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La unidad imperfecta de la OTAN
Dadas las expectativas peligrosamente altas alentadas en torno a la cumbre de la OTAN celebrada los días 11 y 12 de julio pasado en Vilna (Lituania), esta no pudo sino decepcionar. Ucrania y algunos de sus más fervientes partidarios creían que el brillante espejismo de la adhesión podría finalmente materializarse. El lenguaje superlativo utilizado para describir el acontecimiento –«la reunión de mayor trascendencia para la Alianza en la historia moderna», «los planes de defensa más exhaustivos desde el final de la Guerra Fría»– sugería aspiraciones maximalistas. Reflexionando sobre el actual conflicto en Europa, los jefes de Estado invocaron las guerras mundiales del siglo XX: una lucha por el continente, por Occidente, por la propia democracia.
Pero detrás de las alegres fotos en tecnicolor y los discursos autocomplacientes se escondía un hecho ineludible: la OTAN sólo está preparada para participar en un esfuerzo bélico limitado y restringido. Este abismo entre la retórica y la realidad ha demostrado ser sostenible hasta ahora, pero dada la situación de bloqueo existente entre las fuerzas rusas y ucranianas, que las coloca en un amargo punto muerto, y dadas las fracturas que se están abriendo en el supuestamente unido bloque occidental, ¿seguirá siendo así?
El 6 de julio un tribunal sueco tomó la decisión de condenar a un miembro del Partido de los Trabajadores del Kurdistán. Cumplirá una pena de cuatro años y medio de prisión en Suecia antes de ser extraditado a Turquía
Para los partidarios de la ampliación de la OTAN, la cumbre pareció empezar con buen pie. En la víspera se anunció que Turquía había aceptado finalmente apoyar la entrada de Suecia, que hasta entonces había bloqueado por el supuesto apoyo del país al «terrorismo kurdo». La noticia fue recibida con la fanfarria esperada y parecía presagiar cosas buenas para Kiev. Sin embargo, el 11 de julio Erdoğan pareció cambiar de opinión, emitiendo una «aclaración» en la que afirmaba que su gobierno tendría que examinar la aplicación de la legislación sueca sobre terrorismo antes de tomar una decisión definitiva, que podría tener que esperar hasta la próxima reunión del parlamento turco en octubre.
En los días previos a la cumbre, Biden había intentado vincular la recepción por parte de Turquía de los tan codiciados F-16 a un acuerdo por el que retiraría sus objeciones a la adhesión de Suecia; pero esto también requeriría la autorización de los comités de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes y de Relaciones Exteriores del Senado, que podría no producirse de modo inmediato. Mientras tanto, Erdoğan empezó a hablar de la posibilidad de reactivar los planes de adhesión de Turquía a la UE, estancados desde hace tiempo: «Primero, venid y abrid el camino a Turquía en la Unión Europea y luego abriremos el camino a Suecia, como hicimos con Finlandia». Hay quien susurra que Turquía podría conseguir que su candidato para ocupar un puesto clave en el organigrama de la OTAN en la lucha antiterrorista sea nombrado en un quid quo pro para señalar que sus preocupaciones sobre el «terrorismo» se toman en serio.
Los Estados miembros ya han demostrado su voluntad de hacer todo lo posible para complacer a Erdoğan. El 6 de julio un tribunal sueco tomó la decisión sin precedentes de condenar a un miembro del Partido de los Trabajadores del Kurdistán. Cumplirá una pena de cuatro años y medio de prisión en Suecia antes de ser extraditado a Turquía. Entre la numerosa diáspora kurdo-sueca, el caso se consideró un montaje político: otro sacrificio humano en el altar de la OTAN.
