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Sanidad pública
Una farmacéutica pública: herramienta para la soberanía sanitaria
La crisis sanitaria ha puesto en evidencia la dependencia de los gobiernos y la sociedad hacia productos sanitarios, del mismo modo que se ha hecho evidente que las patentes y el mercado se imponen al bien común, que los precios de los medicamentos generan un gasto público poco asumible y que hay poca transparencia —como se ha visto con los contratos de las farmacéuticas con la Unión Europea— en la industria de los medicamentos. No obstante, la idea de la creación de una farmacéutica pública es previa a la pandemia: Podemos y Más País ya la plantearon en 2019. Por su parte, la CUP instó el gobierno catalán en julio del 2020 a que creara una y, en febrero del 2021, Compromís pidió en el gobierno español que realizara un estudio sobre la viabilidad de este tipo de empresa pública.
Referentes tampoco faltan en países tan dispares como Suecia —con una farmacéutica pública—, Cuba —que tiene nacionalizado el sector— o Estados Unidos —que desde 2019 cuenta con una farmacéutica sin afán de lucro—. Una medida poco explorada y menos debatida que, según quienes la proponen, podría ser la garantía de soberanía sanitaria en un contexto global. Podemos recuerda que una farmacéutica pública española no partiría de cero en el Estado español puesto que “tenemos el Centro Militar de Farmacia de la Defensa” que se dedica a proveer al ejército español y a producir antídotos contra ataques NBQ (Nuclear, Biológico y Químico), un centro que “podría hacer frente a los problemas urgentes de desabastecimiento de medicamentos” afirma Rosa Medel, diputada de Podemos en el Congreso español.
“Necesitamos autonomía en la producción y distribución de medicamentos esenciales y esto solo podemos conseguirlo con una industria pública de medicamentos”
¿Por qué pública?
Medel lo tiene claro: “El objetivo de la industria farmacéutica es el beneficio”, y, por eso, “necesitamos una industria pública que ponga el bienestar social en primer lugar”. El fin sería promover soberanía sanitaria alrededor de las necesidades farmacéuticas del país frente la actual dependencia de las multinacionales. “Necesitamos autonomía en la producción y distribución de medicamentos esenciales y esto solo podemos conseguirlo con una industria pública de medicamentos”, concluye la diputada.
Según Medel, se hubieran podido evitar situaciones como las protagonizadas por la Big Pharma con AstraZeneca, que fue financiada con dinero público con el compromiso de alcanzar y mantener el precio, y “prefirió vender las dosis comprometidas con la Unión Europea a Israel por un precio superior”. U otras situaciones que la diputada describe como un abuso, como por ejemplo cuando Pfizer modificó el concepto de vial y dosis para dejar de suministrar casi un 20% de las vacunas, pero manteniendo el precio. Además, asegura Medel, “una industria sanitaria pública no tan solo incluye medicamentos, sino que incluye productos esenciales para acabar con la dependencia extranjera como pueden ser mascarillas, respiradores, equipos de protección individual, etc”.
Con la propuesta de una farmacia pública coinciden, además de los partidos políticos citados, movimientos sociales como la Federación de Asociaciones de Defensa de la Sanidad Pública, que reclamó en pleno confinamiento pandémico la creación “de una industria pública de fármacos” para alcanzar las necesidades de la ciudadanía más allá del mercado. Desde la Coordinadora Antiprivatización de la Sanidad (CAS) del País Valencià, comparten la idea, a pesar de que consideran prioritario invertir en completar las coberturas del sistema público sanitario con servicios como la salud mental y todo tipo de exoprótesis: gafas, audífonos, prótesis dentales, muletas, sillas de rueda, caminadores, bastones, materiales de cuidado para domicilios o residencias...
