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Temporeros
Atochares, el miedo tras el incendio
Lo ha perdido todo. Kobe no solo se ha quedado sin un techo donde pasar las noches en el asentamiento de Don Domingo, en Atochares, Níjar. El incendio del pasado 13 de febrero también ha arrasado con su documentación, el poco dinero que guardaba como oro en paño y hasta el único par de zapatillas con los que recorría las hectáreas de la huerta de Europea buscando algo de trabajo. “Se han quemado dos años de mi vida. No sé cómo empezar de nuevo”, lamenta este joven que lleva toda una vida recorriendo el mundo en busca de una oportunidad.
De Ghana a Libia, de Libia a Italia y de Italia a Almería. En autobús, a pie, en barco y en avión, así ha engordado la mochila de los kilómetros que hoy siente vacía. Su chabola estaba muy cerca donde se originó el fuego y estallaron las bombonas que propagaron rápidamente las llamas. Hasta dos horas tardaron en llegar a un asentamiento perfectamente ubicado y conocido los bomberos, según la gente que lo presenció. Afortunadamente, ni él ni sus colegas estaban en las infraviviendas colindantes. “Por suerte, no estábamos aquí y estamos vivos, aunque cansados y muertos por dentro. Es muy duro. Muy duro no tener nada y perderlo todo”.
Temporeros
Pobreza Dos heridos y más de 200 personas afectadas en un nuevo incendio de chabolas en Níjar
“¿Y ahora qué?”, se preguntan unos a otros. Según el colectivo La Resistencia, unas 400 personas se han visto afectadas, de las mil que habitan en este asentamiento, donde no hay un soporte eléctrico digno, ni tampoco un punto de agua potable. La mayoría de los que se han quedado sin esta casa, sin su único hogar, son acogidos por otros compañeros que han tenido más suerte y no han sufrido pérdidas materiales, mientras que otros duermen en una docena de tiendas de campaña a la intemperie. “Si no fuera por mi amigo y por la gente de aquí de los asentamientos que me ayudan no sé qué iba a hacer, pero estamos en una situación difícil porque ahora con el covid compartir casa es difícil”, señala Kobe.
Samuel: “¿Si no hago mi casa de nuevo dónde voy a vivir? No puedo parar a pensar, tengo que hacer la casa y vivir”
Tras el incendio, no ha quedado otra opción que arremangarse y empezar de nuevo. No hay tiempo para el duelo. Es esto o nada. De este modo, la mayoría trabajan de sol a sol para limpiar el espacio y como Samuel para empezar de nuevo la estructura de su chabola cuando todavía huele a candela e incluso queda algún foco con humo. “Todo, todo ha ardido. ¿Si no hago mi casa de nuevo dónde voy a vivir? No puedo parar a pensar, tengo que hacer la casa y vivir”.
En este asentamiento también hay mujeres y niños que lo han perdido todo. Entre los escombros hay restos de juguetes que han ardido. Tanto es el sentimiento de supervivencia, que las madres más afortunadas son hoy las que pueden dejar a sus pequeños en casas de amistades o familiares en el pueblo de San Isidro. Las chabolas no es sitio para adultos, ni para menores.
Gente sin casas
La falta de alternativa habitacional en Níjar y en la provincia de Almería obliga a más de tres mil personas a vivir en una situación de chabolismo, según CEPAIM y el propio ayuntamiento. En internet, buscar un alquiler en esta zona sin ningún filtro muestra unas 1.310 viviendas que sus precios oscilan entre los 140 y 3.000 euros. Para la comarca de Níjar solo hay 24 viviendas en este sondeo. A esta falta de casas hay que sumarle lo complicado que es encontrar una persona que quiera arrendar a personas que están en situación administrativa irregular. “Que no tengamos papeles, que seamos negros, eso también es un problema para que la gente nos quiera alquilar una habitación. Yo no quiero vivir en una chabola. No quiero vivir con el miedo del fuego”, explica Kobe.
Latifa: “Ahora yo no puedo dormir porque sueño con el fuego”
Según un informe de la Fundación CEPAIM y el Gabinete de Estudios Sociales, publicado en 2019, encontrar una vivienda por parte de temporeras y temporeros va más allá del déficit estructural de la ofrecida en alquiler, sino que también tiene que ver con los abusos por parte de los propietarios y la falta de documentación exigida para un contrato de arrendamiento. Además, aporta datos sobre el Plan Municipal de Vivienda y Suelo del Ayuntamiento de Níjar, según el cual en 2018 había 94 asentamientos chabolistas como el de Atochares, donde en cualquier momento puede saltar la llama. “Desde que yo estoy aquí, esto nunca ha pasado. Llevo aquí dos años y también trabajo en Huelva. Allí sí hay más incendios. La gente en Huelva duerme con un ojo abierto y otro cerrado. Ahora yo no puedo dormir porque sueño con el fuego”, reconoce Latifa, otra mujer que vive en estos asentamientos.
Las manos que te dan de comer
Por su parte, el Ayuntamiento de Níjar tampoco presenta un plan de contingencia para ocasiones como esta, ni se conoce ningún plan concreto para erradicar el chabolismo entre las trabajadoras y trabajadores de los invernaderos, que son más que necesarias casi durante todo el año, en la recogida los productos hortofrutícolas de los invernaderos que luego se exportan a todo el mundo. La provincia de Almería tiene unas 32.000 hectáreas de invernadero y 58.600 hectáreas dedicadas a cultivos intensivos, con una producción que en la campaña 2018-2019, año récord, rondó los 3,7 millones de toneladas, según el informe anual de Cajamar.
Las manos que hoy nos llenan la despensa de frutas y hortalizas que llegan desde los invernaderos de Almería, son las mismas que recogen las cenizas de un asentamiento, donde ya no hay ni para cocinar, ni para comer. La misma queja sobre la falta de ayuda se repite en una conversación y en otra. Como ejemplo, los bocadillo y el agua potable llegan desde el espacio autogestionado La Resistencia que ha abierto una cuenta para recaudar dinero y desde hace dos días tratan de cubrir esta necesidad.
Mariam sabe muy bien lo que es dar de comer a todo un asentamiento. Desde hace un año vive en Atochares, en su chabola. La falta de trabajo con la llegada del covid le hizo repensar su modelo de sostenibilidad vital en Almería y el de sus dos hijos en Marruecos. Así que decidió hacer pan y venderlo para enviar algo de dinero a los familiares que los cuidan en su ausencia. Al más puro estilo andaluz, Mariam fiaba a todos aquellos que no podían pagar el pan, lo vendía más barato y así la gente no tenía que ir hasta el pueblo de San Isidro que se encuentra a 4 km. Mariam ha perdido su chabola, los hornos del pan y hasta la libreta donde apuntaba lo que cada persona le debía. “Los hornos se pueden recuperar, la libreta no”, bromea Marian en un acto de resiliencia.
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Es importante destacar que las personas que viven en estos asentamientos, no son temporeros. Llevan viviendo muchos años en la provincia y prácticamente los mismos, trabajando. Seguro que habrá alguien que esté de paso, de forma temporal, pero no olvidemos que en el campo de Almería, las cosechas se prolongan en el tiempo, con paro de un mes o dos como máximo.