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Truco de prestidigitación: la Unión Europea y el genocidio de Gaza
En un discurso pronunciado el 20 de octubre ante el neoconservador Instituto Hudson, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, subrayó la importancia de «proteger la democracia» de quienes pretenden destruirla, en un inconfundible guiño a Ronald Reagan. Las crisis gemelas de Oriente Próximo y Ucrania, dijo, «exigen que Europa y Estados Unidos adopten una misma postura y se mantengan unidos […]. Vladimir Putin quiere borrar a Ucrania del mapa. Hamás, apoyado por Irán, quiere a su vez borrar también a Israel del mapa». Los conflictos son «en esencia los mismos». Sus declaraciones se acompasaban milimétricamente con el discurso pronunciado por Joe Biden el día anterior en el que el presidente estadounidense había afirmado que Hamás y Putin «quieren aniquilar una democracia vecina». Al unir a estas dos némesis, von der Leyen y Biden esperaban conjurar el mismo espíritu de unidad visto al principio de la guerra de Ucrania, cuando los «valores occidentales» estaban supuestamente enzarzados en una lucha existencial con su oponente. Como dijo en una ocasión Oded Eran, exembajador israelí ante la Unión Europea, Europa es «el territorio que rodea a Israel» e Israel un puesto avanzado de la civilización judeocristiana occidental.
Sin embargo, las últimas semanas parecen haber revelado una confusa desunión en Europa, que ha sido muy comentada en la prensa occidental. Cada día llega una nueva ronda de declaraciones oficiales, informes y contrainformes contradictorios entre sí. Tras la visita de von der Leyen a Israel el 13 de octubre pasado, en la que prometió el pleno apoyo de Europa a Tel Aviv, la presidenta de la Comisión fue criticada por sus colegas de la Unión Europea, que se quejaron de que no les había consultado sobre el viaje y no había recordado a Netanyahu la supuesta importancia de los derechos humanos. Mientras Israel cortaba el suministro de agua, de alimentos y de combustible a Gaza, la Comisión Europea anunciaba que congelaría los pagos de las ayuda concedidas a los palestinos para que no cayeran en manos de los «terroristas». Una vez más, un coro de ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea se opuso a tal medida y la decisión fue revocada en cuestión de horas. Tensiones similares se manifestaron el 27 de octubre, cuando los delegados europeos se reunieron para votar en la ONU, si se pedía «un alto el fuego humanitario urgente, duradero y permanente en Gaza». Austria, Hungría, Chequia y Croacia votaron en contra; Finlandia, Alemania, Grecia, Italia, Países Bajos, Polonia y Suecia se abstuvieron; y Bélgica, Irlanda, Francia, Luxemburgo, Malta, Portugal, Eslovenia y España votaron a favor.
Un diplomático francés anónimo resumió la posición de Macron como «un día proisraelí, al siguiente propalestino»
Algunos líderes europeos se han contradicho repetidamente en sus propias posiciones sobre la guerra. En un ataque apenas velado a von der Leyen, el jefe de la política exterior de la UE, Josep Borrell, afirmó que «Israel tiene derecho a defenderse, pero esta defensa debe desarrollarse respetando el derecho internacional». Poco después, sin embargo, pareció respaldar plenamente los objetivos bélicos israelíes, insistiendo en que Hamás debe ser eliminado «como fuerza política y militar» con independencia del coste que ello tenga sobre la población civil. En una entrevista con Al-Jazeera, por otro lado, se le preguntó a Borrell si el ataque de Hamás constituía un crimen de guerra y respondió inequívocamente que «sí». Cuando se le preguntó a continuación, si el actual ataque israelí contra Gaza lo era, respondió «yo no soy abogado».
Emmanuel Macron también ha enviado señales opuestas desde el 7 de octubre. Se ha mostrado desazonado por el creciente número de muertos y ha rechazado la idea de que «queramos luchar contra el terrorismo matando a inocentes». En declaraciones a la BBC, lamentó el creciente número de niños pulverizados por los ataques aéreos israelíes e instó a Netanyahu a detener la campaña, convirtiéndose en el primer líder del G7 en pedir un alto el fuego. Sin embargo, tras una furibunda respuesta de las autoridades israelíes, se vio obligado a retractarse de sus declaraciones. Junto a sus peticiones de paz, Macron también ha propuesto la creación de una coalición militar internacional contra Hamás, organización que en su opinión, hay que combatir «sin piedad». Sus colaboradores se apresuraron a aclarar, sin embargo, que esto no implicaría necesariamente la presencia de tropas francesas sobre el terreno. Un diplomático francés anónimo resumió la posición de Macron como «un día proisraelí, al siguiente propalestino».
Entre los Estados miembros, Irlanda ha sido quizá el país que más ha criticado a Israel, habiendo afirmado su primer ministro Leo Varadkar que «Israel no tiene derecho a hacer el mal». A diferencia de la Comisión Europea, su gobierno ha abogado sistemáticamente por un alto el fuego y se ha comprometido a impulsar sanciones de la UE contra los colonos de Cisjordania. Pero aquí la distancia entre retórica y política se antoja porosa. Cuando el Sinn Féin y los socialdemócratas irlandeses presentaron mociones parlamentarias en las que pedían la expulsión del embajador israelí, la imposición de sanciones a Israel y su denuncia ante el Tribuna Penal Internacional, Varadkar las rechazó de plano. Desde entonces, han aparecido pruebas de que Estados Unidos podría estar utilizando el aeropuerto Shannon de Dublín para transferir armas a Israel. Los registros del Departamento de Transporte indican que desde octubre ha habido un volumen inusualmente alto de exenciones de municiones civiles, la mayor cantidad registrada desde 2016 y un aumento del 42 por 100 con respecto al mes anterior. Sin embargo, el gobierno irlandés se ha negado a abordar la cuestión y ha votado en contra de una moción para prohibir que las tropas estadounidenses utilicen el aeropuerto.