La farmacéutica pública participaría de todo el proceso: investigación, producción y distribución. “La investigación de los medicamentos tiene que estar marcada por las necesidades reales y no por los intereses industriales”, afirma Medel, quien explica que hay medicamentos “que tienen un precio muy elevando” y no aportan valor respecto a otros ya disponibles y “más económicos”. Una situación tolerada por la Agencia Española del Medicamento y los Productos Sanitarios “a pesar de que suponen unos gastos desmesurados”, afirma Medel, para quien “solo una empresa pública será transparente”.
Desde Compromís explican que en su propuesta, en un contexto de un mercado que tiende a las Big Pharma, una farmacéutica no aspiraría a ser competidor. “Intentaría reducir el gasto farmacéutico a partir de producir más genéricos baratos de un amplio uso dirigido al uso hospitalario”, afirma Carles Esteve, diputado de Compromís en las Cortes valencianas. El mismo añade que también sería una solución para evitar o contrarrestar situaciones de desabastecimiento, algo que “ahora solo puede hacer el mercado”. “Lo que pasó a principios de la pandemia con las mascarillas y los equipos de protección individual de sanitarios fue dramático, tenemos mucha dependencia exterior y no está mal tener cierta capacidad de producción para no depender tanto”, explica Esteve.
Una farmacéutica pública se podría dedicar a hacer investigación y fabricar medicamentos para enfermedades raras que, como tienen “poco mercado” no resultan altamente atractivos para la industria
Esto también se ha visto con las vacunas, añade: “No se trata solo de liberar la patente, cosa que puede decidir un gobierno de forma unilateral si hay una emergencia sanitaria, sino de tener la propia capacidad de fabricación en manos del gobierno, porque sino volvemos a estar en manos de los mercado que han sacado beneficios exorbitantes”, explica. Otra ventaja para el diputado de Compromís sería que una farmacéutica pública se podría dedicar a hacer investigación y fabricar medicamentos para enfermedades raras que, como tienen “poco mercado” no resultan altamente atractivos para la industria, y por ende no se fabrican o investigan.
Desde CAS sostienen que la parte más interesante de la propuesta de farmacéutica pública es la de la comercialización, puesto que puede promover el consumo de genéricos. Consideran prioritario hacer “oficinas públicas de farmacia orientadas a la cronicidad, a los genéricos, adaptando las dosis administradas a las suministradas y fomentando el reciclaje de determinadas exoprótesis de traumatología y reumatología”, indica Víctor N. Dobon, miembro de la coordinadora. Con todo, desde la CAS apuntan un ámbito clave donde incidir: el consumo. Para la coordinadora, sería importante revertir la excesiva medicalización de la salud —promoviendo una cultura de la prevención— y de consumo de medicamentos exclusivamente a genéricos. Por eso creen que “la apuesta inmediata de promover desde ya una distribución pública de genéricos frenaría una parte importante del coste farmacéutico”, según resume Dobon.
La investigación: ¿pública o privada?
Una de las principales críticas a la propuesta de una farmacéutica pública es que para generar un nuevo medicamento se necesita mucha inversión a fondo perdido para ser rentable, y consideran que este riesgo solo lo puede asumir, y solo lo tiene que asumir, la empresa privada y no los presupuestos públicos, puesto que, según este razonamiento, esto implicaría “jugar con el dinero de todos”. Estas afirmaciones chocan con la realidad. “La mayoría de la investigación biomédica es publica, por encima del 60%, pero los estudios realizados por el Parlamento Europeo señalan que no hay retorno de esto”, explica Esteve, quien añade que “la inversión pública solo la explota la privada”.
“La industria privada solo explora productos que han mostrado eficacia durante el proceso de investigación, pero la primera parte de la investigación, que es la más costosa y arriesgada, la hace la administración pública”
“La industria privada solo explora productos que han mostrado eficacia durante el proceso de investigación, pero la primera parte de la investigación, que es la más costosa y arriesgada, la hace la administración pública”, explica Medel, quien asegura que las farmacéuticas privadas “nunca corren riesgos”. Es decir, si la investigación científica inicial tiene éxito “le pasa el producto a la farmacéutica privada” y se le vende “cediendo todos los derechos sobre el producto, sin disponer de ningún mecanismo para asegurar que después se venderá a un precio accesible”, afirma Jordi Trapé, a neurofarmacólogo y miembro del grupo de trabajo de sanidad de la CUP.
