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Tenemos que hablar
Bailando
Aprendamos de nuevo que no somos seres únicos y sonriamos a esos contrincantes que están deseando cogernos de la cintura para hacernos reír o para, simplemente, escuchar nuestros latidos.
Decía la bailarina, coreógrafa y directora de danza contemporánea Pina Bausch que “cuando nos movemos, es necesario contar con los otros o chocarnos con ellos. Chocamos para amar o chocamos para dañar. La vida es una danza permanente...”.
De eso ella sabía bastante, porque elevaba sus largos brazos hacia el cielo o hacia los laterales delgados de su cuerpo de danzarina y chocaba contra el aire, las sillas o las personas que la amaron y la acompañaron en sus andanzas con la danza. Chocar para amar o chocar para dañar a veces forma parte inevitable de nuestra coreografía vital. Ella sabía convertir en metáfora la danza de forma muy clara: “El dolor es una parte esencial de la danza y de la belleza”.
Hay pasos de baile sentimentales que empiezan volátiles y acaban aplastando al otro y hacen que uno caiga al vacío, hay bailes que comienzan con valses acompasados y terminan con solos, hay choques bruscos como trenes en mitad de un escenario y hay clases de baile para todo aquel que al elegir entre chocar o amar escoja lo segundo. Compartir el aire y el espacio con las personas a las que amamos es lo que tiene. Pina Bausch lo sabía, y el aprendizaje es como el de esas bailarinas que se quitan las puntas de los pies y creen morir del dolor, pero que luego se atan la lazada a sus delicados tobillos y vuelan…
Así que dancemos, malditos, ya sea pegados como pontificaba Sergio Dalma —si no, no era bailar—, o entrelazando manos y piernas en danzas regionales. Bailemos flamenco, swing, whatever…
Bailemos slowly, querido Aute (contigo repetiría mil veces). Aprendamos de nuevo que no somos seres únicos y sonriamos a esos contrincantes que están deseando cogernos de la cintura para hacernos reír o para, simplemente, escuchar nuestros latidos.
Tengo un par de preguntitas para los lectores. La primera: ¿cuánto hace que no salís a bailar? Y la segunda: ¿cuánto hace que no os arriesgais a tropezar, pisar sin querer y conseguir luego cogerle el paso al otro? Aprovechemos la llegada de la primavera. Y sigamos chocando y amando.
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