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“Los expertos afirman que...”. “El comité de expertos determina...”. “Contamos con la presencia de expertos...”. “A mí no me pregunte, usted es la experta”. “ Veo a mucha gente opinando sobre X sin ser expertos en el tema”. Solemos apelar a “los expertos” para defender ideas, prácticas o causas. Pero, ¿qué define a una persona como experta?, ¿su experiencia?, ¿sus conocimientos amplios en una determinada materia?, ¿en qué momento llegas a adquirir ese rol de “experto”?, ¿se adquiere de por vida?
A diario nos enfrentamos a situaciones que nos afectan. Seguramente no estamos preparadas para la mayor parte de ellas. Por eso rescatamos nuestras vivencias o consultamos a otras personas. Buscamos referentes para enfrentarnos a esas vacilaciones. Buscamos respuestas, certezas. A veces movidas por impulsos, otras por pura inercia. Entonces emergen esas figuras: “los expertos”. Aquellas personas a las que otorgamos ese rol. Esos “salvavidas” para nadar en el mar de la incertidumbre.
Al hablar de salud, ¿quiénes son los expertos?
- Profesionales especializados en diferentes aparatos, en tecnologías, en diversas prácticas asistenciales o corrientes teóricas. Se tiende a minusvalorar a quienes ejercen en un campo más generalista, como son la Atención Primaria o la Salud Pública. Se establecen absurdas jerarquías en las que los médicos prevalecen sobre el resto de profesionales de la salud. Se suelen obviar otras voces que puedan resultar incómodas y/o críticas con el saber hegemónico, con el “toda la vida se ha hecho/ha sido así”. También aquéllas a las que se presupone una falta de experiencia en la materia, por edad o trayectoria laboral, por ejemplo.
- Las propias personas que puedan aportar con sus experiencias vitales. La voz de pacientes/usuarias suele ser testimonial y acotada a determinadas asociaciones o grupos más organizados. Recoger las narrativas de las usuarias de los servicios de salud requiere de un tiempo y de una escucha activa para las que ni profesionales ni la propias estructuras organizativas estamos preparadas ni diseñadas.
- La sociedad en su conjunto detenta saberes, culturas, valores... que también incluyen el cuidado de la salud. Algunos de ellos tienen más peso que otros, se les otorga más valor, más autoridad, mientras otros quedan descartados.
Entre ellos surgen interrelaciones y discrepancias que a menudo suscitan desencuentros, aumentan el malestar y establecen dinámicas de (falsa) oposición de difícil resolución. Porque, ¿quién sabe?, ¿a qué saberes otorgamos autoridad y cuáles quedan en cambio descartados y por qué? ¿Cómo puede ser que el “saber autorizado” esté custodiado por unas pocas personas y/o en sistemas opacos? ¿Por qué usamos lenguajes incomprensibles? ¿A quién sirve ese saber? ¿Ayuda a todo el mundo o a sólo una parte de la población? ¿A quiénes dejamos fuera y por qué?
En este contexto, cualquier cuestionamiento o crítica a la opinión de un experto parece una afrenta
Hay algo que encuentro común en muchos expertos: la mala tolerancia a las críticas. Ocurre con cualquier tema de interés, más sobre aquellos que nos afectan más intensamente. No es que ahora toda opinión tenga que ser válida. Quizás cada vez nos encontramos con menos filtros: todo el mundo sabe de todo, todo el mundo opina de todo, el “cuñadómetro” a veces está a punto de estallar... Pero, ¿de verdad son opiniones fruto de la reflexión -o al menos de un mínimo espacio de raciocinio- o son la réplica de un pensamiento hegemónico alimentado por medios generalistas en los que predominan voces de perfil BBVAh (sujeto blanco, burgués, varón, adulto, con una funcionalidad normativa, heterosexual)? Se mueve información de forma continuada, pero ésta no es comprendida, ni se enriquece, ni evoluciona.