A la vez, según explica Trapé, también se paga desde fondos públicos “parte de los ensayos clínicos que se hacen en centros públicos, y se hace a través de incentivos económicos para que las grandes compañías produzcan medicamentos que no les son tan rentables como querrían, como por ejemplo en el caso de las enfermedades minoritarias. Y evidentemente se vuelve a pagar en la adquisición del producto final”.
El miembro de la CUP, además, resalta que los beneficios de las farmacéuticas son “escandalosos”, situándose alrededor del 70-80% de media y destaca que “el precio que cuesta producir un medicamento se puede llegar a multiplicar por centenares o miles, en ocasiones, a la hora del venderlo al público, especialmente durante la etapa de vigencia de la patente”. Trapé añade que “los elevados costes de algunos medicamentos no están relacionados con su fabricación, ni tampoco con la inversión en investigación y desarrollo, sino con los gastos asociados a la comercialización y la promoción de sus productos”. Hace referencia a datos publicados por el diario francés Le Monde: la investigación y desarrollo de fármacos recibe el 13% del presupuesto, mientras que los gastos de marketing suponen entre el 35% del presupuesto total de los laboratorios.
Por eso desde Podemos también creen que una farmacéutica pública podría servir, aparte de para “paliar situaciones de desabastecimiento, para condicionar los precios de los medicamentos a partir de tener disponibles otros precios marcados directamente por las instituciones”. Actualmente, pese a la inversión que se hace desde las universidades públicas en investigación científica, “los precios de los medicamentos están marcados exclusivamente por la industria”, indica Medel, cosa que en muchas ocasiones llega a hacer insostenible el gasto farmacéutico.
Inversión inicial
El proyecto necesitaría de una inversión inicial que “puede suponer un reto económico para las instituciones, pero el ahorro a medio plazo y los beneficios sociales y económicos que lleva consigo misma la producción no lucrativa de medicamentos compensa sobradamente estos costes”, afirma Trapé. Con todo, añade que solo con la producción de genéricos y si “se entra al mercado con un mínimo de fuerza, los beneficios serían suficientes para continuar creciendo y amortizar la inversión inicial”. Según el estudio que se elaboró desde Compromís, comparte Esteve, “crear una farmacéutica de ámbito estatal requeriría una inversión de unos 100 millones de euros y en un año podría fabricar entre 15-20 genéricos. No es una inversión muy grande para un Estado como el español y la capacidad de generar rentabilidad de la inversión es rápida”, afirma el diputado a las Cortes Valencianas , que añade también que si bien “no te puedes comparar con una Big Pharma” sí sería viable hacerlo con “farmacéuticas de menor dimensión que facturan entre 100 y 300 millones de euros y que son muy competitivas”.
Desde Podemos y Compromís conciben la farmacéutica pública como un operador público dentro de un mercado sobre el cual el gobierno puede decidir directamente para promover la soberanía farmacéutica más allá de que, además, también pueda regular el mercado a partir del control de precios o la liberación de patentes. Compromís resalta las dificultades de nacionalizar o competir de tú a tú con un sector que es mundial y que funciona en clave transnacional. Desde la CUP, si bien su propuesta en una primera fase estaría en este mismo marco, “se tendría que centrar tanto en aquello que presenta más demanda como en aquello que nadie quiere investigar, a pesar de que un objetivo a perseguir es que pudiera lograr casi la totalidad de la cuota de mercado”, afirma Trapé.