Se puede confiar en que la ministra de Asuntos Exteriores de los Verdes, Annalena Baerbock, repetirá como un loro la postura de la Casa Blanca tanto sobre Ucrania como sobre Palestina
Una dinámica similar se está desarrollando en España. Recién reelegido, el presidente Sánchez se ha comprometido a trabajar por el reconocimiento internacional de un Estado palestino. Ha puesto en duda que Israel cumpla las leyes de la guerra y ha calificado su ataque de «desproporcionado». En un discurso pronunciado ante el Parlamento Europeo la semana pasada, declaró que «es hora de hablar abiertamente de lo que está ocurriendo en Israel y Palestina». Pero cuando los miembros del gabinete de Sánchez «han hablado abiertamente», Sánchez ha adoptado un planteamiento algo diferente. La líder de Podemos, Ione Belarra, fue más lejos que ningún otro político español al acusar a Israel de «genocidio» y pedir la imputación de Netanyahu por crímenes de guerra. En el gobierno formado tras su reelección Belarra fue excluida del nuevo gabinete, abandonando así su cargo de ministra de Derechos Sociales. A pesar de las declaraciones de Sánchez sobre la protección de la población civil, su gobierno apoya plenamente la extirpación de Hamás y el regreso de la Autoridad Palestina a Gaza, presumiblemente bajo las bayonetas de las Fuerzas de Defensa de Israel.
Industria armamentística
Industria armamentística Armados y peligrosos: cómo Israel se ha convertido en una potencia militar sin control
Alemania, por supuesto, sigue sin estar dispuesta a aceptar ninguna crítica significativa a Israel. Ha impuesto una estricta censura a los palestinos y a quienes apoyan su causa, utilizando la fuerza bruta para reprimir las marchas pacíficas de solidaridad organizadas en sus principales ciudades. Algunos Länder están considerando la posibilidad de exigir como requisito para obtener la ciudadanía el «reconocimiento del derecho de Israel a existir». No es de extrañar, dada la persistente culpabilidad del país por el Holocausto y la reciente reorientación ultraatlantista decidida tras el inicio de la guerra de Ucrania, tal como quedo recogido en el discurso de Scholz pronunciado ante el Bundestag el 24 de febrero de 2022 (Zeitenwende). Por otro lado, se puede confiar en que la ministra de Asuntos Exteriores de los Verdes, Annalena Baerbock, repetirá como un loro la postura de la Casa Blanca tanto sobre Ucrania como sobre Palestina: oposición militarizada a gran escala contra la primera ocupación; apoyo material inquebrantable a la segunda. Baerbock sostiene que un alto el fuego es inconcebible, ya que sólo ayudaría a Hamás. Sin embargo, incluso ella ha moderado su postura durante las últimas semanas: primero sugirió que se permitiera la entrada en Gaza de un poco más de ayuda humanitaria y después ha instado a Israel a adaptar su estrategia militar para reducir el impacto sobre la población civil.
¿Qué explica la incoherencia de la UE ante los horrores perpetrados en Oriente Próximo? Sería fácil considerar la retórica divergente existente entre, por ejemplo, Dublín y Berlín como un signo de disenso real: los impulsos anticoloniales del primero frente a las simpatías sionistas del segundo. Pero aunque estas diferencias políticas internas son reales, también pueden ocultar una unidad más fundamental en el seno de la Unión Europea.
Desde la invasión de Ucrania, la UE ha renunciado a sus fantasías de «autonomía estratégica» y ha abrazado su papel de vasallo de Estados Unidos. Sus Estados se contentan con ser los perros guardianes del imperio estadounidense. Cabría suponer que esta lealtad sin fisuras simplificaría las decisiones de política exterior de la UE, ya que esta sólo tendría que imitar las tomadas por Washington. Pero no es tan fácil alinearse detrás de la Casa Blanca, cuando ésta se encuentra en una posición profundamente ambivalente. En las últimas semanas, a Washington le ha resultado difícil mantener una estrategia coherente. El gobierno de Biden ha reafirmado su «solidaridad» con Israel, ha prescindido del Congreso para suministrarle 14.000 cartuchos de munición para tanques, ha vetado las peticiones de alto el fuego en la ONU y ha hecho todo lo posible para proteger a su aliado de la rendición de cuentas. Al mismo tiempo, ha intensificado gradualmente las críticas a las tácticas militares israelíes, ha impuesto sanciones a sus colonos y ha señalado que la guerra no podrá continuar durante mucho más tiempo.
Está claro que el gobierno de Biden se encuentra atrapado entre el apoyo automático a la guerra de Israel y la incertidumbre sobre sus implicaciones, que pueden incluir el desencadenamiento de un conflicto regional más amplio, el desmantelamiento de los Acuerdos de Abraham y el daño permanente a la posición de Estados Unidos en el mundo árabe. Su confusa retórica –dar luz verde a las masacres de Netanyahu y quejarse de ellas después– refleja esta precaria posición. Ahora, al intentar seguir el ejemplo de Estados Unidos, la UE no ha hecho más que reproducir su confusión. Los Estados europeos pueden estar dispuestos a reprender a Tel Aviv en distintos grados, pero juntos intentan canalizar los instintos de la potencia hegemónica. Sus tímidos y patosos intentos demuestran que ello no es una tarea fácil.