamos en como organizar nuestro modelo económico, social y de vida. Que los indicadores macro todavía señalen crecimientos productivos es porque, en los cálculos, se desprecian todas las externalidades negativas. El decrecimiento, en resumen, es un dato.
Tampoco es nada nuevo. El informe Los límites del crecimiento que elaboró el Instituto tecnológico de Massachusetts en 1972 ya planteaba de manera abierta que en un planeta finito nuestro modelo económico era como dispararse en el pie. No se puede crecer infinitamente en un planeta finito. De aquel aviso hace 50 años y estamos peor de lo que estábamos. De hecho, en 1992 se actualizó el informe y la novedad fue constatar que habíamos superado ya la capacidad de carga del planeta.
Ante la realidad del decrecimiento, la disyuntiva es cómo lo vamos a gestionar, si desde la democracia y la justicia o en modo fascista
El capitalismo depredador que nos manda (gobierne quien gobierne) ha destrozado las reglas del funcionamiento de la vida. Nuestro modelo capitalista enfrenta a las personas entre sí, dejando una inmensa lista creciente de perdedores, y a la humanidad contra su entorno, que se hace más inhóspito, que no puede recuperar sus agotados recursos, ni asimilar los residuos generados.
La apuesta por las renovables es tan obligada como insuficiente. La escasez de materiales imposibilita una transición ecológica sin cambio de modelo social. Las energías renovables tienen tasas de retorno muy inferiores a las fósiles. Es un espejismo pensar que el cambio de modelo productivo y económico es pasar de la manguera de gasolina al enchufe eléctrico y que todo va a seguir igual. Como lo es militar en la secta de los milagros tecnológicos salvadores. Menos potencia energética quiere decir menos crecimiento económico y dado que la voracidad del capitalismo, esa sí, es infinita, hay que repartir entre menos para asegurar que los beneficios económicos de los grandes poderes económicos siguen en aumento.
No dudo que los dueños del mundo saben que vamos todos y todas en el mismo barco pero me temo que consideran que, dado que ellos ocupan los camarotes de arriba, para cuando la realidad climática se ponga peor, habrán soltado tanto lastre de los camarotes de abajo que podrán salvarse del hundimiento.
Un modelo económico no intensivo en energía es, obligatoriamente, intensivo en mano de obra, por tanto, por cada puesto de trabajo que se pierde se pueden ganar dos
Ante la realidad del decrecimiento, la disyuntiva es cómo lo vamos a gestionar, si desde la democracia y la justicia o en modo fascista. A día de hoy, el gran poder económico ya tiene una decisión tomada y la está ejecutando: el decrecimiento es fascista, lo pagan en presente los más vulnerables que se pelean entre ellos por las migajas y, hacia el futuro, las nuevas generaciones.
La creciente desigualdad es la constatación del decrecimiento localizado en los de abajo: los aludes migratorios, los muertos en el Estrecho, las hambrunas y las guerras periféricas son decrecimiento, igual que, por concretar, lo son la reforma laboral que precariza nuestros sueldos, la existencia de gente con un puesto de trabajo que no le garantiza salir de la pobreza, la imposibilidad de acceder a viviendas dignas o la certidumbre de que las futuras generaciones ya no vivirán mejor que sus padres. Crecimiento cero, austeridad, reformas estructurales, moderación salarial, saneamientos contables, ajustes o externalizaciones no son más que eufemismos para decir que recortamos por abajo para que las cuentas de resultados de los grandes financieros no se vean reducidas.
Frente a esto tenemos que responder con más democracia, sin miedo. Cambiando el mito del crecimiento infinito por la prosperidad compartida, revisando los valores sociales hacia lo cooperativo, sin dejar nadie atrás. Tendrán que decrecer aquellos que han amasado sus inmorales fortunas en base a una huella ecológica que pagamos todas y todos.
No se trata de parar la economía sino de hacerla compatible con los recursos naturales disponibles
Se trata de disminuir de forma controlada la producción global. Eso significa que hay sectores económicos sin futuro pero que otros que deberán crecer, sí, crecer, porque ni suponen depredación ambiental, ni generan desigualdad social. El reto está en que este proceso se explique bien y se haga mejor todavía. Un modelo económico no intensivo en energía es, obligatoriamente, intensivo en mano de obra, por tanto, por cada puesto de trabajo que se pierde se pueden ganar dos. En democracia, cuanto mejor podamos documentar eso antes saldremos del atolladero.
No se trata de parar la economía sino de hacerla compatible con los recursos naturales disponibles. Lo que hasta hoy hemos invertido en economía marrón lo tenemos que invertir en verde. Para ser más concreto, los miles de millones que no deben ir a ampliar el aeropuerto del Prat o el Puerto de Valencia sí deben ir a Renta Básica Universal, a reducciones de jornada laboral, a educación, a sanidad, a dependencia, a cultura, a investigación, a los procesos de reciclaje y reutilización, a protección del territorio o a agricultura de proximidad.
Para acabar, el ecofeminismo es el marco adecuado para entender y hacer posible el decrecimiento. Las tareas de cuidado son, en su sentido más amplio, las que han de dirigir la actividad humana. Esas tareas que siempre han sido despreciadas e invisibilizadas porque estaban en manos de mujeres que no contaban hoy ganan todo el protagonismo. Cuidarnos para proteger la vida, ese es el camino, el único posible. Una vida más próxima, más segura, más lenta, menos rutilante pero mucho más feliz.
Por cierto, el partido que sepa concretar en su programa y en sus prácticas todo lo hasta aquí dicho, no solamente no perderá votos sino que los ganará.