Para la formación catalana, no puede ser que una farmacéutica pública aspire solo a ser aquella que paga por lo que las privadas no quieren hacer porque no les es rentable. “Hace falta que vaya a competir de tú a tú en todos los ámbitos”, indica Trapé. La apuesta de la CUP sería un sector “100% público con un sistema de gobernanza participado por la ciudadanía, lejos de los intereses económicos y con una planificación estratégica basada, sobre todo, en criterios de salud pública”. Esteve considera interesante que una farmacéutica pública tuviera mecanismos de participación y pone de ejemplo la experiencia valenciana de los consejos de salud locales como modelo al cual incorporaría asociaciones científicas.
Farmacéuticas públicas o sin afán de lucro
Desde la CUP señalan que uno de los referentes a tener en cuenta es “el modelo cubano, donde la totalidad de la industria farmacéutica del país es pública y alcanza tanto la R+D+Y, como la producción y la distribución. “El modelo cubano es conocido por sus innovaciones en el desarrollo de vacunas y la inmunoterapia, especialmente eficiente durante la pandemia por covid-19. Actualmente exporta además a 50 países y los permite cubrir la mayor parte de la demanda interna”, explica Trapé.El otro referente que plantean desde la CUP es la farmacéutica pública sueca Apotek Produktion & Laboratorium, que resulta “uno de los mayores productores de medicamentos especializados de Europa”. A pesar de ser un país de dimensión mediana —10 millones de habitantes y la vigésimo tercera economía mundial—, tiene un volumen importante de producción: cuenta con cuatro fábricas y dispone de un catálogo de más de 2.000 productos, que se comercializan en 35 países de todo el mundo. Al mismo tiempo, produce medicamentos para consumo propio que suministra a la empresa nacional que gestiona las farmacias públicas, Apoteket AB.
El referente que plantean desde Compromís es la primera farmacéutica sin afán de lucro, Cívica RX, ubicada en Estados Unidos y que nació el 2019 a raíz del desorbitado precio de un tratamiento oncológico, el Imatinib. En 2020 ya estaban fabricando 40 genéricos, y actualmente sus medicamentos sirven para tratar 30 millones de personas, una empresa con la cual colaboran y ayudaron a su creación 1.500 hospitales.
La existencia de estos de estos ejemplos muestra que una farmacéutica púbica no es ninguna quimera, “sino una realidad existente y palpable con unos resultados muy sólidos detrás”, concluye Trapé. Una opción a plantearse como elemento para promover la soberanía sanitaria de los pueblos que tan débil se ha demostrado en los últimos dos años de pandemia.
Sanidad pública
Una farmacèutica pública: eina per a la sobirania sanitària
La crisi sanitària ha posat en evidència la dependència quant a medicaments i productes sanitaris, així com ha posat de manifest que les patents i el mercat s’imposen al bé comú, que els preus dels medicaments generen una despesa pública poc assumible i les situacions de poca transparència del mercat —com s’ha vist amb els contractes de les farmacèutiques amb la Unió Europea que no són plenament accessibles—. No obstant això, Podem i Más País ja havien plantejat aquesta la creació d’una farmacèutica pública el 2019 abans de la pandèmia. Per la seva banda, la CUP va instar el govern català a juliol del 2020 a què en creés una i Compromís a febrer del 2021 va demanar al govern espanyol que realitzés un estudi sobre la viabilitat d’aquest tipus d’empresa pública.
I referents tampoc en falten a països tan dispars com Suècia —amb una farmacèutica pública—, Cuba —la qual té nacionalitzat el sector— o Estats Units —que des de 2019 compta amb una farmacèutica sense afany de lucre—. Una mesura poc explorada i menys debatuda que, segons els qui la proposen, podria ser la garantia de sobirania sanitària en un context global. Podem recorda que una farmacèutica pública espanyola no partiria de zero a l’Estat espanyol ja que “tenim el Centro Militar de Farmàcia de la Defensa” que es dedica a proveir a l'exèrcit espanyol i a produir antídots contra atacs NBQ, un centre que “podria fer front als problemes urgents de desabastiment de medicaments” afirma Rosa Medel, diputada de Podem al Congrés espanyol.
Perquè pública?