La decepción más espectacular de la cumbre de Vilna fue la noticia de que Ucrania no saldría de la misma con un cronograma definitivo para efectuar su eventual adhesión a la Alianza
La capacidad aparentemente ilimitada de complacer a la autocrática Turquía es, por supuesto, difícil de conciliar con el encuadre de la actual confrontación con Rusia como una lucha de civilizaciones entre un bando ilustrado de democracias occidentales y el despotismo oriental de Putin. El Concepto Estratégico 2022 de la OTAN, presentado en Madrid en la cumbre del 29-30 de junio de 2022, afirma que «los actores autoritarios desafían nuestros intereses, nuestros valores y nuestra forma de vida democrática», pero ello se refiere únicamente a los actores autoritarios no pertenecientes a la OTAN, no a los países que forman parte de la mima. Queda por ver si la Alianza atlántica puede mantener su popularidad actual al tiempo que renuncia a cualquier pretensión de «valores compartidos». En 2014 un documento político del Centre for Integrity in the Defence Sector noruego advertía de que «a menos que la OTAN sea vista como una comunidad de valores, el apoyo público y la solidaridad mutua pueden verse fácilmente socavados».
Sin embargo, la decepción más espectacular de la cumbre de Vilna fue la noticia de que Ucrania no saldría de la misma con un cronograma definitivo para efectuar su eventual adhesión a la Alianza. Estados Unidos y Alemania se opusieron firmemente a la idea, lo que significa que ello nunca fue una opción seria. Pero los medios de comunicación la trataron como tal y elevaron las expectativas a un nivel imposible de satisfacer, del que se hizo eco Zelensky.
En lugar de una vía de adhesión, la Alianza aprobó un «paquete tripartito para acercar a Ucrania a la OTAN», el cual incluye un «programa de asistencia plurianual para facilitar la transición de las fuerzas armadas ucranianas de la era soviética a los estándares de la OTAN», el establecimiento de un nuevo Consejo OTAN-Ucrania (en el que Ucrania y la OTAN «se reunirán como iguales») y la reafirmación de que Ucrania se convertirá algún día en miembro de pleno derecho, junto con la renuncia al requisito del Membership Action Plan (MAP).
El comunicado de la OTAN afirma que «estaremos en condiciones de cursar una invitación a Ucrania para que se una a la Alianza, cuando los aliados estén de acuerdo y se cumplan las condiciones». Naturalmente, no se explica cuáles podrían ser esas condiciones. Lo que se ha concedido a Ucrania es algo parecido al llamado «modelo Israel»: una combinación de «venta de armas, compromisos de seguridad y entrenamiento militar». Para los críticos esto no era más que un intento poco sincero de hacer pasar el suministro de armas por una acción de carácter más noble. Expresado en las palabras del teórico de las relaciones internacionales Patrick Porter: «Lo que la OTAN está diciendo a Ucrania es lo siguiente: “Creemos que merecerá la pena luchar por vosotros en el futuro, pero no creemos que merezca la pena hacerlo ahora, cuando habéis sido invadidos”».
El propio suministro de armas y equipos ha sido gradual y limitado. Ucrania lleva mucho tiempo solicitando F-16 a Estados Unidos, pero dos meses después de que Biden se comprometiera a apoyar la formación de los pilotos ucranianos en el uso de los aviones, todavía no ha aprobado la entrega de manuales y simuladores de vuelo; tampoco los europeos han presentado un plan de formación definitivo. Este planteamiento poco sistemático a tenor del cual Ucrania recibe un suministro constante de armas que, sin embargo, no son suficientes como para marcar una diferencia significativa en el campo de batalla, al tiempo que se rechazan categóricamente las negociaciones de paz, garantiza de facto que la guerra se prolongue indefinidamente. A medida que esta se alargue sin grandes avances por ninguna de las partes, a Occidente le resultará cada vez más difícil armonizar su retórica belicosa con sus acciones que son mucho más tímidas.