Son tiempos de analfabetismo ilustrado, como dice Marina Garcés. En este contexto, cualquier cuestionamiento o crítica a la opinión de un experto parece una afrenta. Sea este malestar justificado o no. Salvando las distancias, tal y como no se tolera la crítica popular a sentencias judiciales, tildándose de “turba” la respuesta social, las críticas a ciertas figuras de renombre en el mundo sanitario también son despreciadas, minusvaloradas y/o tildadas de fruto de la ignorancia.
Necesitamos de los saberes especializados para mejorar nuestra salud, para sostener nuestras vidas. Pero también necesitamos que ese conocimiento se alimente de otros
Es frecuente que a una paciente le cueste preguntar a la médica especialista sobre su enfermedad; que profesionales de enfermería deban esperar a las pautas del personal médico para sus intervenciones ( a pesar de una perfectísima capacitación); estudiantes y residentes con miedo de contradecir a sus adjuntos, aunque sepan que llevan razón; mujeres que sienten el efecto de la impostora durante sus ponencias en congresos o en sesiones clínicas entre compañeros; voces que jamás se escuchan por el temor al qué dirán. La figura de “los expertos” está ahí, en nuestro inconsciente, poderosa, y no siempre con el carácter de “salvavidas” para el que les otorgamos ese rol.
Necesitamos de personas expertas. Necesitamos de los saberes especializados para mejorar nuestra salud, para sostener nuestras vidas. Pero también necesitamos que ese conocimiento se alimente de otros. Que quien tiene ese rol de experto sepa escuchar, también tener paciencia, y sepa usar su poder para las demás personas y no sobre ellas. La conjunción entre el saber más técnico y el conjunto de vivencias individuales es una de las encrucijadas en la educación para la salud como herramienta de promoción de la salud.
Es hora de afrontar el reto de construir una sabiduría compartida, escuchar las voces silenciadas o subalternas, criticar las formas hegemónicas de saber, repartir el rol de “experto” entre más personas
La alfabetización en salud, según la OMS, hace referencia a las habilidades sociales y cognitivas que determinan el nivel de motivación y la capacidad de una persona para acceder, entender y utilizar la información de forma que le permita promover y mantener una buena salud. Sólo se puede entender este proceso si se realiza de forma recíproca, junto con los sujetos de dicha formación, en un proceso de intercambio de saberes, en el que los contextos sean tenidos en cuenta, en los que tenga cabida el conocimiento situado de las personas. Al tiempo que reflexionaba sobre este tema, Mª José Aguilar escribía en su blog sobre la necesidad del desempoderamiento de los profesionales para favorecer la participación comunitaria en salud.
Tenemos acceso a muchísima información, nunca tuvimos tanta accesibilidad a las ciencias de la salud; pero como escribe Marina Garcés, “no basta con tener acceso al conocimiento disponible de nuestro tiempo, sino lo importante es que podamos relacionarnos con él de manera que contribuya a transformarnos a nosotros y a nuestro mundo a mejor”.
Compartir saberes en el campo de la salud es una tarea compleja. Escribió Audre Lorde: “Lo que nos separa no son nuestras diferencias, sino la resistencia a reconocer esas diferencias y enfrentarnos a las distorsiones que resultan de ignorarlas y malinterpretarlas. Cuando nos definimos, cuando yo me defino a mí misma, cuando defino el espacio en el que soy como tú y el espacio en el que no lo soy, no estoy negando el contacto entre nosotras, ni te estoy excluyendo del contacto – estoy ampliando nuestro espacio de contacto.”
Es hora de afrontar el reto de construir una sabiduría compartida, escuchar las voces silenciadas o subalternas, criticar las formas hegemónicas de saber, repartir el rol de “experto” entre más personas, deshacernos de él cuando sea preciso y construir saberes que nos sean útiles a todo el mundo.
* Nota: el uso del término expertos en masculino no es un hecho casual.
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coincido en numerosas cosas que dices. por si complementa algo: https://m.eldiario.es/tribunaabierta/Cuidado-catedratico_6_444515551.html
Así, y en "género" es donde más se andan multiplicando les expertes y sus informes, diccionarios, etc.
- Dile a la chica de producción que necesitamos un experto que arroje luz en esta tertulia..
- OK, El experto...? a favor o en contra?