Medel ho té clar “l’objectiu de la indústria farmacèutica és el benefici”, i, per això, “necessitem una indústria pública que pose benestar social en primer lloc”. L’objectiu seria promoure sobirania sanitària al voltant de les necessitats farmacèutiques del país front l’actual dependència de les multinacionals. “Necessitem autonomia en la producció i distribució de medicaments essencials i això sols podem aconseguir-ho amb una indústria pública de medicaments”, conclou la diputada. Segons Medel, s’hagueren pogut evitar situacions com ara les protagonitzades per Big Farma com AstraZeneca, que va ser finançada amb diners públics amb el compromís d’abastir i mantenir el preu, i “va preferir vendre les dosis compromeses amb la Unió Europea a Israel per un preu superior”. O altres situacions, que descriu la diputada com un abús, com ara quan Pfizer va modificar el concepte de vial i dosi per deixar de subministrar gairebé un 20% de les vacunes, però mantenint preu. A més, per Medel, “una indústria sanitària pública no tan sols inclou medicaments, sinó que inclou productes essencials per acabar amb la dependència estrangera com poden ser mascaretes, respiradors, equips de protecció individual, etc”.
Amb la proposta de farmacèutica pública coincideixen, a banda dels partits polítics citats, també els moviments socials com ara la Federació d'Associacions de Defensa de la Sanitat Pública, que va reclamar en ple confinament pandèmic la creació “d'una indústria pública de fàrmacs” per abastir les necessitats de la ciutadania més enllà del mercat. Des de la Coordinadora Antiprivatizació de la Sanitat (CAS) al País Valencià, comparteixen la idea, tot i que consideren prioritari invertir en completar les cobertures del sistema públic de salut amb serveis com ara la salut mental i tot tipus d’exopròtesis: ulleres, audiòfons, pròtesis dentals, muletes, carrets o cadires, caminadors, bastons, materials de cura per a domicilis o residències, etc.
La farmacèutica pública participaria de tot el procés: recerca, producció i distribució. “La investigació dels medicaments ha d’estar marcada per les necessitats reals i no pels interessos industrials”, afirma Medel qui explica que hi ha medicaments “que tenen un preu molt elevat” i no aporten valor respecte a altres ja disponibles i “més econòmics”. Una situació tolerada per l’Agència Espanyola del Medicament i els Productes Sanitaris “tot i que suposen unes despeses desmesurades” afirma Medel per qui “només una empresa pública serà transparent”.
Des de Compromís expliquen que en la seua proposta, en un context d’un mercat que tendeix a les Big Farma, una farmacèutica no aspiraria a ser competidor. “Intentaria reduir la despesa farmacèutica a partir de produir més barat genèrics d’un ampli ús adreçat a l'ús hospitalari”, afirma Carles Esteve diputat de Compromís a les Corts valencianes. El mateix afegeix que també seria una solució per evitar o contrarestar situacions de desabastiment, “tens una induútria pròpia que té capacitat de resoldre-ho, ara només ho pot fer el mercat”. “El que va passar al principi de la pandèmia amb les mascaretes els equips de protecció individual dels sanitaris va ser dramàtica, tenim molta dependència exterior i no està mal tenir certa capacitat de producció per a no dependre tant”, conta Esteve. Això també s’ha vist amb les vacunes, “no es tracta només d’alliberar la patent —cosa que pot decidir un govern de forma unilateral si hi ha una emergència sanitària— sinó de tenir capacitat de fabricació en mans del govern si no tornem a estar en mans dels mercat que ha tret beneficis exorbitants” explica. Un altre avantatge per al diputat de Compromís seria que una farmacèutica pública es podria dedicar a fer recerca i fabricar medicaments per a malalties rares que com que no tenen mercat són poc atractius per a la indústria o no es fabriquen o investiguen.