Las declaraciones de una «unidad occidental sin precedentes» pudieron parecer creíbles durante el primer año de la guerra, pero ahora las grietas están resultando difíciles de ignorar
La cumbre de la OTAN de Vilna se vio acechada por el fantasma de las cumbres pasadas. Normalmente Estados Unidos informa a sus aliados sobre sus objetivos para la respectiva cumbre con tres o cuatro meses de antelación. En la reunión de 2008 celebrada en Bucarest, sin embargo, Bush anunció por sorpresa que Ucrania y Georgia debían recibir la promesa de su ingreso en la OTAN en una fecha futura no especificada y que Estados Unidos presionaría para la inserción de ambos países en el MAP. Los observadores más escépticos señalaron que se trataba del peor mensaje posible: suficiente para provocar a Rusia, pero insuficiente para evitar que respondiera. Este año los temores de que la cumbre de Vilna se convirtiera en poco más que «Bucarest 2.0» parecieron confirmarse: la OTAN prometió intensificar la guerra sin acelerar su conclusión.
Volodymyr Zelensky, expresando su frustración en Twitter, escribió: «Es absurdo y sin precedentes que no se fije un plazo, ni para la invitación ni para la adhesión de Ucrania». Sus comentarios reflejaban una curiosa característica del actual bloque de poder atlántico. En cierto sentido, la hegemonía estadounidense se ha visto rejuvenecida por la invasión rusa al permitir que el gobierno de Biden acorrale a sus socios europeos en un conflicto prolongado. Sin embargo, la visión hegemónica y la perspicacia geopolítica de Estados Unidos siguen dejando mucho que desear. Las declaraciones de una «unidad occidental sin precedentes» pudieron parecer creíbles durante el primer año de la guerra, pero ahora las grietas están resultando difíciles de ignorar. Al igual que Bush antes que él, la geoestrategia de Biden está sacando a la luz divisiones latentes en el seno de la alianza militar.
Por supuesto, para muchos de los actores activos en el aparato de seguridad estadounidense los acontecimientos en Ucrania son una distracción inútil de la cuestión más acuciante del ascenso de China. En 2022 la Alianza publicó su concepto estratégico designando a la República Popular China como un «desafío sistémico». El comunicado de este año repite esa retórica: «Las ambiciones declaradas y las políticas coercitivas de la República Popular China desafían nuestros intereses, nuestra seguridad y nuestros valores». Los países «A4» –Corea del Sur, Japón, Australia y Nueva Zelanda– se han convertido en un nuevo elemento de la cumbre y así en junio pasado aviones de las Fuerzas Aéreas japonesas participaban en «el mayor ejercicio aéreo de la OTAN desde su creación». En la reunión de Vilna también se elaboró el «Programa de Asociación Individualizado entre la OTAN y Japón para 2023-2026», que prevé una asociación fortalecida entre Japón y la OTAN en una serie de «cuestiones prioritarias» como la ciberdefensa, las tecnologías emergentes y disruptivas y la seguridad espacial. Sin embargo, los planes de abrir una oficina de enlace de la OTAN en Japón se archivaron a principios de este verano tras el rechazo de los Estados miembros, mientras Emmanuel Macron calificaba la idea como «un gran error». Evidentemente varios de los países alineados con Estados Unidos en Ucrania son reacios a hacer lo mismo cuando se trata de China. Los países de Europa Central y Oriental siguen siendo beligerantes, mientras que gran parte de Europa Occidental, temerosa de las consecuencias económicas de su «desacoplamiento» de la República Popular China, ha optado por una política más suave de «mitigación de riesgos».
Aunque sólo sea por este hecho, la cumbre de Vilna ha levantado el velo de la unidad occidental invocada desde febrero de 2022. Tal acuerdo sólo existe a un nivel básico: los aliados están unidos en su oposición a la invasión rusa, pero más allá de ello hay múltiples áreas de desacuerdo, cuyo alcance es imposible de conocer contando con la cobertura de la prensa inane y de la retórica autocomplaciente actuales. En la burbuja informativa atlantista, Ucrania está siempre al borde de un gran avance, la reconquista de Crimea es siempre inminente y la victoria está al alcance de la mano. La realidad, sin embargo, es que la OTAN parece más interesada en ganar una guerra de relaciones públicas que una guerra real.