CAS creuen que la part més interessant de la proposta de farmacèutica pública és la de la comercialització ja que pot promoure el consum de genèrics. Consideren prioritari fer “oficines públiques de farmàcia orientades a la cronicitat, als genèrics, adaptant les dosis administrades a les subministrades i fomentant el reciclatge de determinades exoprótesis de traumatologia i reumatologia”, indica Víctor N. Dobon, membre de la coordinadora. Amb tot, des de CAS apunten un àmbit clau on incidir: el consum. Per CAS seria important revertir l’excessiva medicalització de la salut —promovent una cultura de la prevenció— i de consum de medicaments exclusivament a genèrics. Per això creuen que “l'aposta immediata promoure des de ja una distribució pública de genèrics i que frenaria una part rellevant del cost farmacèutic”, assenyala Dobon.
La recerca: pública o privada?
Una de les principals crítiques a la proposta d’una farmacèutica pública és que per generar un nou medicament es necessita molta inversió a fons perdut per a ser rendible i consideren que aquest risc només el pot assumir, i només l’ha d’assumir, l’empresa privada i no els pressupostos públics, ja que, segons aquest raonament, això implicaria jugar amb els diners de tots. Aquestes afirmacions xoquen amb la realitat. “La majoria de la investigació biomèdica és pública, per sobre del 60%, però els estudis realitzats pel Parlament Europeu assenyalen que no hi ha retorn d'això”, explica Esteve que afegeix que “la inversió pública que només l’explota la privada”.
“La indústria privada sols investiga productes que han mostrat eficàcia durant el procés d’investigació, però la primera part de la investigació, que és la més costosa i arriscada, la fa l’administració pública”, explica Medel qui explica que les farmacèutiques privades mai corren riscos”. És a dir si la investigació científica inicial té èxit “li passa el producte a la farmacèutica privada” i se li ven a la indústria privada “cedint tots els drets sobre el producte, sense disposar de cap mecanisme per assegurar-nos que després es vendrà a un preu accessible”, afirma Jordi Trapé, a neurofarmacòleg i membre del grup de treball de sanitat de la CUP.
I, alhora, segons conta Trapé, també es paga de fons públics “part dels assajos clínics que es fan en centres públics i paguem, a través d'incentius econòmics, perquè les grans companyies produeixin medicaments que no els hi són tan rendibles com voldrien, com per exemple en el cas de les malalties minoritàries. I evidentment es torna a pagar en l'adquisició del producte final”.
El membre de la CUP, a més, ressalta que els beneficis de les farmacèutiques són “escandalosos”, situant-se al voltant del 70-80% de mitjana i destaca que “el preu que costa produir un medicament es pot arribar a multiplicar per centenars o milers de vegades a l'hora del vendre'l al públic, especialment durant l'etapa de vigència de la patent”. Trapé afegeix que “els elevats costos d'alguns medicaments no estan relacionats amb la seva fabricació, ni tampoc amb la inversió en recerca i desenvolupament, sinó amb les despeses associades a la comercialització i la promoció dels seus productes”. I assenyala les següents dades publicades pel diari francés Le Monde: la investigació i desenvolupament de fàrmacs rep el 13% del pressupost, mentre que les despeses de màrqueting suposen entre el 35% del pressupost total dels laboratoris.
Per això des de Podem també creuen que una farmacèutica pública podria servir, a part de per “pal·liar situacions de desabastiment, per condicionar els preus dels medicaments a partir de tenir-ne disponibles a uns altres preus —marcats directament per les institucions—. Actualment, els governs, tot i la inversió que es fa des de les universitats públiques en investigació científica, “els preus dels medicaments estan marcats exclusivament per la indústria”, indica Medel, cosa que en moltes ocasions arriba fer insostenible la despesa farmacèutica.
Inversió inicial
El projecte necessitaria d’una inversió inicial que “pot suposar un repte econòmic per a les institucions, l'estalvi a mitjà termini i els beneficis socials i econòmics que porta amb si mateixa la producció no lucrativa de medicaments compensa sobradament aquests costos”, afirma Trapé. Amb tot el cupaire afegeix que només amb la producció de genèrics i si “s'entra al mercat amb un mínim de força, els beneficis serien suficients per continuar creixent i amortitzar la inversió inicial”. “Segons l’estudi que vam fer des de Compromís, crear una farmacèutica d’àmbit estatal requeriria una inversió d’uns 100 milions d’euros i en un any podria fabricar entre 15-20 genèrics. No és una inversió molt gran per a un Estat com l’espanyol. A més, la capacitat de generar rendibilitat de la inversió és ràpida”, afirma Esteve. El diputat a les Corts Valencianes indica que la “no et pots comprar amb una Big Farma” però si amb altres “farmacèutiques de menor dimensió amb facturacions entre 100 i 300 milions d’euros que són molt competitives”.
Des de Podem i Compromís conceben la farmacèutica pública com un operador públic dins d’un mercat sobre el qual el govern pot decidir directament per promoure la sobirania farmacèutica, més enllà que, a més, també puga regular el mercat a partir del control de preus o l’alliberament de patents. Compromís ressalta les dificultats de nacionalitzar o competir de tu a tu amb un sector que és mundial i que funciona en clau transnacional. Des de la CUP, si bé la seua proposta en una primera fase estaria en aquest mateix marc: “s'hauria de centrar tant en allò que presenta més demanda com en allò que ningú no vol investigar, tot i que un objectiu a perseguir és que pogués assolir gairebé la totalitat de la quota de mercat”, afirma Trapé.
Per a la CUP, no pot ser que una farmacèutica pública aspire només a ser aquella que paga per allò que les privades no volen fer perquè no els és rendible. “Cal que vagi a competir de tu a tu en tots els àmbits”, indica Trapé perquè l’aposta de la CUP seria un sector “100% pública amb un sistema de governança participat per la ciutadania, lluny dels interessos econòmics i amb una planificació estratègica basada, sobretot, en criteris de salut pública”. Esteve, considera interessant que una farmacèutica pública tingués mecanismes de participació i posa d’exemple l’experiència valenciana dels consells de salut locals com a model al qual incorporaria associacions científiques.
Farmacèutiques públiques o sense afany de lucre
Des de la CUP assenyalen que un dels referents a tenir en compte és “el model cubà, on la totalitat de la indústria farmacèutica del país és pública i abasta tant la R+D+I, com la producció i la distribució. “El model cubà és conegut per les seves innovacions en el desenvolupament de vacunes i la immunoteràpia, especialment eficient durant la pandèmia per COVID-19. Actualment exporta a més de 50 països i els permet cobrir la major part de la demanda interna”, explica Trapé.
L’altre referent que plantegen des de la CUP és la farmacèutica pública sueca Apotek Produktion & Laboratorium i que és “un dels majors productors de medicaments especialitzats d'Europa”. Tot i ser un país de dimensió mitjana -10 milions d’habitants i la vint-i-tresena economia mundial- té un volum important de producció: compta amb quatre fàbriques i disposa d’un catàleg de més de 2.000 productes, que es comercialitzen en 35 països d’arreu del món. Alhora també produeix medicaments per a consum propi que subministra a l’empresa nacional que gestiona les farmàcies públiques Apoteket AB.
El referent que plantegen des de Compromís és la primera farmacèutica sense afany de lucre, Cívica RX, ubicada als Estats Units que va nàixer el 2019 arran del desorbitat preu d’un tractament oncològic, l’Imatinib. En 2020 ja estaven fabricant 40 genèrics, i actualment els seus medicaments serveixen per tractar 30 milions de persones, una empresa amb la qual col·laboren i han ajudat a crear 1500 hospitals.
L'existència d'aquests d'aquests exemples mostra que una farmacèutica pública no és cap quimera, “sinó d'una realitat existent i palpable amb uns resultats molt sòlids darrere”, conclou Trapé. Una opció a plantejar-se com a element per a promoure la sobirania sanitària dels pobles que tan feble s’ha demostrat en els darrers dos anys de pandèmia.